Un canto a la voluntad de vivir frente a la adversidad
Escribe Arantxa Bolaños de Miguel
El título original, Birdman of Alcatraz, refleja ya la alegoría principal de esta fábula, la de un “hombre-pájaro” preso en la cárcel más segura de EEUU. Y es que estamos ante una espléndida historia que narra la elevación moral de un hombre en situaciones adversas y de cómo los animales son capaces de inspirar los mejores sentimientos si empatizamos con ellos. Es increíble cómo la naturaleza, en este caso un pájaro, puede cambiar la vida y el carácter a un hombre que se ha vuelto recio, violento y solitario.
Este caso real, el de Robert Stroud, fue muy conocido en USA (1) y está interpretado por Burt Lancaster, actor que influyó decisivamente en el proyecto desde el principio. Son de destacar también, además del director y de Burt Lancaster, las actuaciones de los secundarios Telly Savalas, Thelma Ritter, Karl Malden y la música de Elmer Bernstein, que dotan al conjunto de verosimilitud y emotividad.
Para los que no conozcan la historia, adelantamos unos pequeños datos: es importante recalcar que el motivo por el que Robert Stroud ingresa en prisión la primera vez es injusto, pues se trata del homicidio de un asesino que previamente había maltratado a una prostituta. Víctima de la violencia de las cárceles, Stroud pierde la calma y apuñala a otro presidiario, lo que desencadena un círculo vicioso del que es difícil escapar: le trasladan a otra prisión y es aislado del resto por considerarle peligroso, hecho que le vuelve más agresivo y misántropo. Después de llevar varios años encerrado en una celda solitaria sin contacto humano, Stroud encuentra en el patio de recreo un pájaro que le devolverá la esperanza en la vida y las ganas de vivir. Se convierte enseguida en su mascota, a la que cuida con esmero y será, cuando se ponga enferma el ave, cuando investigue en los libros las enfermedades de los pájaros, para salvar de la muerte a su pequeño amigo. Y esta unión de pasión y estudio le convertirá en un afamado ornitólogo de reputación internacional.
La historia está contada por el escritor que relató la vida de este presidiario de Alcatraz, y fue un caso muy conocido en los periódicos de la época. Por lo tanto, el leit motiv que intenta transmitir el director no es conocer el final, sino conmoverse con la transformación del personaje.
El gran impulsor, el ideólogo y el promotor de este rodaje fue el actor que dio vida al protagonista: Burt Lancaster. Pero, a pesar de las grandes desavenencias que el director mantuvo con el protagonista de De aquí a la eternidad (From here to Eternity, Fred Zinnemann, 1953) y de que fue un director sustituto (había iniciado el rodaje Charles Crichton), esta obra tiene el sello del realizador, que volvió a rodar muchas escenas, cambió parte del guión y le dio su toque personal.
El rodaje fue duro y desagradable, pero John Frankenheimer se ganó el aprecio de Burt Lancaster y se trasladó a Hollywood, convirtiéndose en un gran director de acción y consiguiendo cintas de la calidad de French Connection II (1975), El mensajero del miedo (The Manchurian candidate, 1962), Siete días de Mayo (Seven days in May, 1964) o El tren (The train, 1965).
Esta cinta carcelaria, al contrario de lo que la mayoría trasmiten (violencia, malos tratos, venganza, drogas, no-rehabilitación), nos presenta la otra cara de la moneda. Nos introduce un mensaje de esperanza, ya que la vida en la cárcel (o fuera de ella) depende de lo que hagamos nosotros, de lo que luchemos frente a los reveses de la vida. Frente a las películas realistas que divulgan la violencia en las cárceles o las que ofrecen la posibilidad de la huida (siendo el mismo mensaje, pero esperanzado, de crítica social), esta cinta es más light, pues no expone la dureza de la vida carcelaria, ni la posible fuga; sino que nos cuenta un caso atípico dentro del espectro de los indultados. Es un relato amable de la vida en la cárcel, donde lo importante no es la crítica política, sino el mensaje de la voluntad y el esfuerzo como lucha contra el infortunio.
Siguiendo la estela marcada por Frankenheimer, otro director que ha abierto un camino de esperanza dentro del género del drama carcelario (2) es Frank Darabont, que con Cadena perpetua (The Shawshank redemption, 1994) y, sobre todo, La milla verde (The green mile, 1999), se puede considerar deudor de esta cinta clásica. Pero no son estos los únicos en expresar las ansias de vivir en la fatalidad del correccional, de hecho hay un antecedente ya en la trágica Quiero vivir (I want to live, Robert Wise, 1958).
Las escenas están magistralmente dispuestas pese a la dificultad, pues es muy difícil filmar, por ejemplo, el adiestramiento de un gorrión. Esta sensibilidad hacia los animales fue la que provocó que el escritor de la novela en la que se basa el largometraje estuviera deslumbrado por este hombre recio, a la par que sensible y brillante, y decidiera contarnos su vida.
Por eso vemos ciertas contradicciones en la cinta, debido a las propias de sus autores: por un lado refleja la posibilidad de una vida digna penitenciaria, pero por otro también hace un tímido ataque hacia este sistema al no respetar la dignidad (3), que se pierde cuando se priva de libertad a un ser, sea animal o humano. Y esta paradoja se extiende también al personaje principal que, por un lado es huraño e insensible, pero por otro también es capaz de sentir empatía por un ser indefenso, acontecimiento que le devolverá la afabilidad perdida. Por tanto, ¿debemos creer en la rehabilitación de los hombres a su paso por las cárceles? Evidentemente no. Como prueba de ello, Robert Stroud escribió un libro en el que describía cómo las cárceles no rehabilitan y la mayoría de los presos reinciden porque no se reinsertan en la sociedad.
Los contrasentidos y las diatribas le persiguieron durante toda la vida a este artesano de la imagen en movimiento, y es que ya su origen le marcaría una personalidad ambigua: su padre era un judío alemán y su madre una irlandesa católica. Estos ancestros marcaron un temperamento poco tendente hacia posiciones extremistas, y por ello podemos ver en su cine una cierta predisposición hacia la derecha más reaccionaria, pero siempre con un toque moralista. Es por esto por lo que, a pesar de que tuvo muy buena acogida por el público y la crítica en su momento, José María Latorre y Fernández Valentí la consideran sobreestimada al definirla como panfletaria e infantil, posición que no comparto pues es una obra bellísima pese al insuficiente compromiso político y social por parte del autor.
Y, a pesar de no transmitir una incuestionable crítica carcelaria, la metáfora de la libertad irradia ya desde el origen de esta historia. Porque, si bien los pájaros tienen alas, nuestra imaginación, voluntad y coraje componen las armas que poseemos para luchar contra las ataduras múltiples a las que nos pone a prueba la vida.

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(1) Y es que, como dice Francisco Javier Urkijo “El hombre de Alcatraz no juega la carta de la sorpresa argumental”, se sabe de antemano el trágico, aunque esperanzado, final. John Frankenheimer, Francisco Javier Urkijo, 2005 Edición Cátedra. Signo e imagen. Colección cineastas Madrid, pág. 67.
(2) Como Animal Factory (Steve Buscemi, 1994), Sin remisión (American Me, Edward James Olmos, 1992) o Pena de muerte (Dead Man Walking, Tim Robbins, 1995)
(3) En una escena él destaca la acepción del diccionario del término “rehabilitar” como “devolver la dignidad perdida”.
