La noche del cazador (1955) de Charles Laughton

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Profecía desechada

La noche del cazador, de Charles LaughtonQueda demostrado, con este filme, que los caminos de la crítica y del éxito de público son tan inescrutables, al menos, como los caminos del Señor. Más allá de aventurar una serie de hipótesis difícilmente verificables o refutables a más de cincuenta y cinco años vista desde el estreno de La noche del cazador (The night of the hunter, 1955), sólo resta dejar constancia de algunos de los múltiples elementos por los que la presente película no sólo ha abandonado el infierno cinematográfico, sino que ha alcanzado la Biblia del canon crítico, formando parte de uno de los cien títulos imprescindibles en casi todas las listas taxonómicas de la cinefilia.

A buen seguro que su transversalidad genérica ha sido un factor determinante tanto para su inicial fracaso como para su posterior reconocimiento. Entre las corrientes del cine infantil, de terror, fantástico, de aventuras, del western, del expresionismo… e incluso del cine religioso y, paradójicamente con lo anterior, del cine realista y social, político, se mecen las hipnóticas secuencias de este cuento de hadas, en donde la perenne lucha entre el Bien y el Mal encuentra una  acrisolada representación.

Como icono seminal de la figura del serial killer, destaca el personaje de Harry Powell, epítome de ese Mal absoluto que, para mayor inri, se reviste con los ropajes y las palabras de un predicador, en una inversión de papeles donde el representante del Bien ejerce un satánico sadismo, una diabólica violencia, que responde a dos de los pecados capitales: la codicia (la fascinación por el dinero) y, especialmente, su visceral odio a la vanidad, plasmada ésta en la piel de todas aquellas mujeres con las que se cruza.

Racionalmente, su instinto psicótico responde a un mesianismo misógino, tal como pone de manifiesto en los parlamentos que entabla con Dios al que, según Harry, no le importa que él mate, pues la propia Biblia está llena de muertes (como escenario que lo corrobora aparece un cementerio durante el “diálogo”), “pero hay algo que tú odias, Señor. Los seres perfumados, seres perezosos, seres con cabellos ondulados”. La mueca en que se retuerce el rostro del predicador, la violencia que descompone sus facciones evidencia la “verdad” y “sinceridad” de su discurso.

Robert Mitchum protagoniza la única película dirigida por Charles Laughton

A modo de espada vengadora, Harry blande una afilada navaja, su instrumento ejecutor, cuya hoja es un símbolo de su excitación interior, un acto reflejo que se activa delante de todo componente erótico, vital. Tal es el caso de su detención mientras contempla un espectáculo de striptease: la imagen de la bailarina desata su iracundia, metonímicamente reflejada en la hoja de la navaja que rasga el bolsillo de su chaqueta: “Hay tantos seres así, no las puedo matar a todas”, le confiesa a Dios.

Sin embargo, el arma “positiva” de Harry es su elocuencia. Su capacidad de seducción ante la que las mujeres caen rendidas es la palabra. Al fin y al cabo, constituye un sucedáneo de donjuán sin el objetivo erótico, sin el impulso sexual; un barbazul que obvia el contacto carnal, lo desprecia, siendo su único gesto “sensual”, su único contacto carnal con las mujeres la fría penetración del acero de su instrumento ejecutor.

Todas las mujeres de la historia son embaucadas por la retórica de Harry: la viuda Willa Harper, madre de los niños protagonistas; su confidente en labores celestinescas Icey Spoon, dueña de la tienda de helados donde Willa trabajará después de la detención y ajusticiamiento de Ben Harper; Ruby, una de las “arrecogidas” de la señora Cooper, la única mujer ante la cual los encantos de Harrry fallarán, posiblemente por su condición de mujer mayor, conocedora del mundo y de los ardides de los hombres. Incluso Pearl Harper, la niña protagonista, ha de reprimir su amor por su “padrastro” por las severas admoniciones y la vigilancia constante de su ángel custodio, su hermano John, pues ella desde un principio cae rendida ante Harry Powell.

El director se ceba con las mujeres de la historia. En cierta medida, la misoginia psicótica del falso predicador está justificada diegéticamente: Willa no está en casa cuando su marido herido, después del atraco que ha cometido, llega a su hogar. Le pregunta a los niños dónde está mamá y su hijo mayor le responde que de compras: los niños están solos, abandonados.

