Mulholland Drive: Lo importante es amar
De nuevo otro Rashomon-reto: elaborar un artículo que tenga al menos cierta coherencia estilística sobre una película compleja y retorcida del no menos retorcido David Lynch.
Podía hacer como los malos estudiantes y aprovecharme del esfuerzo de mis colegas de Encadenados, apropiándome de las ideas y enfoques de sus trabajos, que por desgracia demasiado lentamente van apareciendo a cuentagotas en nuestra revista digital. Lamentablemente el tiempo se me echaba encima y había que ponerse manos a la obra sobre una película que había visto hacía ya demasiados años. Se imponía volver a revisarla y extraer algo de información adicional.
El primer dato a destacar sobre Mulholland Drive es la gestación del proyecto, su producción, que a la vista de los resultados parece determinante en el resultado final, marcando sus desequilibrios y también su alambicada estructura.
Mulholland Drive nace como un proyecto de serie televisiva para la cadena ABC, y así durante 1999 Lynch rodó durante 6 semanas lo que constituiría el episodio piloto; sin embargo el material presentado a los directivos de la cadena no les satisfizo y se rechazó su emisión.
Meses más tarde el productor cinematográfico francés Alain Sarde junto a Canal + Francia intervienen, sufragando económicamente unos días más de rodaje, lo que le permitió a Lynch convertir el material rodado en uno de los largometrajes más emblemáticos de su filmografía, ganando a la postre el premio a la mejor dirección en el Festival de Cannes.
Con estos antecedentes de producción, para mí desconocidos, comencé a adentrarme en los entresijos de Mulholland Drive.
Primera revisión: Las detectives salvajes
La primera visión del film resultó bastante satisfactoria, salvo por algún comentario demoledor del típico familiar que decide verla contigo (desde luego hay películas que es mejor verlas sólo).
Claramente dividida en dos bloques, los dos primeros tercios de la película nos muestra una historia bastante lineal, donde nuestras protagonistas (Naomi Watts y Laura Harring) se embarcan en la resolución de un misterio, cual detectives aficionadas, como ya había ensayado el propio Lynch años antes con el joven Kyle MacLachlan en Terciopelo azul (1986).
Se proponen averiguar la verdadera identidad de una de ellas —Laura Harring (Rita)—, una mujer elegante y sofisticada que ha quedado amnésica tras un accidente en la carretera de Mulholland Drive y que además posee un bolso repleto de dinero y con una misteriosa llave azul. La mujer accidentada recibe la ayuda desinteresada de una candida y virginal actriz (Naomi Watts), abonándose el contraste entre ambas protagonistas (candidez-pureza frente a sofisticación-misterio) y gestándose un tórrido romance entre ellas.
Esta historia principal, muy efectiva y con aires del cine policíaco característico de los años noventa, se engarza con una historia paralela sobre el mundo de Hollywood y la influencia de la mafia en la producción de las películas. La conexión entre ambas historias, si bien efectiva en su tramo final, resulta algo desequilibrada en la primera parte del film. En mi opinión la misteriosa historia de nuestras detectives es mucho más potente y la vemos interrumpida con fastidio por las desventuras del director de cine (Justin Theroux) acosado por el extraño grupo de mafiosos.
El tercio final de la película he de reconocer que me desconcertó. Todo cambia, los nombres de las protagonistas, sus inquietudes y comportamientos, el tono vital (sobre todo de los personajes interpretados por Naomi Watts); en definitiva, es todo más sombrío: ¿Es esta la parte rodada en pocos días con el dinero aportado por Canal + Francia?
Lo enfoqué inicialmente como una metamorfosis del alma de las protagonistas, un cambio brusco de sus pulsiones vitales como tantas veces he visto en la vida real. En no pocas ocasiones se fractura nuestra existencia en cuestión de segundos tras un accidente, un diagnóstico médico o un desengaño amoroso.
De todas maneras aquello estaba lejos de estar claro y decidí recurrir a Internet. Todo un mundo se abrió ante mis ojos. Multitud de freaks esbozaban las más variadas teorías sobre el film, algunas verdaderamente esotéricas (me llegué a sentir aludido ya que incluso había una guía titulada Mulholland Drive para torpes).
Una vez más estaba con el culo al aire y decidí dar un segundo repaso a la película a la vista de los recientes descubrimientos.
Segunda revisión: ¿Pueden los cadáveres soñar con bellas actrices?
