Un western jordano
Los fuertes se comen a los débiles.
(Lobo)
¿Cómo es posible que una película jordana como Lobo pueda ser considerada un western? El Rashomon dedicado al western del siglo XXI se iniciaba con otro filme tan extraño como éste, Lejos de los hombres, sobre una novela de Albert Camus, realizado por David Oellhoffen en 2014, el mismo año de esta película jordana.
El filme francés se desarrollaba durante la guerra de Argelia mientras que ésta tiene lugar durante la I Guerra Mundial, en el momento en que fue construido el tren que llegaba a la Meca, lo que motivó enfrentamientos con los antiguos guías de los peregrinos al lugar santo, debido a que perdían su trabajo.
Lo que en la película se mezcla con revolucionarios árabes en su lucha por liberarse del imperio otomano y con los intereses del ejército británico. Un momento histórico que tan bien retrató, por otra parte, David Lean en Lawrence de Arabia. Un paisaje, el desierto de Wadi Rum, es el escenario magnífico donde tiene lugar toda la trama de Lobo, el mismo en que se simulaba transcurría el filme de Lean.
No son los citados los únicos casos de películas planteadas como un western sin corresponderse con al lugar y el tiempo donde se vivieron las gestas del oeste y la creación de un nuevo mundo.
1.- El western género de géneros
Steve McQueen: ¿De dónde viene forastero?
Yul Brynner: Del Norte. Y usted ¿a dónde va?
MQ: A la deriva. ¿De qué ciudad viene?
B: De Dodge ¿y usted?
MQ: De Tombstone. ¿Hay tiroteos en Dodge?
B: Los hay. En todas partes es lo mismo. Se trata sólo de saber disparar. Nada importante.
(Los siete magníficos de John Sturges)
El western es quizá el género por excelencia del cine, de forma que muchas de sus claves, planteamientos o elementos genéricos son utilizados en otros géneros.
No es extraño, por ejemplo, que gran parte el cine negro tome como referencia al western o viceversa. Novelas de escritores de novela negra vieron varias de ellas transformadas en western llegando incluso, en algún caso, a hacer de una misma novela dos películas, cada una correspondiente a uno de los géneros.
Así, por ejemplo, la novela de W. R. Burnett High Sierra, daría lugar a El último refugio (1941), cine negro, y Juntos hasta la muerte (1949), western, ambas dirigidas por Raoul Walsh. Sobre novelas de Burnett (1) existen numerosas adaptaciones al cine del oeste entre las que se encuentran: la excepcional Cielo amarillo (1948), clara unión entre el cine negro y el western (2), La jungla del asfalto (1950) convertida en Arizona prisión, federal (1958) de Delmer Daves, un realizador de numerosos westerns, pero a los que envuelve con un tono melodramático como demuestran Jubal (1958) y sobre todo El árbol del ahorcado (1959). Nada raro cuando el melodrama impera en la mayor parte del cine de Daves, de hecho, uno de sus más famosos guiones es Tú y yo de Leo McCarey, en sus dos versiones de 1939 y 1957.
El melodrama también se impregna del western o al revés. Otro caso es la doble versión, en cada género, de un mismo guión: Odio entre hermanos (1948), melodrama dirigido por Mankiewicz, se convertiría años después en un western, Lanza rota (1954) de Dmytryck.
También un filme de guerra, de la que sea, y sobre todo las coloniales, puede convertirse en un western o al revés. Citemos dos casos: el western Tambores lejanos (1951) parece una revisión de Objetivo Birmania (1945), dos grandes películas dirigidas por Raoul Walsh con una particularidad, ninguno de los guionistas de ambos filmes, son los mismos.
El otro caso sería la reconversión de las guerras coloniales de Gunga Din (1939), de George Stevens, en el western Tres sargentos (1962), de John Sturges. En esos dos títulos ocurre igual que en los anteriores: los guionistas y el ¿argumento? no son de los mismos escritores. Por cierto, en el filme de Sturges, aparece acreditado como autor del argumento y el guión es W. R. Burnett.
