Mal comienzo, Dr. Lecter
Cuando se propuso en la revista un Rashomon sobre El silencio de los corderos pensé sin atisbo de duda: “Me pido Hunter de Michael Mann”. No perdí tiempo y escribí a nuestro director a las primeras de cambio contento de haberme adelantado a los otros redactores. Tenía un recuerdo difuso y agradable de un visionado un sábado por la noche en un video VHS de alquiler (de esto hará casi 30 años), pero su reciente visión me ha provocado reacciones muy encontradas. Aún reconociendo que el film tiene personajes muy conseguidos y algunas escenas magníficas, el conjunto me ha parecido fallido e incluso llegó a irritarme en algunos momentos.
Y es que la nostalgia es mala consejera, y todavía más si nos centramos en el thriller de los años ochenta.
Hunter está basado en la novela de suspense El dragón rojo (1981), primera novela de la serie protagonizada por el asesino caníbal Dr. Hannibal Lecter, escrita por el autor de best-sellers Thomas Harris (también responsable de la obra Domingo negro con la que Frankenheimer hizo una atractiva cinta de acción).
En 1983, Michael Mann había firmado con el productor Dino DeLaurentiis el rodaje de una película basada en la susodicha novela de Thomas Harris, sin embargo antes de embarcarse en este proyecto Mann aceptó el cargo de productor ejecutivo de la serie de la NBC Corrupción en Miami (1984-1989), donde se aplicaba la estética de videoclip —tan de moda en aquellos años por los videos musicales de la MTV— a una historia policial que versaba sobre la lucha contra el narcotráfico en el sur de Florida.
Y creo que es ahí, precisamente en los aspectos formales, donde radica la clave de por qué la cinta ha envejecido mal, sobre todo al estar tan supeditada a los formatos estéticos (visuales y musicales) del cine de los años ochenta. Además el film respira un aire pretencioso con ínfulas New Age que lo alejan de cualquier adscripción al cine negro más ortodoxo.
Como siempre, lo mejor son los malos
La trama de la novela El dragon rojo resulta tan efectiva, que no le duelen prendas a Harris repetir un esquema argumental muy similar para su siguiente novela del caníbal en El silencio de los corderos (publicada en 1988), dándole mayor protagonismo en esta segunda al Dr. Hannibal Lecter y cambiando el sexo del investigador del FBI.
Si la cosa funciona… ¿por qué cambiar?
En la que nos ocupa, el especialista en perfiles psicológicos del FBI Will Graham (el televisivo e inexpresivo William Petersen), retirado del servicio por problemas mentales y físicos tras un enfrentamiento con el Dr. Hannibal Lecter, al que no obstante logró meter entre rejas, es reclamado para investigar los crímenes de un asesino en serie de familias felices (Dollarhyde) al que la prensa y la policía apodan “el ratoncito Pérez” por los mordiscos que inflige a sus víctimas, interpretado por un magnífico Tom Noonan.
Para introducirse mejor en la psique del criminal decide solicitar ayuda al Dr. Lecter (al que da vida Brian Cox en una composición muy lograda, aunque de escasa duración). Se establece una lucha sin cuartel entre el policía íntegro y atormentado y el loco psicópata hasta que se produce el desenlace final que todos estamos esperando. Pocas sorpresas.
Evidentemente en este tipo de productos no debemos buscar historias o tramas verosímiles o mínimamente realistas. El mérito de los autores estriba en conseguir un tratamiento narrativo o cinematográfico —en definitiva, una atmosfera— que consiga captar la atención del espectador y si es posible construir un imaginario que logre trascender a la misma trama. Esto lo consiguió cinco años más tarde Jonathan Demme en El silencio de los corderos (1991) a través de una iconografía gótica que mezcla con gran acierto aspectos del noir con el cine de terror y, sobre todo, utilizando unos personajes o arquetipos, tanto los pertenecientes a las fuerzas del orden como a las “fuerzas del mal”, a los que dota de una personalidad y una intensidad rara vez alcanzadas en este tipo de producciones poco dadas a sutilezas.
Por desgracia el problema de Michael Mann en Hunter es doble: por un lado, unos planteamientos formales, de los que luego hablaremos, a mi entender excesivamente chirriantes; y por otro lado, unas interpretaciones desequilibradas, donde la fuerza de la historia recae en los actores que interpretan a los psicópatas (Lecter y Dollarhyde es lo único que permanece en la memoria del espectador) y, sin embargo, todo el metraje donde aparecen los agentes del FBI con sus cuitas y desvelos resulta muy poco atractivo. En verdad nos importa un bledo lo que le ocurra al cargante agente del FBI Graham y a su ñoña familia y no nos tragamos ese tormento interior y menos sus verbalizaciones patéticas delante de la cámara exclamando: “Te atraparé hijo de puta”.
Estamos a años luz de la sentida vulnerabilidad de la agente del FBI Clarice Starling del film de Demme o de la sutil relación paterno filial o quizá amorosa que se apunta entre la agente interpretada por Foster con su jefe (un sobrio y eficaz Scott Glenn).
Sin embargo el tratamiento que da Mann a los “malos” de la función sí que resulta interesante y en gran medida consiguen reflotar la película.
