Cárceles y reclusos en el cine de ciencia ficción
El futuro del planeta Tierra no es muy halagüeño a poco que nos fijemos en la realidad de nuestro entorno y más si analizamos los argumentos que plantean la mayoría de películas de ciencia ficción. La humanidad está en peligro y lo probable es que todos nos vayamos al garete por nuestra mala cabeza. «Es lo que hay», como diría un visionario Kurt Vonnegut en su novela Matadero cinco.
Nos esperan unas ciudades superpobladas con graves problemas para conseguir alimento (Cuando el destino nos alcance, Richard Fleischer, 1973), con la naturaleza devastada por las guerras y el cambio climático (El planeta de los simios, Franklin Schaffner, 1968; Wall-E, Andrew Stanton, 2008; Interestelar, Christopher Nolan, 2014), además de una sociedad donde los servicios públicos fracasan y son las corporaciones privadas las que hacen su agosto ofertando los más diversos servicios, ya sea seguridad privada (Robocop, Paul Verhoeven, 1987) o bien ocio, vendiendo evasión mediante una realidad virtual paralela (Desafio Total, Paul Verhoeven, 1990; Ready Player One, Steven Spielberg, 2018).
Ocasionalmente surgen películas que son compendios de todos estos males. Verdaderos espejos deformantes en los que vislumbramos nuestro infausto destino. El caso paradigmático sería Blade Runner (Ridley Scott, 1982), que nos muestra una ciudad deshumanizada, sucia y contaminada, donde sus habitantes se hacinan entre neones publicitarios y en los que la inteligencia artificial se convierte en un arma de doble filo.
¿Y qué podemos esperar de estas sociedades superpobladas, corrompidas y sin recursos? Pues un aumento exponencial de la delincuencia y, por lo tanto, de la población reclusa. Las instituciones penitenciarias serán un leitmotiv recurrente, conformando un subgénero dentro de los filmes de ciencia ficción. En muchas de estas películas el tema carcelario es el corpus central, y vemos como estas corporaciones construyen las cárceles, confinan a los reos, los castigan y evitan las inevitables fugas. Pero en otras el enfoque es más sibilino y retorcido, no hay rejas ni grandes muros sino grupos humanos sojuzgados por organizaciones estatales o sectas. La máxima aspiración será escapar de la opresión a toda costa y conseguir la libertad.
Sin pretender ser exhaustivos, dado el gran número de películas que se podrían analizar, de ambas formas de limitar la libertad en los filmes de ciencia ficción, la más explícita o carcelaria y la más sutil o represiva, vamos a tratar en este artículo.
Un futuro entre rejas
En la vida futura que muestran los filmes de ciencia ficción la población reclusa es tan abundante y violenta que las corporaciones mercantiles hacen de la necesidad virtud, y suelen ubicar estas colonias penitenciarias en los lugares más inusuales y remotos. El ejemplo fundacional a mi entender sería la película de John Carpenter 1997… Rescate en Nueva York del año 1981.
A medio camino entre el western y el cine de aventuras, nos plantea un futuro cercano donde la criminalidad ha aumentado de tal modo que las autoridades han transformado toda la isla de Manhattan en una megacárcel rodeada de altos muros de donde es imposible escapar. Los reclusos se autogestionan como auténticos salvajes, liderados por clanes mafiosos donde rige la ley del más fuerte.
Un lacónico Kurt Russell (en el filme apodado Plissken el Serpiente) es obligado a infiltrarse en la isla amurallada, como si se tratara de territorio apache, para rescatar al presidente de los EE. UU. que se ha estrellado con el Air Force One en medio de Manhattan. Deudor del cine policiaco de los años setenta, 1997… Rescate en Nueva York nos recuerda a aquellos largometrajes que mostraban las luchas de las bandas callejeras en Los Angeles o Nueva York, ciudades al borde del colapso moral y económico causado por la delincuencia y la droga (Asalto a la comisaría del distrito 13, John Carpenter, 1976; The Warriors, Walter Hill 1979).
El resultado es un filme muy efectivo, con una factura técnica impecable en cuanto diseño de producción y fotografía, sin olvidar la obsesiva y repetitiva música del propio Carpenter, verdadera marca de la casa.
Años más tarde el propio Carpenter rueda una secuela utilizando el mismo personaje de Snake Plissken (interpretado también por Russell), en 2013: Rescate en L.A., del año 1996. De nuevo la premisa es muy atractiva, ya que un terremoto ha convertido la ciudad de Los Angeles en una isla y un estado ultracatólico confina allí a todo aquel que no sea «americano» de pura cepa, junto a musulmanes y aquellos que trasgredan normas básicas como fumar o comer carne roja. Aunque pierde el punch y el efecto sorpresa de la primera entrega, es una crítica válida y divertida a los integrismos más delirantes.
