El hombre sin sombra (Hollow man, 2000)

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Sangre y sexo en el laboratorio

el-hombre-sin-sombra-0Tres años después del muy atractivo film de ciencia ficción Starship Troopers (1997), y tras desechar la realización de un film sobre el mago y escapista norteamericano Harry Houdini, Paul Verhoeven se embarca de nuevo en un proyecto de temática fantástica, aunque de carácter más comercial, buscando resarcirse de los fracasos económicos de Showgirls (1995) y Starship Troopers.

El proyecto de El hombre sin sombra surge de una iniciativa del productor Douglas Wick que revisita la añeja historia del hombre invisible escrita por el escritor inglés H. G. Wells en 1897. Ya en 1933 el famoso director de Frankenstein James Whale realizó con Universal una exitosa versión cinematográfica de la novela de Welles, El hombre invisible (The invisible man), donde Claude Rains interpretaba al Dr. Jack Griffin, la mayor parte del metraje cubierto su rostro por unas vendas y gafas oscuras, y con unos efectos visuales verdaderamente asombrosos para la época.

El hombre sin sombra, la película de Verhoeven, es en realidad una puesta al día del clásico tema del Mad Doctor, donde el científico bienintencionado de turno aspira a conseguir unos logros que cambien el devenir de la humanidad, y en su empeño se instala en la locura.

Con frecuencia estos Mad Doctors aprovechan los avances tecnológicos para crear seres monstruosos con los que piensan revolucionar la sociedad de su tiempo, tal es el caso del Dr. Rotwang de Metropolis (1927) de Fritz Lang, el mencionado Dr. Frankenstein o el Dr. Moreau de La isla de las almas perdidas (1932) de Erle C. Kenton, por cierto esta última también basada en una novela de H. G. Welles. Monstruos que, paradojas de la vida, se acaban revolviendo y ocasionalmente asesinando a sus abnegados creadores.

Pero no es extraño que estos científicos dementes experimenten en sí mismos las pócimas que están investigando, y las transformaciones monstruosas las sufran en sus propios cuerpos y almas; ejemplos no faltan, como en El hombre y el monstruo (1931) de Rouben Mamoulian, basado en la novela de Stevenson El extraño caso del Dr. Jekyll y el señor Hyde; también el caso que nos ocupa, El Hombre invisible o La mosca (1958) de Kurt Neumann.

Pero sobre todo interesa destacar la versión de La mosca de 1986 de David Cronenberg, que se emparenta estrechamente con el film de Verhoeven, por su carácter bizarro y enfermizo, y porque ambas se encuadrarían en el subgénero de ciencia ficción niopunk, donde se fabula con la manipulación genética de los cuerpos, con frecuencia bajo la supervisión de potentes corporaciones internacionales (el Pentágono en el film del holandés), la mayoría de veces ocultando fines poco éticos.

Ciencia y locura: un binomio perverso

La trama argumental de El hombre sin sombra no es novedosa, pero sí lo es su tratamiento y puesta en escena. Un grupo de jóvenes científicos, liderados por el Doctor Sebastian Caine (Kevin Bacon) están investigando en unos laboratorios ultrasecretos del Pentágono la posibilidad de la invisibilidad del ser humano mediante la manipulación genética. Tras varios fracasos, el propio Dr. Caine prueba en sí mismo la pócima secreta y sufre una verdadera transformación, consiguiendo al fin ser invisible, pero convirtiéndose en un ser deleznable y en un asesino implacable.

Con el cambio de siglo, Verhoeven vuelve al género de ciencia-ficción que tantos éxitos le había reportado en los ochenta y noventa, con importantes blockbusters de culto como Robocop (1987), Desafio Total (1990) y Starship Troopers (1997), aunque con matices distintos. En estos tres títulos la acción se desarrollaba en un futuro lejano, con sociedades en crisis, hipertecnificadas, distópicas y en donde el director holandés creaba verdaderas fabulas políticas dando rienda suelta a una desbordante imaginería futurista ayudado por unos extraordinarios efectos especiales.

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El hombre sin sombra se plantea desde una perspectiva distinta. La acción transcurre en la actualidad y la parte más fantástica queda inmersa en las posibilidades de la manipulación genética, dotando al film de un curioso y paradójico aire de verosimilitud que lo aleja de la ciencia ficción más ortodoxa y fantástica. En la práctica esta cotidianeidad hace de ella una película menos “importante” y ambiciosa que sus predecesoras.

En definitiva, no arriesga tanto y juega sobre seguro. Las declaraciones de Verhoeven sobre este particular son clarificadoras: “Quería hacer una película más popular que mis films anteriores. Traté de que mi aproximación a la película fuera más normal, porque este era un film muy caro y si lo convertía en un film personal hubiese sido el fin de mi carrera. En este caso, tenía un guión muy preciso y claro y me limité a filmar el guión tal cual había sido aprobado por el estudio” (1).

