Amor, música, Roma
Escribe Daniel Arenas
Uno no sabe qué admirar más en esta película, si el guión, la realización o la interpretación. De hecho, cuando se produce el milagro del cine, y esta película es una de esas escasas muestras, es porque hay una conjunción de todos los estratos que articulan el filme.
Esta película está sujeta con los mínimos elementos –¿será por eso por lo que algunos críticos hablan de pequeña gran película?–, pero todo es pura apariencia, por el interior del filme corre todo un mundo de sentimientos, ideas, perjuicios, hechos que no se ven, pero que están ahí sustentando la historia.
Es precisamente ese mar interior lo que hace que la película sea pura sugerencia, sentimientos en estado naciente. Todo ello viene apoyado por los símbolos constantes que la cámara capta en un destello, por ciertos encadenados y por la música, uno de sus grandes aciertos: pues la música no subraya los momentos de personajes, tampoco rellena emocionalmente, la música es expresión pura y es logos. La música expresa a cada personaje y explica su mundo, además es el principio del discurso, un discurso que parte del cuerpo, para llegar a las palabras y volver, florecidos los sentimientos, a los cuerpos.
Habría que señalar también ese difícil equilibrio, que consigue Bertolucci, entre un cine con toques vanguardistas en los planos y movimientos de cámara, que en otras cinematografías acaba con los sentimientos, y la emoción que recorre este filme que nunca es tapada ni pospuesta por la novedad de las imágenes.
Esta es una historia claustrofóbica, como lo fue El último tango en París, una historia de pareja, pero aquí acaban todos los parecidos. Más bien Asediada es el negativo o la inversa de la otra. Si allí dos seres vivían en la incomunicación y procuraban su anonimato en la oscuridad y la violencia de los cuerpos, aquí se busca la comunicación y se llega a la luminosidad del amor por encima del erotismo.
Es aquí donde creo que la película se torna revolucionaria, al proponer de manera radical el amor frente al erotismo y el dinero que triunfan en el mundo actual. Breton ya advertía que lo auténticamente revolucionario era el amor y la libertad. En Asediada el amor va precedido del total desprendimiento, de la entrega, de la generosidad sin límites, a cambio de nada.
La música es el lugar de encuentro de dos seres extraños, heridos por la vida. Ella le dirá en un principio: "No comprendo tu música", con un gesto de malhumor, más que de extrañeza. Ante la incomunicación de las palabras, será la música la forma de acercamiento que el pianista adopta para llegar a ella. Primero despierta su cuerpo, su ritmo y el extraño, el pianista, comienza a ser el otro –que es uno mismo–. La música crea el espacio emocional y físico que permite la aproximación, se hace ritmo, tacto, mirada.
Tan fuerte como la música son los silencios, más intensos que las palabras. En esta película se escuchan las emociones, el latido del corazón frente a las palabras que se convierten muchas veces en un ruido dilatorio y enmascarador, los silencios siempre caen del lado de la verdad.
No sabemos de qué país africano viene ella, ni tampoco en la ciudad europea en la que se ha refugiado. Con el acercamiento de los protagonistas el plano se va abriendo y nos damos cuenta que la historia está teniendo lugar en Roma. Ella vive en lo más bajo de una casa señorial, una habitación miserable en la que apenas hay objetos personales. La comunicación se produce a través del montacargas que llega, desde arriba, a su habitación.
El acceso de cada uno de los protagonistas al mundo del otro se hace desde la curiosidad, de la diferencia y cuando el otro se halla ausente. Hay deseo de aproximación, pero también recelo. La escalera es y no es la misma escalera, varía en función del estado de animo de los habitantes de la casa y estos sentimientos están maravillosamente bien narrados por la diferencia de las angulaciones, planos, iluminación y sombras que hacen que cada vez parezca una escalera diferente, una escalera que nunca acabamos de descubrir, como nos sucede con los protagonistas. La escalera es el mundo neutral donde se cruzan sus vidas, ese cruce permite el encuentro y la huida.
Cuando se siente rechazado por ella decide ayudarla de forma anónima y generosa; tan generosa que nos parece raya en la locura. Asistimos al despojamiento de los valiosos cuadros, esculturas y tapices de la casa. Despojamiento exterior que alumbra el despojamiento interior, total entrega, desposesión como en la mística. Este gesto provoca la curiosidad de ella y, cuando comprende su significado, descubre el amor.
No sabemos el tiempo que ella lleva en Roma: cuando él se le declara tan arrebatadamente no está loco, está enfermo de amor.
La ambigüedad del final forma parte del sentido narrativo que cruza esta sugerente película desde principio a fin.
AMOR. MÚSICA. ROMA.