El cine y el viaje

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Algo más que un motivo narrativo

easy-riderTheo Angelopoulos, el gran director de cine griego, cuenta en una reciente entrevista (1) que en el rodaje de una de sus películas el actor Marcello Mastroianni para introducirse en su rol de personaje le decía: «Yo soy un niño, cuéntame una historia, hazme viajar, y yo estaré dentro».

El viaje como estímulo, como tema, como ilusión o como meta, ha sido un motor fundamental para la humanidad. También una puerta maravillosa abierta a mundos que permiten multiplicar el propio. Sin duda también constituye un elemento narrativo de primer orden, ya sea un viaje basado en la realidad o imaginado, desarrollado en el espacio o en el tiempo. La necesidad de descubrir, de conocer, es un impulso básicamente humano que conlleva aprender, crecer, y en definitiva vivir, aspectos estos íntimamente relacionados con el viaje. En definitiva, hablamos del cine como elemento vicario del viaje.

La narrativa universal en todas sus manifestaciones ha hecho del viaje un recurso fundamental; y por tanto también el cine lo ha incorporado a sus historias como un apoyo de gran relevancia. Ya en los primeros pasos del cinematógrafo, en una fecha tan temprana como 1902, Georges Méliès realizó Viaje a la Luna, la plasmación de un reto para el ser humano que supone la culminación de la mayor aventura posible.

La primera narración de la cultura occidental describe un viaje, planteando los principales elementos que conlleva: la aventura, el aprendizaje, la evolución interior; la motivación que supone su culminación; hablamos lógicamente de La Odisea de Homero. Ulises (Odiseo) vivirá innumerables aventuras en su viaje de regreso a Ítaca después de haber intervenido en la guerra de Troya. De hecho, muchos elementos de la aventura han quedado establecidos de forma canónica por Homero, siendo desde entonces permanentemente utilizados.

Muchas películas a lo largo de la historia del cine han incorporado aspectos de la obra de Homero, actualizándola, utilizándola en parte, o adaptándola. La versión más clásica de esta narración iniciática ha sido Ulises (1954) dirigida por Mario Camerini, y con Kirk Douglas en el papel del héroe homérico.

Aunque es muy habitual, tanto en la literatura, como en el cine o el cómic que el protagonismo del viaje se remita a un héroe o protagonista individual, también se han filmado historias en las que se habla del viaje de la especie humana. Es el caso de 2001: Una odisea en el espacio (1968) la mítica película de Stanley Kubrick, en la que el viaje a través del tiempo y el espacio es protagonizado por el Hombre, y por tanto no hay héroes ni villanos. En todo caso, son las propias limitaciones humanas las que generan los problemas y dificultades para evolucionar.

A continuación vamos a tomar como referencia algunas películas que han supuesto grandes aportaciones a la evolución del concepto de viaje en el cine. Dado el número casi ilimitado de filmes que pueden ser aludidos, se trata de una propuesta basada en un criterio personal a modo de ejercicio de recuperación de la memoria histórica cinematográfica. Vamos a utilizar el criterio geográfico, además del temporal, para proponer una selección de filmes sobre el viaje.

Si empezamos nuestro recorrido en Estados Unidos la película seleccionada es Easy  rider, titulada en España En busca de mi destino (1969). Ópera prima de Dennis Hopper, es un filme de culto que describe el viaje de dos moteros que recorren de costa a costa, desde Los Ángeles hasta Nueva Orleáns, los Estados Unidos para asistir a su famoso carnaval.

Billy y Wyatt -el Capitán América- (Dennis Hopper y Peter Fonda) a través de su viaje recorren las carreteras de la América profunda, encontrándose con lugares y personajes peculiares. Entre ellos un abogado alcohólico, personaje encarnado por Jack Nicholson, al que conocen después de ser encarcelados por participar en un desfile sin permiso. El abogado se les une y con él pasan por diferentes peripecias. Una noche mientras duermen al raso son atacados con el desenlace fatal de la muerte del personaje de Nicholson.

