El orgullo del caos slapstick
28 días, 6 horas, 42 minutos y 12 segundos era el tiempo restante para el fin del mundo interno del protagonista de la ópera prima de Richard Kelly, Donnie Darko, considerada película de culto del cine independiente americano. ¿Sus credenciales? Protagonista atormentado, un amigo imaginario vestido de conejo y viajes en el tiempo.
La película, estrenada en 2001, tras su poco rentable experiencia en las salas americanas, adquirió un éxito progresivo en la ventas de DVDs. Cinco años después, la intriga por saber qué sería lo siguiente hizo que el trabajo del director estuviera en el punto de mira. Tan sólo fue necesaria una proyección de 2 horas y 40 minutos para condenar el proyecto.
Southland tales, el nombre de su segundo producto cinematográfico, fue abucheado en el Festival de Cannes además de obtener un nulo respaldo por parte de la crítica. Las posibilidades de alcanzar un mayor número de salas y de ser distribuida a un potente nivel internacional se desinflaron.
Ni la versión comercial de dieciséis minutos menos ni el apoyo de los seguidores de Kelly ni el llamativo plantel de actores consiguieron derrotar al lastre comercial que supone una película de dos horas y media y con unas opiniones profesionales hacia ella tan extremas. Los partidarios de “esta película es un bodrio” ganaron la jugada.
Sí, Southland tales es farragosa y estructuralmente caótica, pero es algo consecuente con el propio universo de la película, rebosante de personajes, marcas, empresas y conceptos. En conjunción con la versión cinematográfica también fueron diseñadas las novelas gráficas firmadas por el propio Richard Kelly con ilustraciones de Brett Weldele: Southland tales, the prequel saga que contiene los tres primeros capítulos que anteceden a los tres que se muestran en la película —IV: Temptation Waits, V: Memory gospel y VI: Wave of mutilation—.
Southland tales acoge los esquemas de Star Wars y parte del capítulo IV para narrar su historia. Un detalle que no facilita precisamente su comprensión. Analicemos el contexto ficticio de Southland tales.
Punto de partida: La tercera guerra mundial
La primera escena de Southland Tales se sitúa en el 4 de julio de 2005, en una inocente fiesta de cumpleaños en Abilene, Texas, justo antes de que la ciudad sea destruida por una bomba nuclear. El estilo de vídeo casero de los primeros minutos se transforma en la pura ciencia ficción con un informativo resumen de lo que ha pasado en los tres años posteriores en Estados Unidos. Es el prólogo que antecede al inicio del capítulo IV. Una condensación de datos difícil de asimilar y una introducción vital para entender el mundo paralelo de Southland Tales.
Tras las primeras bombas nucleares, el país entra oficialmente en guerra con Irán, Siria, Afganistán, Iraq y Corea del norte, donde Pilot Abilene (Justin Timberlake), militar y la voz que narra estos primeros minutos es gravemente herido —no sólo superficialmente—. La victoria de los republicanos en 2006 provoca la creación de una pesadilla orwelliana, la multinacional y patriótica empresa USIdent, en busca del control del poder de las redes de la comunicación. El extremismo liberal, como fuerza de oposición y contrapeso, establece una corriente neomarxista antisistema.
Nos encontramos en el 2008, nuevo año de elecciones. La seria falta de recursos de energía provoca el acuerdo político con la compañía Treer, liderada por el Baron Von Westphalen (un estrambótico al extremo Wallace Shawn) y su clan en el que destacan Zelda Rubinstein (la médium de Poltergeist) y la camaleónica Beth Grant, ambas elementos cómicos indispensables.
La empresa ha patentado un mecanismo que genera un campo de energía electromagnético a partir del movimiento oceánico, el resultado es una sustancia alternativa al petróleo llamada Fluid karma, también usada en ambientes clandestinos como una potente droga. La corrupción llega cuando las alianzas entre la empresa Treer y el bando republicano llegan a acuerdos para no destapar la verdad sobre el fin del mundo.
