VICENTE JOSÉ BENET: Ante el placer del cine

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Para celebrar nuestros primeros diez años en Internet, desde Encadenados hemos pedido a un pequeño círculo de amigos que se sumen a este aniversario con un artículo en el que hablen de… esto, de… de cualquier aspecto que les parezca interesante de esta última década. Las generosas colaboraciones de este grupo están recogidas en el nº 59 de nuestra revista, publicado en enero de 2009.  


Ante el placer del cine
Escribe Vicente José Benet  (1)

la_cultura_del_cine.jpgHay películas a las que volvemos constantemente. Con algunas establecemos rituales que pueden llegar a ser caprichosos. Regresamos a ellas, por ejemplo, como una celebración ligada a alguna ocasión especial. Otras veces las recuperamos por sentirnos en un estado de ánimo adecuado para contemplarlas de nuevo. También puede pasar que alguien nos las recuerde de pasada y aparezca en nosotros la urgencia por volver a sentir las emociones y las tramas que apenas recordamos. Incluso periódicamente puede que las redescubramos por azar en un pase televisivo que contemplamos con indolencia.

Para los que se dedican a la enseñanza o la escritura sobre cine, algunas son una visita forzosa que te atrapa por una temporada y que restringe su pleno disfrute por las inevitables fórmulas de la especulación académica o de la crítica. En fin, todos sabemos que, para algunos cinéfilos, el goce con los tonos pastel de un paisaje en technicolor, o el esfumato que perfila los primeros planos del rostro de las estrellas del cine mudo, o las densas sombras de las películas ortocromáticas, pueden ser suficientes para recobrar esa experiencia.

Pero todas estas celebraciones, aunque sean intensas, palidecen cuando nos topamos con la película favorita.  

Sospecho que el lector de estas páginas tiene algo de cinéfilo, por lo tanto, tendrá también una película favorita. La distinguirá porque, en la mayoría de los casos, suele morderse la punta de la lengua antes de confesar el título a otro cinéfilo. En este mundo tan dado a las máscaras, siempre resulta más seguro acudir al canon de las grandes películas para no quedar como un tipo demasiado ex-céntrico/travagante/quisito.

Sin duda, la película favorita resulta difícil de compartir. No sólo porque muchas veces se trate de una película menor pero que toca en nosotros una desconocida fibra, sino porque, al darla a conocer, desvelamos una faceta demasiado íntima, y sentimos que nos hace vulnerables ante los demás por haber revelado una pasión secreta. De modo que resulta más cómodo y seguro acudir al repertorio de las grandes películas que nunca fallan para que quienes te rodean te puede catalogar, decididamente, como un tipo in-telectual/teligente/teresante. Tarkovski es muy resultón para eso (por cierto, es un gran cineasta).

Mi película favorita me sorprende. Como suele ocurrir en estas ocasiones, mi vinculación a ella se produjo en la adolescencia. En esos años, uno devora cine y libros con la intención de que rieguen, sin descanso, ese desierto que avanza implacable mientras se abandona el jardín de la niñez.

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Personalmente, la descubrí en el peculiar cineclub de un internado que un profesor entusiasta dirigía con una pasión contagiosa. Las películas crecían ante nuestros ojos en presentaciones vehementes y en los encendidos debates posteriores. Luego se convertían en objeto de reflexión para el resto de la semana. En cierto modo, desde nuestro aislamiento, esas películas y los inagotables libros de la biblioteca nos enseñaban a vivir. Y aunque éramos demasiado jóvenes para entender las claves que nos ofrecían (casi siempre, lo obvio: la complejidad de la vida vista desde una perspectiva madura), había en esas películas y en esos libros que perduraban en nuestra memoria una promesa que nos daba seguridad en una edad llena de incertidumbres. En el fondo, creo que teníamos la esperanza de que nos permitirían dar respuesta a las pruebas a las que nos sometería la vida cuando llegáramos a ser adultos.  

danielle_darrieux.jpgY así es como apareció la película que me deslumbró. Nunca había oído hablar de ella, ni de su director. Era absolutamente misteriosa. Aunque prácticamente me arrebató desde el primer plano y entré en un estado de estupefacción, la película tenía demasiados ingredientes para que no me gustara o, al menos, para sentirme distante de ella.

