El tren y los espías

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Secretos y mentiras entre raíles

espias-el-tren-espias-0Departamentos y coches cama, estaciones atestadas de pasajeros, apeaderos solitarios, el vagón restaurante y hasta los diminutos cuartos de baño son lugares que los espías de las ficciones cinematográficas utilizan para ejercer sus más variadas misiones.

Lo frecuente es que los agentes ocupen su tiempo viajando entre ciudades de exótico renombre o simplemente disfrutando esos momentos de impasse entre objetivo y objetivo. No obstante, y a pesar de las estrecheces, el tren puede ser el emplazamiento idóneo para un romance apasionado o convertirse en el campo de batalla donde matar o morir por la patria.

La morada del agente secreto

En el film Alarma en el expreso (The Lady vanishes, 1938, Alfred Hitchcock) toda la acción ocurre prácticamente en el ferrocarril, y es el perfecto ejemplo del tren entendido como vivienda u hogar de los protagonistas; ese espacio familiar, acogedor y en ocasiones trágico donde transcurre la historia.

El tren se convierte en un remedo de las decadentes casas victorianas de las novelas de Agatha Christie. Incluso la vieja espía del film interpretada por May Whitty es un trasunto de la afable Miss Marple.

En The Lady vanishes asistimos a la desaparición de una vieja dama, que es buscada sin descanso por la joven Margaret Lockwood y un músico encarnado por Michael Redgrave. Nadie en el tren reconoce haberla visto, llegando a dudar de la cordura de nuestra protagonista, hasta que los improvisados «detectives» logran desentrañar un complejo complot con suplantación de identidad incluida, en la que intervienen agentes secretos y potencias extranjeras.

La cinta es una variante del caso de la habitación cerrada con giro final inesperado. ¿Cómo se explica que una persona desaparezca de un lugar tan estanco como un tren en movimiento y que para más inri nadie recuerde haberla visto? En este caso la mujer desaparecida es una espía portadora de un mensaje en una ridícula tonadilla, pero esto para Hitchcock es lo de menos, igual podría haberse dedicado a la filatelia o a la venta de seguros de hogar; al director inglés sólo le interesa el armazón de la trama y no la verosimilitud de la misma.

Así lo reconoce en su conversación con Truffaut: «Pero si pensamos un momento en nuestros amigos los “verosímiles, estos podrían preguntarse por qué se confía un mensaje a una anciana a la que cualquiera podría haber matado. Yo me pregunto por qué esta gente del contraespionaje no envió simplemente el mensaje mediante una paloma mensajera. Cuando se piensa en las fatigas que se han buscado para colocar a esta anciana en el tren, para asegurarse tantos cómplices en el vagón y haber previsto incluso en reserva a otra mujer dispuesta a cambiar de vestido» (1).

En 1979 se filma un anodino remake (La dama del expreso, Anthony Page), ideal para una lluviosa tarde de domingo si no tienes otra cosa mejor que hacer. Montañas centroeuropeas en todo su esplendor, trenes de época, Angela Lansbury desapareciendo misteriosamente y un atontolinado Elliott Gould de comparsa de la atractiva Cybill Shepherd, que se pasa todo el metraje enfundada en un liviano vestido de seda blanco a pesar de las bajas temperaturas. ¿Qué más se puede pedir?

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En ocasiones los agentes secretos también tienen tiempo para el amor. En Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959, Alfred Hitchcock), tras un primer tercio del film donde se exponen las principales líneas argumentales hay un segmento de 20 minutos que trascurre íntegramente en el expreso Siglo XX, que parte de la estación Grand Central de Nueva York con destino a Chicago. Rodada prácticamente en estudio, sólo algunos planos filmados desde la ventanilla cuando el tren toma las curvas nos informa del territorio que atraviesa y del paso del tiempo.

Roger Thornhill (Gary Grant) intenta escapar de la policía y de los sicarios de Phillip Vandamm, no quedándole más remedio que embarcar de polizón en el lujoso ferrocarril, pasando gran parte del tiempo en los cuartos de baño evitando a los revisores. A pesar del acelerado devenir de acontecimientos que caracteriza el film, este tramo de historia que transcurre en el tren proporciona cierto momento de relax a nuestro atribulado ejecutivo.

Gary Grant se topa de forma «casual» con Eve Kendall (Eva Marie-Saint), ya que desconoce que es una espía que trabaja para el gobierno, y cuya función principal será servir de cebo. Thornhill cae pronto en la trampa, comenzando así un cortejo en toda regla, que lo lleva a un primer acercamiento en el vagón restaurante repleto de diálogos irónicos e insinuantes y finalmente a una escaramuza en el coche cama de la espía.

Esta secuencia es un verdadero tour de force de Hitchcock que rueda a los amantes en primeros planos, besándose, abrazándose y girando sobre sí mismos sobre la pared. A pesar de lo atrevido para la época, la escena siempre me ha resultado un tanto forzada, sobre todo por el envaramiento que demuestra Grant, poco suelto y sin saber dónde colocar las manos.

Al final del film, con nuestros protagonistas de nuevo en el tren, Hitchcock prefiere no repetirse filmando a los amantes retozando y echa mano de metáfora sexual mostrando cómo el tren penetra implacable en el túnel y funde a negro. Como él mismo declara: «Es el final más impertinente que he rodado jamás».

