Evasión o victoria (Escape to victory, 1981)

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Dos hombres y un destino: aparcar la guerra 

evasion-o-victoria-1Noche. Un individuo intenta escapar de un campo de concentración. Es descubierto. Alarmas, luces, disparos. El prisionero acaba muerto entre las alambradas.

Un inicio tan explícito podría hacernos pensar que nos vamos a enfrentar a una película seria de campos de concentración, pero nada más lejos de la realidad.

La siguiente escena, correspondiente a los créditos iniciales, ya nos advierte que algo va a acudir en nuestra ayuda y no precisamente la Cruz Roja, sobre cuyo emblema se superponen los nombres de los responsables de esta producción: un zoom del rojo emblema que luce en un vehículo hasta el cielo azul.

También un zoom desde una bandera abrirá la última parte de la película, la del más largo encuentro de fútbol incluido en un film —que este cronista recuerde—: en este caso el zoom comienza en el negro de la esvástica que preside la tribuna del terreno de juego donde se van a enfrentar los prisioneros aliados contra la selección alemana que se exhibe orgullosa por Europa, aunque, eso sí, en otro tipo de terrenos donde no prima precisamente la deportividad.

El cambio del rojo al negro podría tener una función simbólica, pero no estaba el mundo a comienzos de los ochenta para historias tenebristas: con Reagan en el poder las películas tenían que tener un final feliz, como en los viejos tiempos: sí al enfrentamiento, al deporte, pero sin desagradables resultados, los finales triunfales de la saga Rocky eran el ejemplo a seguir… el pesimismo de Toro salvaje ya era historia.

Y es que la deportividad es la apuesta del film dirigido por un John Huston necesitado de dinero para producir sus propias películas, de hecho la leyenda asegura que Bajo el volcán, El honor de los Prizzi y Dublineses se pudieron llevar a cabo gracias al generoso cheque que recibió por dirigir una película sobre fútbol, un deporte que ni conocía ni le interesaba lo más mínimo.

Deportividad que se manifiesta ya en el primer encuentro entre Max Von Sydow (el actor fetiche de Bergman reconvertido en antiguo jugador alemán y en ese momento ascendido a Mayor Karl von Steiner del ejército nazi) y un Michael Caine algo orondo para ser creíble como futbolista en activo, pese a que su colega lo reconoce como un enorme jugador de la selección inglesa: “Las naciones deberían resolver sus diferencias en un campo de fútbol”, afirma el nazi, algo que ya nos avanza cómo va a finalizar el film, aunque no sea ni mucho menos una historia creíble en la vida real.

Porque en realidad sí existió ese partido, para ser precisos fue un encuentro celebrado en agosto de 1942 entre el FC Start, el equipo de una ciudad de Kiev sitiada, formado por antiguos jugadores del Dynamo, frente al equipo oficial de la Luftwaffe. El llamado Partido de la Muerte finalizó con la victoria de los ucranianos, algo que el ejército invasor no perdonó y tomó medidas que varían según quién narre la leyenda: desde el fusilamiento de todos los jugadores en el mismo terreno de juego hasta el internamiento en un campo de concentración cercano.

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De todo ello podéis encontrar más información en el artículo centrado en el libro Un partido de leyenda, de Carlos Marañón, un brillante texto donde se analiza a fondo la realidad y la ficción, el cine y el fútbol, al margen de todos los aspectos vinculados a la película de Huston… por algo el autor es hijo del futbolista de idéntico apellido, que en su día militó en el Español y en el Real Madrid.

Pero nada de eso aparece en el film, quizá hubiese algo en el origen del guión escrito por Yabo Yablonsky años antes, a comienzos de la década de los setenta, cuando la mítica del perdedor llenaba salas y films como Fat City o El hombre que pudo reinar, ambas de Huston, tenían buena aceptación en taquilla. Llegados los ochenta, la política americana había cambiado y su cine también: los perdedores ya no eran bien vistos y la sombra de Rambo y sus colegas era alargada, por lo que un final con la muerte de los jugadores era impensable… había que estudiar cómo podían ganar.

