800 balas (2002), de Álex de la Iglesia

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Érase una vez en el Oeste

800-balas-00Es bien conocida la afición de Álex de la Iglesia por los géneros cinematográficos y en particular por el cine más exploitation de los años sesenta y setenta, caracterizado por bajos presupuestos, temas populares (el giallo y el western entre los más socorridos) y erotismo y violencia a raudales.

Tras una primera etapa en la que rodó cuatro filmes para la productora Lolafilms (de El día de la bestia a La comunidad), el director vasco dedicó gran cantidad de tiempo y esfuerzo a preparar uno de sus proyectos más deseados: El regreso de Fu-Manchú, basado en el supervillano oriental creado por el escritor de novelas de misterio Sax Rohmer. Esta tenía que ser una producción cara, de no menos de veinte millones de dólares, pero Andrés Vicente Gómez optó por reducir el presupuesto a la mitad.

De la Iglesia prefiere no hacer el filme con esas condiciones económicas y decepcionado vende el guión de Fu-Manchú y crea su propia productora, Pánico Films. Sin solución de continuidad comienza a trabajar con una idea de Jorge Guerricaechevarría y del propio director que dará lugar al filme 800 balas (2002), un homenaje visceral y nostálgico al spaghetti western.

El spaghetti western está en el ADN de las inquietudes de nuestro realizador. Este subgénero supuso una reformulación del cine del oeste clásico desde una óptica europea, con unos condicionamientos de producción y estéticos tan singulares (tempo cinematográfico, regusto por el sadismo, reparto, música, localizaciones…), que consiguió influir, para bien y para mal, en los westerns que se hicieron posteriormente.

Como señala Joaquín Vallet Rodrigo en su estudio sobre el género: «…De hecho, una gran parte de los westerns surgidos en los años setenta tendrán una mayor deuda conceptual con el universo del spaghetti western que con las diversas etapas del clasicismo norteamericano, al adoptar no pocos de sus semblantes esenciales como su estética sucia y polvorienta, los rasgos primitivos de sus personajes (radicalmente alejados de la sutileza psicológica alcanzada por el western a finales de los cincuenta) o sus elevados niveles de violencia» (1).

En los sesenta y setenta se rodaron numerosas coproducciones en poblados del oeste construidos exprofeso en Madrid, Barcelona y sobre todo en Almería, aprovechando los magníficos espacios naturales que brindaba el desierto de Tabernas. De resultas de ello se creó toda una industria conformada por actores, extras, técnicos y especialistas que consiguieron cierta continuidad laboral en aquellos años de penuria económica. De esto trata en el fondo 800 balas. Pero todo acaba. A finales de los setenta, este tipo de filmes pierden el favor del público y los rodajes, los decorados y muchos de los trabajadores son abandonados a su suerte.

Cierta nostalgia de la juventud perdida en cines de barrio y el tono pulp y algo bizarro de los spaghetti westerns condicionaba inexorablemente a Álex de la Iglesia a revisitar este género, de la misma manera que ocurrió años más tarde con Quentin Tarantino en Django desencadenado (2012).

El mismo realizador lo afirma en una reciente entrevista: «Cuando creas, revuelves las brasas de la experiencia, allí donde están los sentimientos puros. Para Polanski supongo que eso serán los campos de concentración, y otros lo tendrán en una puta magdalena. En mi caso, lo gracioso es que se trata de recuperar cosas que no he vivido físicamente… Con 800 balas fue lo mismo: yo no estaba en Almería rodando spaghetti western, pero creo que estaba hecho para vivir esa época. Todo eso al final crea un inconsciente colectivo generacional» (2).

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Marmitako western

La trama de 800 balas no hace alarde de complejas aristas psicológicas. Carlos, un preadolescente huérfano de padre y excesivamente mimado por su madre y su abuela, decide ir en busca de su abuelo Julian (Sancho Gracia) que malvive haciendo representaciones para turistas en un poblado del oeste en Almería. A Julián le acompañan una panda de antiguos especialistas, a cual más descerebrado, que acabarán adoptando al insistente infante. Esta situación provoca la ira de la madre del niño (Carmen Maura) que decidirá acabar a las bravas con su exsuegro y con su precario modo de vida.

Esta sinopsis que en principio podría resultar ñoña y convencional (nieto bobalicón busca abuelo al que no conoce y se enfrenta a múltiples adversidades), resulta por el contrario radicalmente transgresora por el enfoque rompedor del realizador vasco. El niño que inocentemente pretende acercarse a su abuelo es reiteradamente rechazado, insultado, abandonado en pleno desierto, obligado a trabajar en lo más alto de un decorado, tiroteado e iniciado en todo tipo de «excesos» (tabaco, alcohol y sexo con prostitutas).

El chaval, como era de esperar, acaba viendo la luz y asimila de buen grado los modos del abuelo y sus compinches. El guion difícilmente hubiera pasado hoy día la autocensura de lo políticamente correcto.

