Falsas apariencias
Cuando el dinero entra en escena, nada es lo que parece. Una ecuación en la que uno de los factores es monetario hace que todo se corrompa, las dudas hacen su aparición y la predicción de resultados puede recibir cualquier apelativo a excepción del de matemática, debido a las bajas probabilidades de atinar el resultado final.
La honestidad es un valor poco frecuente cuando el bienestar de uno mismo está en juego, bien por motivaciones egoístas como las propias riquezas o por aprovechar una situación privilegiada para ayudar a los más allegados frente a desconocidos, el dinero y el poder son peligrosos a la hora de ser manejados por una sola persona.
El poder corrompe, es un hecho comprobado desde el más remoto inicio de los tiempos, siguiendo hoy en día en boga y siendo imposible que deje de estar en boca de todos en algún momento hasta que la civilización deje de ser tal y como la conocemos hoy en día o bien se produzca el fin de la raza humana.
En cualquier tipo de sistema político se encontrarán puertas traseras, recovecos y vacíos, hasta la fecha no existe el sistema perfecto, ni mucho menos el político o dirigente idóneo. Mientras la normativa esté ligada al carácter humano, se encontrarán fallos y la palabra equidad será una utopía inalcanzable sea cual sea la variable elegida, ya sea en Oriente y Occidente, con independencia del sistema que rija esa porción de tierra, algo fallará.
Por ejemplo, el actual sistema político de España nos obliga a confiar en la diligencia de ciertas personas, que con mayor o menor tino habrán de tomar decisiones sobre nuestro presente y futuro.
El ser humano tiene un carácter desconfiado que le lleva a pensar que los otros operarán como lo haría él en esa misma situación. Si bien esta teoría puede funcionar en ocasiones —al estar distribuidos en función de nuestras características, modelos de vida y estrato social— no es adecuada en otras muchas circunstancias. Esta teoría es útil a la hora de sobrevivir y vivir en sociedad pero pierde fuelle al no admitir que incluso los más allegados, educados con los mismos valores y medios, tomarán decisiones opuestas.
Chinatown sobrevuela en torno a la hipocresía, secretos y falta de transparencia que presentan algunas personas y/o entidades, especialmente aquellas con recursos suficientes para ocultar todos sus crímenes, independientemente de su índole y gravedad.
Por una parte tenemos a Mulwray, un hombre que de cara al pueblo está bloqueando un proyecto que podría salvar a mucha gente de una situación de falta de recursos y, por otra, al hombre en la sombra, su suegro. Ambos comenzaron una aventura juntos pero cada uno tomó decisiones opuestas que los llevaron a parar a lugares apartados en el termómetro moral.
Entre ellos se encuentra el detective privado Gittes, quien puede parecer un hombre sin moral cuyo medio de vida no es otro sino investigar affaires y asuntos de poca monta, dejando una imagen denostada de cara a la prensa, pero del que descubrimos que formó parte de la corrupta policía de Los Angeles, habiendo decidido abandonarla al no ser capaz de mirar hacia otro lado ante hechos inevitables desde su baja posición en la cadena de mando. De hecho, él podría ser el jefe de policía si no hubiera decidido echarse a un lado al descubrir la ausencia de ley en el Barrio Chino.
El papel femenino es para la señora Mulwray, cuyo mundo se basa en mantener la compostura para no mostrar toda la trama que su propio padre ha urdido con el paso de los años tanto a nivel personal como empresarial.
Detrás del telón
De cara a la galería la situación es diametralmente opuesta a la realidad. El comienzo de Chinatown nos muestra la superficie de lo que más tarde rasgará hasta sobrepasar los peores temores.
Cuanto más avanza la trama, más capta el interés del espectador. Un comienzo organizado y perfectamente limpio va dando paso a la turbia realidad.
Tres son los momentos clave en que el telón de carísimo y de prestigioso diseño se ve damnificado hasta caer sin remedio.