Finalmente, Wyatt y Billy (nombres que homenajean al sheriff Wyatt Earp y al pistolero Billy el Niño) consiguen llegar a Nueva Orleáns donde conocen a dos mujeres, Karen (Karen Black) y Mary (Toni Basil), con las que consumen LSD y con las que terminarán en el cementerio de la ciudad copulando sobre las tumbas. Su mensaje de libertad y reivindicación de la generación beat, se cierra con un pesimista final sobre la capacidad de tolerancia del país más poderoso del mundo.

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Peter Biskind en su excelente libro Moteros tranquilos, toros salvajes (Editorial Anagrama, 2004), en el que hace un lúcido análisis de los cambios producidos en Hollywood por la nueva generación de cineastas llegados en los años setenta y ochenta, da una gran importancia a Easy Rider, en el sentido de reconocerla como la precursora de un movimiento que abrió las puertas de Hollywood a la contracultura. Es «el retrato de unos rebeldes, de unos bandidos y, por extensión, de toda la contracultura; un retrato en el que los héroes eran las víctimas, el blanco de la sociedad bienpensante, y terminaban en manos de L. B. Johnson, de la mayoría silenciosa de Richard Nixon y sus sucedáneos. Easy Rider comparte la rabia edípica de Bonnie and Clyde respecto de la autoridad en general y de los padres en particular».

Hopper identificaba en su película elementos fundamentales del cambio sociocultural de los años sesenta: el movimiento pacifista, el consumo de drogas, la desobediencia a las normas impuestas y el antimilitarismo. Easy Rider puede ser considerada una película iniciática ya que estableció las pautas para el cine indi norteamericano, y también identificó los elementos más significativos de un subgénero  cinematográfico: las road movies o películas de carretera.

Si hablamos del cine norteamericano y del sentido del viaje, es imposible no citar al western, sin duda una de las grandes aportaciones de Estados Unidos a la historia del cine. Centauros del desierto (The Searchers, 1956) la mítica película de John Ford que dota de un sentido épico al reto que asume Ethan Edwards (John Wayne) en su persecución incansable en busca de su sobrina Debbie, secuestrada por los indios comanches después de un ataque a la casa familiar en la que todos los suyos son asesinados.

El viaje en esta película constituye en el elemento sobre el que giran todos los acontecimientos que se van sucediendo durante varios años. El resentimiento y el odio encarnados por el personaje interpretado por John Wayne y que el viaje hace exteriorizar, son tratados como aspectos propios de la naturaleza humana. De hecho, Ethan aparece ante nuestros ojos como un personaje individualista y con actitudes racistas que sin embargo asume las situaciones que la búsqueda de su sobrina le depara, frente a lo que opone sus propios principios y valores, basados en la necesidad de vengar a su familia y en la dureza de su experiencia vital, que le exige sobrevivir en un mundo extraordinariamente hostil.

Años más tarde, con Cheyenne autumn (El gran combate), filme rodado por John Ford en el año 1964, y protagonizado por Richard Widmark, Karl Malden y Carroll Baker, el gran cineasta norteamericano cierra su ciclo sobre el western. Es una película amarga y desengañada pero también poética y apasionada. Narra el viaje de la tribu cheyene hacia sus añoradas tierras, después de escapar de la reserva donde está confinada. En ese viaje son perseguidos y hostigados por la Caballería de los Estados Unidos. Se trata de un viaje hacia una ilusión que se sabe inalcanzable. Es un sentido homenaje de John Ford a las tribus indias americanas y al propio western, entendiendo que está llegando a su final.

moteros-tranquilosSi tomamos como referencia el continente europeo, la cuna del cine, encontramos una panoplia inmensa de películas donde el viaje representa el corpus principal de sus relatos. Aunque la selección sin duda es harto complicada, nos decantamos por dos títulos fundamentales: el primero es obra del alemán Wim Wenders, aunque su producción es norteamericana. Hablamos de París, Texas (1980).

En esta ocasión se trata de un viaje a ninguna parte. El título hace referencia a un lugar perdido de Texas donde un hombre llamado Travis (Harry Dean Stanton) ha comprado por correo una pequeña parcela, simplemente por el hecho de que su madre ya fallecida, le confesó que estuvo allí con su marido. Al principio del filme, Travis se encuentra desorientado en medio del desierto de Mojave. Conducido a un centro médico, pueden localizar finalmente a su hermano Walt (Dean Stockwell) que vive en Los Angeles y que hace cuatro años que no sabe nada de él. Travis parece que se dirigía al pueblo que da título a la historia.

