La historia de la película resulta cuando menos curiosa: Jalmari Helander rodó un corto para su agencia de publicidad en el que promocionaban cierto producto típico finlandés, un tal Santa Claus. El éxito de la idea le animó a rodar una segunda campaña publicitaria, con un nuevo corto y el correspondiente éxito.
Comprobada la eficacia de la idea, bajo el sello de The Helander Brothers decidió lanzarse a crear la verdadera historia jamás contada sobre Santa Claus, en forma de largometraje pelín gamberro y pelín homenaje al viejo sello Amblin de los 70 y 80 del siglo pasado, fijándose no sólo en Spielberg, sino sobre todo en Joe Dante, por aquello del tono gamberro.
Puestas así las cosas, las andanzas del joven Pietari corren parejas a su maduración como niño precoz con asomo de adolescente travieso, lo que no es nada comparado con la horda de renos asesinados por alguien que, desde luego, no es ese entrañable amigo de los niños. Una matanza que pone en peligro la economía familiar —el padre de Pietari es carnicero— y obliga a tomar cartas en el asunto para salvar el futuro empresarial en una familia disfuncional, donde aquí es la madre la que ha desaparecido y el padre quien debe lidiar con la educación del niño —recordemos ejemplos como Gremlins donde el ausente siempre era el padre—.
De hecho, las investigaciones del niño protagonista le llevan a una inevitable conclusión: en realidad Santa es un viejo gruñón, especializado en aporrear a los niños que no han sido tan buenos como debieran, y cuenta con una amplia nómina de elfos con un aspecto menos idílico de lo habitual: viejos enclenques, capaces de correr desnudos bajo la nieve con tal de acechar a sus víctimas.
Una imagen poco agraciada del viejo mito que nos permite una sesión de cine menos formal de lo habitual: ya lo avisa el avispado subtítulo español: un cuento gamberro, lo que por una vez es absolutamente real… De ahí lo acertado de su premio en el Festival de Sitges del pasado año y su éxito también en la Semana de cine fantástico de San Sebastián.
Al menos a priori.
Porque si algo se echa de menos en la película es que una vez ha planteada su idea principal (el niño convencido de que Santa no es quien dice ser), partiendo de una excavación en una montaña sagrada (en realidad la tumba de Santa) y, sobre todo, una vez uno de los elfos ha caído en una trampa para renos del padre de Pietari (un carnicero que no duda en plantearse si reducir el cadáver del elfo a un buen lote de chuletas navideñas), la cosa pierde fuelle y se estanca.
Toda esa última parte de la narración, con el helicóptero volando de acá para allá para engañar a unos elfos más torpes de lo habitual, todo el bloque “políticamente correcto” (pese a las apariencias) mediante el cual los elfos malvados son reeducados (con algún que otro cachete por medio: ya se sabe, la letra con sangre entra) para ser exportados finalmente como lo que tenía que haber sido toda la vida, auténticos embajadores de Santa Claus, es un bloque que acaba por reducir el poder corrosivo del planteamiento.
Queda la sensación de enfrentarnos a una propuesta fresca, a una idea original.
Nos queda también la agradable posibilidad de que un cineasta casi desconocido de una cinematografía con presencia marginal en nuestro país, la finlandesa, sea capaz de atacar los mitos más sagrados, algo impensable en un país como el nuestro, en el que salvo anodinos e inofensivos sketchs televisivos es difícil encontrar una propuesta seria que critique, pongamos, a la monarquía o a la familia real… aunque quizá el protagonismo adquirido por un tal Iñaki Urdangarín acabe ofreciendo un jugoso caldo de cultivo para futuras adaptaciones cinematográficas.
Unos efectos especiales aceptables, una cuidadosa planificación y, lástima, una frialdad excesiva para los cánones a los que estamos acostumbrados por estos lares acaban por reducir el alcance de una propuesta curiosa, que se deja ver, pero que finalmente ofrece más en su envoltorio que en su interior y, desde luego, queda lejos del modelo cinematográfico elegido: títulos como Los Goonies, Exploradores o Gremlins quizá partían de presupuestos menos pretenciosos, pero acababan ofreciendo una pizca de mala leche superior a este gamberro pero inofensivo cuento navideño.
Con todo, un buen antídoto para tanta ñoñería animada como llena las carteleras españolas en Navidad.
Escribe Mr. Kaplan