Crimen ferpecto (2004), de Álex de la Iglesia

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Una gran farsa sobre la ambición y el amor

crimen-ferpecto-0Álex de la Iglesia cambiando de género busca la forma de dar sentido, o de mantener, un estilo propio cuando realiza este filme. Dos años antes ha realizado 800 balas, una especie de divertimento, después de la interesante La comunidad y, ahora, después de de este filme, participa en varios cortos (Hitler está vivo y El código) y en un episodio de Historias para no dormir titulado La habitación del niño, antes de intentar una producción con actores internacionales, Los crímenes de Oxford. Por tanto, este crimen no perfecto es como una especie de puente en su filmografía.

La verdad es que los crímenes, las muertes violentas, aparecen en toda su obra, como un mantra de las que muy difícil se desprende. Eso, y el mundo de la farsa. Uno y otro se unen como en uno de sus posteriores, y en apariencia importante filme, como es Balada triste de trompeta (2010) donde el mundo circense, ya significado en el final de Crimen ferfecto, es el centro de una película ambiciosa pero fallida. El humor, el caótico mundo que representa su cine, acaba, en ese caso, por conducir al caos a su película.

Crimen ferpecto comienza como si asistiéramos a una representación teatral: un escenario totalmente en blanco, donde únicamente destacan chaquetas colocadas al igual que en un comercio, dispuestas para ser vendidas. Del blanco escenario, en cada extremo, disimuladas, hay dos puertas que se abren. Por cada una de una de ellas sale una persona. Una parece ser el vendedor y otra el comprador. Como tal empiezan el juego de compraventa, hasta que el vendedor pronuncia, ante lo que ofrece la palabra, ganga, momento en el cuál entra en escena un tercer personaje situado frente a ellos, gritando a quien ha dicho esa palabra.

El falso teatro da paso a otra realidad, lo que estamos viendo es una clase dirigida a futuros vendedores y donde se explican las características del buen vendedor, haciendo resaltar los errores. Varias personas acuden a esa sesión, pero, ojo, aún falta el eje central de la película, que va a ser expuesto por quien da la clase ante la pregunta de uno de los asistentes al curso. Da pie, pues, la pregunta para que el director del curso cuente el caso de alguien que era un gran vendedor, el protagonista de la película, Rafael González (Guillermo Toledo).

En este momento la historia del profesor da paso a una nueva voz que explica a los espectadores sus ansias de llegar a lo más ato como vendedor. Álex de la Iglesia ha cambiado de voz narrativa, a través de un prólogo que muy bien podía haberse suprimido, dando ahora pie al protagonismo casi exclusivo de Rafael.

El director, en esa presentación, como en otros momentos, expresa cómo manejar los artilugios cinematográficos de forma casi perfecta: el caminar por la calle de Rafael explicando quien es y lo que quiere da un cierto aire de espontaneidad a toda la secuencia en la que se dirige al comercio donde, ese día, va a jugar su gran baza para convertirse en jefe de planta.

Lo tiene todo: es seductor, atrae a las compradoras y a las preciosas empleadas con las que se relaciona amorosamente en los distintos recovecos (probadores, servicios, almacén) del gran comercio. Ahora bien, para conseguir ser jefe de planta necesita, ese día, vender más que el compañero de otra sección contigua a la suya. Toda esta primera etapa está vista en una mezcla entre realista y fantástica (las fantasías y proezas sexuales de Rafael). La realidad la dará la gente invadiendo, en un periodo de rebajas, el local.

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Junto a Rafael tenemos a los dos pelotas oficiales, unos subalternos que ríen sus gracias y le indican cómo van las ventas de su oponente. Entre ellos tenemos a un principiante Javier Gutiérrez, años más tarde gran actor, en uno de sus primeros papeles (se había iniciado como actor en cortos y en series televisivas en 1997, pero siempre como personaje secundario). Ellos serán los que le notifican que a poco de cerrar los grandes almacenes su oponente le va ganando. Las dotes de seductor de Rafael hacen posible cerrar una última gran venta, que le dé el puesto.