En 2012, la productora de Luc Besson rueda un remake inconfeso del filme de Carpenter de 1981, producción de serie Z que podemos encontrar como Lockout o también como MS1: Máxima seguridad (James Mather y Stephen St. Leger). En la película sale un Guy Pearce en horas bajas que tiene que salvar a la hija del presidente de EEUU que ha ido a parar a una prisión espacial repleta de reclusos a cuál más animal. Carpenter, junto con Canal Plus, demandaron a la productora de Besson y ganaron el pleito. Se puede ver en HBO, pero creedme, la vida es corta y mejor que ocupéis vuestro tiempo en otros menesteres.
En los noventa del pasado siglo hay dos producciones que recuerdo con simpatía, sin duda llevado por la más que peligrosa y equivoca nostalgia. Se trata de Fortaleza infernal (Stuart Gordon, 1992) y de Escape de Absolom (Martin Campbell, 1994). Imposible no asociarlas a aquellos sábados donde recorría gozoso las vitrinas del videoclub, con los hijos pequeños dando la vara y el espejismo de toda una vida por delante.
Ambos filmes son dos desacomplejados Ciberpunk, de lo más exploitation y palomitero que podías ver en aquellos días. En Fortaleza infernal el bizco Christopher Lambert es arrestado junto a su mujer por transgredir las normas de control de natalidad. Trasladado a una cárcel de máxima seguridad comandada por el inquietante Kurtwood Smith, emplean con él y con todos los demás un sistema para evitar las evasiones que consiste en tragarse un chip llamado intestinador, que provoca fuertes dolores abdominales e incluso la muerte si se intenta la huida. Alucinante ¿verdad? Pues bueno, de esta guisa es casi todo.
En cuanto a Escape de Absolom es al pobre Ray Liotta al que encarcelan después de cometer un magnicidio. Lo original del filme es que la cárcel en cuestión es una lejana isla selvática, donde sueltan a los penados desde helicópteros para que se las apañen como puedan. Desgraciadamente, estos suelen ser aniquilados por otros presos que se comportan como caníbales sanguinarios. Gracias a Dios, Liotta recala en una colonia donde habitan reclusos «civilizados» que han organizado una sociedad que lucha sin cuartel contra la facción asilvestrada. Cabría destacar la magnífica utilización del sonido que logra inquietar al espectador, ya sea con los ruidos cacofónicos de la selva o con los alaridos de las hordas salvajes y por otro los espectaculares paisajes australianos donde se rodó la película. Por cierto, sale Lance Henriksen, y eso siempre hace ganar puntos a cualquier película de género fantástico.
Paradójicamente, vamos a presentar dos filmes que, a diferencia de los que hemos analizado, están protagonizados por grupos de reclusos poco numerosos y que se ven atrapados en un espacio muy acotado.
En Alien 3 (David Fincher, 1992), la teniente Ripley (Sigourney Weaver) aterriza en estado comatoso en un planeta donde se encuentra una colonia penal, que en la práctica es uno de los campos de trabajo de la compañía Weyland-Yutani. La factoría-prisión está habitada por unos pocos reclusos con alteraciones genéticas que los hacen especialmente violentos y que se han organizado alrededor de una secta pseudoreligiosa. Allí empezará a hacer estragos el Alien, que recorre los pasillos del complejo industrial matando a todo el mundo.
Algo vilipendiada por crítica y público, la verdad es que es un trabajo muy válido de Fincher, con una buena utilización del decorado y con una fotografía ocre que refuerza el tono claustrofóbico del filme. También sale Lance Henriksen y el estupendo Charles Dance que ejerce, lamentablemente por poco tiempo, de sanitario en el penal.
El otro filme al que nos referimos, con unos presupuestos más indie y minimalistas, es High Life (Claire Denis, 2018). En esta, un pequeño grupo de condenados a muerte se dirige en una nave espacial a investigar los agujeros negros (no es coña), buscando una redención de penas. En realidad, los incautos son sometidos a todo tipo de experimentos de carácter sexual, por una autentica Mad Doctor interpretada por Juliette Binoche. De carácter intimista, la trama se centra en la maternidad como tema central y en las relaciones de dependencia y sumisión entre los personajes que conviven en tan reducido espacio. Resulta especialmente perturbadora alguna de las escenas de sexo entre el reo Robert Pattinson y una Binoche desatada, con esa larga melena negra que remeda una mitológica medusa.
