Una madre hitchcockiana…
…es una expresión que ha trascendido lo cinematográfico. Es cierto que no ha alcanzado la difusión de otros conceptos provenientes del mundo del arte, como dantesco o kafkiano, ambos términos recogidos incluso por la Real Academia en su diccionario, pero por poco avisado que se esté las madres hitchcockianas son ya un arquetipo reconocible y útil para conocer la realidad, en una prueba más de que el mundo imita al arte.
Como arquetipo que es hay que decir que no toda madre que aparezca en una película del director inglés, por el mero hecho de aparecer, merece el nombre de madre hitchcockiana. No es suficiente tener hijos, sino que hay que comportarse de una determinada manera, tratarlos de forma peculiar, poseer incluso una personalidad muy característica. Si esas condiciones se cumplen ya no importa siquiera que la madre sea real o un mero recuerdo, y ahí está la de Norman Bates para atestiguarlo (Psicosis, 1960).
Aunque fue en su cine americano donde este personaje alcanzó todo su esplendor (en la ya citada Psicosis o en Encadenados, 1946), como en casi todo lo que atañe a su obra su formación en la etapa inglesa también recoge el necesario aprendizaje y configuración de una de sus mayores obsesiones, la que aquí consideramos. Las películas inglesas de Hitchcock contienen en este asunto rasgos que se irán consolidando, y también dispersiones de corto recorrido que caerán casi en el olvido a medida que su obra avance.
Siendo generosos son cuatro las películas inglesas en las que la específica relación materno-filial asoma, si bien será sobre todo en Easy Virtue (1928), sin duda una de sus obras maestras, no sólo de la etapa inglesa, sino de toda su carrera, donde adquiere sus rasgos más reconocibles. Junto a ellas apreciamos su presencia en mayor o menor medida en El enemigo de las rubias (1927), Juno y el pavo real (1930) y en algo menos en la primera versión de El hombre que sabía demasiado (1934).
Madres casi tradicionales
Ser una madre hitchcockiana no significa dejar de ser una madre, asumir el rol que la tradición le ha asignado y desempeñarlo con eficacia. La primera aparición significativa del personaje en su cine es, en este sentido, muy aclaradora. Se produce al inicio de El enemigo de las rubias, una vez anunciados los crímenes y sugerida la amenaza sobre la hija, de vida no muy ejemplar. Nos presenta entonces a la madre amasando sobre la mesa mientras el yerno (que trabaja de policía) fuma y charla con ella. Es lo que llamaríamos una mujer de su casa, si bien su función no es en absoluto subsidiaria, sino que, desde ese ámbito, controla y ejerce el domino sobre el resto de la familia.
Esta actitud en ocasiones es suficiente para sacar adelante a los suyos, mientras que en otras se topa con unos límites difíciles de vulnerar, pero no por ello pierde la lucidez ni renuncia, en la medida de sus posibilidades, a mantenerlos a flote, aunque se desgañite en el reproche y en la queja, como es el caso de Juno y el pavo real.
También hay madres díscolas, que desatienden sus labores fundamentales, y que serán castigadas por ello. En Juno…, creyéndose repentinamente rica, se lanza a gastar antes de tener el dinero de la extraña herencia que les ha caído encima, sin prever la posibilidad de volver de nuevo a la pobreza y tener que asumir las calamidades que sufrirán sus hijos, como así acaba ocurriendo.
Por su parte la acomodada señora Lawrence en El hombre que sabía demasiado, por mucho que ocupe su tiempo libre tejiendo, lleva una vida más bien disoluta, sin abstenerse de flirtear con otros ante la mirada de su marido y su hija, y experta en una actividad tan poco femenina como el tiro, que practica mientras la familia disfruta de otra de sus aficiones, el esquí. El secuestro de la hija no es sino una réplica merecida por esa actitud, un toque de atención que su pericia resolverá para volver a reunir a una familia, ahora sí, consciente de lo que se puso en riesgo.
Las madres de Hitchcock son pues madres convencionales en las formas, o así han de serlo, aunque dentro de esos límites ejerzan un dominio avasallador.
Madres dominantes
Tal dominio se expande en todas las direcciones, y va acompañado de una actividad protectora irrenunciable. Al primero que atañe es al marido, normalmente un ser inferior quien, aunque en ocasiones intente imponerse, está condenado desde el inicio a la derrota. Es evidente en Juno…, donde los crápulas del consorte y su amigo sienten pavor ante ella y se esconden para escapar de su ira.
