CARLOS SAMBRICIO: El nuevo cine de la no-verdad

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Para celebrar nuestros primeros diez años en Internet, desde Encadenados hemos pedido a un pequeño círculo de amigos que se sumen a este aniversario con un artículo en el que hablen de… esto, de… de cualquier aspecto que les parezca interesante de esta última década. Las generosas colaboraciones de este grupo están recogidas en el nº 59 de nuestra revista, publicado entre enero y marzo de 2009.  


El siglo XXI y las narrativas de Elephant y Tiro en la cabeza
Escribe Carlos A. Sambricio (1)

elephant.jpgA pesar de que a lo largo de la Historia del Cine los cineastas han colocado en sus obras a un personaje principal para una mejor identificación del espectador con la trama, el séptimo arte no ha cejado en su empeño de presentar una visión objetiva por la que, a través de los hechos que se nos presentan, descubrimos la verdad.

La narrativa convencional no da mucho margen para la interpretación, incluso en aquellas obras que optan por dejar un final más o menos abierto. Sin embargo, en los últimos años hemos visto algunos títulos que han transgredido el principio de qué es lo que pasa durante todo el relato, por qué pasa y qué se supone que debemos sentir y pensar.

Elephant (Gus van Sant, 2001) supuso una pequeña gran revolución en el lenguaje cinematográfico. Su propio título indica crípticamente el fondo de su contenido. Según señala un proverbio chino, si tenemos un elefante en una habitación pequeña en la que de repente colocamos a varios ciegos que no se pueden mover, éstos nunca podrán ser capaces de determinar qué es esa gran masa que están tocando.

Van Sant nos coloca en medio de una gran matanza, una de esas que a veces se dan en Estados Unidos y con las que salen a relucir los iluminados y sus grandes causas, ésas que nos proporcionan un alivio existencial mediante la reducción y la simplificación.

Pero la Historia nos ha demostrado en incontables ocasiones que no podemos asir esa realidad que tanto nos proponemos entender y manipular. Elephant parte de un concepto de rendición, un planteamiento de “no soy capaz de saber qué ha ocurrido”.

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El cineasta norteamericano salpica todo el metraje con tranquilidad y cotidianeidad, con actos mundanos que son susceptibles de ser convertidos en causas del mal si así lo deseamos y si a eso queremos reducir nuestras teorías.

El director asume así una puesta en escena con múltiples puntos de vista para reflejar todo el crisol de personajes relacionados con la escena del crimen y su contexto. Para más énfasis, coloca la cámara detrás de cada personaje y los sigue en su deambular, suavemente, como si se deslizara en un trance de realidad irreal del que el mundo no es capaz de despertar.

Se nos permite observar, pero no se nos marca un camino, no se nos dicta cuál es la leyenda, la forma correcta de lectura. Las direcciones se entrecruzan, los hechos son circunstanciales y no hay ningún plan maestro. Ninguna hoja de ruta que nos diga el botón de nuestra mente que debemos pulsar.

¿Resultado? Frustración. El público no está acostumbrado a tal apelación a su juicio. Y eso puede provocar incluso indignación. El autor nos ha tomado el pelo, su trabajo es la nada. ¿Seguro?

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Similares ofuscaciones ha encontrado recientemente Tiro en la cabeza (Jaime Rosales, 2008), aunque en este caso han estado mediatizadas también por la polémica que se desprende de un argumento con tintes políticos y un tema de gran sensibilización entre la gente.

Si bien su ejecución es, a mi juicio, fallida por carencias de guión, la propuesta de Rosales es igual de radical que la cinta de Van Sant. El catalán utiliza también la subversión de la identificación con el personaje principal. No hay empatía con los protagonistas. El cineasta realiza un estudio científico, un descuidado e improvisado examen de una especie de rata de laboratorio.

tiro_en_la_cabeza.jpgLa proverbial asociación de la cámara como instrumento de intrusión para espiar la acción cobra verdadero significado aquí gracias al uso continuado de teleobjetivos.  Somos un policía que controla a un delincuente o un biólogo estudiando a un animal en su hábitat. Mientras Van Sant resalta nuestra falta de perspectiva para tener una visión de conjunto, Rosales nos presenta un espacio plano y bidimensional, más parecido al de una pintura, sin la profundidad necesaria como para sacar conclusiones. Un espacio del que no nos llega el sonido, acentuando la incomunicación del que habla y el que no puede o no quiere escuchar.

En Tiro en la cabeza también se incide en la cotidianeidad como rebeldía a la retórica clásica de inducción a la interpretación única. Una persona que luego resulta ser un asesino lleva a cabo acciones de lo más convencionales que tú y yo podemos hacer cualquier semana.

¿Entonces soy yo un asesino? ¿Son los terroristas personas normales?

Son preguntas instintivas de quien espera un mensaje claro y firme, sin matices. Rosales se sirve de un homicidio fortuito para articular un pre-asesinato sin interés dramático y resaltar el carácter ordinario de una vida humana, desmontando la identificación de criminal = demonio, de aplicación práctica tan sencilla pero de tan fútiles resultados.

Se trata de un nuevo cine de observación y disección. Un cine que parece el de un derrotado, el de alguien que desiste de dar las razones y las motivaciones de los personajes, que reniega de una verdad que no hemos sido capaces de encontrar. O quizás es un cine de progreso, un nuevo cine que lo primero que quiere reconocer es la inexistencia de esa verdad que desde todos los frentes nos quieren grabar a fuego, o que al menos reconoce la incapacidad humana para asimilarla.

Elephant empieza con un cielo y unas nubes en tránsito. Tiro en la cabeza comienza con un mar en reposo. Son el cuadro del lienzo, los límites y el contexto del retrato que vamos a contemplar, el de unos seres pequeños que nos creemos tan grandes como para comprender algo que nos supera.


(1) Carlos Sambricio es crítico e cine y redactor de la revista de cine Miradas.

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