De cómo el lobezno se convierte en lobo
«Quien nada en el mar Rojo no puede saber su verdadera profundidad, y no cualquiera, Theeb, puede llegar al fondo del mar, hijo mío» (frase de la película)
En el artículo anterior sobre esta película —dedicado al western—, he querido dejar claro que muchos filmes tienen estructura de western, al ser uno de los géneros básicos del cine, independiente de la época y del lugar en el que transcurre. Lo mismo pasa al revés, es decir, hay películas que se desarrollan en los años propios del género del oeste y en su lugar de origen y no son western.
Lobo, sorprendente filme jordano, es buena prueba de ello, sin duda un western. Se ha dicho que se mira en la obra de Sergio Leone, lo que quizá sea discutible, aunque toma elementos propios del cine del director italiano también bebe en el western más clásico.
El camino como tema de iniciación, en un sentido parecido a Valor de ley (2010), de los hermanos Coen, conduce un relato tomando como narrador a un niño de nombre Theeb, cuyo significado es lobo, a través de un paisaje, el desierto jordano de Wadi Rum, de forma que ese paisaje se convierte también en protagonista de la historia.
Entre otros temas importantes —como enfrentamientos entre tribus árabes, otomanos, en el escenario de la I Guerra Mundial, lo que propicia la presencia de un británico— está el del cambio de época: la llegada de la civilización que da lugar al enfrentamiento de lo nuevo y lo viejo; todo ello representado por el tren invadiendo el espacio que antes ocupaban las caravanas o los guías que conducían a los peregrinos a la época.
La cita que se encuentra al principio de este artículo aparece sobre los letreros de crédito, junto a otras que llevan al pequeño a recordar los consejos de su padre muerto. Ante la tumba del padre, al terminar los créditos, está Theeb; sin duda piensa en el ser querido y los consejos que le dió.
En los primeros momentos, asistimos al aprendizaje del muchacho por parte del hermano mediano, Hussein. Un elemental aprendizaje de supervivencia: sacar el agua del poco y saber utilizar un rifle. La mirada del niño es esencia. Todo el filme se basa en esa mirada viva hacia todo lo que ocurre a su alrededor. No hay una voz en off que encauce el relato, pero su presencia constante señala el relato desde una visión personal. El espectador ve, vive y siente lo mismo que nuestro pequeño protagonista, en él se focaliza la acción. Salvo, quizá, en el plano final, como comentaremos posteriormente.
Theeb tiene ansía por aprender. Su maestro es su hermano. La llegada de un árabe al poblado beduino —una serie de tiendas de campaña— donde vive nuestro protagonista (su padre era el jeque) da lugar al comienzo de la aventura.
La llegada del árabe en compañía de un inglés, muestra las habilidades y conocimientos de los beduinos: en la noche alguien, Hussein, mientras hablan en su tienda, pide silencio; acaba de escuchar un ruido. Silencio. Salen fuera de la tienda. La oscuridad es total. Hussein se adentra en esa oscuridad para saber quién (o qué) se acerca. Silencio. Todo el resto de personas que acompañan son de la familia, incluido Theeb, fuera de la tienda miran hacia… la oscuridad, en total silencio. Luego, poco a poco, emergen de la oscuridad los tres personajes.
Todo el filme posee este tipo de logrados momentos de expectación, rigor, esperas y miradas, creando la tensión del relato y ampliando el horizonte personal, el aprendizaje, la observancia, del pequeño.
Lobo es la primera y, hasta el momento, única película de Naji Abur Nowar. Pero no parece un debut porque está realizada con gran sentido cinematográfico, resolviendo perfectamente cada secuencia y dotándola de sentido. Ritmo, observación, se adecuan al propio camino de este lobezno que observa y observa.