De la Iglesia contrapone, como en otros de sus filmes, dos España y dos modos de entender la vida. La representada por Carmen Maura y su modernidad impostada, repleta de corporaciones financieras y donde el dinero es el astro rey; y, por otro lado, la España cutre, tardo-franquista y pueblerina, donde Sancho Gracia y su troupe se mueven como pez en el agua.

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Son también dos maneras de hacer y de sentir el cine, como dice Gracia en una de sus socarronas intervenciones, el cine «moderno» de naves espaciales y efectos especiales, y el cine «autentico» de toda la vida, con actores de carne y hueso que sufren, sudan y donde las caídas del caballo duelen y pueden llegar a matar.

Este aspecto se traslada perfectamente a la escena inicial de 800 balas, un claro homenaje a la trilogía del dólar (Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo). Estas películas se rodaron en Almería en los años sesenta por Sergio Leone, con Clint Eastwood de protagonista y acompañadas por la inconfundible partitura de Ennio Morricone.

De la Iglesia filma magistralmente y con gran fisicidad la tarjeta de presentación, el ataque de un grupo de facinerosos a la diligencia. Sorprende la magnifica utilización del paisaje, una elección de encuadres muy precisa, aprovechando al máximo las posibilidades del Scope y un montaje dinámico diseñado al milímetro, como se observa en el detallado storyboard que podemos disfrutar en una reciente publicación sobre el realizador (Alex de la Iglesia: Arte y ensayo; 2022, Norma Editorial). En esta escena se produce precisamente la muerte accidental del hijo de Sancho Gracia, que será uno de los arcos argumentales —algo endeble, por cierto— que mueve la trama.

Como en todos sus filmes, los decorados juegan un papel prioritario. Todo está elegido y dispuesto en el plano con minuciosidad. En las escenas con Carmen Maura se filman casas ultramodernas, blancas y de líneas puras y los despachos de las grandes empresas aparecen espaciosos y con vistas panorámicas a la gran ciudad. Todo muy minimalista y frío, como el capitalismo sin escrúpulos que representan.

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En contraposición, observamos el hábitat de Sancho Gracia y sus ayudantes. Los pueblos humildes de Almería, los bares y los puticlubs que conforman una mirada esperpéntica y sucia, un remedo del ambiente terroso y malsano de los spaghetti western. Mención aparte merece el poblado del oeste, que acabarán defendiendo a sangre y fuego frente a la policía y los grandes complejos empresariales. Sus casas de madera se mantienen en pie, espectrales y vacías, como el símbolo de un pasado glorioso que conoció mejores días.

Como señala el director haciendo alusión a la importancia del decorado en sus películas: «Es algo muy cinematográfico y muy relacionado con mis películas, que muchas veces tienen ese componente de “decorado fantasma”, como en 800 balas (2002). Siempre vuelvo a la idea de que vivimos encerrados en un decorado del que conocemos muy poco, pero mis personajes acaban accidentalmente accediendo a un lugar que cambia su perspectiva y descubren el rostro de la verdadera mascara de ese lugar» (2).

A pesar de la trabajada puesta en escena y de la importancia del decorado, 800 balas es sobre todo una historia de personajes. En esta ocasión brilla con menor intensidad Carmen Maura, en un papel más secundario, quizá buscando un descanso después de la exigencia interpretativa de La Comunidad (2000), el anterior filme del director vasco.

Destaca sobre todo la actuación de Ángel de Andrés y de un imponente Sancho Gracia, nuestro actor-aventurero nacional por excelencia, que como tantos otros había participado en algunas coproducciones en Almería y que alcanzó la fama en los setenta con la serie de TV Curro Jiménez.

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La vena cómica viene servida por un grupo de actores ya fijos en las producciones de Álex de la Iglesia, como la perversa Terele Pávez, Eduardo Gómez (el ahorcado), Enrique Martínez (el arrastrado) o Manuel Tallafé , que protagoniza varias escenas hilarantes, interpretando a un andaluz de pura cepa que de tantos golpes recibidos como stuntman acaba medio tarado y creyéndose vasco.

El homenaje al spaghetti western se complementa con unos magníficos títulos de crédito con los colores vivos tan característicos de aquellos films y la evocadora banda sonora de Roque Baños, con esa versión rumbera en los créditos de El bueno, el feo y el malo.

Para la escena final del entierro de Sancho Gracia, a Alex de la Iglesia le hubiera gustado contar con el mismo Clint Eastwood para un cameo especial; incluso parece que llegó a contactar con el actor norteamericano, pero por desgracia se tuvo que conformar con un doble de Eastwood que durante el sepelio rinde honores a unos actores y a un modo de hacer cine que nunca volverán.

Descanse en paz.

Escribe Miguel Ángel Císcar

Notas

(1) ¿Qué fue el spaguetti-western? Panorámica histórica sobre un género europeo.  Joaquín Vallet Rodrigo. Dirigido por…Julio-agosto 2018.

(2) «Si no quieres que ruede otra película me tendrás que matar». Entrevista a Alex de la Iglesia. Sofilm. Marzo-abril 2022.

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