La nave espacial en la que viajan los presos tiene un diseño poco convencional, como una especie de caja de zapatos que vaga lentamente por los confines del espacio y que por momentos nos recuerda a la prisión flotante para inmigrantes Bibby Stockholm fletada por el primer ministro británico Rishi Sunak.
Por último, para cerrar este apartado me gustaría destacar un filme muy atractivo que trasciende claramente el género fantástico. Se trata de Distrito 9 (Neill Blomkamp, 2009). Rodada en tono documental nos narra la llegada a Johannesburgo de una nave espacial repleta de extraterrestres enfermos y desnutridos. El filme analiza todos los aspectos que conlleva este «contacto» entre alienígenas y humanos, tanto a nivel emocional, moral e incluso político.
Inicialmente los visitantes son aceptados y conviven con los humanos, pero su comportamiento incívico, los robos y el vandalismo determinará que los «bichos» sean recluidos en un gueto, el Distrito 9, que en realidad se convierte en un campo de concentración donde malvivirán en condiciones deplorables. Como es norma en este tipo de filmes, del control del campo se encarga una corporación privada, la MNU, que aparte de embolsarse unos buenos dividendos intentará hacerse con el armamento alienígena que funciona sólo con el ADN extraterrestre. Uno de los directivos de la MNU (interpretado por un magnífico Sharlto Copley) debe convencer a los alienígenas para que se avengan a su traslado a otra ubicación más alejada de Johannesburgo. La chusma cuando más lejos mejor.
A nadie se le escapa que este título nos ofrece un replanteamiento muy fidedigno y en clave fantástica del fenómeno del apartheid sufrido tiempo atrás en Sudáfrica. Los extraterrestres se asimilarían a la población negra sudafricana sometida al racismo y la segregación por parte de los blancos Afrikaners.
No parecen cárceles, pero lo son
Muchas de las películas de ciencia ficción plantean un escenario distópico donde el ser humano es reprimido por un régimen totalitario, y aunque generalmente no veamos barrotes o alambradas, los protagonistas de estos filmes luchan sin descanso por escapar de esa sociedad opresiva. Por norma general nuestros héroes suelen ser funcionarios, inicialmente fieles a las élites dominantes, hasta que toman conciencia y se convierten en «rebeldes» que ansían liberarse de las cadenas.
Ejemplificarían este planteamiento los filmes basados en la famosa novela de George Orwell 1984 (Michael Anderson, 1956; Michael Radford, 1984). En esta obra se plantea una sociedad cercada por guerras y que es dirigida con mano férrea por un ente que todo lo vigila y controla, el Gran Hermano (que por desgracia ha dado título a un famoso reality donde concursantes con limitadas entendederas son escudriñados en todo momento). Los filmes narran las cuitas de Winston Smith (interpretado por John Hurt en el largometraje de Radford y por Edmon O’Brien en el de Anderson, que por cierto no conozco), un trabajador del Ministerio de la Verdad que se enamora perdidamente de Julia, lo que contraviene las normas del régimen.
Estamos ante un claro alegato contra los fascismos, y más concretamente contra el estalinismo más paranoico y asesino, y el filme de los años ochenta se presenta como un trabajo académico y seco (quizá excesivamente seco, «que no apetece volver a ver» por su deprimente y dura puesta en escena) y que muestra una sociedad oscura, constantemente vigilada y donde prima la delación y la violencia más inmisericorde.
De nuevo el director británico Michael Anderson vuelve sobre el tema fantástico, aunque esta vez con matices menos dramáticos, en una producción MGM del año 1976, La fuga de Logan.
Estamos en el siglo XXIII, y la población habita ciudades que están protegidas por grandes cúpulas transparentes que los aísla y en la práctica encarcela, limitando su libertad de movimientos. Ante la escasez de espacio y para evitar la superpoblación, las leyes obligan a la «renovación» (asesinato, vamos) en una celebración bastante patética de todo aquel que llegue a la edad de 30 años. Logan (un insípido Michael York) que ejerce de policía, es elegido para localizar una red secreta de rebeldes que se oponen a la «renovación». Tras muchas peripecias, Logan y la estimulante Jenny Agutter logran contactar con el mundo exterior y finalmente toman conciencia del aparato represivo al que servían y contra el que acaban rebelándose.
El título de Anderson resulta agradable, por su ingenuidad pop y paradójicamente por unos efectos especiales bastante chapuceros, sobre todo si los comparamos con los utilizados en La guerra de las galaxias sólo un año más tarde. Las maquetas dan el cante, el vestuario de los personajes es ridículo, así como las peleas y tiroteos. Sin embargo, eso la hace simpática y desprejuiciada, aunque hemos de reconocer que ha envejecido bastante mal.
