La Navidad de la famiglia
Los actos litúrgicos católicos son la columna vertebral que sostiene la trama argumental de la trilogía de Coppola. El bautismo, la comunión, el matrimonio, la confesión, la extremaunción y el entierro, la penitencia y la unción son los hitos que jalonan el aspecto íntimo y familiar, la intrahistoria de los Corleone.
Como no podía ser de otra forma, la Navidad será la época del adviento del salvador, de la llegada del nuevo mesías, del nacimiento del sucesor natural de Don Vito Corleone y del auténtico protagonista de la saga: Michael Corleone. El veinticuatro de diciembre de 1945 el hijo menor de Vito recibirá sobre sus hombros la ardua tarea de salvar a la familia Corleone. La asunción de dicha misión providencial se fraguará durante tal periodo navideño. Las consecuencias las padecerá durante toda su existencia.
Los ecos trágicos de Esquilo y Shakespeare, la fuerza arrolladora y fatal del hado se conjugan con la predestinación cristiana, en un maridaje indisoluble que conformará la grandeza y la miseria de un poder por el que Michael se verá atenazado y del que nunca se podrá desprender.
El ritual de la violencia que conforma la trilogía es coherente con el impulso ético subyacente. A la manera fordiana, Coppola retrata a un patriarca, Vito Corleone, cuya moral se sustenta sobre unos valores ancestrales, primitivos, anteriores a todo resabio de retórica política moderna, a todo contrato social estipulado sobre unas leyes hueras e hipócritas, que bajo el marchamo de la modernidad democrática y de la igualdad institucionalizada esconden y amparan prejuicios inveterados, escollos insalvables para una real y efectiva justicia.
Al fin y al cabo, Corleone no es el patronímico de Vito, que en realidad se apellida Andolini, sino que es un topónimo con el cual es bautizado de nuevo por un funcionario de inmigración en la isla de Ellis. Corleone es el pueblo siciliano del que ha de huir Vito para sobrevivir a la mafia. Su nuevo apellido enfatiza su origen, sus hábitos y su cosmovisión, su ética y también su estética.
Vito siempre será un extranjero en América, pues la tierra de promisión se rige por unas pautas más formales que reales. Lo cotidiano en América, en Nueva York, el engranaje básico y real del poder sigue funcionando en paralelo a las pasiones más profundas y universales de la naturaleza humana: ambición, corrupción, extorsión… En un mundo dominado por los lobos, Vito se esfuerza por edificar una muralla defensiva que le permita ascender en la escala social y proteger a su familia.
En este sentido, todas las decisiones que adoptarán padre e hijo, Vito y Michael, se justificarán por su carácter ético y por la justicia poética de las mismas. Sus acciones siempre serán reacciones a ataques externos. La entrada de Vito en el territorio del delito es consecuencia de la pérdida de su honrado empleo por culpa de Don Fanucci, dirigente de La Mano Negra, que quiere ese empleo para su sobrino. Coppola nos obliga a identificarnos con la justicia privada y efectiva de sus criaturas.
El poder adquirido por la familia Corleone a través de Vito necesita de una legitimación moral, puesto que la legal obviamente es, de momento, inalcanzable. La religión católica será el bastión sancionador de su comportamiento y la familia, el núcleo. La observancia de los preceptos religiosos dota a los Corleone de una superioridad moral en un entorno mayoritariamente protestante. Este acatamiento religioso no es fingido, pues en tal caso sería equiparable a la hipócrita moral americana que los circunda. En última instancia, la religión es un dique de contención que marca un itinerario moral, que ofrece una salvación trascendente. Cuando alguno de los personajes incumpla los preceptos religiosos y familiares, pues ambos se equiparan (la familia es la principal religión), quedará manchado y dispuesto para ser castigado.
La parquedad de Vito Corleone, su parsimonia gestual y expresiva son un reflejo de su austeridad moral, de su pétrea fuerza interior, así como de su astucia e inteligencia instintiva. El único boato que el Padrino admite es el de las celebraciones sacramentales, de ahí que se encuentre incómodo embutido en un frac durante la larga secuencia inicial del banquete de boda de su hija Connie. Su indumentaria habitual es la propia de un campesino siciliano, simple, sencilla y cómoda, sin ningún tipo de pretensión de cara a la galería.
