Desgana estelar
Que John Carpenter no entretenga con sus películas rara vez ha sucedido; de una forma u otra y en mayor o menor medida siempre termina siendo interesante.
En Fantasmas de Marte la balanza de errores y virtudes queda equilibrada en cantidad, pero el peso de los primeros acaba por hundir la película; y es que si la historia de entrada no cuadra, poco se puede hacer.
En una excavación minera de la superficie marciana surge una antigua puerta en una de las galerías. Al tocarla se desvanece, y una extraña niebla se esparce por la zona provocando a los mineros lo que en un principio parece la muerte, pero que resulta un estado de letargo para despertar convertidos en vampiros. El vampirismo se encuentra enterrado y es despertado por el humano colonizador; es decir, comprensiblemente, matan por defender el territorio.
De estos sujetos, cuando mueren, sale su huésped (el alma vampírica marciana) que puede introducirse en quien quiera a su antojo —de la manera que lo hacia el mismísimo diablo en Fallen—, el problema es que no lo hace; de lo contrario podría haber penetrado en el interior de quien más problemas le estuviera causando y habría terminado la película en veinte minutos.
Por motivos no muy distintos, cuando descubren que la droga que toma la protagonista evita la posesión, no se drogan todos, pues estaríamos hablando de una secuela de The Faculty.
Algunos de los personajes son simplemente pinceladas de lo que deberían ser, otros son menos por las carencias de algunos actores. Y aunque a su favor tenga que los puntos de vista de los personajes están especialmente marcados, manteniendo la coherencia de los saberes de cada uno de ellos, esto le viene propiciado por estar contada por un evitable flash-back.
Nos enfrentamos a un constante tira y afloja, que termina desgraciadamente en afloja. Parece un refrito de cosas, ideas: Vampiros, género fantástico, Marilyn Manson haciendo de malo, La niebla, un western, gente encerrada sin salida, cine gore… Su final absurdo lo aglutina todo a la perfección: pasamos de un homenaje a la Teniente Ripley, a un momento chulesco e infantil.
Parece hecha con desgana.
Escribe Israel Pérez