Esto del cine es una mierda
La figura de Fernando Fernán Gómez ocupa un lugar central en la historia de la cultura española desde el final de la Guerra Civil hasta su muerte en 2007. Fue un artista polifacético, renacentista. Su olfato como creador le llevó a transitar por todas las corrientes dominantes en la larga posguerra, así como a detectar los nuevos aires asociados al posfranquismo y la restauración monárquica y democrática.
Con esta película, triunfó, merecidamente, en la gala inaugural de los Premios Goya. En dicho filme, aparece una de las secuencias más desternillantes de la historia del Cine, español y mundial. El carácter agónico, crepuscular, de esa compañía de cómicos de la legua que preside el cabeza de familia Don Arturo (Fernán Gómez), es un remedo del poema machadiano (Manuel) en que las huestes del desterrado Cid deambulan por la terrible estepa castellana, en medio del polvo, sudor y hierro.
El demiurgo Fernán Gómez entona un canto elegíaco a una época, a un país, a sus gentes… y a un arte —el teatro— que está a punto de ser fagocitado por otro: el cine.
La secuencia se inicia con un plano secuencia en el que el matarife del teatro (un Simón Andreu pequeño empresario-distribuidor cinematográfico que exhibe películas por los pueblos, un peliculero) abandona la plaza en su furgoneta. En esa plaza se está realizando un cásting para rodar una secuencia cinematográfica. A él se presentan los Galvanes y es elegido Don Arturo, nervioso y dubitativo pues no conoce los resortes del nuevo medio artístico.
Fernán Gómez pone en escena a los nuevos artífices del último cine español (Oscar Ladoire, Nacho Martínez, un principiante Carmelo Gómez…), a los que Don Arturo-Fernán Gómez se enfrentará. A diferencia de éste, su personaje no sabe adaptarse a los nuevos tiempos que corren.
A través de una repetición de la toma (cuatro veces), se crea una situación hilarante, ante la imposibilidad de Don Arturo de zafarse de la retórica teatral, de la recitación y el encorsetamiento de un teatro decimonónico, y pronunciar de forma natural, espontánea y verosímil su frase, caracterizada por la famosa apostilla «Señoritooooo», remedo a su vez del famoso «señorito» de Gracita Morales.
La primera toma se nos ofrece desde un plano general, en el que aparece tanto la secuencia diegética en sí, como el marco —director, cámaras— desde la que se filma. La segunda secuencia se graba desde un plano medio centrado en la propia escena en sí, que finaliza con los gritos del director que califica de «monstruo» a Fernán Gómez. La tercera y la cuarta, más breves y rápidas, en primer plano de Don Arturo en algún momento, finalizan con el clímax, con el estallido de furia del director ante la incompetencia de Don Arturo, profiriendo el improperio: «Me cago en el padre de los hermanos Lumière», acompañado del lanzamiento por los aires de la estereotipada silla de director.
La secuencia acaba con un plano fijo en el que un derrotado, cariacontecido, humillado y enfadado Don Arturo abandona el encuadre con otro improperio dedicado al arte de los Lumière: «Esto del cine es una mierda, no tiene nada que ver con el teatro», ante la compasiva mirada de su hijo Carlos (José Sacristán), narrador que relata la historia.
Y entre esa nueva mierda artística sabrá chapotear magistralmente Fernán Gómez, que rinde un sentido homenaje a la semilla de la que procede su arte y él mismo.
Escribe Juan Ramón Gabriel