Sin embargo, el film presenta aspectos muy interesantes, de los que destacamos un erotismo perverso que recorre toda la película y la deriva de sus claves fantásticas hacia el cine de terror más setentero.

El hombre sin sombra es un film puntuado por diversas set pieces de marcado voltaje erótico, muy bizarras, aunque esto no debería asombrar viniendo como viene de un director que se ha caracterizado por un acercamiento liberador y transgresor del sexo en todos sus films. Pero sí extraña que estos aspectos sean tan preeminentes en una producción comercial hollywoodense y dirigido a un público juvenil (todos los científicos que aparecen en el film no aparentan tener más de 25 años).

La clave que plantea el film radica en la moralidad del ser humano, esto es, explora qué límites seriamos capaces de rebasar si supiéramos que gozamos de invisibilidad total y nadie sospechara de nuestras andanzas. ¿Seriamos capaces de evitar satisfacer nuestros bajos instintos, por ejemplo oyendo conversaciones privadas o inmiscuyéndonos en la intimidad más secreta de nuestros semejantes? Desde luego el Dr. Sebastian Caine no hace mucho por evitar estas pulsiones.

Así, nuestro invisible protagonista no duda en aprovechar el tranquilo sueño de una de sus colaboradoras para masajear sus pechos o en crear la duda de si en verdad está en los lavabos mientras otra de las científicas está sentada en la taza del retrete. Pero una de las escenas más trabajadas en este sentido es la violación de la vecina del apartamento de Sebastian Caine, a la que espía desde su ventana, en un claro homenaje a La ventana indiscreta del maestro Hitchcock o al Doble cuerpo de Brian de Palma. Con un montaje preciso, nuestro protagonista, en plano subjetivo, logra colarse en el apartamento de su vecina que acaba de ducharse (de nuevo Hitchcock), estableciendo con ella un juego morboso e inquietante que acabará en su violación en off en la versión para salas de cine (en la versión para DVD se añaden unos escasos segundos donde se hace más explícito el ataque sexual).

Hay sin embargo otro abordaje sexual a la antigua novia del Dr. Caine, la científica Linda McKay interpretada por la atractiva Elisabeth Shue, que también duerme plácidamente en su cama, y que en realidad resulta ser una pesadilla y es a todas luces acomodaticia y prescindible, ya que no es suficientemente transgresora y, en realidad, parece pensada para el lucimiento de la magnífica figura de nuestra protagonista.

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El otro aspecto interesante del film es el acercamiento al cine de terror de los años setenta y ochenta, recordándonos los slashers de Carpenter, Hooper o Cunningham, sobre todo en lo que respecta a la eliminación por parte del invisible Sebastian, uno por uno, de todos sus más estrechos colaboradores. Los pasillos del laboratorio subterráneo se convierten en una trampa mortal donde van cayendo sucesivamente a manos del implacable asesino, todo ello rematado por un final “explosivo” en la escena del hueco del ascensor con un inmortal Sebastian acosando a Elisabeth Shue y Josh Brolin.

Más trabajada y menos convencional resulta la escena del asesinato en la piscina del militar del Pentágono, con una puesta en escena atractiva y unos efectos especiales verdaderamente efectivos de Scott Anderson, donde intuimos la transparente figura del asesino luchando bajo el agua con su víctima y la salida del primero por la escalerilla goteando hasta que lo vemos desvanecerse al escurrirse toda el agua de su cuerpo.

Sin embargo el film no está exento de detalles más sutiles que lo asimilan a otros clásicos del género. La máscara de látex que cubre la cara de nuestro Mad Doctor nos recuerda ineludiblemente otros rostros ocultos inquietantes, como la faz vendada del clásico de Whale de 1933 o esa careta blanca, sin vida, imposible de olvidar, en la cara de Edith Scob en Los ojos sin rostro (1960).

Por ultimo, reseñar el excelente trabajo de Kevin Bacon en el papel de Sebastian Caine, un actor con un rostro peculiar y siempre inquietante, que logra transmitir toda la zozobra del personaje: prepotente y amoral incluso antes de conseguir la invisibilidad, pero que potencia su lado más oscuro alcanzando el máximo poder y maldad tras el efecto de la droga.

En definitiva, Verhoeven consiguió al fin un producto rentable (su título más taquillero desde Instinto básico), de estupenda factura técnica y verdaderamente muy entretenido, con interesantes apuntes sobre el género de ciencia ficción y terror, y con las consabidos set pieces de malsano erotismo tan apreciados por el director y, por qué no decirlo, también por todos nosotros.

Sin embargo, el regusto final es ligeramente decepcionante, no porque el producto final carezca de calidad, sino porque todos esperábamos mucho más de Verhoeven. 

Esperábamos El libro negro y Elle.

Escribe Miguel Angel Císcar


(1)   Paul Verhoeven. Carne y sangre. Tomás Fernandez Valentí. Ed. Glénat. 2001.

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