Para celebrar nuestros primeros diez años en Internet, desde Encadenados hemos pedido a un pequeño círculo de amigos que se sumen a este aniversario con un artículo en el que hablen de… esto, de… de cualquier aspecto que les parezca interesante de esta última década. Las generosas colaboraciones de este grupo están recogidas en el nº 59 de nuestra revista, publicado entre enero y marzo de 2009.
Yo, el espectador
Escribe Fernando Torres (1)
15 octubre 2028. Renewyork.
Anoche, en el programa Archeology of Arts de la NCB me hicieron una pregunta, en el transcurso de una entrevista, sobre un artículo mío, publicado hace 20 años, en la hoy Biblia de las eye arts, ENCHAINEDS.
El agudo entrevistador me interpelaba: “¿Diría usted que hay algo de autobiográfico, en su artículo Me cagaste la película de febrero de 2009 en ENCHAINEDS?”. Digerí la pregunta y a continuación, salté como una pantera sobre el presentador e intenté apuñalarlo con la botella de agua mineral, única arma disponible en aquel momento, y que no cumplió su propósito.
Como no han presentado cargos contra mí a cambio de pasar dos días, sedado, en este hospital, he tenido tiempo de recuperar el artículo de marras en mi Memotrak. Juzguen ustedes mismos:
#3…/feb.012/$…2008/.f.torres.encadenados/ME CAGASTE LA PELÍCULA/.
"Cuando tenía, calculo yo, entre 10 y 11 años, ya había desarrollado, sin saberlo, una manía que se puede describir como "mirar demasiado", siempre, por supuesto, referida a los temas de mi interés, que si bien me han proporcionado grandes satisfacciones, también me ha pulverizado no pocas ocasiones de disfrute, algunas de ellas incluso gloriosas.

Al tema: Tarde de domingo en el cine de mi barrio, sesión doble con intermedio del Gordo y el Flaco.
En primer lugar, el plato fuerte (y mi favorito): un western en color, un color inexplicable si tenemos en cuenta que en aquellas fechas aún no se había sintetizado el LSD; a los tres cuartos de película la situación es peliaguda: la carreta volcada y en llamas, varios muertos aquí y allá, el simpático borrachín amigo del protagonista, con el cuello atravesado por una flecha, la heroína caída, con una herida indeterminada, localizada en no se sabe qué parte del cuerpo, pero que se ve claramente que es semigrave. El chico de la película se arrastra a duras penas con una flecha clavada en la chepa, cubierto de polvo y sangrando por la frente. Se produce a continuación la famosa escena, que revuelve las tripas a la chiquillada, en la que los protagonistas se dicen tonterías de amor, robando minutos preciosos al tiroteo…
Y en ese momento, justamente, enfoco el brazo izquierdo del héroe, enfundado en una camisa de color rosa imposible, y advierto que la inmaculada manga presenta un planchado profesional impecable con la raya marcada a escuadra, en medio de la carnicería.
A partir de ese momento todo se viene abajo: la mitad de los apaches llevan la peluca torcida, un heroico defensor lleva la flecha clavada antes de acusar el impacto, algunos revólveres matan al indio correspondiente sin que salga humo por la boca del cañón, la carreta, que se había quemado entera, tiene la lona intacta, sigue el tiroteo, la caballería llega al rescate, pero a mí, particularmente a mí, me han cagado la película.

La posibilidad misma del cine se basa en un fenómeno privativo de la especie humana, conocido como "suspensión de la incredulidad", fenómeno consistente en un contrato entre el espectador y el cineasta que dice:
<Yo, espectador me tragaré lo que sea siempre y cuando mantengas la coherencia hasta sus más mínimos detalles. En caso contrario, quedo autorizado a vituperar, difamar, desacreditar, insultar y en general arrastrar por el fango al responsable (cineasta) por destruir mi credulidad.
Firmado al pie: El Espectador. Acepto las condiciones: El Cineasta>.
Aún hoy no me puedo quitar de la cabeza a las docenas de miserables, que asistieron al rodaje, vieron aquella manga impecablemente planchada y sin mácula en medio de una batalla sangrienta y no hicieron nada. Cobardes".
(1) Tras haber llevado una vida dedicada a los casinos y el juego, y tras haber pasado una etapa centrada en las instituciones públicas y el deporte, Fernando Torres disfruta en la actualidad de su verdadera pasión: la pintura. Su obra sólo se ha podido disfrutar en distintas salas de Valencia… su labor como crítico cinematógráfico es aún más difícil de disfrutar, ya que sólo ha escrito para el aniversario de Encadenados como algo excepcional.