En primer lugar, se trataba de una película de episodios, constituida por tres historias diferentes aunque provenientes de la misma fuente literaria. El tono de las historias era sustancialmente distinto, aunque compartían una visión de la vida consecuente con la obra de uno de los más grandes escritores de relatos que han existido. Pero a mí nunca me han gustado las películas de episodios, excepto si Rossellini andaba por medio.

Por otro lado, los temas tratados planteaban sutiles cuestiones morales en torno al amor, el erotismo y la muerte incapaces de ser entendidas a la edad en la que me encontraba. Es bien conocido que la adolescencia es una época abrupta, tosca, poco dada a los matices. Se necesita envejecer para comprender esas cosas, y no estar encerrado con centenares de adolescentes en un colegio alejado del mundo.

Pero había más cuestiones en ese filme. Un elemento particularmente importante para mí era el estilo del director, quizá demasiado relamido, ostentoso, basado en movimientos de cámara y de personajes de un virtuosismo y complejidad que me parecían aparatosos. Desde aquellos años, mi sensibilidad se orientaba más hacia la contención de las formas clásicas, el equilibrio y la aparentemente sobria eficacia del cine clásico de Hollywood. El barroquismo de la puesta en escena, la cámara desatada y la complejidad de las pasiones de los personajes de esa película podían resultar demasiado para mí.

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Pero la película me cautivó. Su serena energía sabía someter la melancolía dominante en los temas tratados a una incontenible joie de vivre. La vejez era un fantasma del que se podía escapar con la máscara adecuada. La redención de cualquier vida era posible en un momento inesperado de revelación divina. Un suicidio fallido conseguía poner el equilibrio en una pasión amorosa condenada a degradarse, dándole una amarga salida a través de una superación moral. Temas importantes, pero tratados, como he dicho, con ligereza, aunque también con gravedad, con melancolía, aunque también con ironía… todo en su justa medida.

Y el milagro consistía en que el estilo encajaba, en este caso, perfectamente. Escondía detrás de su aparatosidad ese compromiso moral con las historias que ponía en pie. La cámara no podía entrar en determinados sitios (como en el caso de un burdel), aunque dejaba que el espectador contemplara todo lo esencial. Bailaba si lo consideraba necesario, o se retiraba. Incluso se lanzaba por una ventana acompañando en su caída a un personaje desesperado, o aguardaba pacientemente a los personajes en sus idas y venidas por la escalinata de un museo.

Ese vaivén imparable, ese movimiento continuo, encerraba en su interior un equilibrio esencial. La tensión dramática se asentaba en las soluciones formales aparentemente livianas y sin embargo tan profundas. Todo encajaba, al menos para mí, en una emoción intensa. Eso fue lo que me atrapó.

Los años han pasado. Los temas me resultan ahora más comprensibles. La promesa de conocimiento que encerraba la película para ese adolescente se ha ido confirmado en algunas de las experiencias atravesadas mientras se envejece. La película me sigue acompañando y me revela, cada vez, el placer profundo que hay en el cine como arte.

Permitidme que no os dé su título. Supongo que no hace falta, pero por si acaso me voy a morder la lengua.

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(1) Vicente J. Benet Ferrando es profesor Titular de Comunicación Audiovisual en la Universidad Jaume I de Castellón. Formó parte del consejo de redacción de Encadenados en su primera etapa, cuando nació como revista impresa. Redactor Jefe de la revista Archivos de Filmoteca. Autor de numerosos estudios y publicaciones especialmente referidas a géneros del cine clásico. Entre sus numerosos libros y trabajos destaquemos Análisis de Lo que el viento se llevó, El tiempo de la crueldad: los filmes de gangster y el efecto melodramático, Ámame esta noche y la estabilización narrativa del musical, Madres, vampiros y mujeres caídas: imaginario femenino de los primeros filmes de gangster, Excesos de la memoria: el testimonio de la Guerra Civil y su articulación fílmica, El tiempo de la narración clásica: los filmes de gangster de Warner Bross (1930-32) y La cultura del cine (Introducción a la historia y la estética del cine)