Un seductor en blanco y negro
El joven Alfred Hitchcock transitó la década de los 20 a un ritmo frenético, sólo apto para mentes privilegiadas como la suya. Por ese tiempo abandona los estudios tras la muerte de su padre, se enrola en una productora como aprendiz, se casa con la guionista y ayudante de dirección Alma Reville, nace su hija Patricia y remata la década con una prolífica actividad creativa como director.
Por lo que aquí más nos interesa, en 1928 primero estrena Easy Virtue y poco después The Farmer’s Wife, película de la que nos ocuparemos de inmediato. Al año siguiente se pasa definitivamente al cine sonoro con la película La muchacha de Londres (1929), y una década más tarde se traslada al epicentro de la industria cinematográfica en EE.UU. Lugar y etapa en la que dirige las obras que le reportarían los mayores reconocimientos artísticos y sociales.
Tales son sus méritos cinematográficos e intelectuales que lo mismo encontramos una exposición sobre su obra en la Fundación Telefónica de Madrid que un curso de filosofía en la UIMP. Por parecidos motivos se acercan a él sus colegas franceses para hablar de cine (Truffaut, Rohmer o Godard), pero también un psiquiatra como Zizek para reflexionar sobre la culpa y el arrepentimiento en los personajes de Hitchcock. Mientras que un filósofo como el norteamericano R. Pippin analiza la arquitectura visual de sus películas principalmente por dos razones: mediante el montaje ofrece una mirada distinta sobre la realidad y el modo de aprehenderla; en segundo lugar, porque le exige al espectador adoptar un papel diferente al convencional puesto que lo compromete con lo que transcurre en la pantalla.
The Farmer’s Wife (La mujer del granjero) no es de las películas que más interés haya despertado de la etapa inglesa del director. Aunque sí se considera unos de los films más característicos de la etapa inglesa. Como hemos señalado, no se trata de un período de producciones pretenciosas, está todavía en la etapa de aprendizaje y estudia con admiración el cine de clásicos como Friedrich Wilhelm Murnau o Fritz Lang. Razón por la que en estas primeras películas aparecen ya esbozados muchos de los elementos que caracterizarán su modo de entender y hacer cine.
Por un lado, se perfila su paleta temática: personajes atormentados por problemas trascendentes, culpas y falsos culpables, obsesiones, miedos. Elementos estilísticos como la enorme preocupación por el guión, el encuadre en las tomas o el montaje, que tan bien maneja para provocar el suspense. Y, en tercer lugar, consolida un modo de desarrollar la narración a partir de un triángulo de personajes relacionados por el amor / odio / drama / equívocos.
En definitiva, esta es la materia que luego estará presente, de un modo u otro, en sus producciones de madurez. Desde esta perspectiva, es claro que La mujer del granjero no figura entre las obras de referencia de la filmografía de Hitchcock, pese a la presencia en ella de muchos de los elementos mencionados. Al margen de estos matices, la película se considera una de las piezas más relevantes del cine mudo.
La temática abordada en la película no es original de Hitchcock. En esta ocasión el argumento lo toma de una obra de teatro costumbrista, estrenada en 1016, y escrita por Eden Phillpots. Escritor que también participa en el guión de La mujer del granjero.
La película narra la historia de un terrateniente, el Sr. Sweetland, quien, tras enviudar y asistir a la boda de su hija, se afana en buscar por los alrededores una esposa. El protagonista tiene tan altas pretensiones que no es correspondido por ninguna de las mujeres de su entorno. Bueno, no todas le manifiestan esta actitud. La búsqueda le sirve al director, sin embargo, como recurso de guión para presentarnos, tal vez un poco caricaturizadas, a diferentes tipos y clases de mujeres de la época. Mujeres pertenecientes a una clase social que se afana en sacudirse las miserias de los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial.
Como el propio Hitchcock ha repetido en muchas de las entrevistas que le hicieron a lo largo de su vida, dice poseer un «sentido especial para lo dramático». Sin duda, en la película que nos ocupa lo pone de manifiesto por partida doble: lo primero en cómo nos muestra a los distintos personajes y la relación que mantienen entre sí y, por otro lado, cómo presenta el entorno que les envuelve.
Con tales aditamentos el relato resulta efectista y eficaz en la comedia con la que nos presenta los problemas que rodean a una determinada clase social, pese a estilizar las situaciones casi hasta la caricatura. Un ejemplo de lo que decimos son las escenas en las que aparece la elaboración y consulta la lista con los nombres y cualidades de las posibles pretendientes a visitar por el granjero. Igualmente llamativa cinematográficamente es la escena en la que la criada, al fin, se puede sentar en la silla vacía durante tanto tiempo y que Hitchcock nos ha ido mostrando a lo largo de la película.
