Cine ambicioso, naturalista, sufriente y trascendente
Se sitúa esta película en el año 1823, con un grupo de tramperos en el territorio septentrional de la Compra de la Luisiana, lo que actualmente es Dakota del Norte y Dakota del Sur en los EE.UU. Hablamos de zonas profundas y casi inexploradas en aquellos entonces, territorios salvajes y con climas invernales extremos.
En ese contexto, el explorador Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) participa en una expedición de angloparlantes que se dedican a trampear y hacer acopio de pieles. Lo hace junto a su hijo junto mestizo Hawk, hijo de una india que siendo pareja de él fue matada junto a otros miembros de su tribu por soldados blancos.
Él y su hijo, en estado permanente de alerta pues los peligros acechan, recorren un infierno blanco junto al resto de la comitiva. A lo largo de la exploración y al inicio de la historia sufren una emboscada por parte de un grupo de indios que se quedan con gran parte de las pieles que llevaban. Se escenifica este hecho en una sucia y dura batalla rodada en un plano secuencia de la contienda, a la que no escapa detalle de la brutalidad de sangre y fango, en clave hiperrealista.
En ese fiero ataque de los indios, los hombres huyen a toda prisa, dejando la barcaza en la que viajaban por el río, pues los indios dominan las márgenes y corren gran peligro. Casi extenuados por su precipitada escapada, deciden hacer una parada. Es en ese tiempo de descanso cuando Hugh Glass resulta herido de gravedad por el inesperado ataque de una madre oso que cuidaba de sus crías. El destacamento, al mando de un oficial del ejército, y dado que Hugh necesita reposo durante unos días, lo deja a cargo de su hijo, otro joven bisoño y un veterano trampero de poco fiar. El tal trampero, John Fitzgerald (Tom Hardy), resulta ser un hombre traicionero y criminal que lejos de velar por la salud y el cuidado del herido, decide eliminarlo. Ante a la oposición de su hijo, acaba con la vida de éste y convence al otro joven, quien no ha visto la escena, de que los acontecimientos son límites, que hay indios merodeando y que tienen que marchar de allí abandonando a Hugh y a su supuestamente desaparecido hijo.
Con una titánica fuerza de voluntad y un instinto de supervivencia descomunal, Hugh Glass se enfrenta el solo a una enorme odisea: lleno de heridas y en muy mal estado, en un territorio hostil, con un invierno extremo y la constante guerra entre las tribus de indios y los blancos. Todo ello en una implacable y épica búsqueda del asesino de su hijo, para poder vengarse.
Del director Alejandro González Iñárritu se puede esperar cualquier cosa y siempre buena, a tenor de su currículo con filmes como Amores perros, 2000; Babel, 2006; o, Birdman, o la inesperada virtud de la ignorancia, 2014. Pues bien, este film, siendo como es magnífico, me ha dejado un poco inánime y confieso que incluso he mirado un par de veces el reloj, porque el metraje me resultó excesivo.
Desde ya digo que siendo una gran película, el tiempo se encargará de ponerla en su sitio, porque la mera belleza de los paisajes no basta para hacer una película grande. Como escribió mi colega Arranz, esta obra: «está terriblemente sobrevalorada debido a que algunos de sus apartados son portentosos. Aquí me encuentro con una obra desarticulada, en la que no casan sus diferentes géneros y ambiciones».
Pero no hay que negar la mayor, González Iñárritu conoce bien el arte de hacer películas y ha manejado con sabia mano el retrato de épocas pasadas en un medio geográfico muy duro, en que la muerte acechaba a cada paso, con un clima solo apto para gente fuerte y curtida como Hugh, el incombustible personaje del film. De manera que la dirección me parece excelente, que puede con una historia cruda y de venganza, manejando unos hilos complejos donde hay mucho caballo, oso, indios, etc. Como decía François Truffaut es muy difícil «rodar con animales»; y no creo errar al decir que fue el mismísimo John Ford quien advirtió de los problemas que acarreaba rodar películas en las que intervenían caballos. Pues aquí hay mucho caballo, y de todo cuanto la naturaleza dispone.
El guion de Mark L. Smith y el propio Alejandro González Iñárritu, es una adaptación de la novela The Revenant: A Novel of Revenge, de Michael Punke, publicada en 2002, que está basada en acontecimientos reales de los que la obra y el propio film son fiel reflejo, o sea, la vida aventurera y silvestre del explorador y trampero Hugh Glass, que sobrevivió realmente a principios del siglo XIX al feroz ataque de un oso, en condiciones límite inauditas, de ahí el título del film, The revenant.
Pero quiero ofrecer, antes de continuar con el tema guion, alguna información que de seguro los más jóvenes ignoran, y que sirve necesariamente para colocar esta película en su justo punto, dentro del flujo de influencias anteriores que la han determinado.
