Las cuatro versiones de un mito de la ciencia ficción de los 50
Durante los años 50 una buena parte de la ciudadanía pensaba que el fin del mundo estaba cerca. La guerra fría, la amenaza comunista, el senador McCarthy y su caza de brujas y el miedo a la bomba atómica crearon un clima de temor y desconfianza cercano a la paranoia en determinados sectores de la población.
Los comics, las novelas baratas (pulps) y Hollywood no fueron ajenos al fomento de este ambiente enrarecido, y encontraron un filón comercial en películas clave como El enigma de otro mundo (1951), Cuando los mundos chocan (1951), Ultimátum a la tierra (1951), La guerra de los mundos (1953), Invasores de Marte (1953) o
La mayoría de estos films mostraban cómo se desmoronaba físicamente nuestro mundo tal y como lo conocemos, nuestras iglesias, calles, colegios, incluso el edificio del congreso, sin embargo nuestros sentimientos y nuestra dignidad, en definitiva nuestra identidad, seguía intacta, y esto nos permitía finalmente reaccionar y defendernos frente al invasor.
Por el contrario La invasión de los ladrones de cuerpos propone algo más sutil y transgresor: la perdida no del mundo exterior sino de nuestro mundo interior, de nuestra identidad como seres humanos, y así aparentemente todo seguía igual pero en realidad todo había cambiado. No era el fin del mundo sino de “nuestro” mundo.
La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956)
En 1956 Don Siegel rodó La invasión de los ladrones de cuerpos en tan sólo 19 días y con un presupuesto de 250.000 dólares y acabó siendo uno de los títulos clave de la ciencia ficción de todos los tiempos.
Producida por Walter Wanger y rodada en localizaciones de Los Angeles (California), la historia se basa en la novela de Jack Finney publicada por entregas en el Collier’s Magazine durante 1954. El guión fue obra del blacklisted Daniel Mainwaring (o Geoffrey Homes, conocido autor de la novela y guión de Retorno al pasado).
El argumento es bien conocido por todos los aficionados al género y en él se nos cuenta el progresivo cambio en la personalidad de los habitantes del pueblo de Santa Mira, que van perdiendo la “humanidad”, apareciendo fríos y sin sentimientos, no siendo reconocidos por sus propios familiares y amigos (“mi madre no es mi madre”, “parece mi tío pero no es mi tío”).
Todos estos extraños sucesos están relacionados con la aparición en el pueblo de unas vainas vegetales (presumiblemente procedentes del espacio), de las que surgen unos extraños seres que duplican y sustituyen a los habitantes del pueblo. Se acaba formando una sociedad “perfecta” y sin sentimientos, y donde los problemas comunes de los seres humanos no existen. En definitiva una sociedad totalitaria en donde no existe el libre albedrío.
La invasión de los ladrones de cuerpos ha pasado a ser (en mi opinión con razón) una de las películas que ha dado lugar a mayor número de interpretaciones de tipo político, fundamentalmente como critica a los totalitarismos. Ahí radica parte de la grandeza de este film y de sus posteriores versiones.
Muchos quisieron ver la versión de Siegel como una parábola anticomunista acorde a los tiempos de la guerra fría, mientras que otros por el contrario la ven como una crítica al necio mccarthismo imperante en la época (recordemos que
No obstante la sensación del equipo mientras rodaba el film era bien distinta, y no eran conscientes de estar rodando una parábola social o política, sino un entretenido film de ciencia ficción de invasores alienígenas, con escaso presupuesto y con baratos efectos especiales.
Los títulos de crédito se abren con un cielo cubierto de nubes sobre un tranquilo pueblo americano de la costa californiana (un inicio similar lo hemos visto en la reciente El incidente de M. Night Shyamalan, 2008), y este cielo nos remite por un lado a la procedencia espacial de las vainas alienígenas y a la vez nos proporciona una sensación de naturalidad y cotidianidad.
Es precisamente el recurso a lo cotidiano, o mejor dicho a los sutiles cambios de lo “normal”, lo que nos crea intranquilidad, como un puesto de fruta de carretera cerrado o un restaurante extrañamente vacío. Lo mismo ocurre con las personas, y así inquieta ver a nuestro tío pasando concienzudamente la segadora, o ciudadanos concentrándose en la plaza del pueblo a primera hora de la mañana.