El hijo de Travis, un niño de apenas siete años, está integrado en la familia de Walt, y casi no recuerda a su verdadero padre, de manera que después de mucho tiempo se produce el reencuentro entre ellos. Los vínculos afectivos se encuentran rotos y la situación anímica es complicada. Después de reponerse durante un breve espacio de tiempo, Travis decide ir en busca de su esposa Jane (Nastassja Kinski), la madre del chico, y consigue que éste acceda a acompañarle. Después de diferentes peripecias ocurridas en un viaje de ‘recuperación’ recorriendo carreteras y buscando pistas, Travis encontrará a Jane que trabaja en un peepshow, donde se desnuda en unas cabinas ante la mirada de los clientes que pagan por verla.

El reencuentro, filmado con una gran carga emocional, supone el intento de recuperar y entender motivos y razones que han producido su separación. A partir de ese momento conocemos las claves que supusieron la ruptura de la pareja, los motivos por los que Jane abandonó a su hijo al considerar que no era capaz de asumir la responsabilidad de ser madre. Jane accede finalmente a encontrarse con su hijo en la habitación de un hotel; en ese momento Travis sabe que madre e hijo no volverán a separarse y entonces decide marcharse nuevamente solo.

Película compleja, de gran carga emocional, que nos habla de la dificultad de las relaciones humanas. Realizada a partir de un guión de Sam Shepard que dota a los espacios desérticos por donde transitan los personajes de una gran carga afectiva. La música de Ry Cooder contextualiza y da profundidad al relato.

El griego Theo Angelopoulos nos propone otro filme clave dentro de esta temática, con una filmografía donde el viaje supone un elemento fundamental (El viaje de los comediantes, 1975; Viaje a Citera, 1984; o Paisaje en la niebla, 1988). Nos referimos a La mirada de Ulises (1995), película que habla de un proceso de autoconocimiento que se plasma en el viaje que un director de cine griego (Harvey Keitel) exilado en Estados Unidos decide hacer de vuelta a su país de origen en busca de una vieja película rodada por dos pioneros del cine. Un viaje en busca de los orígenes culturales y afectivos. En esa investigación el protagonista ‘A’ (¿Angelopoulos?) recorrerá gran parte de Europa buscando la inocencia perdida de un cineasta. Este viaje hacia los orígenes para Theo Angelopoulos transmite un mensaje amargo dada la imposibilidad de recuperar esa inocencia añorada.

África es un continente olvidado que lucha por hacerse visible ante el mundo desarrollado. Su cinematografía, al igual que ocurre con muchas otras facetas sociales, económicas y culturales de este inmenso continente lucha por tener presencia, aunque sea testimonial, en las pantallas del mundo. Una de las grandes dificultades está en su distribución (inexistente) y por tanto acceder a las películas africanas es todo un reto para los amantes del cine.

Nosotros proponemos en nuestra personal propuesta, dentro del poco cine accesible de este origen, la película marroquí El largo viaje (2004) de Ismaël Ferroukhi. Este director nacido en Kenitra en 1962, recibe su formación en Francia, donde realiza sus primeros trabajos profesionales. Con Le grand voyage obtiene un gran reconocimiento a través de su presencia en los festivales de Marrakech, Venecia o Mar del Plata.

Esta película es la crónica del viaje que realiza el joven Reda (Nicolas Cazalé) y su anciano padre (Mohamed Madj) para cumplir el precepto religioso de ir a La Meca al menos una vez en la vida. Son inmigrantes magrebíes en Francia y para cumplir el precepto musulmán padre e hijo emprenden el gran viaje a bordo de un pequeño automóvil. Desde Francia hasta Arabia Saudí, pasando por Italia, Serbia, Bulgaria, Turquía, Siria y Jordania.  

