Intemperie, de Benito Zambrano

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Resistencia en la llanura

intemperie-1«Si estoy condenado, no sólo estoy condenado a morir, sino que también estoy condenado a defenderme hasta el fin»

Franz Kafka, Diario, 20-7-1916

Una historia de resistencia. Una historia de amistad. Latidos de la propia Historia de España. Todavía el cine, pese al predominio de las herramientas digitales y el culto al espectáculo en la actualidad, puede conmovernos a través de la sencillez y la hondura. Benito Zambrano ha dirigido una excelente película, Intemperie (2019), basada en la magistral novela homónima de Jesús Carrasco, publicada en 2013.

El material narrativo ya era muy potente (personajes, trama, espacio, tiempo), y Zambrano, en colaboración con los hermanos guionistas Daniel y Pablo Remón, ha logrado que la magia de las palabras se transforme en la magia de las imágenes.

Intemperie, como la reciente La trinchera infinita, de Garaño, Goenaga y Arregi, o la emblemática Los santos inocentes (1984), de Camus, es un largometraje de memoria, de conocer el duro pasado para valorar la democracia en la que vivimos, que se está viendo amenazada en los últimos tiempos.

Los tres filmes se centran en la lucha de las personas humildes por resistir ante las injusticias. Pero no son sólo personajes de ficción, porque, ¿cuántos Azarías y Régulas y Pacos, cuántos Higinios, cuántos Pastores y Niños lucharon por vivir en la España de los 40, los 50, los 60? Representan a muchísimos españoles que hicieron frente con dignidad a una época tenebrosa: la dictadura franquista (1939-1975).

El largometraje de Zambrano cuenta con dos interpretaciones colosales: una del Niño, que borda el joven actor Jaime López. Qué fuerza tiene ante la cámara, en diálogos, movimientos, gestos. Corriendo por el llano, escondido en el pozo, disparando la escopeta, mirando con ternura al amigo que tanto le enseñó y cuyas lecciones conservará en su existir.

El protagonismo de los niños en el cine es una ardua tarea, pero Intemperie, merced a una sabia dirección por parte de Zambrano y al talento y esfuerzo de Jaime López, se incluye por derecho propio en el grupo las grandes películas protagonizadas por pequeños como El espíritu de la colmena (1973), de Erice, o Fanny y Alexander (1982), de Bergman.

El otro gran papel es el de Luis Tosar, que encarna al Pastor. Un Tosar inmenso, en estado de gracia, como Antonio de la Torre en La trinchera infinita. Precisamente, son Antonio de la Torre y Luis Tosar dos de los grandes actores de nuestro tiempo, polifacéticos, entregando toda su clase interpretativa en cada filme. Dos gigantes del cine como lo fueron Rabal y Fernán Gómez, y lo siguen siendo Sacristán y Juan Diego.

En Intemperie tenemos a un Tosar más filosófico, de clara raigambre humanista, que recuerda al Dersu Uzala (Maxim Munzuk), de Kurosawa (1975). Al igual que el cazador siberiano, este pastor andaluz destaca por su ética, una ética basada en la sencillez, en la ayuda a los demás, en resistir pese a las adversidades. Hay una preciosa escena en Intemperie, donde este hombre veterano, que ha sobrevivido a la Guerra de Marruecos y a la Guerra Civil española, le explica con metáforas al Niño su visión del mundo, su manera de estar en él: «Hay árboles enormes, muy fuertes, que la furia de las tormentas logra derribar; y hay palmeras que con los tremendos temporales se doblegan, pero nunca caen al suelo». En su caracterización, su vestimenta, su fulgor, hay una simbiosis entre el Eastwood de los western de Sergio Leone, y el Peter O’Toole, de Lawrence de Arabia (1962), de David Lean.

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Las escenas que comparten el Pastor y el Niño (qué acierto de Jesús Carrasco al no nombrarlos para hacerlos más universales) constituyen, posiblemente, el núcleo luminoso de la película. Se entienden, se complementan, conectan, a pesar de sus distintas coordenadas existenciales. En ellos, hay mucho del Ratero y el Nini, de la novela Las ratas (1962), de Delibes. De hecho, estimo que Delibes es la influencia literaria fundamental en la novela de Carrasco. El mundo es adverso, pero estas parejas protagónicas se profesan amistad, lealtad, generosidad, todos esos valores que el poder (sea en la Castilla de principios de los 60 o en la Andalucía de mediados de los 40), se empeña en aniquilar.

Por su parte, quizá el punto más débil de Intemperie venga por una excesiva acentuación de la maldad del antagonista: el Capataz. Se trata una notable interpretación de Luis Callejo, aunque la redundancia en los rasgos negativos le da un tinte caricaturesco, perdiendo algo de fuerza la composición del personaje. Entendemos que desde la parte inicial del largometraje ya se mostraba la dimensión colérica y opresora del Capataz, y no hacía falta incidir tanto en su abyecta personalidad a lo largo de todo el filme. Los lacayos del Capataz y la búsqueda que emprenden del Niño caen, a menudo, en lo convencional, y no aportan nada verdaderamente relevante a la obra.

Intemperie rinde homenaje en espacios, planos, duelos, actuaciones, al western. Es un western contemporáneo con amplias llanuras, y caballos y sombreros, y pozos, y poblados vacíos, que cuenta una historia convulsa en la España de posguerra, en la Andalucía de 1946. Un western con huellas de otros géneros como el de aventuras o la road movie.

Decir western en el cine es decir mucho, pero sobre todo es decir John Ford. Toda la conflictividad ética, la lucha por ser buenos y dignos en un ambiente maligno y con seres depravados me recuerda a uno de los hitos del cine de Ford: El hombre que mató a Liberty Valance (1962). Y el propio desenlace de Intemperie recibe el aliento de esta obra maestra de Ford.

El Pastor recomienda al Niño que no odie, que viva sin odiar. Alejarse del odio, alejarse de la violencia. Sólo así será posible un futuro armónico, libre, democrático. Zambrano ha regresado con una película espléndida. Se rodó este verano en Andalucía, con altas temperaturas, casi todo en exteriores. Las pulgas del ganado ovino fueron también compañeras del equipo de rodaje. Zambrano asegura que «es la película más compleja a la que me he enfrentado hasta ahora. Queríamos hacer una película que provocara en el espectador sensación de sed, de tierra en la boca, y creo que lo hemos conseguido».

«La enloquecida fuerza del desaliento…»

Ángel González

Escribe Javier Herreros Martínez

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