Secretos y mentiras del museo del exceso
Para un monográfico como el que estamos dedicando en nuestro Rashomon durante enero y febrero de 2011, titulado Benditos fracasos, habría muchos libros que podrían ilustrarlo (sobre intérpretes, directores, movimientos o títulos concretos), así que había que afinar, dar el golpe.
Y ante la avalancha de ofertas, hemos optado por el prolífico
(Sí, eso mismo piensa este cronista, aquí es cuando los puristas se rasgan las vestiduras: ¿libros divulgativos sobre fútbol en el año del mundial, de música para jóvenes y también de cine, todos revueltos… Hombre, juntos sí; revueltos no. Y es algo que pasa en todas las editoriales: ¿o es que Planeta vive sólo de su famoso premio?)
Y si T&B se ha convertido en un referente ineludible en cuanto a biografías (Stanley Kubrick, John Ford, Alfred Hitchcock, Frank Capra, Robert Mitchum, los Hermanos Marx…) y a estudios sobre películas (El Cid, Espartaco, La antigua Roma en el cine…), no es menos cierto que
“Los problemas de Belushi empeoraron la demencial situación de 1941, tanto como el afán perfeccionista de Spielberg en su rendido homenaje a los Three Stooges. El accidente de la avioneta en Hollywood Boulevard se hizo tres veces, cada una de ellas costaba un millón de dólares. También se repitió la complicada secuencia en que una noria cae al Pacífico. Un miembro del equipo imprimió camisetas que reproducían la incauta promesa que Spielberg había hecho a los ejecutivos de
Y esa titánica labor la está desarrollando en dos amplias trilogías: por un lado, ¡Este rodaje es la guerra!, tres libros que recogen selectos documentos, a veces prohibidísimos por los propios protagonistas, en los que se da cuenta de cómo algunas películas han transformado el set en auténticos infiernos para sus protagonistas, sin que ello haya impedido que en ocasiones se conviertan en clásicos (Lo que el viento se llevó, La diligencia, En busca del arca perdida…); aunque en otros casos el resultado del desmadre (casi siempre a la americana) haya sido un terremoto en la taquilla que ha acabado afectando a la carrera de sus directores (La leyenda de la ciudad sin nombre y la jubilación anticipada de Joshua Logan) o incluso a la estabilidad de las propias productoras (La puerta del cielo y la desaceleración de ingresos de
Siguiendo la onda, la segunda trilogía se titula ¡Qué ruina de película! (así, con las imprescindibles admiraciones) y, de momento, cuenta con dos títulos ya publicados.
Siguiendo un plan más o menos cronológico, la primera parte recoge los grandes fracasos del cine mudo (de Intolerancia a Ben Hur), junto a los clásicos del Hollywood de la época dorada (con desparrames como Cumbres borrascosas, Atormentada o Tierra de faraones), para finalizar con los fabulosos años 60, que fueron geniales para todos menos para los grandes estudios, abocados a la desaparición tras no pocos caprichos y sí muchos despilfarros por parte de algunas estrellas menos atractivas para la taquilla de lo que ellas mismas creían: el Charlton Heston de Mayor Dundee y 55 días en Pekín, que compartió cartel con
El segundo volumen se centra en el nuevo Hollywood, para ser más precisos desde finales de los 60 (El extravagante doctor Dolittle, Casino Royale, Mujeres en Venecia…) hasta la debacle de los nuevos niños mimados de Hollywood en los 70, como Scorsese, Spielberg, Cimino o Altman (con un repaso a sus debacles económicas con New York, New York, 1941, La puerta del cielo y Popeye).
“Las sustancias ilegales no son infrecuentes como ‘fuente de inspiración’ para los actores y técnicos de hoy, pero según los cotilleos de Hollywood, nunca había ‘nevado’ tanto como en el rodaje de La puerta del cielo. Un cámara recordaba la experiencia con una sonrisa. <Mucha gente no entiende cómo Cimino pudo gastar tanto dinero en La puerta del cielo>, decía. <¡Es simple! Había veinte millones de dólares para los gastos generales de producción y otros veinte millones para comprar cocaína para el reparto y el equipo>”.
(Sí, eso me temía, aquí es cuando los puristas definitivamente claman al cielo por hacer caso al chisme, al chascarrillo al dato de corto vuelo y afán de escandalizar. Cierto, es lo que hay. Pero fuentes bien reformadas —perdón, informadas, quería decir informadas— aseguran que es lo que hay: allí nevar, nevó como nunca se había visto antes.)
Moteros tranquilos, toros salvajes
Precisamente ¡Qué ruina de función! 2ª parte se centra en gran medida en muchos de los cineastas que aparecen en el excelente libro de Peter Biskind que recoge el auge y caída del Nuevo Hollywood de los 70, aquella época dorada en la que el director era la estrella absoluta… hasta que algunos acabaron estrellándose por el ego (Spielberg en 1941, Cimino en La puerta del cielo), por narices (mejor, por lo que se meten por las narices: Scorsese en New York, New York) o por cojones (Peckinpah en La balada de Cable Hogue, James Ivory en Fiesta salvaje).
Inspiración en los clásicos, de hecho Tejero no inventa nada y he aquí el gran pero que se le puede poner a su colección: si uno ha leído ¡Este rodaje es la guerra! se tropezará de bruces con información sospechosamente familiar a la hora de encararse con cualquiera de los volúmenes de ¡Qué ruina de película!… y es que la documentación no es inagotable y las fuentes son limitadas, por lo que los datos acaban repitiéndose en más de una ocasión.