De hecho, los comportamientos que consideramos imperfectos, como el niño inquieto y alborotador que no reconoce a su madre, lo identificamos claramente con la condición humana, con la “normalidad”, y sin embargo cuando el niño se amansa y se comporta plácidamente sabemos que algo va muy mal, que ese niño ya no es humano.
Durante buena parte del metraje los protagonistas (Kevin McCarthy y Dana Wynter) huyen de las hordas de ciudadanos convertidos en alienígenas, intentando no dormir (momento que aprovechan las vainas para expeler las replicas de los humanos), hasta el momento final en el que McCarthy besa a su amada… y comprende de manera tan sencilla como escalofriante que en esos labios no hay sentimiento ni amor, no hay pasión, ella también finalmente es uno de ellos.
La fotografía contrastada en blanco y negro de Ellsworth Fredericks, muy cercana a los parámetros del cine negro, con los juegos de luces y sombras y los encuadres inclinados, contribuye a generar un aura de pesadilla y terror.
Al parecer el estudio obligo a realizar un prólogo y un epílogo explicativos y tranquilizadores, que restaba dramatismo y daba un aire convencional a una historia llena de pasión y de segundas e involuntarias lecturas. Me gustaba más el final de un Kevin McCarthy enloquecido entre los coches, mirando a la cámara y gritando: “Tú serás el siguiente”.
La invasión de los ultracuerpos (Philip Kaufman, 1978)
En 1978 Philip kaufman realiza una nueva y muy interesante versión del clásico de Siegel, producida por Robert H. Solo. Aquí se ha sustituido el pequeño pueblo de Santa Mira por la ciudad de San Francisco, manteniendo la misma trama y estructura del film anterior (dos parejas que intentan escapar de sus conciudadanos convertidos en alienígenas gracias a las famosas vainas), y protagonizadas por los famosos Donald Sutherland, Brooke Adams, Veronica Cartwright, Jeff Goldblum y, en el papel de inquietante psiquiatra, Leonard Nimoy.
La primera parte del film consigue transmitir la incomunicación de una gran ciudad, con una lluvia persistente y las calles abarrotadas de trafico, y sus habitantes que caminan con aire frío y desapasionado, impávidos incluso ante el cadáver de un transeúnte atropellado, y sin que podamos adivinar si son verdaderamente así de inhumanos o ya han sido sustituidos los las vainas extraterrestres (por cierto, el peatón atropellado es el mismo Kevin McCarthy del film de Siegel, que sigue entre los coches avisando del peligro que les acecha, en un bucle sin fin). El mismo Siegel hace igualmente un cameo como conductor de un taxi que traiciona a nuestros protagonistas.
Interesa destacar la asociación de este film con la moda del cine de zombis. Las hordas de humanos extraterrestres cuando persiguen a nuestros protagonistas lo hacen como autenticas jaurías, incorporando un grito escalofriante (un verdadero hallazgo, ya que aporta un toque animal e inhumano a una apariencia totalmente normal).
Además, cuando no persiguen a los pocos humanos que todavía quedan se comportan como autómatas, sus caras no muestran emociones, caminan en filas por el centro de los pasillos, y de forma indolente eliminan los restos humanos suplantados en asépticas bolsas en los camiones de basura.
A estas alturas no creo destripar a nadie el final, un verdadero hito en la ciencia ficción de los 70, cuando vemos al magnífico Donald Sutherland señalando a la indefensa y confiada Veronica Cartwright con un aterrador grito que hiela la sangre. Un final mucho más desolador que el postizo del clásico de los 50.
Secuestradores de cuerpos (Abel Ferrara, 1993)
De nuevo Robert H. Solo quiso repetir el éxito de esta hipnótica historia y volvió a producir la novela de Finney, esta vez con Abel Ferrara en las labores de dirección.
A mi parecer es quizá la versión más floja por culpa de cierto aire adolescente de los años 80 y por estar la acción ubicada en una base militar norteamericana, lo cual aporta un grado de antipatía extra a los protagonistas.
Tras unos títulos de crédito algo cutres, oímos la voz en off de la protagonista (la hija adolescente de un matrimonio separado), que se dirige a una base militar donde pronto empezarán a ocurrir extraños acontecimientos.