La mayoría de las teorías interpretativas del film concluyen que el primer bloque (precisamente el que se entiende mejor) es el sueño de una Naomi Watts (Diane Selwyn) atrapada por la culpa y la desesperación tras haber maquinado el asesinato de su amada (Camilla Rhodes-Laura Harring). El tercio final nos presentaría la realidad, la verdadera identidad de las protagonistas, mostrándonos sus autenticas pulsiones que están dominadas por el egoísmo, la traición, el desamor y finalmente la desesperación que conducirá al suicidio.
En el sueño, Diane (Naomi Watts) se sueña a sí misma de forma idealizada, mostrándonos su cara más amable reconvertida en la pizpireta aspirante a actriz Betty Elms, y en su sueño el amor será puro, el sexo gratificante y los misterios de la vida atrayentes casos policíacos que se deben desentrañar. El sueño de Diane resulta en la práctica un trasunto de la ilusión y la mentira que nos ofrece el mundo del cine.
He de reconocer que interpretada de esta manera, la película cobra verdadero sentido, aunque todavía se observan detalles muy peculiares. Me refiero a los sueños dentro del sueño principal, entendidos estos como esas pequeñas set pieces autónomas en sí mismas y aparentemente desconectadas de la historia madre, pero que constituyen en mi opinión la verdadera marca de fábrica de Lynch.
Destacaría sobre todo tres escenas: la aparición del mendigo-monstruo que da el susto de muerte en el restaurante Winkie’s, la escena del asesino patoso que va matando a los testigos inoportunos que van surgiendo en la escena del crimen y, sobre todo, la sobrecogedora escena en el Club Silencio. Es en esta última donde de forma más explicita parece que estamos en el interior de un sueño, con su atmosfera enfermiza y oscura, la canción mortecina de Roy Orbison y todo ello asociado a acciones y hechos a todas luces oníricos.
Podemos imaginar cómo hubiera quedado el film si estas tres escenas hubieran quedado desechadas en la sala de montaje, entonces estaríamos ante una película policíaca con una trama atrayente, pero definitivamente convencional y plana. Lo que hace de Mulholland Drive un film destacable es en definitiva estas escenas oscuras y enigmáticas y su difícil engarce con ese relato clásico de misterio y desamor.
Si asumimos que los dos primeros tercios del film son un sueño de Diane, entonces resulta especialmente inquietante todo el tramo donde nuestras detectives (en ese momento Betty y Rita) deciden acudir al apartamento de Diane Selwyn y finalmente encuentran su cadáver tendido en la cama. La puesta en escena de este segmento resulta esplendida y está perfectamente diseñada, con el suspense creado por los posibles policías que merodean por los alrededores, la misteriosa vecina (intuimos que Diane ha tenido un romance con ella) y el diseño artístico del macabro apartamento creando unos interiores sucios y oscuros, donde nos parece oler, también a nosotros, el hedor de la descomposición.
Además, estamos ante un sueño premonitorio, donde Diane se sueña a sí misma ya como cadáver, o lo que resulta mas inquietante: ¿podría ser la película el sueño de la propia Diane ya herida de muerte y a punto de expirar? Por cierto, pocas veces he visto en el cine un cadáver más conseguido que el de Diane tumbada en la cama en proceso de putrefacción.
Llegados a este punto, y con cierto batiburrillo mental, decidí dar una ultima visión, creía que definitiva, al film de Lynch.
Tercera revisión: Lo importante es amar
Tras un día ajetreado y encontrándome sólo en casa, preparé mi manta de sofá, dos dedos de mi mejor y único whisky de malta y me sentí transportado de nuevo por la hipnótica música de Angelo Badalamenti.
Por desgracia, el sueño también se apoderó de mí. Cuando desperté, una excitada Naomi Watts (creo que entonces era ya Diane Selwyn) estaba encima de la neumática Laura Harring e intentaba hacerle el amor con escaso éxito. Fue entonces cuando entendí con claridad el mensaje y pensé: ¡Qué grande eres David! Lo importante era amar con pasión a las mujeres o a los hombres, al cine y a la vida, aunque en ello nos fuera la vida, como le pasó a la pobre Diane.
Esto me trajo a la memoria la escena final de otro film que también es un recorrido por el lado más turbio de la existencia humana, me refiero a Eyes Wide Shut (1999) del inefable Kubrick. En ella el esposo compungido (Tom Cruise) le comenta a su esposa (una colosal Nicole Kidman): “Y un sueño es sólo un sueño, nada más”. A lo que Kidman contesta de forma categórica: “Hay algo muy importante que debemos hacer lo antes posible: Follar”. Y se cierra con un seco fundido a negro.
Y entonces volví otra vez a soñar.
Escribe Miguel Angel Císcar