Y ya puestos a cambiar la Historia, nada mejor que transformar los campos de concentración en poco más que un barracón de feria, donde los presos viven casi exclusivamente dedicados a practicar un fútbol primitivo —algo que cambiará cuando aparezca en sus vidas un preso llamado Pelé: bueno, se llama de otra forma, pero todos sabemos es el mítico futbolista brasileño— y donde las relaciones entre los aliados son tan agradables y divertidas como su relación con algunos de los vigilantes nazis.

En definitiva, nada es real, puro cine de evasión… en todos los sentidos.

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La gran evasión, 20 años después

A estas alturas, todos tenemos claro que estamos en un film típicamente hollywoodense, de hecho casi se diría que es una secuela de La gran evasión (la epopeya dirigida por John Sturges a comienzos de los sesenta), con Sylvester Stallone jugando a ser Steve McQueen y perdiendo, por goleada, en su apuesta por convertirse en héroe de la función… por más que pare un penalti imposible al final del partido, lo que provoca una no menos imposible invasión del campo por parte de los pacíficos franceses, que permite la ansiada fuga: victoria en todos los frentes, aunque, eso sí, el partido ficticio concluya con un empate a cuatro que, en la práctica, casi nadie recuerda.

Asentados en el terreno de la ficción de Hollywood, no nos sorprende que en un barracón de un campo de concentración se reúna un comité de fugas para estudiar las distintas propuestas de evasión —lo que diría el Spielberg de La lista de Schindler—, y que entre sus decisiones se dé pie a la fuga de un americano perdido en un campo de concentración de ingleses (bueno, ingleses y un tal Pelé): un tipo que no tiene ni idea de fútbol aunque se pase media función intentando integrarse en el equipo como futbolista, masajista o, finalmente, un portero que no sabe ni dónde colocarse en un lanzamiento de córner.

Al igual en otros films “de perdedores” de Huston —desde La reina de África a El hombre que pudo reinar—, dos personajes se enfrentan a una tarea titánica, que supera sus posibilidades: quieren hacer un paréntesis en la guerra para jugar al fútbol, para disfrutar del balón, un juego de caballeros, un deporte… pero ni los altos mandos nazis ni los aliados están dispuestos a dejar pasar la posibilidad de utilizar a estos dos idealistas e intentarán transformar el partido en una fuga épica (los aliados) o en una victoria que sirva de propaganda al nuevo régimen (los nazis).

Dos hombres y un deporte juntos contra la guerra. Tarea sólo posible en el cine. Lamentablemente, de todo ese contenido casi filosófico poco queda en el resultado final: no estamos ante un film de Huston, sino ante una producción de Freddie Fields protagonizada por la estrella de Rocky, un tal Stallone, y con unos secundarios de lujo: auténticos futbolistas del Ipswich Town inglés y de media Europa, convertidos en jugadores nazis o aliados, según las necesidades del guión adaptado a los gustos de los ochenta, todo ello con el objetivo de ser “la película del Mundial 82”, que curiosamente se jugaba en España… país del que no aparece ningún futbolista en el reparto.

La mítica del perdedor es sustituida por la funcionalidad de un triunfo más bien improbable y todo conduce a un final feliz que en nada se parece a la realidad, pero filmado con una convicción a prueba de bombas. Los clásicos tienen eso: son capaces de enfrentarse a cualquier tema con su cámara y actuar como un francotirador, haciendo blanco en unos espectadores que aún hoy aplauden emocionados al final.

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(Entre paréntesis, permítasenos recordar una anécdota recogida por Carlos Marañón en su recomendable libro sobre Evasión o victoria: Stallone había impuesto a Huston como director pese a que inicialmente iba a ser Brian G. Hutton el encargado de esta tarea. El objetivo era aprender de un maestro, porque Stallone ya era director por aquel entonces y, sin duda, la estrella del proyecto. El autor de Rocky le preguntó por qué no daba indicaciones más precisas a los intérpretes. Huston apenas le hizo caso y se limitó a constatar que si el casting estaba bien hecho, no hacían falta muchas indicaciones. Stallone llevó mal la respuesta, pero Michael Caine lo aclaró con su habitual flema británica: Huston actuaba como un francotirador, filmando sólo los planos precisos para el montaje, mientras aquellos que ruedan desde todos los ángulos posibles, usando la cámara como una ametralladora, es que realmente no saben qué quieren… justo lo que Stallone hacía en su cine. Una joya la aclaración, oigan.)