De estética algo más gore y con unos efectos especiales más elaborados en cuanto a la transformación de las vainas y la invasión por finos tentáculos de los cuerpos dormidos, quizá en el fondo lo mas transgresor sea la actitud de enfrentamiento generacional (no visto en otras versiones) de los hijos frente a los padres, llegando al aniquilamiento físico de estos al haberse convertido en alienígenas.
Algunos detalles logran elevar el listón de calidad provocando desasosiego, manteniéndose, como en la versión de Kaufman, el grito terrorífico y acusador de los extraterrestres, así como el tétrico camión de basura recogiendo los restos humanos.
El director juega con la actitud hierática y falta de sentimientos de los militares de la base (¡incluso sin estar atacados por las vainas!), lo cual provoca cierto desconcierto al no poder distinguir si están infectados o no.
También es destacable la escena en la guardería, donde se insta a los niños a dormir y donde vemos que todos ellos han pintado exactamente el mismo dibujo, salvo el pequeño de la familia protagonista que todavía no ha sido duplicado por las vainas. Este interesante apunte visual da mucha más información que todas las parrafadas que se puedan explicitar sobre el libre albedrío y la falta de libertad.
Por desgracia, al final el film se decanta por un desenlace convencional, con la intervención del ejército como tabla de salvación y rescate in extremis, lo que unido a una sosa historia de amor entre los jóvenes protagonistas resta definitivamente personalidad a la película.
Invasión (Oliver Hirschbiegel, 2007)
Invasión, la última versión hasta la fecha del clásico de Siegel, ha sido sin duda una de las que ha levantado mayor controversia crítica.
Rodada por el alemán Oliver Hirschbiegel, que pasaba a Hollywood tras el éxito de su película El hundimiento, recibió criticas bastante adversas; nunca sabremos cómo era el producto original del director alemán, ya que por exigencias del productor Joel Silver, se rodaron escenas suplementarias de acción y al parecer se modificó el desenlace para que se adaptara más al publico norteamericano, lo que probablemente desequilibró el resultado final de la película.
No obstante, en mi opinión la película sigue teniendo fuerza, posiblemente porque la historia de la que parte conserva el referente social y político que se apuntaba en el clásico de los años 50 y mantiene todavía hoy (a pesar de que gran parte de espectadores conocen la trama) un clima de suspense perfectamente elaborado y eficaz.
En el film, una acertada Nicole Kidman en el papel de psiquiatra, en un rol equivalente al de Kevin McCarthy en la película de Siegel, une sus fuerzas a su compañero Daniel Craig para salvar a su hijo de las garras de los “duplicados” y de paso intentan salvar su propio pellejo evitando dormirse a toda costa.
Rodada en Baltimore y Washington, destaca sobre todo un tratamiento fotográfico de las escenas con una paleta en colores azulados y grises que da a la película un tono frío y depresivo, acorde a la naturaleza de los hechos que se narran.
La película de nuevo plantea los dilemas claves de esta historia, esto es, si en el fondo preferimos un mundo imperfecto, con guerras, odios y venganzas o un mundo perfecto, uniforme, sin violencia, aunque también sin pasión ni libertad. A dios gracias, Kidman y Craig lo tenían bien claro. Por cierto, la mítica Veronica Cartwright, protagonista del impactante final de la versión de Kaufman, también tiene un breve cameo en este film.
A estas alturas no podemos negar que la historia de Finney y sobre todo la versión de Siegel han conseguido la categoría de símbolo, no sólo de la ciencia ficción de todos los tiempos, sino que han logrado incorporarse de forma cotidiana en nuestras vidas y en la cultura popular.
No podemos olvidar con regocijo cómo Alan Alda se pregunta en Todos dicen I love you (Woody Allen, 1996) si unas extrañas vainas no habrán sustituido a su hijo, que se ha vuelto un redomado republicano reaccionario (en realidad la explicación era más sencilla: un coagulo de sangre estaba oxigenando poco su cerebro). En nuestra querida Comunidad Valenciana y ahora en España parece que ocurre lo mismo, aunque yo no he visto los camiones llenos de vainas por ningún sitio y no creo que el mismo coagulo de sangre nos afecte a todos a la vez.
Y es que en el fondo es tan cómodo echarse a dormir y que al final todo el trabajo lo haga “el otro”.
Escribe Miguel Angel Císcar