Sin embargo, la liturgia religiosa se expandirá a las acciones violentas, ejecutadas de manera ritual. El método preferido para asesinar a alguien es el estrangulamiento, un mecanismo casi artesanal, atávico, típico de una sociedad organicista y feudal, que por su propia sencillez todavía provoca mayor aprensión en el espectador. Así son eliminados Luca Brasi, el fiel guardián de Vito; Carlo, el traidor marido de Connie; y Frankie Pentangeli, aunque este consigue milagrosamente sobrevivir.
En su fuero interno, Vito Corleone aspira a que su hijo Michael se integre plenamente en la sociedad norteamericana, deseo que Michael también comparte. La primera aparición de Michael se produce en la boda de Connie, en compañía de su americana novia Kay y enfundado en su traje de soldado del ejército norteamericano. Vito quiere que su hijo se asimile a la élite poderosa que controla los negocios: a los políticos. Por eso, la fuerza de Vito radica en sus múltiples contactos e influencias con los jueces y políticos. No se trata de una fuerza bruta, sino política. Vito permite a Michael que vaya por libre porque la libertad de Michael se aviene bien con sus planes ocultos. De hecho, Vito no consiente que se haga la foto familiar del evento hasta que no llegue Michael. La familia debe estar en pleno.
Hay varias secuencias que preparan el advenimiento de Michael como sucesor del Don. Durante la boda de Connie, Sonny Corleone hace el amor con una de las damas de honor de su hermana. Este gesto lo descalifica por su comportamiento lujurioso, incluso en presencia de su mujer y de sus hijos, que están en el jardín. La lujuria, junto con la ira incontrolada y la indiscreción son los pecados capitales de Sonny, que muestran su incapacidad y falta de dotes para el mando.
En una reunión de negocios con Sollozo, el turco, Santino Corleone se precipita y muestra sus pensamientos ante la fría impasibilidad de su padre en público; en privado, le recrimina acremente su torpeza. Esta secuencia supondrá el detonante del ataque que sufrirá la familia Corleone. La imprudencia de Sonny será aprovechada por Sollozo para desplegar su ataque e intentar diezmar y derrocar a los Corleone.
La negativa de Don Vito a aceptar el negocio que le ofrece el turco tiene un carácter moral. La familia Corleone tiene negocios basados en el juego y en la prostitución, es decir, en pecados-tentaciones propios de la condición humana, veniales en comparación al negocio que se les ha ofrecido: entrar en el incipiente negocio de las drogas. Vito lo rechaza por su condición de paraíso artificial, tóxico, sumamente destructivo. Es un negocio para los negros, sus primeros consumidores.
Sollozo sellará su alianza con la familia rival, los Tattaglia, e iniciará las hostilidades. Planea un atentado el día de Nochebuena para eliminar a Vito. Fredo Corleone, el hijo mayor que ejerce de chófer y guardaespaldas por la sobornada indisposición del conductor habitual, será incapaz de hacer algo por evitar el acribillamiento de su padre. Su reacción es pueril, rozando el ridículo si no fuera por las funestas consecuencias de su inutilidad e inoperancia manifiesta: se pone a llorar desconsoladamente delante del cuerpo moribundo de su herido padre. Tal inmadura reacción sentenciará el funesto porvenir que le espera a Fredo.
Michael disfruta la tarde de la Nochebuena acudiendo al cine con su novia Kay. Han ido a ver Las campanas de Santa María, de Leo McCarey. Michael está feliz, contento. La portada de un periódico le informará de los hechos acaecidos. En la espiral de violencia que está a punto de desatarse, Michael es relegado a un segundo plano por el impulsivo e irascible Sonny. Es el pequeño, el mimado, el que se ha criado ajeno a los negocios familiares. Michael asume su papel secundario.
No obstante, en una visita al hospital donde yace muy malherido pero milagrosamente vivo su padre, encontrará la oportunidad para resarcirse del apartamiento al que se le ha sometido. La inteligencia instintiva de Michael, heredada junto a la parquedad y el laconismo y la astucia de su agónico padre, le hace presagiar que se avecina un nuevo atentado para rematar al Don. Con la ayuda casual de un visitante que acude a rendir tributo al Don por un favor que le concedió el día de la boda (conseguirle los papeles de la nacionalidad norteamericana para casarse con la hija del pastelero que elabora la tarta de bodas). El pequeño de los Corleone evita la consumación de la tragedia y logra salvaguardar la vida de su padre. En la puerta del hospital se enfrenta al corrupto Capitán de policía McCluskey, un irlandés comprado por el turco y los Tattaglia, que literalmente le parte la cara amén de proferirle toda una racista diatriba contra los italianos, de igual modo que en la segunda parte el senador Pat Geary arremeterá con la misma saña xenófoba contra la estética y la moral de los espagueti.
