4:44 Last day on Earth (2011), de Abel Ferrara

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La serenidad y el fin del mundo  

4_44_last-day-on-earth-4Uno de los aspectos que atraen tanto del cine de Abel Ferrara es la forma tan visceral que tiene de realizar películas. Me refiero aquí al hecho de realizarlas tal y como las siente, sin ningún tipo de consideración a lo que puedan resultar o como se las pueda evaluar. Es decir, saliendo directamente de las tripas, si me permiten la expresión. Fue de esta manera como empezó a hacer cine y, salvo en alguna que otra ocasión, todavía mantiene.

Este último trabajo de Ferrara proviene a mí ver de esa manera de hacer tan íntima y visceral sobre un tema que estaba “muy en el aire”, como el mismo diría durante su estreno mundial en Venecia. En 4:44 Last day on Earth los científicos anuncian que en el día de mañana a las 4:44 el mundo llegará a su fin, debido a un masivo desgaste de la capa de Ozono que protege la tierra. Sin embargo, el espectador no verá ni grandes efectos especiales, ni explosiones o personajes que salven al mundo en el último momento.

La acción se centra en una pareja, Cisco (William Dafoe) y Skye (Shanyn Leigh) que comparten su vida, y el último día de ésta, en un apartamento en Nueva York. Ella es una joven pintora, él en cambio, un actor maduro y de éxito. Ambos se aproximarán de manera muy diferente a la idea de un final inminente: harán el amor, discutirán, se abrazarán y mientras ella continua trabajando en su obra y haciendo meditación, él se dedicará a deambular por las calles, a contactar con familiares y amigos por el Skype, a contemplar y a vociferar por su propia desesperación a las gentes en un último intento por asimilar emocionalmente su despedida del mundo.

Last day on Earth es, por una parte, un trabajo extraño en donde se pueden ver escenas cautivadoras entre una mezcolanza de catastrofismo, nihilismo y dosis de espiritualidad. Por otra parte, es también un trabajo muy personal y eso de mostrarse ante la cámara nunca llega a ser nada fácil.

El personaje de Cisco es el alter ego de Ferrara, el de Skye está interpretado por su actual compañera sentimental y el guión recoge inevitablemente muchísimos aspectos personales. Es quizá esa cercanía la que llega a resultar casi insoportable, pues este último trabajo de Ferrara es para mí tan fascinante como desconcertante y perturbador.

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La muerte es sin duda un fenómeno de la vida y la manera de hacerse ésta presente es única para cada uno de los seres humanos. Sin embargo, Ferrara insiste en la idea de una aniquilación global de la vida en la tierra sin establecer distancia alguna entre cosa, ser viviente o humano. “No importa donde viva o cuánto dinero tenga, todos sufriremos el mismo destino en el mismo momento”, dice un moderador de noticias a través de la pantalla del televisor.

Sin embargo, que todos compartan la posibilidad cierta de la muerte no significa que ésta sea igual para cualquier ser viviente. La presencia de la muerte autentifica la existencia humana, diría Heidegger, y es precisamente esa dimensión humana la que se pierde entre las imágenes mediales que observan los personajes antes de la inminente desconexión final.

El personaje de Skye, interpretado por Shanyn Leigh, está en cierta manera desdibujado. Por un lado, trae en apariencia la serenidad, la creatividad, así como una fuerza transformadora. Por otro lado, su actitud tantrista esconde una postura de autoengaño: si no pienso más en ello, es como si no existiera, parece decirse Skye, una actitud de la cultura del pensamiento positivo que me irrita profundamente en su personaje. “Esto es nuestro amor”, dirá Skye refiriéndose a la luz intensa que sobreviene instantes antes de cumplirse las 4:44, pero, ¿es ciertamente su amor? ¿O surge del propio temor e inseguridad de los personajes? Esa pregunta permanece.