El western es casi tan antiguo como el cine, y ha tenido una gran aceptación durante años. El primer título reconocido es Asalto y robo de un tren (1903), de Edwin S. Porter. Los primeros filmes primaron, desde la simplicidad, las aventuras del protagonista enfrentado a los malvados, y abundan las persecuciones y las peleas donde el caballo es tan fundamental como una pistola, incluso hay filmes donde dicho animal sustenta el filme, como ocurre en la tardía Yo, gran cazador (1980), de Anthony Harvey.
2.- Los grandes del western
Vaquero: Oiga, esa es la frontera mexicana. No podemos seguir.
Gregory Pek: Yo sí.
(El vengador sin piedad, de Henry King)
Varios directores consideran el western como algo más que simples persecuciones, al plantear historias donde los personajes tienen entidad, incluso introduciendo elementos históricos y ahondado en una gran profundidad psicología.
Uno de los filmes orientadores del nuevo rumbo del género será John Ford con El caballo de hierro (1924). Es Ford quien deriva estas películas hacia unos planteamientos psicológicos y de estudio de personajes con La diligencia (1939). Ford será un claro referente del cine del oeste con muchas películas genéricas y cuya gran maestría le llevaría a la cima con Centauros del desierto (1956). Henry King con El pistolero (1950) habla sobre la soledad y la angustia del pistolero. Uno de los filmes claves del western psicológico.
Además de los ya comentados —Walsh, Daves, Sturges, Wellman y John Ford a la cabeza— entre los grandes realizadores del género hay que citar a Howard Hawks (3), Budd Boetticher, Don Siegel, King Vidor, André de Toth —otro de los venerables tuertos del cine: como Ford, Ray, Lang, Walsh—, Nicholas Ray, Robert Aldrich, las aportaciones de William Wyler, John Huston, George Stevens (4), Otto Preminger (5), Robert Parrish, Richard Fleischer, Gordon Douglas, Samuel Fuller… sin olvidar el sensacional Anthony Mann.
Actualmente, el western ha declinado, pero nunca perecido, como demuestran realizadores como Quentin Tarantino o películas como Appalosa (2008), todo un repaso a la esencia del género.
De cualquier forma, ha ido dando paso, en Hollywood, a otro tipo de cine, ya sea de ciencia ficción o de superhéroes, donde se pueden encontrar muchos elementos traspasados del western. No sólo existe un filme titulado Los siete magníficos del espacio (6) realizada en 1980 por Jimmy T. Murakami, sino por toda la serie de La guerra de las galaxias e incluso el inicio de la serie de Indiana Jones: En busca del arca perdida (1981), de Steven Speilberg.
3.- El western en otros países
Alan Ladd: Un revolver es sólo una herramienta de trabajo, como una azada. Es malo o bueno según quien lo tenga en la mano.
(Raíces profundas, de George Stevens)
Lo que hemos referido anteriormente se refiere al western clásico y hollywoodense, pero el género se impone también en otros países en novelas y comics.
En España, por ejemplo, en cómic se puede recordar El pequeño luchador o El coyote, inspirado a su vez en las novelas de José Mallorquí. Hubo muchos novelistas españoles (en algunos casos de novelas de kiosko) adictos al género, fundamentalmente como forma de sustento en los años de la postguerra española, como fueron Marcial Lafuente Estefanía o Silver Kane, pseudónimo tras el que se ocultaba por motivos políticos Francisco González Ledesma, posteriormente, ya con su nombre, excelente escritor de novelas de serie negra cuyo personaje principal era el comisario Méndez y que ganaría el premio Planeta en 1984 por Crónica sentimental en rojo, correspondiente a la serie de dicho comisario.
Pero esas novelas, algunas de forma mucho más tarde, como ocurría con algunas películas sobre El coyote, no fueron llevadas al cine en su momento. Fueron los alemanes los primeros en realizar películas del oeste basadas en novelas de Karl May. Sobre su obra hay numerosas adaptaciones.