Hussein debe guiar a lo largo de un trayecto, por la zona del desierto, a los visitantes. El pequeño les ve partir, se niega a separarse del hermano y cuando los ve alejarse montados en sus camellos, no duda en coger un mulo y seguirles hasta poder encontrarse con ellos. Debe dejar el mulo al negarse a seguir el camino, pero el chico, fiel a su idea, sigue adelante. Sabe ya cosas: seguir las huellas que dejan los camellos en la arena, incluso orientase al atravesar zonas donde la arena ha dado paso a estratos estriados. Su capacidad de orientación le lleva al grupo. En la noche ve el fuego a lo lejos y corre llamando a su hermano. Una excelente elipsis evita la llegada y plantea el camino del grupo con ambos hermanos sobre el camello.
El día y la noche se alteran en un paisaje inhóspito, donde el peligro puede proceder de cualquier parte. Excelente el plano de Theeb, en un descanso, jugueteando con un palo con el que surca las estrías del terreno… para a continuación introducir el plano del grupo atravesando un desfiladero. Momento en el que parece trasladarnos a cualquier filme clásico del oeste, donde los personajes, a caballo, tienen que atravesar un desfiladero… y quizá desde lo alto son observados y atacados por unos rebeldes, bandidos o indios.
El paisaje, en bellas tonalidades de color, y en un excelente uso de la pantalla ancha, es otro de los grandes protagonistas de esta historia, que habla de dominios y transformaciones. Cualquier paso en una misión desconocida, donde una caja misteriosa (en realidad el detonador de una bomba) siempre bajo la atenta mirada del inglés, atrae, al igual que las armas de fuego, la atención de Theeb, incluso su curiosidad le lleva a intentar abrirla. Es el momento donde se produce la primera llamada de atención de una misión peligrosa: el inglés se enfrenta al chico de manera brutal siendo defendido por el hermano.
Silencios, largos silencios en la ruta o en el descanso de la noche, rodean, encierran a los personajes. Observan, miran. Quizá uno, el inglés, piense en su mujer, cuyo retrato acaba de descubrir Theeb en el reloj que le enseña el extranjero. Una pregunta y una respuesta escueta. Los silencios apagan las palabras. Se piensa, se mira, se aprende o se engaña, pero la ruta sigue. Una ruta que conduce a la búsqueda de pozos donde poder recoger agua en un camino hacia alguna parte. Agua, el agua, que ya en el comienzo se ha adueñado del relato, cuando el muchacho aprendía a subir el agua desde el pozo.
En la monotonía del camino se suceden el día y la noche, el intercambio de las mínimas palabras, los silencios. Un camino de día en día en pos de una misión, que puede recordar las andaduras de los personajes en las películas de Budd Boetticher de la serie Ranown (los western que rodó con el actor Randolph Scott), el caminar de la joven protagonista en la ya citada Valor de ley o el traslado, búsqueda o intento de llegar a un lugar presente en muchos western, tales como Colorado Jim (1953), de Anthony Mann; El jardín del diablo (1954), de Henry Hathaway; o en ese otro título (no western pero como si lo fuera) también de Hathaway, Arenas de muerte (1957), donde el desierto, como en Lobo, impone la presencia de su paisaje.
El agua, muy presente en el comienzo de Lobo, estructura toda la primera parte. No sólo en la presencia en las primeras imágenes del aprendizaje de sacar el agua de Theeb con Hussein, sino también a lo largo del trayecto en busca de los pozos de agua, en un camino que ni siquiera se sabe hacia dónde conduce y que servirá para reforzar dos momentos posteriores importantes: el primero, el encuentro con un pozo; el segundo el que supone la salida del pozo donde ha caído Theeb.
En el primer caso, introduce un elemento de intriga y de tragedia. El agua que sale del pozo es roja, dentro hay una serie de cadáveres que han sido arrojados allí. El peligro, la dificultad de la misión queda expuesta de esa manera. Un peligro que se refrenda ante la llegada del grupo al segundo pozo, momento en que serán atacados por un grupo enemigo. Pero ¿enemigo de qué o por qué? La refriega con el grupo lleva a la muerte de todos los caminantes, incluido Hussein. Sólo se salva Theeb, tras caer en el pozo.