Además, a veces la fuente es única, por lo que los datos aportados sobre algún rodaje (porque los capítulos vuelven a centrarse sobre todo en el rodaje, aunque en ocasiones se prolongue con el estreno y su dudosa carrera comercial) pueden llegar a resultar demasiado familiares… para este cronista el tema resultó particularmente chocante a propósito de La balada de Cable Hogue, sobre todo si uno ha leído previamente Sam Peckinpah, vida salvaje de Garner Simmons, editado en 2007 por el Festival de Cine de Las Palmas en colaboración con… T&B Editores.
“El rodaje se inició sin un guión acabado. <Empezaron a rodar porque Liza Minnelli tenía un compromiso para ir a Las Vega o algo así>, recordaba Mardik Martin, a quien Scorsese le pidió que reescribiera el borrador del novato Earl Mac Rauch. El director sabía que el guión no estaba terminado. Y observó: <Se te suben los humos y crees que no te hace falta terminar el guión, que podrás arreglarlo en el estudio, cuando empieces. Hay muchos que trabajan así, pero es evidente que yo no podía hacerlo de esa manera. Fue una pesadilla. Estuve escribiendo hasta el momento de filmar el último fotograma. Es imposible hacer una película así” (a propósito de New York, New York).
Pero no es algo en lo que debamos obsesionarnos en exceso: repetimos, la información es la que hay (o la que ha podido conseguir Tejero), por tanto lo importante no es el qué, sino el cómo… y ahí Tejero sí que da un golpe de estado (con perdón) y ofrece un enfoque lúdico, divertido, lleno de citas ingeniosas, acotando el texto con declaraciones de los protagonistas extraídas de las más diversas fuentes, ironizando sobre lo que se veía venir. En definitiva, disfruta exponiendo los datos y eso se nota a la hora de leerlos.
Este enfoque es el que otorga valor al libro, particularmente a esta segunda parte en la que hemos centrado nuestro comentario (en el primer volumen la documentación es, si cabe, más limitada, por lo que los datos muchas veces son conocidos), una manera divertida y amena de hacer crónica cinematográfica, aderezado todo con ese punto de periodismo rosa (ni se imaginan la de líos amorosos que pueden coleccionar Lee Marvin y Clint Eastwood en un solo filme: consulten el capítulo de La leyenda de la ciudad sin nombre al respecto) y unos toques de periodismo amarillo (¿de verdad el ego de Rex Harrison era tan grande como se recoge en el comentario de El extravagante doctor Dolittle?) que le confieren al resultado final el caldo de cultivo preciso para considerarlo uno de esos pequeños placeres de los que uno puede inicialmente sentirse culpable… pero sólo inicialmente.
“Rex Harrison odiaba que le pidieran que interpretara canciones improvisadas en público y había ideado un método para evitarlo. La canción más popular de su repertorio era ‘I’ve grown accustomed to her face’ (‘Me he acostumbrado a su cara’) de My fair Lady. Cuando le pedían que la cantara, Harrison ofrecía una versión que él había alterado sutilmente, y que empezaba con la siguiente frase: <Me he acostumbrado a mi picha>. A continuación obsequiaba a sus espectadores con una versión progresivamente genitocéntrica de esta delicada tonada, parte de una revisión completa del musical que, según informaba el actor a su estupefacta audiencia, había decidido titular ‘My Big Cock’ (‘Mi gran polla’)”.
(Sí, lo mismo sugiere este cronista, es un ejemplo lamentable de sutileza expositiva. ¿Ya les habíamos hablado de lo insoportable que podía ser Rex Harrison, quien llegó a despedir a dos músicos, varios partenaires, alguna cebra y varios chimpancés porque… ¡no le miraban en los contraplanos mientras él cantaba sus canciones!?)
Dos aclaraciones finales: primera, como siempre sucede en los libros con capítulos absolutamente independientes, hay unos más interesantes que otros, pero la posibilidad de husmear en 37 títulos clásicos (en el primer tomo) y otros 23 del Nuevo Hollywood (en el segundo), nos permite saltar de acá para allá, buscando en cada momento aquel título que más apetece leer.
Segunda, que nadie caiga en la tentación en la que a veces parece tropezar el propio Tejero: un rodaje caótico no implica necesariamente un fracaso económico y, ni mucho menos, se puede deducir que el fracaso de taquilla es culpa directa del caos en el plató o del poco interés de la cinta. Mujeres en Venecia, La leyenda de la ciudad sin nombre, La balada de Cable Hogue o New York, New York pueden ser películas costosísimas, espectáculos excesivos, fruto del capricho de un director o una estrella descontrolados… pero para este cronista siguen siendo títulos de gran interés, hayan triunfado en taquilla en su momento o no.
Ah, sí, lo de la trilogía… es cierto. Hemos considerado en todo momento ¡Qué ruina de película! como una trilogía. De momento hay dos volúmenes, pero el hecho de acabar el segundo en los 80 deja un margen de dos décadas en el siglo pasado y otra en el presente siglo: la ecuación en este caso no ofrece dudas y apostamos a que Tejero ya trabaja en ordenar una documentación que en este caso promete ser muy, muy amplia… tanto que quizá deba dividirla en dos volúmenes, uno para cada siglo, y quizá, quién sabe, estamos a las puertas de la primera tetralogía cinematográfica que se publica en nuestro país en los últimos años.
Como en las películas analizadas, el tiempo —y la taquilla— siempre tienen la última palabra. De momento, ahí va una generosa ración de comentarios picantes para rociar el prestigio de más de un intocable. Eso sí, abstenerse paladares exquisitos que sólo buscan sesudos análisis. El solomillo pueden encontrarlo en otros títulos de T&B, aquí todo es mucho más ligero, simples ensaladas de algunos fracasos en taquilla, apto sobre todo para vegetarianos compulsivos. Fueron fracasos sólo en taquilla, aunque a veces nos parezcan unos benditos fracasos.
Escribe Mr. Kaplan