En junio de este año, Boxer Santaros (The Rock), una superestrella hollywoodiense afiliada al partido republicano, desaparece y es encontrado tres días después en el desierto con un serio caso de amnesia. Es con Santaros despertando en la arena de una playa y con Pilot Abilene citando The Hollow men de T. S. Eliot, poema sobre la primera guerra mundial, el momento en el que comienza el cuarto capítulo —el primero cinematográfico— de Southland tales.
Es entonces cuando ¿qué es ese ruido? un metafórico efecto de sonido de disco rayado suena en la mente del espectador y aún abrumado por la cantidad de datos que acaba de digerir se pregunta ¿Justin Timberlake acaba de repetir tres veces “This is the way the world ends”? ¿Me van a contar el apocalipsis a partir del capítulo cuatro? ¿Soy yo o esto es un completo sinsentido?
Richard Kelly es totalmente consciente del impactante mejunge que ha preparado. Y lejos de autocomplacerse y tomárselo como algo totalmente serio, cada una de las escenas destila sentido del humor. A pesar de los gags de slapstick, aquí hay un material potente y meditado, con ideas buenas y que posiblemente dejen mayor reposo para el análisis e inmersión metafórica en la historia en su formato como novela gráfica. Principalmente, porque es el único formato en el que encontramos todo el material sobre Southland tales. Aquí, en la película, el espectador hace sus cábalas tan sólo con una mitad de este curioso universo.
No es casualidad que para el imaginario de la película, Kelly escoja a tres de los actores más encasillados del cine norteamericano: “Oh, pero si es el rey escorpión. Oh, pero si es el amigo bobo de American pie y Colega, ¿dónde está mi coche? Oh, pero si es ¡Buffy cazavampiros!”. Y es que sólo Superman se ha enfrentado al apocalipsis más veces que Buffy Cazavampiros. En conjunto, tenemos un conglomerado atractivo y heterogéneo que junto a la interminable lista de actores secundarios aumentan esa sensación de caos y parodia de esos productos sobre el fin del mundo que protagonizan los actores “de primera fila”.
El fin del mundo que predijo una actriz porno
El concepto del fin del mundo no viene tan sólo presentado como la aparición de la Tercera Guerra Mundial que destruirá el planeta Tierra. El personaje fundamental es Krysta Now, la actriz porno con la que mantiene una aventura Boxer Santaros y es interpretada por una adorable Sarah Michelle Gellar.
Krysta Now, más allá de ser una figura que sirve como crítica a la televisión basura y al star system del pseudofamoseo, es presentada como una víctima más del sistema en el que vive. En este mundo paralelo de Southland tales, el programa más visto de la televisión americana lo protagoniza la propia Krysta junto a otras tres compañeras de profesión en el que debaten sobre temas de actualidad y trascendencia social. Además, triunfa con su hit Teen horniness is not a crime —La “calentura” juvenil no es un crimen— y es la marca e imagen de su propia bebida energética Krysta Now.
Sin embargo, es otra de sus facetas la que supone un verdadero peligro. The Power, un guión cinematográfico que la propia Krysta ha escrito bajo una sesión de hipnosis. Un escrito que describe los últimos tres días en la tierra. La mayor parte del material sobre este guión tan sólo está disponible en la novela gráfica sobre la precuela. Ahí se explica el estado de trance al que fue expuesto la actriz porno. Escribió The power mientras le recitaban El libro de las revelaciones, último capítulo del Nuevo Testamento.
Por lo tanto, The power no es tan sólo una adaptación de un extracto bíblico sino que es escrito por un personaje de una película, Southland tales, también inspirada en dicho pasaje. Consecuentemente The power es una versión alternativa a la propia película del Kelly. Todo metarreferencialmente absurdo y, a la vez, absorbente. Conocer ese guión en la novela gráfica es necesario para comprender el significado de los tatuajes del protagonista —Boxer Santaros— con la imagen de Jesucristo y por qué sangran al final de la película.
Grietas espaciotemporales y cuartas dimensiones
Ese fin del mundo que la actriz porno Krysta Now ha predicho se basa en el ralentizamiento del movimiento de rotación de la Tierra. Éste altera el comportamiento de los humanos y, atención, crea grietas espaciotemporales, ventanas a una realidad tangencial que consecuentemente duplica a los seres humanos situados en dicha grieta. Si esas duplicaciones entrasen alguna vez en contacto físico, según la profecía, la cuarta dimensión entraría en colapso y This is the way the world ends.