Aquí, la película comienza a desbarrar y es que Rafael va a celebrar, en una secuencia imposible, gratuita y forzada, su triunfo con una de las empleadas en el mismo comercio donde trabaja, una vez que cierra. Momento donde queda claro el tono fantasioso de la narración, donde todo será posible.

De todas maneras, su triunfo se convertirá en fracaso cuando a la mañana siguiente se descubra que el pago que le dio el triunfo se ha producido con un cheque falso. El puesto es, pues, para su enemigo. El empuje y poder de seducción de Rafael se convierten en desprecio hacia la mujer que efectuó la falsa compra, lo que lleva a que su contrincante le despida (en las películas de Álex de la Iglesia todo es posible en función del guión, como que alguien, porque sí, eche a alguien o la mujer que compró con un falso cheque aparezca en el comercio: estamos en el mundo, no se olvide, de la farsa, algo que el director, domina).

Todo ello lleva a un cambio en el filme, la ambición de Rafael, su manera de seducir a las mujeres, se va a transformar, y con ello la película da un giro, cuando Rafael discuta, y luche, en un probador (claro, con la lógica brillando por su ausencia) sin que nadie se entere. En esa pelea, la mala suerte lleva a que, sin intención, Rafael maté al compañero.

Es consciente de que alguien ha sido testigo de ese hecho. Lo ha salido comprobando, por debajo del probador, que una mujer con unos determinados zapatos ha escuchado todo. La búsqueda de esos zapatos y pies (un momento bien resuelto) conducen a Rafael a un equívoco: la señora que toma por la testigo es una pobre mujer que intenta sustraer un determinado objeto del comercio.

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Como puede, oculta el cadáver en el sótano y, como el recién nombrado jefe de planta no aparece, Rafael recibe ese premio, pero al mismo tiempo recibe una tarjeta en la que alguien le notifica un encuentro en la cafetería. Claramente es la testigo.

Estamos ante un nuevo cambio en la película o, mejor dicho, todo lo anterior es como un prólogo que dará paso al núcleo, desde este instante, del filme. Ahora Rafael se va a encontrar con lo inesperado. No sabe qué hace frente a él una dependienta feúcha. Pero ¿qué hace una dependienta así en una planta donde se nos han presentado sólo beldades? No hay que buscar razones, lo ilógico es el centro de la película. Es Lourdes (Mónica Cervera), que está dispuesta a ayudar a Rafael; ahora bien, esa ayuda tiene un precio: hacer suyo, en todo el sentido de la palabra, a Rafael.

Lourdes es una de las mujeres perversas, endemoniadas, autenticas verdugos de varias de las películas de su director. Terribles, devoradoras de los hombres, con un gran apetito sexual. En este caso sería como el espejo de Rafael, en mujer.

Lourdes es capaz de descuartizar el cadáver del muerto, de meterlo en la cadera para hacer desaparecer todo el rastro y de encadenar de por vida a Rafael. Todo va a cambiar en el comercio. Será ella quien, por exigencias del guión, echará a todas las guapas dependientes para sustituirlas por otras nada agraciadas. Se va convirtiendo en el ama.

Hechos que llevaran a Rafael a desvariar, a tener alucinaciones de todo tipo, entre ellas, dando lugar a lo peor del film, la aparición del fantasma de la persona muerta, con maquillaje horrible y un hacha en la cabeza (con el que Lourdes lo descuartizó), que, claro, habla a nuestro loco Rafael, quien se ve obligado a buscar los más disparataros planes para eliminar a Lourdes, quien, a su vez, va a utilizar los medios para convertirlo en su marido y estar unido a él hasta que la muerte…

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Mientras, Rafael, para evitar que se rían de él sus dos subordinados, intenta que no le vean en compañía de Lourdes, lo que lleva a una secuencia, como la de tren de la bruja, en la que la idea de la película no da el resultado cómico que debiera. Algo que sí consigue, con un humor negro evidente, el momento en que, obligado, Rafael es llevado a casa de los padres y la hermana de Lourdes. Una familia propia de la película más absurda que uno pueda imaginar.