Con esa claridad de ideas en el rodaje y en el montaje, cabe recordar que Huston nos ofrece algunos momentos de cine-cine, imágenes que sobresalen por encima de una historia bastante convencional. Como muestra, ahí va una: la noche en que Stallone intenta fugarse, Huston realiza un travelling por el barracón, mostrando en un único plano los rostros tensos de todos presos, nadie puede dormir… excepto Pelé, que se limita a tocar la armónica y ese sonido suyo se integra en la banda sonora como un elemento relajante. Sin mostrar nada, Huston nos ha dicho que la huida ha tenido éxito.

Hablando de la música: Bill Conti, precisamente el músico de la saga protagonizada por Rocky Balboa, demuestra saber perfectamente cuáles son los referentes y no tiene empacho alguno en imitar algunas de las melodías bufas utilizadas por Elmer Bernstein en La gran evasión. Por aquellos años, Conti estaba en la cima creativa, con títulos como Gloria de Cassavettes e incluso llegó a ganar un Oscar por Elegidos para la gloria. En esta funcional banda sonora hizo justo lo que se necesitaba de él: aportar unas notas de tensión cuando la historia parecía ponerse tensa y, sobre todo, subrayar la ironía de las imágenes con unos temas pegadizos y poco bélicos… además de ofrecer la música épica que requiere el partido final.

De sus aportaciones, nos quedamos con el inicio de la segunda parte, cuando los jugadores salen del vestuario dispuestos a jugar, pese a que todo el mundo esperaba que se hubiesen fugado: la marcha militar en tono burlesco comenta por sí sola ese aire de “grandeza” que se intenta imprimir a una hazaña poco creíble (entre la evasión y jugar un partido que les conducirá a la muerte, los aliados eligen jugar, aunque pierdan).

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El partido más largo del cine

En el minuto 78 de película suenan los himnos (iniciados con ese zoom sobre la esvástica negra que contrasta con el rojo de la Cruz Roja inicial: un plano que anticipa un oscuro final que nunca llega a producirse, aunque queda ahí el guiño de Huston) y comienza el partido.

Un partido filmado por alguien que no sabe ni quiere saber de fútbol, pero que se deja asesorar por un maestro con el balón como Pelé, además de contar con algunos extras del tamaño de Osvaldo Ardiles, Deyna y un buen puñado de jugadores entonces en activo. Todo ello produce la sensación de suficiente credibilidad en el juego… sensación sólo estropeada por el excesivo protagonismo de Stallone en la trama: a los continuos insertos del portero dando instrucciones (algo que rompe la continuidad de alguna jugada) hay que añadir el increíble final, con ese portero de pacotilla parando un penalti… que, por cierto, fue incapaz de atrapar a la primera durante el rodaje, de ahí que haya varias tomas para mostrar la jugada. Y eso que Huston era un francotirador que prefería la toma única.

También varias tomas ilustran el gran gol de vaselina de Pelé, aunque la leyenda asegura que lo marcó a la primera. Ese gol que todos recordamos como el momento cumbre del partido. El gol del empate a cuatro. Sí, después llega el penalti parado por Stallone, pero es que nadie acaba de creérselo… forma parte de esa convención típica de Hollywood, como el final feliz.

El gol de Pelé es, además, el momento en que se cierra la ilusión de los dos hombres, de los dos deportistas: a la felicidad de Michael Caine se une, por vez primera, el aplauso del oficial alemán interpretado por Max Von Sydow. Triunfa el deporte, el espectáculo. Un gran final… aunque lógicamente conlleve la muerte de los jugadores que se han atrevido a desafiar al régimen nazi. Como en el Partido de la Muerte.

Que la película acabe con un estadio gritando “Victoria”, tras haber cantado previamente La Marsellesa (ese himno a la libertad, la igualdad y la fraternidad), y con los jugadores fugándose camuflados entre la multitud, mientras los torpes nazis (cosas de Hollywood) se limitan a mirar impotentes, sin abrir fuego contra la masa de rebeldes, es algo que hay que aceptar como un mal menor.

Para entonces Huston ya ha terminado su película hace tiempo.

Escribe Mr. Kaplan


Más información:

—Análisis del libro Un partido de leyenda, de Carlos Marañón dedicado a Evasión o victoria.

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