No es necesario, sin embargo, que el domino conduzca al enfrentamiento. La relación de poder está perfectamente establecida y es interiorizada. La fortaleza está de parte de ella, y el débil se reconoce como tal, por lo que no tiene inconveniente en buscar refugio en su seno en caso de necesidad. El dominio se convierte así en protección.
En El enemigo… la madre, con todo lo tradicional que es, impone a su marido que la ayude en la cocina, y recalca siempre el papel secundario que posee respecto a ella. Está desde el comienzo muy claro quien ejerce el poder y quien se le subordina, por mucho que las apariencias tradicionales se mantengan. Varias escenas nos lo confirman: Una, el momento en el que ella hace la pajarita a su marido, donde se conjuga lo tradicional con la dependencia. Por otra parte es la desconfianza de la madre hacia el inquilino la que contagia al padre, y cuando éste sube a devolver el vestido ella espera al pie de la escalera como supervisando las operaciones. Con todo, la forma más gráfica de mostrar la relación que ambos mantienen nos la ofrece el plano en el que observan la detención del inquilino, y en el que el padre se refugia detrás de su esposa, a modo de burladero que evita el peligro que los acecha.
Ese dominio se torna aplastante en Easy Virtue. La presentación de la señora Whittaker no deja lugar a dudas. La vemos aparecer en lo alto de la escalera desde la cual, en picado, domina todo lo que sucede a sus pies. Más tarde, cuando Larita descienda esa misma escalera, el plano será distinto: se toma desde lejos, sin acentuar los dos niveles que sí se remarcaban en el caso anterior.
Por una parte ella, y bajo su égida todo lo demás. En un momento dado, el padre, que parece consciente de la presión asfixiante que su mujer ejerce hacia el hijo, parece intentar defenderlo: se sitúa a la espalda de ella protestando, pero basta que ésta se vuelva y lo mire para que el hombre se asuste y cese en su actitud. Esas tentativas por justificar a los jóvenes reaparecerán alguna vez más a lo largo de la película, pero siempre serán cortadas sin contemplaciones por la matriarca quedando sin efecto alguno.
Si la presión sobre los cónyuges es agobiante, la que ejercen sobre los vástagos alcanza lo enfermizo. En cierto modo al marido le es aplicada cierta dosis de indiferencia, de desprecio incluso, pues no deja de ser un extraño. Sin embargo en lo que atañe a los hijos la dedicación es absoluta. La protección y defensa de la camada se sobrepone a cualquier otra consideración, y nada ni nadie puede ponerla en cuestión.
Esta voluntad controladora absoluta tiene su contrapartida en el sufrimiento que la acompaña. Las madres hitchcockianas son mujeres dolientes, un dolor del que no pueden desprenderse, el cual, de manera explícita o aletargada, parece anidar para siempre en ellas.
Ocurre también con las otras madres, con las que aparecen fugazmente en estas películas, como la madre del inquilino en El enemigo…, la que le hizo jurar a su hijo cuando agonizaba que atraparía al asesino de la hermana. O como la madre de Pancurs en Juno…, muerta en vida desde que su hijo fue asesinado.
El resto repite este esquema. La madre de El enemigo… vive en una constante tensión por lo que pueda ocurrirle a su hija, la de El hombre… abandona su actitud frívola cuando la niña es secuestrada, acusando el golpe mucho más que su marido. En Juno… el dolor es por partida doble, pues dos son los hijos que lo provocan, y la resolución de la película nos la ofrece poco menos que como un desecho humano condenado a expiar el resto de sus días los errores cometidos; mientras que en Easy Virtue el sufrimiento parece haberse materializado en la protagonista, como si toda ella lo hubiera fagocitado para constituirlo en la argamasa de su naturaleza.
El afán controlador es coherente con la instancia a controlar. Es decir, al mismo tiempo que las madres están trazadas con rasgos fuertes, sus hijos lo están con los atributos de la debilidad, de tal manera que la actitud de las primeras se torna casi necesaria. Esta debilidad llega a alcanzar la constitución física, como el hijo mutilado de Juno o la tierna edad de la niña en El hombre…, también la manifiesta fragilidad de la hija frente al desconocido asesino en El enemigo…, o la candidez frente al engaño en la de Juno…
En cualquier caso, la debilidad siempre vendrá acompañada, como su máxima expresión, del endeble carácter del retoño, quien por mucho que quiera liberarse siempre acaba preso en las redes que su madre teje, en las cuales, por otra parte, se siente reconfortado.