Krysta busca en Boxer Santaros un apoyo para que su guión se realice, pero a la vez éste llega a manos de la compañía Treer —los creadores de Fluid Karma, los creadores de esa sustancia energética alternativa— que constatan la veracidad del guión y que intentan ocultar a Santaros la verdad que sólo ellos conocen.
El broche perfecto para definir la película como una auténtica locura. Pero locuras con fundamento. Si el espectador ha conseguido sobrevivir hasta el último capítulo de la película, (VI: Wave of mutilation) el más jugoso desde todos los puntos de vista, tanto interpretativo como narrativo y estético; la introducción de los viajes en el tiempo y los colapsos dimensionales le golpeará directamente en la cara. Pero curiosamente, dentro del apasionante y sorprendentemente fundamentado sinsentido, este clímax espaciotemporal es enigmático y extrañamente atrapante. En un momento, Krysta pasa de ser plásticamente rubia a lucir un elegante pelo negro. Todo se ralentiza en un baile y una serie de personajes mueren. Todo es hipnotizante, pero nadie sabe por qué.
Southland tales funciona además como un paso lógico tras Donnie Darko. Sigue su estela pero todo en grandes dimensiones, un engolamiento absoluto de su primera película. El riesgo tanto de triunfar como de fracasar es mayor —tristemente la primera opción ha vencido—, el metraje es considerablemente más largo, y a pesar de que los conceptos y leyes sobre los que se apoyaba su ópera prima siguen intactos en su segunda película, la ambición acumulativa de conceptos sobrepasará a un número demasiado grande de espectadores.
The Box, su tercera película —estrenada en 2009 y también duramente castigada por la crítica— es otro paso igualmente lógico. Con su tercera obra intenta paliar los errores de esta Southland tales con un espíritu algo más comercial, con un metraje convencional, pero siempre queriendo ir más allá, coherente con su estilo narrativo y con su cinematografía anterior, y en muchos aspectos tremendamente más interesante que las películas que triunfan por su intachable academicismo.
Multirreferencial
Reordenemos los elementos a los que la película hace referencia: el extremismo liberal representado aquí como el movimiento neomarxista, las críticas al sistema actual multinacional con USIdent como metáfora de la empresa que todo lo ve —cuya jefa es la antagonista oficial, Nana Mae Frost, interpretada por la experta en papeles de arpía Miranda Richardson—, al star system, a los militares tratados como cobayas de laboratorio, a las innovadoras fuentes de energías renovables y la politización de la utilización de esos nuevos recursos, a la manipulación de los medios de comunicación.
Un caótico panorama presentado de forma caóticamente racional. Con Justin Timerlake, Sarah Michelle Gellar, Dwayne “The Rock” Johnson, Sean William Scott a la cabeza. Con poemas de T. S. Eliot. Con El libro de las revelaciones. Con Moby y The Killers como banda sonora y con Zora, una neomarxista —interpretada por la repelente Cheri Oteri— tiroteada mientras grita “Cerdos fascistas”. Con un camión de helados flotante. Sin olvidar esa inmersión en las teorías de la cuarta dimensión, los universos tangenciales y la duplicación humana.
Intentar hacer una lectura literal de todos los elementos que mezcla Southland tales sería absurdo, la película ofrece suficientes dosis autoparódicas como para que todo lo que acabas de leer tenga algún tipo de sentido único y literal. Sin embargo, toda esta enumeración de ingredientes no cae del cielo. Hay trabajos académicos que prueban que los textos de Engels y Karl Marx están profundamente influidos por el Libro de las Revelaciones y que analizan las abiertas interpretaciones de los poemas sobre la primera guerra mundial de T. S. Eliot.
Con un caótico orgullo, y no solamente en un nivel narrativo, el segundo trabajo de Richard Kelly destila apocalipsis en cada uno de sus planos. El tiempo la pondrá en su lugar.
Escribe Juan Bernardo Rodríguez (Mr Jotabe)