Inseparables (Dead ringers, 1988)

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Patológicamente ligados 

inseparables02Cronenberg realiza una perfecta radiografía de las vidas de los gemelos y ginecólogos Beverly y Elliot Mantle, cuyo destino está unido desde su nacimiento.

Para empezar la narración elige mostrar dos momentos clave en sus existencias: primero, una escena cotidiana de su adolescencia en la que somos testigos de cómo su relación con el mundo va a ser irremediablemente patológica; y segundo, nos sitúa en el momento en el que ya han decidido a qué dedicarán sus vidas, la ginecología, y que juntos serán brillantes en dicho campo.

Toda su existencia gira en torno a una especie de equilibrio disfuncional que han perfeccionado a lo largo de los años. Su relación está cimentada sobre una serie de normas no escritas que sólo ellos conocen. Comparten todo, hasta las mujeres, su vida no es satisfactoria para ellos si su hermano no conoce hasta el más mínimo detalle de lo que han hecho. Y aun mediante este acuerdo no consiguen en ningún caso algo cercano a la felicidad, simplemente van completando éxitos profesionales y andando por el mundo sin conseguir colmar sus deseos emocionales. Su vínculo no les permite desarrollarse como individuos, quedando encerrados dentro de una enfermiza relación.

Esta patología puede observarse en incontables ocasiones durante el filme, por ejemplo, mientras Elliot recoge premios que ambos han conseguido, Beverly se queda en una habitación aislado del mundo. Asimismo, una clara muestra de lo lejos que están de la normalidad se observa cuando Elliot viaja y tiene un encuentro con unas gemelas a las que pide que una le llame por su nombre y otra por el de su hermano gemelo.

Ni siquiera ellos mismos con capaces de trazar la línea donde empieza uno y acaba el otro, en sus momentos de mayor inseguridad y exilio emocional es cuando esta difusa línea aún desaparece más siendo totalmente invisible.

Son hombres adultos pero nunca llegan a madurar, debido a su incapacidad para romper el vínculo que les une. Esa unión es tan profunda y tan ajena al mundo real que cuando se produce un pequeño movimiento hacia lo desconocido en ese falso equilibrio que ellos han desarrollado, sus vidas se ven golpeadas, quedando a la deriva, sin rumbo. Esta situación tiene lugar cuando una mujer irrumpe en su imaginario mundo, en principio para ser una más de una larga lista pero se convierte en indispensable para Beverly, despedazando la falsa perfecta relación con su hermano que se ve perdido sin la constante presencia de su gemelo.

La figura de Claire resquebraja su mundo, Beverly se ve expuesto a los peligros del mundo real y no sabe lidiar con ellos, deviniendo en una espiral de drogas y autodestrucción. Este es el principio de su fin, teniendo un colofón previamente anunciado, dado que sus personalidades no les permitían llevar una existencia rutinaria sino quedar siempre al margen de la sociedad.

Tanto su inicio como su fin están predeterminados, cada paso que dan, hacia adelante como hacia atrás, no lo pueden dar el uno sin el otro. Lo que el brillante guión de Cronenberg y Snider nos muestra es que, al final, son la misma persona dividida en dos cuerpos. Una sola alma dividida en dos entes que no son más que lo mismo.

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Elliot y Beverly, un ente en dos cuerpos

Como ya hemos comentado, a pesar de ser dos individuos, sus personalidades no están separadas, se complementan el uno al otro. El introvertido y responsable Beverly no conseguiría llevar a cabo su trabajo y seguir adelante sin la gran autoestima y brillantez de los que hace gala Elliot, que a su vez no lograría premios y reconocimiento sin la ayuda de su hermano.

En realidad estos gemelos nunca se separan, siempre están unidos, no solamente por su imagen sino que tienen una dependencia absoluta el uno del otro.