Más allá de la novela de Punke, esta película es un claro remake de El hombre de una tierra salvaje (1971), protagonizada nada menos que por Richard Harris y el mismísimo John Huston, y dirigida por un director de talla, Richard C. Sarafian; fue esta película un western pionero en su punto de vista naturalista, en la lucha del hombre por sobrevivir en un entorno hostil; una película de gran fuerza y calidad.
Y en esta cascada de ascendientes hay otra clásica cinta inspirada en la anterior, Las aventuras de Jeremiah Johnson, escrita por el lírico John Milius e inspirada en la novela El trampero, de Vardis Fisher («El Creador les había dado el sueño a sus criaturas para que se despertasen con la mirada de la mañana y descubriesen el mundo de nuevo»), dirigida en 1972 por Sydney Pollack e interpretada por un excepcional Robert Redford; esta resulta empero más “ecológica” y humana, siendo considerada igualmente una obra maestra del cine.
Y finalmente, saliendo del cine tipo western en esa nueva modalidad naturalista, hay otra película de enorme importancia, que fue remake de otra menor anterior, me refiero a Dersu Uzala, dirigida en 1975 por Akira Kurosawa, que se desarrolla en el marco de la Taiga siberiana, donde de nuevo se plantea la lucha del hombre por adaptarse y luchar contra las adversidades de la naturaleza; esta película tiene incluso una escena que se calca en El renacido (me refiero al episodio cuando un indio buen samaritano le construye una cabaña al protagonista herido para resguardarlo de las inclemencias del tiempo y que sane de sus heridas). En Dersu Uzala, otra tormenta terrible impulsa a Dersu a fabricar una cabaña y salvarle la vida al oficial ruso amigo: calco.
Y para cerrar estas reflexiones, lo que en definitiva quiero decir es que el libreto de The Revenant no está confeccionado en el vacío, tiene unos antecedentes de gran envergadura e incluso se puede decir que la obra de Sarafian, junto a las de Pollack y Kurosawa, son el germen de la actual obra del mexicano Iñárritu quien, obviamente, las conoce.
Pero yendo a nuestra película y volviendo al guion, desde mi opinión está bastante bien construido en sus aspectos formales de tempo y pulso del relato. Sin embargo, uno se pregunta, como ya apunta Boyero: ¿cómo es posible que el protagonista «pueda seguir vivo a infinitos grados bajo cero después de que se lo coma un oso, que le arrastren los rápidos de un río y las cataratas, que se caiga de un barranco de infinitos metros?». Es decir, cuesta trabajo identificarse con tamaña muestra de incombustibilidad, de invencibilidad.
Esto no es baladí, pues para «sentir» una historia de estas características tiene que ser verosímil, y ésta en absoluto lo es. Eso implica una falla en el guion que no ha sabido plasmar bien lo que desea contar o lo ha hecho con visos que nada tienen que ver con la realidad humana y mortal. De manera que el encadenamiento de desgracias que le acontecen a Glass dejándolo vivito y coleando (ataque de oso, frío polar, hambre de semanas, sed, caminatas kilométricas, arrastrado por los rápidos de un río, indios agrediendo por doquier, enorme caída por un barranco infinito, caballo incluido, y la lucha a vida o muerte con su rival en las escenas finales), se puede ver el esfuerzo del rodaje en estas imágenes; pues bien, todo eso parece sobrenatural.
O sea, que resulta en gran medida ficticio, recuerda a los dibujos animados en que el zorro, el gato zampón o tantos otros sufren explosiones, golpes y agresiones sin fin, resultando incólumes a toda esta violencia de gran intensidad. Pero eso, obviamente, no se corresponde con la limitada naturaleza humana. Eso es lo que ocurre en la película, que exagera un tanto la nota de la resistencia del personaje al que no en vano se llama «renacido», pues en absoluto resulta veraz su historia.
Por supuesto, no quiero parecer anecdótico, aunque lo que digo se siente en la sala. Dejando entonces de lado en lo posible lo apuntado, valoro lo que es una metáfora del instinto de supervivencia en condiciones infernales; también subrayo el importante relato de lo que tuvo que ser la hazaña de tantos hombres y mujeres, que se abrieron paso por un mundo nuevo y difícil, para al fin abrir el continente americano a la civilización, pues no soy yo de defender a ultranza las salvajes civilizaciones que lo habitaban.
Pero también y a propósito, se evidencia algo que entre los conquistadores angloparlantes y los franceses se dio más que en el caso de los españoles en la América del Sur, esto es, el trato vejatorio, de expolio y crimen, con que sometieron a los indios nativos. Son igualmente meritorias las reflexiones sobre la venganza, otro de los ejes centrales del film. En fin, la cinta es una especie de epopeya con falta de progresión en la narración que requiere de cierto estado de ofuscación durante dos horas y media, que deviene extenuación, créanme.