El papel de Hannibal Lecter (en este film se apellida Lector, aunque en el doblaje al castellano se habla de Lecter) está interpretado por el actor escocés Brian Cox, y consigue en escasos 10 minutos dar verdadera consistencia a su personaje. La escena de la entrevista en la celda del psiquiátrico con el agente Graham resulta modélica, estableciéndose entre ellos una relación gato-ratón perfectamente estructurada, apuntando situaciones de dominación, sumisión y dependencia psicológica.
La puesta en escena y dirección artística contribuyen a dotar de fuerza al personaje de Lecter. Las paredes, techos y barrotes de la celda están pintadas de un blanco nuclear, así como el uniforme de Hannibal; esto provoca un contraste evidente con el pelo negro azabache y los ojos penetrantes del psicópata caníbal, que permanece prácticamente inmóvil durante el interrogatorio, penetrando sibilinamente en la mente del agente del FBI que se remueve intranquilo en su silla.
En cuanto al personaje del asesino en serie Dollarhyde, presenta quizá más aristas que Lecter, ya que partimos de una persona poco agraciada físicamente (calvo, casi albino, con labio leporino), rechazado por el sexo femenino y que anhela destruir aquello que nunca podrá alcanzar, principalmente la felicidad del hogar encarnada en familias perfectas (ricas, buenas viviendas, hijos sanos, animales domésticos, amas de casa hermosas).
Únicamente consigue un atisbo de felicidad cuando establece una relación afectiva como una compañera de trabajo… ¡ciega! (única manera de no sentirse rechazado). En relación a esta ceguera se establece una de las escenas más hermosas del film, cuando Dollarhyde lleva a su amiga a un veterinario que acaba de anestesiar un tigre. La mujer acaricia sensualmente el cuerpo del animal, su boca y sus dientes y vemos cómo nuestro querido psicópata reacciona extasiado a las caricias al felino.
La composición que realiza el actor Tom Noonan es verdaderamente inquietante, logrando una perversa identificación con su personaje. Llegó incluso a solicitar que no le presentaran al resto del equipo de rodaje salvo si tenía escenas con ellos, con lo que se rodeó de un aura de misterio y aislamiento (1).
Los extraños años ochenta
Como he comentado, los aspectos estéticos son los que a mi parecer provocan una rémora en el film difícil de salvar. Lo que quizá en aquellos años pasaba por un alarde de modernidad, incluso aplaudido por todos nosotros en el momento de su visión, hoy queda pretencioso y anticuado. El montaje videoclipero condiciona el tono de la película, siendo difícil con esos mimbres pergeñar relatos negro-criminales de forma clásica. La forma en este caso lo impregna todo.
Esta opción estilística es atribuible en buena parte al propio director, ya que otros títulos de la época, como Sangre fácil de los Coen (1984) o Terciopelo azul de Lynch (1986), mantienen un tono poco supeditado a las modas del momento y en consecuencia sus films no acusan tanto el paso el tiempo. Aunque el cine de Mann siempre ha sido muy visual y estéticamente impactante, en los sucesivos films de género negro que rodó —como Heat (1995), Collateral (2004) y Enemigos públicos (2009)— esta impronta esteticista no llega a desequilibrar sus obras y consigue unos resultados muy notables.
Sin restar merito a la fotografía de Dante Spinotti, resulta cargante el tono azulado empleado en el dormitorio del agente Graham cuando hace el amor con su mujer, los ralentis superfluos, los edificios de diseño, el cielo azul inmaculado, las miradas lánguidas dirigidas al inmenso océano. Algunas escenas no obstante resultan meritorias, como la referida de la entrevista en el manicomio con Lecter, la escena del tigre y esos planos subjetivos filmados en cámara de video por el psicópata mientras recorre las habitaciones familiares y espía los cuerpos dormidos de sus víctimas (antecedente del ya pasado de moda found footage).
En cuanto a la música de The Reds y Michel Rubini me parece sencillamente insoportable, estando presente en la mayoría de las escenas sin dar un minuto de respiro y provocando hartazgo de tanto sintetizador.
Una última curiosidad, en 2002 “el ratoncito Pérez” volvía a la palestra. El director Brett Ratner hizo un remake de la misma historia titulado El dragón rojo, con Anthony Hopkins que volvía a encarnar a Hannibal Lecter, Edward Norton como agente del FBI y Ralph Fiennes en el papel del psicópata Dollarhyde. El film de Ratner no alcanza ni de lejos la calidad del realizado por Demme, pero en mi opinión es superior al de Michael Mann, proporcionando unas interpretaciones muy ajustadas y una dirección correcta que en ningún momento incomoda.
En definitiva, Hunter resulta interesante como primera aproximación al personaje de Hannibal Lecter, plantea buenas interpretaciones de sus villanos y algunas escenas acertadas, pero por desgracia es muy deudora de la estética videoclipera y New Age de los años ochenta.
Tendríamos que esperar solo unos años para reencontrarnos con unos de nuestros doctores favoritos en El silencio de los corderos, esta vez sí, en un film redondo.
Escribe Miguel Angel Císcar
Nota:
(1) Michael Mann. F. X. Feeney / Paul Duncan (Ed.). Taschen. 2006.