Todas las mujeres de la historia son embaucadas por la retórica de Harry

La débil Willa se dejará influir por los consejos de la señora Spoon y aceptará a Harry como marido, después de que ésta, durante la fiesta a orillas del río, haya proferido un discurso sobre el amor y el matrimonio en el que muestra su claro desprecio por su marido y aboga por la necesidad de que las mujeres se casen por amor, sin pensar en el sexo, relegado para los hombres exclusivamente.

La joven Ruby también cae en las redes de Harry, que la utiliza para conseguir información sobre John y Pearl Harper. Resulta patética su presencia delante de la prisión, cuando la turba se acerca para linchar a Harry, en una especie de culto amatorio a pesar de todas las atrocidades, ya verificadas, que su “amor” ha cometido.

La señora Cooper es el único dique moral y físico contra el omnipresente y ubicuo predicador-asesino. Ella es consciente de la vanidad que gobierna a las mujeres de la época, de su fácil disposición para dejarse seducir por los hombres y de las nefastas consecuencias que esto acarrea. Contemplando a una joven pareja abrazada, afirma en voz alta: “Ella perderá la cabeza a la luz de la luna y yo pagaré las consecuencias”, es decir, tendrá que hacerse cargo del niño producto de esa seducción, tal como unos momentos antes, en una secuencia en que una madre soltera se ha acercado a su hija, una de las pupilas recogida en casa de la señora Cooper, dicho encuentro le hace pronunciar: “Las mujeres están locas, locas”. O cuando posteriormente descubra el engaño al que la ha tenido sometida su pupila Ruby, que fingía ir los jueves a la ciudad a clases de costura para, en realidad, estar con chicos, y regresa a casa con un objeto significativo: una revista de cine en cuya portada hay una pareja a punto de besarse (excelente guiño del director sobre la función del cine, de cierto cine, claro), mientras se derrumba confesando: “me siento mala”; confesión que no es óbice para acudir presta al reclamo de Harry cuando asedia la granja y dificultar la labor de vigilancia que ejerce la señora Cooper, que vuelve a proclamar: “Las mujeres son tan tontas…”.

Este compendio del Mal que es Harry Powell tiene asociado como leitmotiv el estribillo de un himno bíblico perteneciente al Deuteronomio: “Leaning on the Everlasting Arms” (“Apoyado en los brazos eternos”).

Este compendio del Mal que es Harry Powell tiene asociado como leitmotiv el estribillo de un himno bíblico perteneciente al Deuteronomio: “Leaning on the Everlasting Arms” (“Apoyado en los brazos eternos”). Esta canción se convierte en un verdadero atributo del personaje, en su carta de presentación. Puestas en su boca, las palabras de la canción alcanzan un valor de premonición, de presagio adverso, de muerte, deslexicalizando su original valor de himno de salvación, refugio, consuelo y vida. El fatídico cantar adquiere un sombrío carácter agorero, un anticipo de la presencia del mal, igual que el mal olor lo es del diablo. Sólo al final se verá contrarrestado su influjo negativo cuando la señora Cooper entone el himno, durante su noche de guardia y vigilia frente al acechante depredador-predicador, en un combate canoro en el que se le restituye su verdadero valor al himno bíblico.

De igual manera, la frialdad espeluznante del Mal se corporiza mediante el automatismo y la animalización. En dos secuencias deudoras del icono del Frankenstein creado por Whale, Harry extiende los brazos como si se tratara de un autómata: en el sótano a punto de atrapar a los niños y en la orilla del río cuando surge de improvisto entre la maleza con intención de apresarlos. Su animalización viene remarcada por la furia que siente aquéllos se le escapan, emitiendo una queja a modo de lamento y aullido cual hiena y, posteriormente, cuando recibe el disparo de la señora Cooper. Más que una persona es una fiera herida, la alimaña incansable que ha mantenido una persecución implacable de su presa a lo largo de toda la historia. En cierto modo, se invierte el tópico cristiano del homo viator, del hombre como peregrino, en este caso una especie de perro de presa ubicuo y omnipresente, que nunca duerme, incansable, inhumano.

Frente a este monstruo despiadado, en cuyos nudillos aparece el tatuaje más famoso de la historia del cine (love/hate, amor/odio, con múltiples secuelas en el imaginario de los psicópatas cinematográficos posteriores), aparecen los integrantes del Bien, la joven pareja de hermanos desvalidos, abandonados a su suerte, huérfanos sobrevenidos por la inconsciencia de sus progenitores y por los duros tiempos que les ha tocado vivir. Son los representantes de una inocencia redentora, de una candidez y bondad ausentes del mundo que les rodea.