Al no lograr nunca divergir se provoca un final anunciado. Si hubieran logrado separarse como dos individuos no hubieran acabado en un final tan trágico como el que acontece. El momento clave en el que sus mundos acaban tal y como los conocen no sirve para que se hagan fuertes en solitario sino que crea aún más dependencia del uno del otro. Al no romper nunca el cordón umbilical que los une se aventuran hacia un trágico desenlace que son incapaces de evitar a pesar de su inteligencia, dado que poseen un alto cociente intelectual pero adolecen de inteligencia emocional.

Los rasgos de los gemelos no están distribuidos de manera aleatoria por sus creadores, sino que dicha distribución posee claras intenciones. Por un lado tenemos a Beverly, que parece ser el más débil e introvertido, mientras que para Elliot se guardan la confianza o elegancia, entre otros. Pero ambos son tremendamente frágiles de cara a la sociedad, al estar separadas físicamente las características que completan a una persona, por separado son fáciles de destruir. Las características que poseen por separado no son suficientes para desarrollarse en la sociedad y son incapaces de adquirir rasgos que posee su gemelo.

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El simbolismo

La historia de Bari Wood y Jack Geasland, basada vagamente en una historia real, está repleta de simbolismo. La mujer de la que Beverly se enamora posee una extraña mutación ginecológica, es decir, posee un rasgo patológico, esto llama su atención desde el punto de vista intelectual y supone también un reto para una persona brillante como él, dado que cuando empieza a sufrir alucinaciones crea unas herramientas especiales para tratar a mujeres que posean un tipo de mutación.

Aquí se nos dan pistas de que el fin de los protagonistas está cerca dado que al principio de sus carreras crearon una herramienta que les llevó a ganar un premio pero su última creación sólo conlleva a que le aparten de la medicina por mala praxis.

El momento más cargado de elementos simbólicos de la película es su final, momento en el que los gemelos, conscientes de su patológica unión, deciden que ha llegado el momento de separarse ellos mismos quirúrgicamente mediante un procedimiento que les conducirá a su muerte. Dicho momento no es la primera vez que ocurre en la cabeza de uno de ellos sino que era una frecuente pesadilla, ¿o no?, que rondaba su mente.

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Jeremy Irons

El papel de los dos hermanos lo interpreta de manera excelsa el británico Jeremy Irons que demostró una enorme valentía al aceptar un reto que previamente rechazaron Robert DeNiro y William Hurt, el primero al no querer interpretar a un ginecólogo y el segundo porque pensaba que “ya era suficientemente complicado interpretar un solo papel”. Finalmente, llegó el papel de los gemelos Mantle a Irons, quien no malgastó la oportunidad para demostrar su enorme talento.

Irons no solamente sale airoso de la situación sino que realiza uno de los mejores trabajos de su trayectoria. Los dos personajes están claramente diferenciados gracias a sus gestos e inmaculadas interpretaciones. No solamente debió abordar dos papeles y llevar el peso total de la película sobre sus hombros sino que dado que estamos ante un filme de gran carga emocional que recae sobre él en un 99%, tuvo que realizar un trabajo titánico, quedando los demás personajes apartados del núcleo de la película, él. Podemos afirmar que el resto del casting son planetas que giran alrededor de un brillante sol —Jeremy Irons—.

Las escenas con las que Irons nos deleita tuvieron que ser complejas en el rodaje, ya que, cuando los dos hermanos mantienen conversaciones, no tenía al verdadero personaje junto a él para darle la réplica sino que fue él mismo quien llevó a cabo todo el trabajo.

Interpreta dos papeles protagonistas de tremenda carga emocional y complejos por separado y lo más importante juntos, consiguiendo mostrar una vulnerabilidad extrema, para al minuto siguiente dar forma a un hombre de tremenda confianza.

Destaca sobre todo el cénit del filme en el que un gemelo ha matado al otro y Irons deambula de un lado a otro de la habitación, perdido, delicado, repitiendo el nombre de su hermano sin asumir que está muerto y que muy pronto lo estará él.

Todo esto es posible gracias al guión y a la impecable dirección de Cronenberg, cuyos planos ayudan sobremanera a que un mismo actor pueda dar vida a dos papeles.

Escribe Sonia Molina

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