Para finalizar el artículo quiero destacar dos filmes más recientes y a mi parecer muy valiosos.
El primero es una producción del 2013, Elysium, de nuevo un título del otrora innovador Neill Blomkamp. Este es un trabajo muy consistente y de innegable carga social, con un tratamiento de la violencia realista y plausible. Nos encontramos en el año 2154 y el capitalismo más amoral ha provocado que la Tierra sea un lugar inhabitable debido a la contaminación, las guerras y las enfermedades. Sólo los pobres malviven en el planeta tierra, explotados laboralmente, hacinados en chabolas y controlados por robots-policía. De nuevo la sociedad entendida como cárcel de la que es necesario escapar.
Por otro lado, las elites capitalistas viven plácidamente en la estación espacial Elysium, construida por la corporación privada Armadyne. La estación orbita la tierra y tiene todo tipo de lujos, agua y aire limpio y la posibilidad de curar cualquier tipo de enfermedad. El conflicto está servido. No faltan grupos de desesperados que pretenden huir de la pobreza y la enfermedad fletando naves (pateras) para intentar alcanzar el paraíso Elysium. Estas naves son abatidas sin reparos para evitar la llegada de los inmigrantes. ¿Os suena de algo?
Uno de los trabajadores en la Tierra (Matt Damon), gravemente enfermo, lidera un grupo de rebeldes que intentará acabar con los privilegios y la deriva fascista de la corporación Armadyne, aunque tendrá que vérselas con la oposición de un mercenario invencible y recalcitrante (de nuevo el magnífico Sharlto Copley en un papel muy alejado del que nos brindó en Distrito 9).
Por último, comentar el reciente No te preocupes, querida (Olivia Wilde, 2022) que realiza una aproximación feminista al patriarcado desde la perspectiva del género fantástico. Los que no hayan visto la película deberían dejar de leer e intentar recuperarla (esta también en HBO) ya que se avecina algún spoiler.
Ana (Florence Pugh) y Jack (Harry Styles) disfrutan de un matrimonio aparentemente idílico en la ciudad experimental Victoria. La acción transcurre en los años cincuenta del pasado siglo, mostrándonos urbanizaciones perfectas con cuidados jardines, coches de ensueño en colores pastel, y una sociedad patriarcal, donde el hombre sale a ganarse el salario y la mujer queda al cuidado de la casa y los niños, cocinando y cuidando su cuerpo para estar lo más bella posible para cuando regrese el marido.
Pero nada será lo que parece. Nuestra protagonista es testigo de sucesos cada más extraños que la llenan de inquietud y algunas de las mujeres de su entorno comienzan a tener comportamientos anómalos y a «rebelarse» ante tanta perfección, siendo tildadas de enfermas y pronto medicadas para intentar apaciguarlas (recurriendo incluso al electroshock).
Un giro de guion nos traslada al mundo actual, donde las ciudades y los matrimonios son grises e imperfectos, y los trabajos demasiado extenuantes para favorecer las relaciones personales. Y de nuevo la realidad virtual nos da la solución y la posibilidad de alcanzar un mundo ideal a tan sólo un click de distancia. El Proyecto Victoria será la respuesta. En una escena sobrecogedora, nuestra pareja aparece tumbada en la cama, drogada y conectada a sistemas informáticos que le permite acceder a una vida «maravillosa» alejada de la dura realidad; pero ese mundo perfecto solo es elegido por los hombres. La mayoría de las mujeres son conectadas contra su voluntad y se ven transportadas a una realidad paralela que nunca eligieron y que las anula, reduciéndolas a meros objetos decorativos y de placer. Todas ellas están viviendo en una cárcel de lujo sin saberlo, hasta que fallos en el sistema les permiten visualizar destellos de su vida pasada, fragmentos de su realidad perdida.
Angustiosa y desasosegante, No te preocupes, querida resulta un trabajo muy válido de Olivia Wilde, con un toque feminista manifiesto y que sabe conjugar el «mensaje» con una intriga muy bien trabada que la acerca al cine conspiranoico de Mulligan o Pakula.
En fin, ya tenéis bastante y no os quiero deprimir más. Como parece que ha quedado claro, si el destino finalmente nos alcanza en forma de porvenir chungo, ahí van unos sencillos consejos: ser buenos, evitar las aglomeraciones y si os cruzáis con Kurt Russell mejor cambiaros de acera. El que avisa no es traidor.
Escribe Miguel Ángel Císcar