Harry Powell es monstruo despiadado, en cuyos nudillos aparece el tatuaje más famoso de la historia del cine (love/hate, amor/odio, con múltiples secuelas en el imaginario de los psicópatas cinematográficos posteriores)

La semilla del Mal se introduce en su entorno familiar desde dentro, debido al robo que comete su propio padre, a pesar de que estuviera motivado como medida preventiva para evitar que sus hijos pasen hambre, tal como Ben Harper le comunica a su compañero de celda en prisión, Harry Powell, mientras espera el cumplimiento de su sentencia de muerte. Esta acción con fines de salvaguarda se convierte en el detonante de las desgracias de los pequeños. Ben Harper, perseguido por la policía, obliga a su hijo John a realizar un doble juramento: proteger con su propia vida la de su hermana pequeña y no revelar nunca dónde está el dinero del atraco que su padre acaba de perpetrar con funestas consecuencias, pues ha debido matar a dos personas.

La asunción de ese juramento y su leal cumplimiento y observancia por parte de John pone fin a su inocencia, acaba con el paraíso perdido de la infancia y brutalmente lo introduce, lo arroja al mundo. A partir de ese instante, tiene que asumir las funciones impuestas por su propio padre, amén de intentar redimir la desviación moral, el mal acto, por él cometido.

El resorte que pondrá en marcha la función impuesta a John será la irrupción de un Mal externo: el predicador Harry Powell. Mientras la madre esté viva, John podrá sortear, con mayor o menor fortuna, los embates de su acosador. La muerte de la madre, el asesinato por su nuevo marido en una escena llena de lirismo y deudora del rito sacrificial del cordero degollado, asumido plenamente por una Willa Harper totalmente sometida a la superstición religiosa de Harry, en una interiorización de su culpa, motivada por la vanidad, causante de todas las desgracias, deja el campo expedito a los aberrantes instintos parricidas del codicioso predicador.

La solicitud de ayuda al tío Birdie, encargado del embarcadero, resultará infructuosa. Casualmente ha descubierto el cadáver de Willa en el fondo del río, lo cual lo ha descompuesto literalmente

La solicitud de ayuda al tío Birdie, encargado del embarcadero, resultará infructuosa. Casualmente ha descubierto el cadáver de Willa en el fondo del río, lo cual lo ha descompuesto literalmente, induciéndole a emborracharse por miedo a ser acusado del asesinato. Este personaje masculino también había dado muestras de su debilidad y misoginia cuando, frente al retrato de su difunta esposa, que hace veinticinco años que murió pero que todavía no deja de mirarlo-controlarlo, expone que “hay que ver lo que una mujer es capaz de cargar en la espalda de un hombre en cuanto éste se descuida”.

No obstante, la vieja barca de Ben Harper será el instrumento que propicie la huida in extremis.

Toda la mitología asociada al río se hace ahora evidente. Por un lado, al modo de Moisés y tantos otros personajes literarios (Amadís, Tristán…), será el espacio por el que se canalice la huida. El descenso del río como itinerario de salvación. En este punto, hay una clara deuda con la tradición norteamericana inaugurada por Mark Twain en las novelas de Tom Sawyer y Huckleberry Finn.

Este periplo fluvial se teñirá de un carácter onírico, fantástico, propio de los cuentos de hadas, propiciando la irrupción de lo maravilloso a través de la presencia de toda una fauna literaria, un bestiario fabuloso que se convierte en testigo del viaje y la escapada: la telaraña, el zorro, los conejos, la tortuga, la lechuza… En paralelo con estos observadores de una naturaleza idílica, Harry emprende la persecución por la ribera del río a modo de una especie de Lady Godiva maligna, a lomos de un impoluto caballo blanco frente al que su atuendo negro y siniestro todavía contrasta más.

Este periplo fluvial se teñirá de un carácter onírico, fantástico, propio de los cuentos de hadas

El éxodo de los huérfanos en busca de la tierra de promisión finalizará cuando la barca quede varada en la orilla y en un diáfano amanecer sean recogidos por una “bruja” buena, una especie de madrastra benefactora, una blancanieves anciana, sabia y generosa que cobija a una serie de “enanitas”, jóvenes chicas de las que sus padres no se pueden hacer cargo o de los que carecen. En este ámbito de recogimiento, en este refugio John podrá transferir su pesada carga custodia a la señora Cooper, volviendo a recuperar la inocencia que las circunstancias y las obligaciones impuestas le habían arrebatado.