Ya en 1920 existe una de ellas, aunque el boom será en producciones desde principios de los años sesenta, la mayoría interpretadas por uno de los tarzanes del cine, Lex Barker y dirigidas por Harald Reinl: El tesoro del lago de la plata (1962), Furia Apache (1963), La carabina de plata (1964)… Naturalmente todas ellas producidas en Alemania Occidental. Por cierto, Reinl alternaba estas películas con otras policiacas basadas en novelas de Edgar Wallace.
Unos años antes, en la década de los cincuenta, el gran director japonés Akira Kurosawa (7), gran amante del cine norteamericano y en especial del western y del cine negro, trasladó el esquema del western a Los siete samuráis (1954), por lo que no es raro que en ella se base luego Los siete magníficos (1960), de John Sturges.
Los siete samuráis no es el único referente al western de Kurosawa. Realizó bastantes más. Uno de ellos, Yojimbo, es importante ya que en ese título se basó el primer western de Sergio Leone, con el título Por un puñado de dólares, realizado en 1964.
4.- Sergio Leone y el spaghetti western
Clint Eastwood: El mundo se divide en dos, muchacho: los que encañonan y los que cavan. El revólver lo tengo yo, así que puedes empezar a coger la pala.
(El bueno, el feo y el malo, de Sergio Leone)
Por un puñado de dólares (8) es la espoleta de salida del luego denominado spaghetti western: películas del oeste realizadas en coproducciones entre Italia y España con nombres de directores que ocultan el verdadero por otros que suenen a americanos.
Una parte de esa derivación del género es detestable. Curiosamente, en algunos filmes se llegan a esconder planteamientos marxistas, yendo más allá del género y creando personajes como Django y Sartana, el primero de los cuales será recogido por Tarantino en Django desencadenado (2012).
Un título a mayor gloria no sólo de Django, también es un homenaje al spaghetti western clásico y a los directores que lo crearon, como Leone, y muchos otros a gran distancia de él: Sergio Corbucci —realizador de Django (1966), la primera película del personaje— o Enzo G. Castellani —en cuyo filme Aquel maldito tren blindado (1978) se inspira Malditos bastardos (2009)—.
Dentro del (a veces mal considerado) spaghetti western existen obras muy interesantes, sirva como ejemplo la trilogía de Sergio Solima formada por El halcón y la presa (1966), Cara a cara (1967) y ¡Corre cuchillo… corre! (1968).
¿Y Sergio Leone? Por encima del bien y del mal, su obra es muy superior al resto de sus seguidores.
Un libro muy recomendable sobre su obra, Algo que ver con la muerte, de Chistopher Frayling —o el análisis de su obra llevado a cabo por Carlos Aguilar en Sergio Leone— sirve para adentrarnos en la personalidad de uno de los más importantes realizadores del cine italiano de la segunda mitad del siglo XX, y que, debido a su temprana muerte, sólo dirigió siete películas, ocho si en realidad su labor fue, como parece, más allá de producir y escribir Mi nombre es ninguno (1973), de Tonino Valeri.
Leone llegó a decir que eran unos hijos de puta aquellos directores que en Italia trataron de seguir su estilo. Un estilo personal, que llevó a cambiar, incluso en América, ciertas formas de enfocar el género.
Admirador del cine norteamericano, intentó realizar tres películas en homenaje a tres de los grandes géneros del cine americano: el western, el negro y el musical. La muerte le impidió realizar la tercera. Las otras dos fueron dos películas excepcionales: Hasta que llegó su hora (Once upon a time in the West, 1968) y Érase una vez en América (Once upon a time in America, 1984). En honor a ellas, Tarantino daría el título de Érase un vez… en Hollywood (2019) a su último filme.
Si Por un puñado de dólares es una copia casi total de Yojimbo (con todo, tiene momentos notables como el comienzo o el duelo final), los dos restantes que rueda con Clint Eastwood son originales: La muerte tenía un precio, de 1965 —el título original seguía la ironía del anterior; se había titulado de esa forma ya que por el escaso dinero empleado en la realización no pudo trabajar con actores americanos conocidos; cuando puede emplear algunos más la tituló Por unos dólares más— y El bueno, el feo y el malo innovan, trasgreden el western clásico y le dan un nuevo sentido.
