70 minutos para huir (Miracle Mile, 1988)
Sin temor a equivocarme, puedo afirmar que 70 minutos para huir o 70 minutos para morir, como se la ha nombrado en algunos escritos (Miracle Mile, 1988), puede constituir uno de los títulos menos conocidos de temática postapocalíptica que hayan llegado nunca a nuestro país.
Presentada en el marco del Festival Internacional de Cinema de Catalunya de Sitges en 1999, donde se alzó con un premio a los mejores efectos especiales, el film nunca disfrutó de estreno comercial en España, mientras que en su país de origen tan sólo llegó a recaudar la mitad de su ya de por sí exiguo presupuesto, que fue de apenas tres millones de dólares. Podemos hablar ya de un film “maldito” que con el paso de los años se ha convertido en una pequeña joya de culto reivindicable.
Estamos ante una propuesta que arranca con un perfil muy bajo: una pareja se conoce en un museo paleontológico y se gustan. Comienzan los pequeños escarceos visuales hasta que el protagonista decide invitarle a salir. Quedan en que la pasará a recoger por el restaurante donde ella trabaja por la noche, pero un inoportuno corte de luz impide que el acuda puntual a la cita, por lo que cuando llega al lugar de encuentro ella ya hace tiempo que ha marchado.
Hasta ahí todo bastante insípido y anodino. Dicha tardanza da pie a que nuestro héroe coincida en el bar de carretera con una serie de personajes noctámbulos y taciturnos que parecen recién salidos de la película ¡Jo, qué noche! (After Hours, 1985) de Martin Scorsese, film pionero en cuanto a aventuras nocturnas se refiere.
Cuando va a abandonar el recinto, una llamada telefónica anónima en una cabina cercana le alerta con voz de pánico sobre una serie de acontecimientos bélicos que apenas puede llegar a comprender. Se trata de algo acerca de unos misiles nucleares que han sido lanzados por parte de los rusos en represalia a un ataque preventivo de los Estados Unidos y que abocan a la población a tener que resguardarse ante lo que es un peligro real de destrucción masiva del planeta. El hombre al otro lado de la línea telefónica piensa que está hablando con su padre y no sabe que ha equivocado el número.
A partir de ese momento, la paranoia y la demencia se apoderan de todo aquél que va conociendo el cariz que van tomando los acontecimientos. Lo que era una comedia juvenil al uso, ha mutado de forma magistral con tan sólo un giro de guión en un relato de ciencia ficción de supervivencia.
El desarrollo de la trama crece en interés a medida de que se va agotando el tiempo límite de huida hacia alguna parte. La cámara se mueve a ritmo frenético para mostrarnos el calidoscopio humano llevado a su extremo más absoluto, en un in crescendo imparable de locura y enajenación donde se alternan escenas de saqueo y pillaje en una labor de montaje simplemente espléndida. Todo ello desembocará en una escena colofón que dejará a más de uno boquiabierto por su atrevimiento y riesgo, aunque aquí, claro, no la desvelaremos.
La gracia que sustenta el misterio del film es la de que durante todo el periplo jamás se informa al espectador de si todo se ha tratado de una simple broma o realmente el planeta se halla al borde del colapso nuclear. No será hasta esa última y muy comentada escena cuando todo quede aclarado.
En cuanto al equipo técnico y artístico se refiere, el nombre más conocido de todos los que aparecen en el film es el de Anthony Edwards, famoso por ser uno de los protagonistas de la longeva serie de televisión Urgencias, pero que ya con anterioridad había despuntado en otros trabajos cinematográficos como Top Gun, Misteriosa obsesión o la más reciente Zodiac, de David Fincher. Del resto del reparto tan sólo destacar la presencia en un rol secundario de Denise Crosby, la nieta del maravilloso Bing Crosby que luego se convertiría en tripulante fija de la Enterprise en Star Trek, la nueva generación.