Los peligros
La defensa de los hijos lleva a las madres a enfrentarse a los peligros que los acechan. Estos pueden ser reales o simples amenazas imaginadas, lo que convertiría su actitud en un fin en sí misma, como la forma de retener un bien que les pertenece. Entre las primeras están, como resulta obvio, el asesino de El enemigo…, los secuestradores de El hombre… o también el embaucador de Juno… Y entre los peligros más inventados que reales el paradigma de todos ellos, la mujer malvada que llega para robar al inocente hijo en Easy Virtue.
Es en este último caso donde vemos desplegarse todos los recursos de la madre que se siente desafiada. La relación con la recién llegada va a constituirse en todo un reto a su poder, y va a resultar ganadora.
No harían falta más razones que el hecho mismo de repeler la presencia de una extraña en el seno familiar, una extraña que no es controlada por la matriarca, pues no sería lo mismo con la modosa Sarah, a quien la señora Whittaker tenía reservada para John, su hijo, y a quien intenta, con todo el descaro, usarla como cuña para separar a los recién casados, y ahí está la colocación en la mesa que ella decide: Sarah entre John y Larita.
Pero es que además Larita representa lo que su suegra desprecia. En ellas se produce la colisión de dos mundos antagónicos, el de la sencilla y aburrida vida familiar de los Whittaker y el de la modernidad sofisticada de Larita, ese extraño mundo de costumbres depravadas que se manifiesta en los botes de maquillaje de la joven, en el hecho de que beba, para sorpresa incluso de su cuñada, una muchacha de su misma edad, o en su desacomplejada afición por el tabaco, todos ellos rasgos de un mundo ajeno al que acaba de llegar.
La estrategia de acoso y derribo que esta madre herida va a desarrollar no tendrá lugar, desde luego, de forma incontrolada; sería impropio de una señora como ella. Será, por el contrario, sutil, velada, en definitiva hipócrita. Su control es silencioso pero constante. En esta y en las otras películas se repiten los planos en los que la madre está en un segundo término observando lo que hacen el resto de los personajes, ejerciendo una vigilancia disimulada pero implacable. Una colocación a la espalda de los demás que, al mismo tiempo que le permite no perder detalle de lo que ocurre, parece empujar cual títeres al resto de los personajes para que cumplan sus planes.
Los modales son extremadamente exquisitos, salvaguardando, por encima de todo, la buena reputación de esa familia tradicional. La guerra se desarrolla en el nivel de las miradas, de los gestos, en los que se delata el estado de la cuestión, el parte de bajas, las capitulaciones. Hitchcock pondrá todo su talento en la planificación para mostrar con una elegancia insuperable el desarrollo de la batalla.
El enfrentamiento entre la madre protectora y Larita se resuelve en el plano en el que las dos se reprochan, enfrentadas, sus respectivas cuentas pendientes. Pero ahí ya se ha producido la victoria de la madre, pues ya ha descubierto el punto débil de la joven (acompañado tal descubrimiento por una sonrisa de triunfo que no deja lugar a dudas respecto a sus verdaderas intenciones), y que ha sido desarrollado en el tránsito que va desde la composición de la escena de la comida inicial, donde se alternan el plano de la madre con el contraplano de Larita y John charlando a través de la oposición de Sarah, en medio, a la misma utilización del plano y contraplano al final, pero ahora con Larita por un lado y madre e hijo por el otro. En el transcurso entre un momento y otro se nos ha narrado la derrota de Larita, y este momento final no hace más que testificarlo.
El tratamiento que Hitchcock da a este personaje no es unívoco. Es cierto que en ocasiones son seres temibles, asfixiantes, pero al mismo tiempo les reconoce su fortaleza y su valor. Porque a fin de cuentas, si algo podemos reprochar a las madres, mucho más a todos aquellos que se someten a ellas. Las luces y las sombras de unas son un resplandor comparadas con la miseria de los otros. Como dice Juno a propósito del embarazo de su hija Mary, ese hijo no tendrá padre, «pero tendrá algo mejor, tendrá dos madres». Para bien y para mal.
Escribe Marcial Moreno