Un sentido que llega incluso al país de origen y no sólo a través del que era, entonces, prácticamente un desconocido actor, Clint Eastwood, sino que aparece en filmes de directores de muchos e interesantes westerns, caso de Nevada Smith (1966), de Hathaway, y que incluso marca la senda nada menos que de Sam Peckinpah, quien desde un western de tintes clásicos, Duelo en la alta sierra (1962) va derivando hacia alguna de las propuestas del cine de Leone con Grupo salvaje (1969), Pat Garret y Billy el niño (1973) o ¡Quiero la cabeza de Alfredo García! (1974).
5.- La vivencia del género
Sheriff: ¿Has venido a matar a esos granujas?
Wayne: Sí
Sheriff: ¿Cambiarás de idea?
Wayne: No
(El último pistolero, de Don Siegel)
El cine del oeste ni había, ni ha muerto. El último pistolero (1976), de Don Siegel, no cierra ninguna etapa. Siegel había realizado bastantes westerns, incluso encubiertos, otra manera de encauzarlos, caso de La jungla humana (1968), donde se produce el encuentro de Siegel con Eastwood al proponerle el papel principal de la película.
Ese encuentro llevó no sólo a que Eastwood interpretase muchos otros de Siegel, sino también a una gran amistad entre ellos que condujo a la creación de una productora, Malpaso, y a que Eastwood se convierta en un interesante realizador de varios importantes westerns), uno de los cuales, Sin perdón (1992), dedicado a Sergio (Leone) y Don (Siegel), recibió el Oscar a la mejor película.
Los años 70, siguiendo los caminos marcados, el western optó en parte por seguir una línea crítica y desmitificadora con títulos de Arthur Penn (Pequeño gran hombre, 1970; Missouri, 1976), Richard Boooks (Los profesionales, 1967; Muerde la bala, 1975); Sydney Pollack (El camino de la venganza, 1968; Las aventuras de Jeremiah Johnson, 1972); Ralph Nelson (Soldado azul, 1970); Abraham Polonski (El valle del fugitivo, 1970).
El western sigue adelante, vivo, no con tantas películas —al menos directas— como en los años cuarenta o cincuenta, pero aquí y allá siguen realizándose. No depende del país ni la época para su existencia, incluso filmes que transcurren en la época de la colonización americana (y sus derivaciones, como la revolución mejicana) no son western, no tienen sus características propias.
Nunca será un western Lo que el viento se llevó (1939), de Victor Fleming, y muchos otros realizadores que intervinieron, ni tampoco Lincoln (2012), de Spielberg, a pesar de trascurrir durante la Guerra de Sucesión. Pero sí lo son Misión de audaces (1959), Fort Bravo (1953), de Sturges, o Mayor Dundee (1965), de Peckinpah. Nunca será western la maravillosa El viento (1928), de Sjostrom, pero sí lo son La venganza de Frank James (1940), Espíritu de conquista (1941) y Encubridora (1952), todas de Fritz Lang.
Discutible que sea un western ¡Viva Zapata! (1952), de Elia Kazan, pero lo son Bandido (1956), de Richard Fleischer, Más allá de Río Grande (1959), de Robert Parrish, o, nada menos, Veracruz (1954), de Robert Aldrich.
A pesar de su exaltación pacifista, no es un western La gran prueba (1956), de William Wyler, pero lo son otros importantes títulos de su director, como El forastero (1940) y Horizontes de grandeza (1958).
No tengo la seguridad que Duelo al sol (1946) pueda ser considerado como un western, pero, sin dudarlo, lo son otros títulos de su director, King Vidor, como Paso al noroeste (1940) o La pradera sin ley (1955).
No lo será, en fin, El tesoro de Sierra Madre (1948), de Huston, pero lo es, sin duda, otro de sus filmes, Los que no perdonan (1960).
6.- Nuevas tierras, nuevos lugares: un camino
Ben Johnson: A catorce días de aquí hay una ciudad y un banco. ¿Le interesa atracarlo conmigo?