En esa visita ven en directo un programa de televisión donde las parejas se comprometen en matrimonio. Una idea interesante en cuanto esa situación va a dar lugar, con la televisión en directo, a la aceptación de la boda ante la risa de sus empleados (en realidad el sí acepto, frente a la televisión, no es más que una de sus alteraciones psíquicas: el sí indica que sí quiere matar a la mujer).

Entre medias hay un personaje fuera de lugar en el filme, un jefe de policía que quiere descubrir la desaparición del personaje asesinado y que sospecha de ambos, personajes. Insisto, de sobra, pero cuya presencia en una escena la hace memorable, una de las mejores: Rafael preparando el asesinato de su mujer ha entrado en un comercio para comprarse una gabardina con la que cometer el asesinato (absurdo al máximo ante lo mal expuesto que está), la cámara enfoca hacia atrás hasta comprobar que Rafael está siendo observado desde un coche por Nieves, que está siguiendo al marido, y ahí no para la cámara sino que sigue hacia atrás hasta mostrar, en otro coche, al jefe de policía que está siguiendo a ambos.

Totalmente enloquecido, Rafael compra películas para ver como matar a la esposa, quiere películas sobre crímenes perfectos que la vendedora confunde, ante el caos mental del personaje, en ferpectos (de ahí el título del filme). Y, miren por dónde, la película que compra no es Crimen perfecto, de Hitchcock, sino Ensayo para un crimen, de Buñuel, una de cuyas escenas, la muerte de la monja en su caída por el hueco del ascensor, verán Rafael y el fantasma que le acompaña en todo momento.

Escena que le da pie para asesinar a Lourdes, aunque la verdad es que toda esa escena del ascensor, incendio del comercio, presencia del inspector, anuncio en el ascensor, resulta compleja, increíble y mal contada.

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Hay que decir que, momentos antes, Lourdes ha enseñado (ella para defenderse de Rafael ha comprado un puñal) una moda que quiere poner como avanzada: la «moda payaso».

Hay que decir que nadie muere en la secuencia más inverosímil del filme, con el comercio en llamas y la presencia del jefe de policía en el escenario. Cree que el malo es Rafael y que muere al caer por el hueco del ascensor, con todo, como en El coloso en llamas, ardiendo, pero el anuncio puesto como trampolín en el ascensor hará posible que Rafael se salve. Insisto: toda esta secuencia penúltima es descerebrada, mal construida, pero que dará paso al epílogo cinco años después.

Rafael quiere emprender un nuevo negocio, cambiando de look, de personalidad. Curiosamente vendiendo corbatas, la sección del personaje muerto, y así, en un intento de dar pie nuevamente a la (desaparecida) voz narradora, va desgranando sus ideas al espectador, hasta que un gran ruido le hacer salir y… ¡ve toda la calle llena de gente vestida de payaso!

De las ruinas del viejo comercio ha emergido otro, dominado por Lourdes, que sale triunfadora, como una gran vampiresa. Un gran imperio nacido de aquellos bocetos que enseñara en su día a Rafael, y por lo que quería poner de moda esa ropa de payaso. Triunfante, subiendo por encima de todos, ve cómo ha conseguido transformar a todos en payasos (una idea muy del director), que dominan la ciudad.

Rodeado de payasos, el fracasado Rafael abandona a su inseparable fantasma y comienza a caminar por la larga calle repleta de gente vestida de payaso. La cámara asciende hasta la azotea del edificio donde resplandece un anuncio luminoso que lanza su menaje: «Nuestro amor es para siempre». La farsa se ha cerrado con el mundo del circo, un mundo del que cine de Álex de la Iglesia no es ajeno.

Escribe Adolfo Bellido

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