Pescar cremalleras y corbatas
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Para empezar, no hay duda de cuál es el juego favorito de Howard Hawks. ¿Lo han adivinado? Prácticamente lo ha sido casi siempre, incluidas sus incursiones en el mundo del hampa y el western, porque algunos van más allá de las propias coordenadas del género. Véase hoy Río bravo y podemos comprobarlo. ¿Y qué decir de El Dorado? Incluso Tener y no tener puede servirnos de guía. Su ejemplo más elocuente es La fiera de mi niña, porque para rizar el rizo ya está El novio era él.
A lo que íbamos: ¿El deporte favorito del hombre? Hawks insinúa que radica en nuestra capacidad para encontrar el sentido del humor de lo que hagamos y pensemos, empezando por nosotros mismos. O sea, saber reírnos, disfrutar de la vida, aunque las circunstancias a veces no sean las más propicias. Y todo esto contagiándoselo a los demás, haciéndoles partícipes de que, al obrar así, estamos generando vivencias más profundas y saludables.
Por tanto, ¿cuál es nuestro deporte favorito? Las disquisiciones serían prolijas, aún señalando media docena tan solo. Nos llevarían a hablar de los deportes en sí, para terminar aludiendo a las preferencias en truchas, barbos, jabalíes, chicas, lobos, salmones, atunes, chicos, elefantes, caimanes, el pasado, el futuro… Sin olvidar a los magnates de la industria o del dinero —ahora mismo tan de moda—, y esos tiburones de la política que hacen malabares, más que los propios tiburones, para subsistir con el cambio de los vientos.
Posiblemente sea la pesca el deporte al que más partido se le puede sacar en relación con nuestras propias aptitudes, con el entorno que nos rodee, con la forma de pensar de los demás; y con la idiosincrasia de tantos seres humanos que parecen más pendientes de lo que hacen, o dejan de hacer, los demás, que de su propio mundo, de sus planteamientos ante la vida, de acuerdo con las circunstancia en qué vive y cómo viven.
Ha llegado el momento de volver a Su juego favorito, título con el que se estrenó entre nosotros, para intentar saber el porqué del deporte favorito de cada cual, del nuestro en particular, y de las preferencias e inquietudes que escondemos, o no queremos manifestar, en los pliegues y recovecos de la mente, de las apariencias y de los sentimientos.
2
Qué fácil es pescar es el título del libro que Roger Willoughby (Rock Hudson) ha escrito, sin haber pescado nunca un pez. Es un empleado de éxito en una tienda que vende todo para la pesca y similares, incluyendo su libro, donde se pretende instruir a cualquier aficionado que lo desee, para que llegue a ser un experto en el arte de llenar de peces la mochila que se lleva al río, que incluye la caña, el sedal y las cucharillas adecuadas, que recomienda con entusiasmo y los precisos aires de experto que es de la pesca.
Antes de llegar al lago Wakapoogee, donde transcurre la parte fundamental de la película, se nos muestra cómo son y actúan los principales personajes, desde el mencionado Roger hasta las chicas, insufribles y dominantes, que son Abigail Page (Paula Prentis), Isolda Easy Mueller (María Preschy) y el jefe, señor Caldwalader (John McGiver), en divertidas secuencias.
Situándonos en San Francisco, vemos desde los problemas que tiene Roger para aparcar su coche, hasta el equívoco sexual con el guardia, que quiere ponerle una multa, y se la pone; y la entrada del apesadumbrado Roger, por lo que acaba de sucederle, en Abracombie y Fitch, la tienda, donde el jefe le dice que atienda a Abigail y Easy, que le acorralan, le intimidan; vamos, que son las que dominan la situación. El ejemplo es la comida donde Roger se come la araña peluda que cayó en la ensalada, ¿o la pusieron ellas?
Como no es cuestión de contar todo el argumento, basta insinuar que se deja convencer, por presiones de su jefe más que por otra cosa, y se va al lago Wakapoogee con todos los bártulos para desempeñar su labor como pescador experimentado que es, incluso llevando su tienda de campaña, rechazando la invitación de Abigail, que le reservó una cabaña en el Parador del Lago. Va a participar en el concurso anual de pesca que allí se celebra, donde algunos que él adiestró han ganado el trofeo al conseguir el pez que más pese.