La salida del pozo y la dificultosa ascensión de Theeb —pues la cuerda ha sido cortada por el grupo atacante, tras disparar desde lo alto del pozo para eliminar a quien ha caído—, supone un más en su camino hacia la madurez. Aprende a sacar agua y emerge del agua para encontrarse sólo en la… nada.
Excelente la forma en que vemos al chico junto al cadáver de su querido hermano, por medio de rápidas elipsis lo entierra en la arena. Sólo, con los buitres sobre su cabeza, con la serenidad, la aceptación de una vida —y por tanto de una muerte—, algo aprendido de la dura vida de su existencia, espera…
La llegada de un camello trayendo a un árabe herido da lugar a la segunda parte del filme. Primero, el recelo, luego la necesidad de apoyarse uno en otro para sobrevivir y el caminar, nuevamente, hacia algún lugar. En esta parte hay un momento significativo: Theeb, siempre mirando las armas de defensa y ataque (fusiles, pistolas) intenta encañonar al visitante, pero… fácilmente será desarmado.
No sabe sostener un arma, defenderse con ella, disparar. Hussein, en las escenas del comienzo, al ser adiestrado en el arte de cómo utilizar el arma, encañonar y disparar ha reducido su aprendizaje a las primeras fases; por eso cuando aprieta el percutor del arma, no tiene balas. Hussein le deja claro que eso, el que la utilice cargada, será cuando sea necesario, en esa fase inicial no se puede gastar una bala… simplemente en un ejercicio rutinario sin nada que justifique la utilización de la munición.
En el camino de la pareja se produce uno de esos grandes momentos del filme: cabalgando ambos en la oscuridad se oye un sonido en la noche, una especie de silbido. Theeb pregunta al desconocido acompañante, del que no sabremos nunca su nombre, qué es eso. «El burro de hierro», le contesta. De ahí, en otra acertada elipsis, se pasa a la mañana siguiente. El camello que les conduce pasa por los raíles del tren, pues ese es el dominado caballo de hierro.
Un encuentro posterior con un grupo de árabes rebeldes permitirá explicar varias cosas, no todas, aclaradas más tarde: el personaje con el que va Theeb es un guía de peregrinos, cuya misión consistía en conducir a lo largo de semanas a los peregrinos a la Meca. Ahora su negocio se ha visto mermado, o totalmente interrumpido, por la construcción del tren (el progreso) que conduce a quienes van a la Meca en días cuando antes el viaje era en semanas o meses. El hoy, la civilización, ha eliminado a los diversos guías que, como él, vivían de esa forma. Miente a los árabes y Theeb ayuda a esa mentira al asegurar que es un peregrino que va a la Meca y al que conduce hasta la estación más cercana para tomar el tren.
En el camino —¿hacia dónde?— siguiendo la vía del tren, encuentran una zona llena de cadáveres, en la cual se debe haber producido una gran batalla entre atacantes al tren y los que en él iban. En este momento Lobo alude de forma clara a Lawrence de Arabia (1962), de David Lean, al ataque que en el filme de Lean tiene lugar. Una alusión no fortuita, por lo que vendrá a continuación, y que deja claro varias cosas: la época del relato, los grupos existentes y sus implicaciones.
El tren construido para el imperio otomano por los alemanes es codiciado por unos grupos y por otros como trasporte de tropas y mercancías. Necesario en la lucha, tanto mantenerlo o destruirlo. Los grupos ahora son fácilmente identificables en un momento histórico muy concreto: los beduinos siguiendo su vida, su tarea, sin tener muy claro lo que ocurre o el cambio que se está produciendo en sus vidas; los árabes rebeldes que luchan contra los turcos invasores y opresores, los bandidos y los guías de peregrinos desplazados por el progreso. En esta lucha de liberación, ¿a quién apoyan los bandidos, los guías?