Aquí tendrá lugar el combate final entre el Bien y el Mal. Aquí hará acto de presencia el infatigable e incansable predicador. Hasta aquí sembrará sus malas artes, sin que hagan mella en la vieja y sabia señora Cooper. Ella se erigirá como baluarte inconquistable, como valedora del desvalimiento de los huérfanos. Su propio dolor por el abandono de su hijo se proyecta en sus pupilos. Su fuerza física y moral la extrae de las enseñanzas bíblicas. Su tarea redentora repercute sobre los niños: “Soy un árbol fuerte con ramas para muchos pájaros. Todavía sirvo para algo en este cansado mundo”. La historia del Faraón y de Moisés se superpone a la historia del rey Herodes. El otro gran infanticida empieza el asedio desde el jardín de la granja.

La película se cierra de manera circular: la detención de Harry por la policía es un calco de la escena de la detención de Ben Harper. Frente a la impasibilidad con la que asistió a la primera, esbozando un gesto de dolor que le atrapó el alma y se la robó, ahora John estalla, proyectando sobre el asesino de su madre todo el dolor y la ira contenida que albergaba en su interior: John se retuerce de dolor y corre hacia Harry, esposado en el suelo, al cual golpea con la muñeca de Pearl donde estaba escondido el botín del atraco, al mismo tiempo que grita desgarradamente: “Quédatelo, papá, es demasiado dinero”.

El posterior juicio muestra explícitamente el trasfondo social que algunas secuencias han ido diseminando a lo largo de la narración. John es incapaz de articular palabra en contra del acusado. Sin embargo, la turba asistente al juicio, a instancias de la señora Spoon, su anterior valedora, empieza a reclamar justicia contra el nuevo Satán, el Barba Azul asesino de mujeres. La furia se desata. Aquí la película retoma el clima y el furor de la masa que ya mostró Fritz Lang en Furia, incluso en M, el vampiro de Düsseldorf.

La noche del cazador, una película con imágenes deudoras de Fritz Lang y John Ford

Asimismo, a lo largo de la persecución por el río hay una secuencia deudora del Jonh Ford de Las uvas de la ira, cuando Harry está junto a una fogata rodeado por un círculo de jornaleros, recolectores de fruta, profiriendo un nuevo discurso pseudo-religioso contra los jóvenes.

Y es que el paisaje histórico de los dark thirties acompaña todo el desarrollo del periplo argumental, en un segundo plano, pero con una impronta indeleble. La escena en que el verdugo de Ben Harper regresa a su hogar, después de realizar su desagradable tarea, ofrece una imagen desoladora de la situación económica por la que atraviesa el país. Antes las dudas de si abandonar su macabro oficio, su mujer lo confronta con la dura realidad económica y lo hace desistir, al igual que la contemplación de sus hijos durmiendo plácidamente en la cama, imagen que recurrentemente aparecerá en la trama como muestra de la inocencia y de los horrores que la acechan.

Los habitantes a orillas de este río son los prototípicos blancos pobres, abonados por su ignorancia e incultura a todo tipo de supersticiones y supercherías. Valga de ejemplo cuando el señor Spoon achaca, en un primer momento, la partida de Harry y los niños a que hayan sido secuestrados por los gitanos, ya que se acusa a uno de ellos de haber disparado a un granjero y de haberle robado un caballo. Una carta de Harry disipa sus temores, aunque a reglón seguido vemos a Harry montando un caballo. Este fascismo larvado, dispuesto a brotar a la menor ocasión, no sería muy bien recibido por el público de los años cincuenta. Por lo que de crítica de la actualidad pudiera desprenderse. La caza de brujas todavía estaba muy reciente.

En fin, realizar cábalas sobre el fracaso en su estreno de este filme es una tarea baladí.

Este poema visual contenía y contiene una fuerza, un halo, un misterio hipnótico que el paso de los años acrecienta, que sus repetidas visiones aquilatan.

Ese Mal que en la película queda tan bien delimitado y personificado no ha hecho más que expandirse en nuestras sociedades. En estos tiempos de crisis los terrores que destilan las imágenes de la película se renuevan. Los mecanismos para combatirlos, en cambio, se disipan.

Desconfiad de los falsos profetas que se cubren con pieles de cordero, pero que en su interior son lobos furiosos. Por sus actos los conoceréis”. Esperemos descubrirlos y desenmascararlos.

Escribe Juan Ramón Gabriel

Ese Mal que en la película queda tan bien delimitado y personificado no ha hecho más que expandirse en nuestras sociedades