Cuando Gittes se mete de lleno en el caso de la muerte de Mulwray y su investigación le lleva a poner en juego su nariz, resulta indispensable mencionar que se trata de un símbolo claramente diseñado así por el escritor del filme, pudiendo haber elegido la tan socorrida paliza por inmiscuirse en asuntos ajenos, el guionista se decanta por cortar la nariz del detective, lo que significa que se está metiendo donde nadie le ha llamado, como bien apunta el dicho popular. Esa es la primera rasgadura que sufre el telón de la obra perfectamente diseñada por el socio de Mulwray.
El segundo instante es cuando Gittes descubre dónde está el dinero del terreno cuyo valor se multiplicará cuando se realice el proyecto que obstaculizaba Mulwray. El plan está estudiado al milímetro, mientras su impulsor reposa en las sombras, recibiendo las rentas sin ver dañada su imagen.
Y el tercero, más personal e impactante hecho, no está relacionado con la trama de corrupción pero sí con la persona que lo lleva a cabo, demostrando su carácter como ser humano. Es, sin lugar a dudas, la mejor escena de Chinatown, Gittes descubre la verdadera historia de la señora Mulwray bofetada a bofetada. Unos minutos que se tornan en emocionantes a la par que sorpresivos. Quedando el telón en el suelo, sucio, roto y sin la más mínima posibilidad de arreglo.
El caso de la película no es ajeno a la realidad, describe cómo, consintiendo o sin consentir, el ser humano se ve engañado en infinidad de ocasiones. Aquí, los periódicos exponen lo que creen que es la verdad, no pudiendo estar más equivocados, proveyendo de noticias falsas que generarán opiniones y posicionamientos por parte de gente cercana al caso pero cuyos conocimientos son inadecuados.
También se utilizan colectivos que no levantan sospechas como es el de la tercera edad, esto es harto interesante, si se pretende ocultar información, manipularla o hacer que pase inadvertida, una muy buena herramienta es esconderla en lugares o personas que levanten pocas sospechas como pueden ser ancianos o niños.
No se va a investigar algo que no se considera relevante y niños y ancianos, entre otros, debido a nuestras creencias preconcebidas se encuentran alejados de palabras como maldad, secretos o corrupción.
Mirar hacia otro lado
Si por algo se caracterizan los actos delictivos que se perpetran con éxito, como en el caso de Chinatown, es porque quien debería detenerlos o evitar de antemano que se produjeran o no posee habilidades suficientes como para detectar irregularidades o elige ignorar los hechos, de manera premeditada o porque esto genere algún beneficio directo para él o ella.
Existen situaciones en las que la incompetencia hace más sencilla la labor de los que quebrantan la ley, mientras que en otras, bien por involucrarse en el crimen al recibir dinero u otros bienes de modo directo o al tener el acto delictivo repercusiones positivas directas, se consiente la infracción. El sistema perfecto aún no ha sido creado, gente como Gittes queda relegada a un segundo plano para dejar paso a otros que manchan tanto su propia reputación como la de sus superiores.
Esto ocurre desde hechos simples y apenas sin repercusión, como engañar en un examen, hasta los mayores actos de corrupción conocidos. Para entrar a analizar más en profundidad, nos habríamos de adentrar en la difusa y variable barrera de la legalidad.
El guión de Robert Towne no sería de interés si finalmente, los malos fueran arrestados o incluso murieran. Towne prefiere que los actos de Noah Cross queden impunes, saliéndose con la suya tanto en lo que a su hija se refiere como en los negocios. La facilidad de Cross para desarrollar su plan resulta perturbadora cuanto menos.
De cara a la población solamente se transmite la infidelidad y posterior muerte de Mulwray, pero muchas son las acciones que acaecen y quedan enterradas en las retinas de aquellos que las viven de primera mano, sin poder hacer nada, como Gittes o sin querer hacerlo, el jefe de policía.
Escribe Sonia Molina