Si Lobo cita implícitamente a Lawrence de Arabia, una película española muy reciente como es Intemperie (2019), de Benito Zambrano, parece haberla tomado por referente, en más de un momento, lo que no desmerece para nada el interés del filme español. Y es que el cine se nutre del cine, es decir, películas vistas con imágenes que han impactado a futuros realizadores, les han quedado fuertemente grabadas, siendo, al realizar sus películas, reproducidas incluso de forma inconsciente.
Queda el último acto del filme, el que señala la transformación de Theeb, su toma de conciencia, y la realidad que ha vivido sin saberlo.
En pleno desierto aparece un pequeño fuerte (¿nueva alusión al western?) en el que ondea la bandera turca. Allí va el guía de peregrinos. Le pide a Theeb esperé fuera un momento. Su enigmático acompañante entra en el fuerte. «El jefe me está esperando», más o menos dice al centinela que está en la puerta. Theeb ve todo eso con sorpresa. Corre y entra en el fuerte. Detrás del guía ve lo que acontece, la conversación entre el guía y el jefe del fuerte, aquel trae a éste los objetos que transportaban Hussein y los hombres que él guiaba, entre ellos la caja conteniendo el explosivo.
El mandamás del fuerte paga un dinero al guía por ello, como habrá hecho otras veces, al tiempo que al percatarse de la existencia del pequeño le pide que se acerque a la mesa donde tiene lugar la transacción y le regala una moneda a Theeb («esto para ti»). El chico la rechaza y sale corriendo. Cuando su último acompañante sale del fuerte con el dinero ve a Theeb que le encañona con la pistola. Ha comprendido que ese guía se ha convertido en bandolero que comercia con los turcos, dominadores de los pueblos árabes. Sea como sea ha intervenido en la muerte de su hermano. Y ahora comercia con los objetos que quitaron a Hussein y a todo el grupo en el que iba Theeb.
Por primera vez, usará de verdad el arma. Ha ido aprendiendo a defenderse, le han enseñado a disparar y ahora con el arma cargada, disparará de verdad, vengando la muerte de su hermano. Al oír el disparo, el Jefe sale a la puerta del fuerte, mientras los soldados le protegen. Theeb mira a todos ellos. Sólo pronuncia unas palabras que indican la razón de ese disparo que ha acabado con la vida del guía convertido (¿por el progreso?) en mercenario de los opresores de su raza, pero sobre por haber participado en la muerte de su hermano. Sus palabras son simples: «Mató a mi hermano». No hay más. Ha vengado la muerte del hermano, y también la traición a su pueblo. Le dejan partir.
En el plano final, la mirada no será la Theeb, sino una mirada neutra, en un encuadre/cierre prodigioso. Su aprendizaje se ha cumplido. Camina montado en su camello, volviendo, quizá, hacia su casa. En el camino, el duro camino, se ha hecho mayor. No es el mismo que salió hace días con su hermano. Y allí al fondo pasa el tren. ¿Cuál será su destino? El ayer y el hoy, el pasado y el presente. La vida tranquila y dura frente a los nuevos tiempos donde la ¿civilización? ha llegado. ¿Qué futuro le espera? ¿Cuál será su lucha?
Theeb (lobo), en definitiva, ha dejado de ser un lobezno y marcha para habitar en un mundo de ¿lobos? Al fin y al cabo, y cómo se dice en el filme, él, como su padre, pertenece a la familia de los lobos. Cómo la mayoría ¿o no?
«Si los lobos te ofrecen su amistad, no confíes, no estarán junto a ti cuanto te enfrentes a la muerte»
(palabras que Theeb recuerda, al comienzo, ante la tumba del padre, los consejos que le dio).
Escribe Adolfo Bellido López | Artículo Lobo (1): Introducción al western