Escribe Marcial Moreno
Zodiac es una película inquietante. Pero no convencionalmente inquietante. Lo convencional es, hasta cierto punto, el planteamiento de la historia, esto es, el asesino en serie que va dejando su firma en los crímenes que comete y, al mismo tiempo, anunciando sus futuras actuaciones. Hemos visto muchas películas de este estilo. Al final, el asesino atrapa a uno de los protagonistas y sólo la pericia del investigador de turno logra, en el último instante, resolver el caso y salvar al personaje en peligro. Este planteamiento persigue, sin duda, generar una tensión que vaya in crescendo hasta la apoteosis final, pero, curados de espanto como estamos, pocas veces lo consigue, ya que el final está cantado. Basta con tener un poco de paciencia y todo volverá a su sitio. ¿Para qué preocuparse?
Pero no es esto lo que ocurre en Zodiac. Si se tratase tan sólo de descubrir al tipo que va por ahí asesinando gente y vanagloriándose de ello, difícilmente escaparíamos al tedio. Nada de tensión por tanto. La tensión surge de otro lado, de la constatación de la inutilidad del razonamiento lógico para resolver el caso. En el fondo, ésa es la verdadera protagonista de la historia, la lógica.
Como suele ser habitual en este tipo de películas, el asesino plantea una serie de enigmas lógicos cuyo desciframiento conducirá a la resolución del caso. Esos enigmas son, por una parte, explícitos y deliberados por lo que se refiere al autor de los crímenes, y así queda representado en los mensajes que envía y son publicados por los periódicos; ningún problema en ello, pues fácilmente quedan destripados, por unos aficionadillos incluso. Pero sobre estos enigmas se sitúa otro de mayor calado, el que presenta la conducta del asesino como un enigma, también lógico, que hay que resolver para dar con él y detenerlo. Y aquí es donde la lógica falla, y ahí es donde comienza la tensión.
En primer lugar, su comportamiento no se deja apresar por un esquema reconocible. Cuando ese esquema se proyecta sobre la realidad, ésta se encarga de inmediato de dinamitarlo. Ocurre cuando se pretende encontrar un punto de referencia común que compartan todos los crímenes para de este modo introducir una regularidad que permita adelantarse al futuro. Se intenta en primer lugar con los asesinatos siempre de parejas, pero la muerte del taxista acaba con esa presunción. Después se cree ver el agua como el elemento que enlaza todos los crímenes, pero está línea también resulta errónea. Es decir, estamos ante un individuo que no se comporta lógicamente, y con ello elimina la posibilidad de hacer comprensible su modus operandi, con la desazón que ello implica para quienes pretenden detenerlo.
Pero aún siendo grave, este aspecto no es el más desalentador. La falta de lógica no se da sólo en la conducta del criminal, sino en la realidad misma. Si el mundo no se somete a la regularidad racional, el caos se adueña de ese mundo, y en el caos dejamos de ser dueños para convertirnos en insignificantes muñecos a merced de no se sabe qué. Ahí es donde arraiga el verdadero desasosiego. En la medida en que comprendemos dominamos, y para comprender no disponemos de otra herramienta que el uso de la razón, o lo que es lo mismo, la proyección de nuestros esquemas racionales sobre una realidad que, confiamos, acabará amoldándose a ellos. Si eso no ocurre estamos perdidos.
Y eso es justamente lo que Zodiac nos cuenta. Cuando la realidad nos conduce inexorablemente hacia un sospechoso, cuando los hechos se van encadenando de forma necesaria en una determinada dirección, aparece la disonancia. Si todo parecía indicar que el asesino iba a ser atrapado, si todo apuntaba a él, surge de pronto la prueba que lo exculpa, es decir, la realidad muestra su contradicción, esto es, muestra lo intolerable, lo inaceptable, aquello con lo que no podemos subsistir, y de este modo nos deja inermes. Porque, no es que no hayamos podido descifrar el enigma, eso no sería tan grave, es que no existe un enigma al alcance de nuestra mente, un enigma abordable con la lógica, nuestro único instrumento. Inquietante, sin duda.
La vuelta de tuerca final nos sitúa ante nuestra propia contradicción. La muerte del sospechoso coincide con el fin de cualquier nueva noticia sobre Zodiac. ¿Era él entonces? Y, si es así, ¿Por qué no se consiguió atraparlo?