Una gran frialdad expositiva
Escribe Juan de Pablos Pons
Jaime Rosales debutó como director de cine en el año 2003 con Las horas del día. Desde el principio su cine se ha situado claramente a contracorriente de modas y estilos, planteando tanto nuevas fórmulas y soluciones narrativas como indagando en temáticas, cuestionándose las razones y motivaciones del comportamiento humano. Sus personajes en todos sus filmes son aparentemente cotidianos, normales, como las personas que nos encontramos en una tienda de barrio o en la puerta de casa.

Rosales filma sus historias con distanciamiento, de manera que sus personajes no resultan llamativos para el espectador por su presencia sino por la inquietud que transmite su parsimonia, sus diálogos, y también por la forma en que son filmados. Así, Jaime Rosales nos muestra con frecuencia a sus criaturas dialogando fuera de campo.
Ello propicia en el caso de Las horas del día (pero también en sus siguientes películas como La soledad y Tiro en la cabeza) una puesta en escena de una gran frialdad expositiva, un distanciamiento de los hechos. Tampoco se permite juzgar a los personajes. El espectador, por tanto, difícilmente puede generar una empatía con alguno de ellos, más bien al contrario, es instado a contemplar lo que se le plantea sin ninguna posibilidad de interrelación con nada ni nadie. Se le pide un esfuerzo de objetivación sobre la historia propuesta.
Las horas del día surge de la lectura de un artículo que publicó en 1998 un periódico inglés que cayó en manos de Rosales. En ese artículo, varios expertos repasaban diferentes teorías sobre el fenómeno de los asesinos en serie en las sociedades occidentales a lo largo del siglo veinte. Aunque los casos eran diferentes, y los expertos no lograban ponerse de acuerdo sobre las causas ni los motivos, en una cosa sí coincidían muchos: la mayoría de los asesinos eran personas aparentemente normales. Tan normales a los ojos de los demás que resultaba inconcebible que pudieran ser capaces de realizar esos crímenes monstruosos. Pero, ¿qué es ser una persona normal?

Esta idea llevó a Jaime Rosales a la decisión de escribir un guión. Se trataba de plantear una película abierta. Una película que mostrara la vida cotidiana tal y como es, con sus luces y sombras. En este caso, la vida de un hombre joven que vive en un barrio de Barcelona con su madre, que regenta un pequeño negocio de ropa y que no se termina de decidir a emanciparse. Todo resulta normal, salvo que estamos hablando de un asesino en serie. Una vida cargada de conflictos cotidianos sin importancia: pequeños problemas económicos, amorosos, de convivencia, encuentros y desencuentros motivados por el azar y el destino.
Desde el punto de vista de la construcción del relato, no hay intriga policial, ni morbo sexual, ni un retrato psicológico que nos deje a los demás a salvo de este fenómeno tan inquietante. Sin duda la película busca en los espectadores una reflexión profunda sobre las fuerzas que nos mueven para superar el día a día. Curiosamente no se busca justicia, sino plantearnos la figura del monstruo en su cotidianidad. Hacernos ver que no son necesarias circunstancias extraordinarias que propicien la aparición de un pederasta, un sádico o un asesino, sino que estos monstruos están entre nosotros, quizás dentro de nosotros.

Ya en esta su primera película este director catalán, nacido en 1970 y formado en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV) en Cuba, saca un gran partido de unos actores poco conocidos, perfectamente integrados en unos contextos cotidianos. Filmada con una planificación muy estática, que resulta contradictoria con la fórmula del docudrama a la que podría adscribirse desde una visión superficial. Se trata de un cine de corte sociológico en el que podemos rastrear influencias formales tomadas de Eric Rohmer o Jean Luc Godard.
Sin proponer las posibles causas originarias o las motivaciones del comportamiento monstruoso de su protagonista, Jaime Rosales busca la reacción del espectador, de manera que busque en sí mismo y no fuera de él, los mecanismos que pueden mover esas conductas. Y elimina de manera premeditada cualquier deslumbramiento provocado por la sociedad mediática o la utilización de explicaciones banales o elementales, tan características de nuestro tiempo.
Como ha señalado acertadamente Nuria Vidal, en relación a esta opera prima "siendo profundamente realista nunca cae en el naturalismo, siendo profundamente moral no juzga o condena a su personaje central. No hay buenos ni malos en esta historia atroz, no hay intriga ni investigación, no hay psicología ni explicaciones. Hay una buena dosis de cine en estado puro".