Relevante es también destacar la labor de fotografía del veterano cineasta holandés Theo van de Sande, en la que fue una de sus primeras y más meritorias obras (luego vendrían otras como Blade y Crueles intenciones hasta que actualmente se trate de un fotógrafo bastante impersonal, con trabajos tan planos como los realizados en Niños grandes, Las novias de mi novio o Sígueme el rollo).
Por último, destacar la envolvente música compuesta por Tangerine Dream, una banda alemana de música electrónica pionera del space rock y en el uso de los sintetizadores. Pura frecuencia ochentera.
2024: Apocalipsis nuclear (A boy and his dog, 1975)
Un poco menos interesante pero igual de desconocido para el espectador medio resulta este otro acercamiento al cine postapocalíptico de la cinematografía norteamericana de los setenta, 2024: Apocalipsis nuclear.
En esta ocasión nos hallamos ante la adaptación de uno de los cuentos del prolífico y destacado escritor especializado en literatura fantástica y de ciencia ficción Harlan Ellison, conocido por haber escrito numeroso material para series de televisión como The Twilight Zone, Star Trek (la serie original) o Babylon 5. Ellison inició en 1969 un ciclo de narraciones cortas con el título de Un muchacho y su perro, que posteriormente fueron ampliadas y recopiladas en el libro Ellison’s Story Collection.
Es en esta última publicación en la que se fijó el actor y de manera puntual director L. Q Jones para trasladar esta historia a la gran pantalla. Nos situamos en el escenario posterior a una gran hecatombe nuclear que ha arrasado el planeta de arriba abajo. Los pocos supervivientes a dicha catástrofe se refugian bajo tierra, salvo un grupo de valientes cazadores que pululan por el exterior buscando algo de alimentos y sexo. Uno de los más jóvenes, Vic, de tan sólo dieciocho años, se hace acompañar de su perro Blood, con el que mantiene una relación bastante especial, pues puede comunicarse con él de forma telepática.
Además, dado su increíble olfato, el can tiene la capacidad de distinguir a una mujer (que suelen ir camufladas ante el elevado nivel de testosterona de sus congéneres) en varios kilómetros a la redonda, lo que permite a su compañero ser el primero en intentar ligar con la moza de turno. Esto les meterá en más de un problema, sobretodo cuando encuentren a Quilla June, una atractiva superviviente que esconde más de un secreto bajo la manta.
Es curioso cuando se busca información sobre el film la cantidad de nombres distintos con los que llegó a conocerse, entre ellos el de Chico Psycho y su perro asesino, Don Loco, y Apocalipsis: 2024. Lo cierto es que el perro de asesino tiene más bien poco. Se trata de un animal que razona y filosofa de una forma mucho más racional que el hatajo de humanos enloquecidos que le rodean (lo que conoceríamos como un misántropo). Sus conversaciones con su compañero (un jovencísimo y pizpireto Don Johnson, en uno de sus primeros trabajos cinematográficos) no tienen desperdicio, analizando y platicando sobre lo divino y humano.
No será hasta el mismísimo final de la película, cuando se nos descubra un aspecto de ambos protagonistas que hasta ese momento se nos tenía escondido, que veamos hasta qué punto puede llevar el desespero cuando aprieta el hambre, en un colofón tan lógico como macabro.
Otros actores que componen el elenco actoral en papeles de menos calado son Jason Robards, quien da vida a un grotesco y barroco juez que imparte justicia de una manera sui géneris en la zona subterránea y el mismo director de la cinta, que aparece como protagonista de una película porno que se proyecta una noche en el campamento.
A pesar de decantarme claramente por la recomendación de la primera película comentada antes que esta 2024: Apocalipsis nuclear, en favor de ésta última hay que indicar que fue reconocida con sendos premios tras su estreno: el Hugo Award a la mejor producción dramática, y el premio a mejor actor para el guapo Don Johnson en los Golden Scroll, galardón que tuvo que compartir con James Caan y su magnífica interpretación en Rollerball.
Escribe Francisco Nieto