Funciona la narración, además, porque cuenta con el valor añadido de la magnífica interpretación de actores y actrices del reparto. Mención especial se ha de hacer del papel del criado que interpreta Gordon Harker, uno de los actores preferidos del director. Aprovecha su vis cómica para intercalar escenas de humor en el transcurso de alguna de las secuencias dramáticas. En general y al ser una película muda, actores y actrices exageran su gestualidad a fin de enfatizar aquellos aspectos de la narración más cómicos, dramáticos o descriptivos. Faceta en la que brilla con luz propia la mímica del mencionado Gordon, quien llega a hacer innecesarios los carteles tan propios del cine mudo.
Aunque el tema de fondo es un drama costumbrista, la historia se cuenta en tono de comedia salpicada de escenas de humor y con frecuencia de un humor corrosivo. Resulta especialmente llamativa la escena en el bar poco antes de empezar la cacería. Es una escena cargada de simbolismo porque no sólo la camarera es cortejada por el elegante señorito, sino que además ésta lo rechaza devolviéndole la flor con un gesto que ridiculiza al pretendiente. Mientras esto sucede, el resto de hombres amorrados a la barra le reclaman a la camarera más cerveza, pero ella no pierde la ocasión de coquetear con el granjero. Hecho que, a su vez, le afea y critica una vecina que por lo visto abriga alguna esperanza de conquistar al viudo. En fin, hay toda una sucesión de situaciones y de planos que le dan al conjunto un sentido bastante ácido.
Pese al empeño puesto por el protagonista en su empresa, no logra ningún éxito. Y es que las armas de seducción desplegadas por el terrateniente, Sr. Sweetland, aparentan ser un tanto inocentes. Se proponía cautivar a sus pretendidas con la enternecedora declaración de ser dócil como un niño pero con tales convicciones que «un regimiento de soldados no podría mandar». Así se presentaba ante las damas de las que esperaba sus favores. Y sin embargo una tras otra, aunque con distintos argumentos, lo iban rechazando.
Cuando se percata que no es capaz de conseguir su propósito, entonces cambia de estrategia y decide escuchar su corazón. Llegado a este punto, ya puede invitar a sus vecinos a una comida para anunciar su boda y presentarles a su futura esposa.
Estamos ante una película muda y una temática un tanto envejecida, pero aun así logra enganchar al espectador. Y lo consigue gracias a un montaje ágil, una fotografía muy cuidada y un poco ampulosa. Cuida con precisión los detalles y el lugar que ocupan en el encuadre, como es el caso de las tomas en las que aparece silla vacía en la cocina. En algún texto se dice que como el director de fotografía estuvo enfermo gran parte del tiempo de rodaje, fue Hitchcock quien asumió personalmente esa responsabilidad artística.
En cualquier caso, al principio de la película, la secuencia en la que se nos anuncia la muerte de la señora de la casa, gracias al montaje y a la sucesión de claros y oscuros, resulta de una enorme belleza y precisión narrativa. Escena que acaba con un fundido en negro adquiriendo una enorme carga como significante de lo que está sucediendo en esa habitación. En otras ocasiones lo consigue mediante unos encuadres en los que se resalta el detalle que dramáticamente más le interesa al director. Este sería el caso de los planos cortos en los que muestra la cara y los ojos de la criada, así el director nos mantiene alerta ante el cambio de sus sentimientos hacia el dueño de la casa.
Pese a la aparente simplicidad de la película La mujer del granjero, ya que la acción transcurre linealmente, creemos que el relato se presta a múltiples lecturas. Desde luego, si le aplicamos una lupa «presentista» y dado que tenemos ahí de fondo las movilizaciones del ocho de marzo, es obvio que no pasaría los filtros de lo «políticamente correcto». El papel protagonista lo desempeña un hombre, pero enfrente tiene mujeres con papeles secundarios y, sobre todo, actitudes de supeditación y hasta de sometimiento. Aparecen esperando a que alguien las rescate, como así sucede con su ama de llaves.
Sin restar importancia a las cuestiones señaladas, no es menos cierto que hay otros elementos que conectan con preocupaciones actuales y comprometidas. Tal es el caso de llevar a la pantalla grande escenas de la vida rural, abordar los prejuicios que pululan entre las gentes que habitan en esos lugares, presentar con toques de humor crítico los pequeños dramas que envuelven a los seres humanos. En definitiva, una película muy entretenida, formalmente muy cuidada y que no deja indiferente a quienes la contemplen con atención.
Escribe Ángel San Martín