Marlon Brando: No
Johnson: Se dice que busca a un antiguo socio suyo para ajustarle las cuentas. Pues, vera, amigo, ese antiguo socio es ahora el sheriff de esa ciudad. ¿Le interesa ahora mi oferta?
Brando: Sí.
(El rostro impenetrable de Marlon Brando)
El western es un cine de espacios abiertos, de expansión, de colonización, posesión y asentamiento de unas tierras que se extiende en inmensas llanuras libres, o con indios cercanos, sobre la que se asentarán ciudades con una calle larga de entrada y salida. Quizá son ciudades para vivir mañana o sólo mientras cerca haya un filón que explotar.
La llegada al mar supondrá el fin de esa expansión, por eso en casi ningún filme del género aparece el mar, lo que supone el fin de la tierra. Recordemos El rostro impenetrable (1961), el único título que dirigió Marlon Brandon, después de echar del rodaje al realizador que lo comenzó: Stanley Kubrick. Toda una rareza, original y atrayente.
El tema de la creación, y destrucción de una ciudad, es tratado en La leyenda de la ciudad sin nombre (1969), un muy estimable título de Joshua Logan, que, no sé por qué extraños designios, salvo en España, fue un fracaso comercial al tiempo que parte de la crítica la trató con dureza. Sin embargo, aquí se puede seguir muy claramente la transformación de una ciudad en el viejo oeste. Todo el proceso, interno y externo, por el que finalmente será destruida.
Sobre la historia del oeste prima la leyenda a la realidad. Lo bonito, lo impositivo a la más simple o elemental realidad. Debe disfrazarse para convertir la derrota en heroicidad, el cambo de los tiempos en necesidad. En ese sentido, entre otras películas, se mueven Fort Apache (1948) y El hombre que mató a Liberty Valance (1962), de John Ford; La verdadera historia de Jesse James (1957), de Nicholas Ray; Forajidos de leyenda (1980), de Walter Hill; o Del infierno a Texas (1958), de Henry Hathaway.
El western puede tratar cualquier tema: el egoísmo humano, la solidaridad, el militarismo y el antimilitarismo, la violencia, la paz, el odio, el perdón, el caminar externo como representación de un camino interno, el racismo y el antirracismo, el aprendizaje, la unión, el deseo… incluso ha llegado a plantear la homosexualidad y conste que no me refiero a ese falso western que es Brokeback Mountain (2005), de Ang Lee, sino a El hombre de las pistolas de oro (1959), de Edward Dmytryck.
El duelo, el encuentro final entre los pistoleros —exageradamente elevado a una minuciosa categoría superior en Leone—, un grupo contra otro, con un triunfador, supone el final de la tragedia en un mundo sin paz, ni orden, donde un caballo es tan importante como una pistola.
Allá están, como envoltorio, los salones con sus chicas y su mesa de juego, su barman y sus enfrentamientos donde un joven comienza a aprender a vivir. Un lugar donde llega la diligencia o las vacas que traen comida a la población, o se asientan en el lugar o cogen el tren que los conduce a otros lugares donde son necesarios.
Luchas por la tierra entre los grandes latifundistas y los pequeños colonos, la caballería, las cercas como parón a la libertad, los ovejeros contra los vaqueros, los amos ejerciendo su déspota dominio sobre los vaqueros del rancho bajo el control de un capataz, a veces odioso y cruel.
O el pistolero cansado que busca una casa donde habitar, tener una familia, empezar a cultivar una tierra. Gentes de distintas nacionalidades que acuden al reclamo de unas nuevas tierras, de algo que tener, transitando por unos caminos agrestes mientras unos indios observan lo que ocurre, miran a aquellos raros seres que quieren quitarles su comida, sus tierras, su sentido de vida. Y el ferrocarril que une lugares, conduce reses, es el objetivo de los bandidos.
Irlandeses, ingleses, indios, africanos, chinos, gente nacida de aquellos pioneros que llegaron de Inglaterra o descendientes de franceses intentando formar una nación.
Un Norte y un Sur divididos, problemas raciales, exterminio de razas, libertad y opresión, esfuerzo y sufrimiento.