A destacar el oso manejando la motocicleta de Roger —se tropezó con el oso—, que sí tiene un humor más que corrosivo; los pantalones hinchables que se pone para probarlos, y porque no sabe nadar; y divierte cuando los peces se meten en los pantalones de Roger o de Abigail. Por no hablar del brazo que le escayolan para que no quede mal, porque ha confesado a las chicas insufribles que no sabe pescar, con lo que le llaman impostor; de la pastilla que toma Abigail para dormir; y de ese final del torneo, cuando se descalifica a sí mismo; y de la llegada de su prometida.
Sin olvidar ver a Roger pescando, ayudado por la rama de un árbol, o por el oso, y ese ritmo que Hawks impone a las secuencias en el río, como inspirado en el ritmo de la pesca; la tormenta que los lleva lago abajo, en la misma cama de campamento, donde se refugiaron de la lluvia, a Roger y Abigail, con el mordaz y lúcido comentario del inefable guía indio. Viendo lo que sucede, el guarda le dice al guía “¿Cree que está en peligro?”. A lo que responde: “Sí, pero ya es tarde para salvarlo”. Ha visto que Abigail ha conquistado a Roger, como intuimos al principio.
Su prometida lo deja, Abigail se hace con él y el beso consiguiente —el segundo en importancia entre ambos— se salda con dos trenes que van a chocar, en blanco y negro, naturalmente, y al hacerlo la palabra Fin se hace rutilante. El torneo de pesca, relaciones interpersonales, dudas y conjeturas, quedan como englobadas en dicho beso. O sea, que a la felicidad no se le puede, ni se le debe, poner límites. Como mucho, que se enganchen las cremalleras de los vestidos femeninos en la corbata de Roger.
3
No es la pesca lo que importa; lo que importa es nuestra actitud ante los deportes que nos puedan gustar, que sean nuestros favoritos. Hawks lo sabe, y de ahí sus disquisiciones sobre el ritmo de la pesca, que pudiera ser el ritmo de la vida, los gustos personales de cada cual y las ambiciones con que viajamos sobre el planeta Tierra, que nos sustenta.
De ahí que las opiniones sobre la pesca, y los deportes en general, no sean lo fundamental de este Su juego favorito, sino las relaciones que se entrecruzan entre personas, llamémoslas civilizadas, que pretenden lograr asentar su lugar en el mundo. Hacerlo con el sentido del humor que Hawks hace gala, aunque en esta ocasión me parece que no es el acertado en todas las secuencias, nos lleva al convencimiento de que nos debemos examinar a nosotros mismos, y a nuestro deporte favorito, con cautela, perspicacia y un plus de hilaridad que esté en consonancia con nuestras perspectivas.
En consecuencia, los fallos de esta película, algo insólita para la época en que se rodó, 1964, no son ciertamente mayores. Son de ajuste, a veces por no estar lo suficientemente escogidos, a veces para seguir con la historia del torneo a toda costa. Cierto que los actores, y la impagable y magnífica música de Henry Mancini, están todos bien —más que mejor Rock Hudson, captando su personaje en todos los matices— y la impresión de que la naturaleza está en concordancia con lo que se espera de una comedia.
Terminamos con la apreciación de que películas así, se titulen Su juego favorito, o más acertadamente ¿El deporte favorito del hombre?, porque da más juego tanto de imágenes como de palabras, son más que necesarias. No todos los días se pueden pescar cremalleras y corbatas, como apreciarán que hace Roger en esta notable incursión de Hawks en una película tan inocente en la forma, y cuidadosa con ciertos sectores sociales, como en las cargas de profundidad que dichas cremalleras y corbatas pueden poner en nuestro camino, sea el elegido o no por nosotros.
Porque la vida, como ha demostrado Howard Hawks a lo largo y ancho de su filmografía, es el verdadero deporte favorito del hombre. Vamos, que en este caso el título español sí resulta, quién lo iba a sospechar en un primer acercamiento, acertado.
Hala, practiquemos Su juego favorito, el nuestro, para intentar vivir lo mejor posible. Los pesimistas añadirían “si nos dejan”. Pero para eso está el sentido del humor, la facundia y la sensibilidad que nunca deben faltarnos, incluso haciendo gala de las mismas. Todo lo demás, es añadidura: y al cine ponemos por testigo.
Escribe Carlos Losada