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El interés de la cinta está en la gran diferencia de visiones entre ambos. El joven Reda se ve obligado a acompañar a su anciano padre en esta peregrinación sin ninguna vocación religiosa. Los mundos de uno y otro son contrapuestos con conceptos culturales y vitales muy distintos. Reda está a punto de entrar en la Universidad, habla francés y tiene una novia francesa. Su padre es un hombre tradicional, religioso, que se expresa en árabe para marcar distancias con el modo de vida de su hijo. El viaje supondrá la posibilidad de un mejor conocimiento entre ambos. El acercamiento y la reconciliación entre los dos hombres como consecuencia de los avatares que propicia el viaje constituyen el eje principal de la historia.

La muerte del  padre una vez que han conseguido llegar a la Ciudad Santa de Arabia Saudí representa la separación definitiva de padre e hijo después de un viaje que viene a ser un remedo de la vida y sus dificultades. Este filme también propone un acercamiento al Islam desde una visión contemporánea. Película de imágenes muy sugerentes y bellas que narra de manera inteligente y alejada de dogmatismos las diferencias generacionales, el papel de la religión en un mundo globalizado y la realidad de los países por los que esta road movie transita.

Del continente asiático nos quedamos con Wong Kar-wai. Este brillante director criado en Hong Kong ha filmado recientemente una peculiar road movie, de hecho su primera película rodada en Estados Unidos, My Blueberry Nights (2007). Se trata de un viaje iniciático, de aprendizaje. La fórmula de road movie que ha propuesto en su película resulta prácticamente sublimada como consecuencia de su estilo preciosista y muy elaborado.

En su guión plantea tres historias de desencuentros amorosos que se desarrollan a lo largo de un recorrido por Estados Unidos, y que una joven (Norah Jones) inicia en busca del amor verdadero. En el camino, enmarcado entre Nueva York y la legendaria Ruta 66 que la llevará a Nevada y Arizona, la joven se encontrará con una serie de personajes de los que aprenderá y la intentarán ayudar en su búsqueda vital. La representación de la América profunda mediante cielos, carreteras, rótulos, bares y algunos de sus personajes característicos como el barman que siempre espera (Jude Law), el policía (David Strathairn) o mujeres espectaculares (Rachel Weisz, Natalie Portman) que sufren por el desamor. Sin embargo, en este caso los paisajes cumplen una finalidad distinta como referentes simbólicos ya que son literalmente deconstruidos por el director, aportando unas claves más simbólicas que espaciales. En esta historia lo fundamental son los sentimientos individuales.

Al hablar de Wong Kar-wai no quiero dejar de citar su mejor película In the Mood for Love (Deseando amar, 2000). En esta historia maravillosamente filmada, el viaje representa un aspecto fundamental de la trama ya que es el que aleja a los cónyuges de la pareja protagonista y propicia el relato principal. La incomunicación que sufren en sus respectivos matrimonios propicia un acercamiento entre Chow (Tony Leung), un redactor jefe de un periódico local de Hong Kong, que se traslada a una nueva casa de vecinos con su esposa, y Li-zhen una atractiva mujer (Maggie Cheung) que llega al mismo edificio con su marido. Ella es secretaria de una firma de exportación y su marido es representante de una empresa japonesa para la que continuamente está en viaje de negocios. Como su propia mujer se encuentra también a menudo fuera, Chow pasa cada vez más tiempo en compañía de Li-zhen. Un día deberán enfrentarse a la realidad de que sus respectivos cónyuges están teniendo una relación amorosa.

En conclusión, esta selección de películas basadas en la idea del viaje podría haber incluido muchas otras. En todas ellas, el viaje es algo más que una excusa o un destino geográfico. Hablamos de un ejercicio de aprendizaje, un esfuerzo emocional, una búsqueda del otro, un recorrido vital. Retomando las palabras de Marcello Mastroianni, el viaje nos retrotrae a nuestra infancia, es decir, a la capacidad de disfrutar mucho más de la ilusión, de la aventura, de lo inesperado, de alcanzar con la imaginación lugares o situaciones deseadas. Y para lograrlo, el cine  se nos presenta como una inmejorable propuesta (2).

Escribe Juan de Pablos Pons


(1) Entrevista en Cahiers du Cinema España. Nº. 25, Julio-Agosto, 2009, página 81.

(2) Un libro recientemente publicado que aborda la temática del viaje en el cine es el que han escrito Jesús Lens y Francisco J. Ortiz con el título Hasta donde el cine nos lleve (Editorial Ultramarina, 2009).

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