Unos carromatos, o un trasporte de reses, que realizan un trayecto. Mujeres que van en busca de marido, requeridas por hombres solitarios que quieren formar una familia, convivencia, soledad, sumisión, dolor, miedo… y niños mirando todo ese nuevo mundo que se abre a sus ojos asombrados, creciendo, haciéndose hombres inmersos en múltiples peligros
Todo eso, y mucho más, es el western. No es extraño que sea un género universal. Cada país puede aplicar sus normas, como hace poco hizo un filme francés del oeste, Los hermanos Sisters (2018), de Jacques Audiard, con un texto de su guionista habitual, Thomas Bidegain, quien en 2015 dirigió el que hasta el momento en su único largometraje (aparte ha realizado en 2019 una de las cinco partes de Selfie), Mi hija, mi hermana, donde propuso una especie de relectura de Centauros del desierto.
Con todo lo que supone, y sobre todo el camino, el western ¿podría extrañar que hasta en Fresas salvajes (1957) encontremos esa estructura de viaje y cambio, a través de diferentes encuentros, que conducen al recuerdo, el camino propio del western?
Sea como sea, en Lobo la estructura y los elementos genéricos están claros: un paisaje, un camino iniciático de un niño (también lo era el de la niña convirtiéndose en mujer en Valor de ley, 2010, de los hermanos Coen), la llegada de una nueva época, el camello y el tren… el ayer y el hoy.
Una vez analizado el western y algunos de sus planteamientos genéricos, en la segunda entrega analizaremos la película Lobo, sorprendente y sorpresivo western jordano.
Escribe Adolfo Bellido López | Artículo Lobo (2): el film
Notas
(1) Partiendo de sus novelas o actuando como guionista se contabilizan cerca de 70 films por los que W. R. Burnett se encuentra acreditado. Entre sus guiones (o relatos) se encuentran títulos destacables, como Scarface, el terror del hampa (1932), de Hawks, e incluso filmes de guerra como La gran evasión (1963), ligeramente inspirada en La gran ilusión (1937) de Jean Renoir, y dirigida por un realizador de muchos western, John Sturges, tales como El sexto fugitivo (1956), Duelo de titanes (1957), Desafío en la ciudad muerta (1958), El último tren de Gun Hill (1959)… y, sobre todo, Los siete magníficos (1960).
(2) También puede ocurrir que un western se estructure como un filme policiaco. Dos ejemplos: Fort Bravo (1953) y El póker de la muerte (1968), de Henry Hathaway
(3) La excepcional Río Bravo (1959) sería revisada por John Carpenter en Asalto a la comisaría del distrito (1976).
(4) La mítica Raíces profundas (1953) sería reconvertida por el argentino Adolfo Aristarain en Un lugar en el mundo (1992), en alguna de cuyas escenas se pueden contemplar carteles de Río Bravo.
(5) Realizador de otro muy estimable río: Río sin retorno (1954), una de las primeras películas donde se utiliza admirablemente el Cinemascope iniciado el año antes por la Fox con Cómo casarse con un millonario, de Jean Negulesco, aunque se inaugurará en los cines, quizá por ser más espectacular, con La túnica sagrada.
(6) Se trata del título que tuvo la película para su estreno en España y que para nada tiene que ver con el original, Battle Beyond the stars.
(7) De las primeras películas de Kurosawa pocas llegaron a España. Lo había hecho Rashomon (1950), filme premiado en el festival de Venecia, y que llevó al conocimiento del cine japonés por el resto del mundo, para descubrir poco a poco a grandes maestros como Ozu o Mizoguchi. También nos llegó en su momento Los siete magníficos, pero en una versión muy reducida (la original dura 205 minutos) pero no llegó Yojimbo.
(8) Hábilmente, se trató de ocultar que procedía (copiaba) el filme de Kurosawa, pero su gran éxito en todo el mundo hizo imposible que se ocultase. La productora japonesa del filme de Kurosawa denunció el plagio… el litigio al final se resolvió concediendo la productora italiana que todo el dinero procedente de su exhibición en Japón fuera para la productora japonesa.