La música de Carsten Nicolai y Ryûichi Sakamoto me ha parecido maravillosa, con su orquestación de violonchelos destacando en los momentos finales. Emmanuel Lubezki, asiduo colaborador de Iñárritu, en un alarde, es capaz de captar en imágenes muy hermosas la prodigiosa luz natural de los parajes en que se desarrolla el film, dotándolo de una estética de vital importancia en la obra: lugares gélidos, bellos y silvestres sin par.
Martínez al respecto de la belleza visual escribe acertadamente: «en tiempos en que las imágenes discurren por las pantallas condenadas a su condición bastarda de mercancía audiovisual, el trabajo del director mexicano se antoja ímprobo. Y lo es». Cuenta Iñárritu, con evidente inmodestia, que su idea es pintar la pantalla, llegar a lo que él define como «pintura sónica»; algo así como alcanzar el original sentido del cine. Tal vez esta concepción es lo que le lleva a confeccionar cual prolijo artesano, una película que se sitúa en la frontera sensorial tras la cual está la intención de «molestar, de herir, de inquietar. Todo en crudo… Quiere el director que el patio de butacas sufra con cada herida que DiCaprio exhibe como un tatuaje», como escribe Martínez.
El reparto es de lo mejor. Leonardo Di Caprio está excelente, dando una permanente sensación de sufrimiento con una interpretación muy física; Tom Hardy es otro grande que está descomunal como individuo auténticamente brutal, traicionero y mezquino. Acompaña un equipo de actores y actrices de lujo como Domhnall Gleeson, Will Poulter, Forrest Goodluck y Paul Anderson; y hay un acompañamiento de igual excelencia con Kristoffer Joner, Joshua Burge, Duane Howard, Melaw Nakehk´o, Fabrice Adde, Arthur RedCloud, Christopher Rosamond, Robert Moloney, Lukas Haas, Brendan Flecher, Tyson Wood y McCaleb Burnett. Sincronía y bien hacer en todos.
Premios en 2015: 3 Oscar: mejor director, actor (DiCaprio) y fotografía, junto a 12 nominaciones. 3 Globos de Oro: Mejor película drama, director y actor (Leonardo DiCaprio). Premios BAFTA: 8 nominaciones, incluyendo Mejor película y director. Critics Choice Awards: Mejor actor (Leonardo DiCaprio) y fotografía. Directors Guild of America (DGA): Mejor director/película. Sindicato de Actores (SAG): Mejor actor (Leonardo DiCaprio). Satellite Awards: 5 nominaciones incluyendo mejor película y director. Premios Annie: Mejor animación de personajes en film no animado. Asociación de Críticos de Chicago: Mejor actor (DiCaprio). 5 nominaciones.
En mi parecer, de esta película son muy atractivas sus escenas supervivenciales, las ensoñaciones del protagonista que oye a su esposa muerta e incluso la ve en continuos flashbacks, una imagen de la naturaleza como una especie de deidad furiosa y primigenia, lo cual ya menciona el Antiguo Testamento. Por lo tanto, no es sólo un espectáculo visual o de un hombre al límite y sufriente, tiene el film un trasfondo religioso, y ese mensaje es medular en la obra; incluye mensajes filosóficos y trascendentes sobre cómo al árbol lo mantiene una raigambre y un troco fuerte y no las ramas que se zarandean con el viento; o cómo la venganza pertenece sólo a Dios; o la importancia de respirar mientras se pueda, como señal de vida (eterna).
Puede que haya algo de impostado en esta espiritualidad de que hablo, y también deviene una tanto grandilocuente la concepción de la venganza. O sea, hay algo de ampulosidad que puede intentar ocultar otras carencias. Pero esas fallas las dejo para que cada cual saque sus conclusiones de esta propuesta de Iñárritu.
Para concluir, El renacido es una película luminosa, de aventuras, técnicamente prodigiosa, dramática, y que se emparenta directamente, como ya he dicho, con el western revisionista de los años setenta (El hombre de una tierra salvaje o Las aventuras de Jeremiah Johnson), sin excluir otras que no son western como la película de Akira Kurosawa, Dersu Uzala.
Toda la cinta goza de un alumbramiento inusitado como marca principal de la obra. Como también dice Arranz: «es pureza cinematográfica absoluta, una experiencia física para ver en la pantalla de cine más grande posible». Así hice yo, me fui a verla en un enorme cine con gran pantalla donde la laceración, la aventura, la venganza y el silencio, rociaron abundantemente mi atenta mirada.
Muy aconsejable.
Escribe Enrique Fernández Lópiz