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La muerte viaja en tren

En ocasiones a los espías no les queda más remedio que rendir batalla en los angostos pasillos de un tren.

En Correo Diplomatico (Diplomatic Courier, 1952, Henry Hathaway), Tyrone Power atraviesa Bucarest en misión especial tras la Segunda Guerra Mundial. Mientras el tren entra en la oscuridad de un túnel, nuestro protagonista es testigo del asesinato de un colega a manos de los pérfidos comunistas. El plan es sencillo: cometes el crimen, abres la portezuela y eliminas el problema a las vías del tren.

El mismo método utiliza el frio Donald Sutherland en El ojo de la aguja (Eye of the needle, 1981, Richard Marquand), intentando pasar inadvertido entre los pasajeros de un convoy inglés, aunque finalmente se ve obligado a emplear su afilado estilete para evitar que descubran su condición de espía alemán. Es sólo una breve secuencia al inicio del film, pero marcará la pauta de lo que será un buen thriller de aliento clásico y amoríos arrebatados en las gélidas costas escocesas.

En los últimos años, los derroteros de los films de espías han cambiado y han perdido esa aura de clasicismo que los caracterizaba. Ahora las películas se centran en la espectacularidad de sus escenas de acción y en consecuencia acaban rindiéndose a los efectos especiales y a las proezas de los especialistas. Ethan Hunt, Jason Bourne o James Bond son claros ejemplos de esta nueva vertiente del género.

Tom Cruise en Misión: Imposible (Mission: Impossible, 1996, Brian de Palma) intenta desbaratar los planes de Jon Voight y sus secuaces en el trayecto del tren de alta velocidad TGV que une Londres con París. Para ello no dudará en perseguir a su enemigo por el techo del tren en marcha y evitar su fuga al conseguir que se estrelle el helicóptero con el que los malvados pretendían escapar, y todo ello en el interior del túnel del Canal de la Mancha. Así contado suena increíble, pero visto en pantalla todavía lo es más.

James Bond no se queda atrás, sobre todo en los films de la saga protagonizados por Daniel Craig. En Skyfall (2012, Sam Mendes), James persigue en la intro del film a uno de sus adversarios por las calles de Estambul, hasta que ambos acaban enganchados a un tren.  Bond utiliza la pala de una excavadora para abrir un buen boquete y poder entrar al vagón (vamos, lo más normal del mundo) y como es habitual acabará en el techo del ferrocarril peleando a muerte con el mercenario, siempre con cuidado de no acabar descabezado al entrar el tren en los túneles. Finalmente, será Moneypenny la que saque a Bond del tren de forma expeditiva con un disparo poco certero.

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Unos años más tarde, en Spectre (2015, Sam Mendes) un Bond más relajado intentará tener una cena romántica con la doctora Madeleine Swann (Lea Seydoux) en un tren que avanza extrañamente vacío por el Sáhara. Sin embargo, la mole humana de Dave Bautista se opone a todo atisbo de romanticismo e intenta moler a palos a Bond en una lucha cuerpo a cuerpo que quita el hipo. A pesar de todo, un magullado Bond acabará teniendo un tórrido calentón con la doctora Swann (en estas lides amorosas Craig se ve más suelto que Gary Grant, la censura y los tiempos mandan, aunque desde luego sin alcanzar la retranca y el glamour del intérprete de Hitchcock).

He dejado para el final El tren de los espías (Avalancha Express, 1979, Mark Robson). Con el título que le habían endosado para su estreno en España no podía dejar de verla. Tarea por cierto muy complicada, ya que no la encontré en plataformas y a punto estaba de comprarla en Todo colección, cuando se me apareció milagrosamente en un mercadillo en Gijón.

Pensé que esta chiripa era sin duda un buen presagio, sobre todo porque había leído que Abraham Polonsky compartía la firma del guion, Jack Cardiff era el responsable de la fotografía y Monte Hellman había acabado de filmarla y montarla al fallecer Robson durante el rodaje. No obstante, debería haber sospechado algo al leer la sinopsis: Un desertor del ejército soviético es protegido por agentes de la CIA en un tren que atraviesa Europa y que pronto es asediado por repetidos ataques de comandos comunistas y por una avalancha de nieve. ¿Cómo os quedáis?

En fin, si os gustan las historias sin pies ni cabeza, unas maquetas muy flojitas de John Dykstra y os pone ver el careto desubicado de Lee Marvin o la barba postiza a punto de despegarse de Maximilian Schell, pues bien, esta es sin duda vuestra película.

El film hace gala de algunas secuencias hilarantes, como aquella es que los espías americanos huyen en una furgoneta blanca de sus adversarios rusos, y para despistarlos cambian a… otra furgoneta blanca idéntica a la primera. O los repetidos y brutales tiroteos y explosiones en plena marcha de un tren repleto de pasajeros y cuando este llega finalmente a la estación, los viajeros bajan al andén tan tranquilos, charlando animadamente, con sus maletas a cuestas y felices como si nada hubiera ocurrido.

Seguro que después de estos jugosos comentarios, alguno de nuestros morbosos redactores está deseando, a pesar de todo, echarle un vistazo a Avalanche Express.

Y es que todavía os pasa poco.

Escribe Miguel Ángel Císcar

Nota

(1) El cine según Hitchcock. François Truffaut. Alianza Editorial. 1974.

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