El personaje que interpreta Dafoe parece revelarse desde la más pura desesperación; colocándose por última vez con sus amigos, paseando por las calles de New York que recuerda a esa manera tan particular de filmar de Cassavetes, e incluso llevando la contraria, enfurecido, al propio Dalai Lama en un discurso por televisión. William Dafoe lleva sin duda el peso interpretativo de la película. Sin embargo, la otra protagonista es la luz y todo lo que la rodea: sus cambios de tonalidad, sus colores y la atención que atrae ésta, haciendo que los personajes miren como nunca lo hicieron antes a ese cielo que está a punto de desaparecer.

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La película fue presentada en el pasado Festival de Venecia y después del pase de prensa ya se podía notar la decepción que rondaba entre muchos periodistas: es lo malo de tener siempre tan alto el listón de las expectativas. Supongo que Ferrara se enteró de esta no tan buena acogida o quizás simplemente vio al día siguiente que la sala de prensa no se llenó ni un tercio de lo habitual. Sea lo que fuera, lo cierto es que en la rueda de prensa el realizador se mostraba más cansado de lo normal.

En un video de su página web explica las circunstancias de la premiere en Venecia y lo irritante que era que periodistas le preguntaran “the same fucking stupid question”. A saber, la pregunta sobre el origen de la idea del proyecto y la razón de realizarlo ahora. “Quién coño lo sabe”, dice Ferrara, pero en esta frase se esconde la dificultad que supone para el realizador expresar en palabras un proyecto que resulta tan personal e íntimo como lo es 4:44.

En el mismo video señalaba que “después de los seis primeros días del festival todo el mundo hace las maletas y se dirige hacia el festival de Toronto”. Así que deduzco que la poca asistencia de periodistas a la rueda de prensa en Venecia influyó efectivamente en su ánimo. Sin embargo, no todos fueron hacia Toronto, algunos permanecimos en Venecia pudiendo resumir algunas de las declaraciones más interesantes, a pesar de la fuerte tendencia que mostró Ferrara por no concluir nunca sus frases.

A la pregunta sobre la serenidad que se da en la película con respecto a algunos personajes contestaba Dafoe: “No estoy seguro de que al final sea todo tan sereno. Para mí el tema del fin del mundo es una especie de convención, (…) esta pareja tiene que tratar consigo misma en el ahora, tienen que tratar con cuestiones tan elementales como: ¿qué somos los unos para los otros?, ¿qué responsabilidades existen? Y todo esto reflejándose en el pasado. ¿Sereno?, no estoy seguro de ello, pero me imagino que es la única elección que tienen al final”.

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La película fue rodada íntegramente en formato digital y el propio realizador explicaba que aunque tenían a un equipo consultor científico a disposición para todo lo concerniente a los fenómenos que rodean a la capa de ozono, él prefirió concentrarse en la luz y en el área crepuscular más que en la realidad científica. De hecho, usaron constantemente auroras boreales generadas por ordenador y ningún otro efecto especial.

Aparte de la luz, que es básica a la hora de crear la atmósfera de la película, Ferrara admite que 4:44 tiene mucho de él mismo: “la película está definida por la luz, por cómo se presenta y actúa, también por lo que hay físicamente en la habitación, por la lucha del personaje, por la música… Sí, se trata de mí… Soy yo”.

Sobre la importancia de los medios de comunicación multimedia en la película comentaba el realizador que se trata de algo que constantemente nos rodea: “veo a esos chicos en el metro con sus teléfonos conectados al mundo entero, también puedes ir a Internet y ver tu propia casa y puedes verte en Google Earth mirándote a ti mismo. (…) Si pones la cámara enfrente de un espejo se ve y funciona indefinidamente y esto es lo que hace Internet, (…) hay cámaras en cada esquina, también tienes una cámara enfocando a tu cara en tu ordenador”.

Sin duda la declaración que me resultó más interesante es la que se refería a su manera de hacer cine: “puedo ver en las películas que hago… el poder estar al otro lado del espejo, pero principalmente son sobre personas. No importa si son sobre el fin del mundo, sobre vampiros o que sean sobre géneros cinematográficos específicos… estas películas son siempre sobre individuos enfrentándose a su vida diaria, encontrándose a si mismos y encontrándose los unos a otros”.

Escribe: Laura Bondía

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