La valentía de Michael es reconocida por Sonny y sus hombres, aunque de manera irónica y burlona. En su fuero interno, a Michael se le ha despertado un pundonor, un orgullo que le viene de casta. Su aculturación norteamericana pasa a un segundo plano ante la llamada de la sangre, ante la explosión interior de un anhelo de venganza atávico. Michael urdirá la trama para deshacerse de los peligrosos enemigos de su padre. Asesinará a ambos, al turco y a McCluskey, en una secuencia que supone su bautismo de fuego, su ritual de iniciación en el delito de sangre y su carta de naturaleza para ocupar, por derecho propio, el lugar preponderante en la línea sucesora. Su acción se convertirá en leyenda. Su acto de venganza conseguirá conservar el poder de la familia.
A partir de ahora, un paralelismo inverso con respecto a la figura de Vito se adueña de la vida de Michael. Iniciará un viaje de regreso a la Ítaca siciliana, buscando refugio en medio de la guerra que se ha desatado. Este regreso a los orígenes supone un reconocimiento de sus raíces, una asunción de su identidad. Incluso se casará con Apollonia, una belleza telúrica, silvestre, el polo opuesto a la sofisticada y civilizada Kay.
Su joven esposa morirá en un atentado, que significará el bautizo de Michael en las aguas del más profundo dolor. Su alma se deberá templar como hierro forjado, endurecerse, dejar de lado cualquier atisbo sentimental. Y, efectivamente, se endurecerá. Al cabo de un año, Michael regresa los EEUU, en donde el colérico Sonny ha muerto en la guerra entre familias, víctima de su incendiario carácter y de una trampa urdida con la aquiescencia de su cuñado Carlo, traición que cuando Michael sea Don no perdonará, aun al precio de dejar viuda a su propia hermana.
El dolor de Michael discurre en paralelo al de Don Vito, que muestra su malestar cuando es informado de que fue Michael quien le salvó la vida. Los planes de Vito se han desbaratado. Michael ha entrado de lleno en el vórtice de sangre y violencia. No ha podido ser preservado para ocupar un puesto legal en la sociedad. Con el retorno de Michael y la muerte de Sonny y dada la incapacidad manifiesta de Fredo, Don Vito decide retirarse y actuar como consegliere de Michael. El Padre-Dios ha delegado en su hijo-mesías. La relación padre-hijo se trastoca en una relación maestro-discípulo. A Michael le queda cumplir la venganza, cobrarse los agravios sufridos. Y lo hará con creces. Será el mesías investido con todos los honores y para ello ejecutará un frío, geométrico despliegue de violencia, una coreografía matemática de la crueldad, deshaciéndose del resto de las familias rivales.
En la segunda parte, su afán de venganza recaerá sobre su propio hermano Fredo, que ya estaba condenado de antemano por su impericia y su debilidad. La secuencia en que la mujer de Fredo se pone en evidencia públicamente, con su vulgaridad y su comportamiento escandaloso, en la fiesta de la comunión del hijo de Michael, agravan la pusilanimidad del hermano mayor de los Corleone, que no hace honor a su apellido. La compasión y el amor fraternal que le profesa Michael le permiten subsistir.
Pero cuando, de nuevo, la familia se vea amenazada por los tejemanejes de un judío mafioso, Hyman Roth (interpretado por el metódico Lee strasberg), una especie de Judas Iscariote, de traidor fariseo que quiere acabar sibilinamente y mediante ardides intelectuales, en una larga partida de ajedrez metafórica, con la vida y los negocios de Michael Corleone, pseudo-Jesús de Nazaret, éste se convierte en un Yavhé vengador y colérico que utiliza su propia inteligencia para deshacer la trampa que le han preparado.
La traición de su propio hermano le romperá el corazón, nuevamente, a Michael. Un vasto océano de remordimiento se instalará en su alma. El hálito del parricidio trágico vuelve a asomar y enseñorearse del espíritu del Don, agravado por la traición de su propia esposa que, incapaz de soportar el horror que habita en su marido, decide abortar para no tener otro hijo de semejante monstruo. La cólera del Don ahora ya es incontenible. El dolor, inconsolable.
Será necesario, en la tercera parte de la saga, que un futuro Papa reciba la confesión de un decrépito Padrino, carcomido por sus demonios interiores. Sólo la muerte en la más absoluta soledad pondrá fin al calvario de su vida, cuyo inicio tuvo lugar aquella fría tarde de la Nochebuena de 1945.
Escribe Juan Ramón Gabriel