El convicto y su mascota

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¿Una relación terapéutica?

Cuando se propuso que las cárceles en el cine fueran el tema central del siguiente monográfico, me vino a la memoria un viejo recuerdo. De estudiante en Salamanca tuvimos que visionar, como actividad de clase, la película El hombre de Alcatraz (1962), de John Frankenheimer. Presentó y dirigió el acalorado debate que siguió a la proyección el profesor de Historia de la Filosofía. Entonces como ahora, la privación de libertad despertaba enconadas controversias. No en vano se trata de un derecho fundamental en la constitución de la ciudadanía. Buena razón para que desde el cine se muestren diferentes arquetipos con los que encarnar ese derecho.

La citada película le permitió al profesor polemizar sobre cuestiones como la violencia institucional según Foucault, la dificultad de rehabilitar en régimen de reclusión, la carencia de recursos para la investigación científica en la universidad, incluso, recuerdo, nos sorprendió con una soflama contra la Psicología que ya por entonces aspiraba a ser algo más que un repertorio de recetas de sacristía al servicio del capitalismo individualista, según nos decía.

No sé si la película daba para tanto, pero lo cierto es que aquella sesión nos puso sobre la pista de muchas cuestiones de indudable calado social e ideológico. Por ejemplo: ¿quién traza la «línea roja» de la transgresión y la vuelta a la normalidad?, ¿cómo gestionar la rehabilitación social permaneciendo en reclusión?

Cuestiones demasiado complejas, por lo que en este texto solo nos referiremos a algunas escenas de películas en las que aparecen animales, grandes o diminutos, en compañía de convictos. De algún modo, las películas aquí citadas, entre otras muchas, abordan la hipotética relación «terapéutica» de los reclusos con una suerte de mascota con la que comparten la celda. Esta técnica de rehabilitación, promovida por el conocido Reglamento de Mandela para las instituciones penitenciarias, se denomina «biofilia». Su propósito es fomentar el bienestar ambiental de los internos, aunque los resultados en cuanto a la reinserción siguen sin ser demasiado concluyentes.  

En el cine se suele recurrir al aludido recurso narrativo para mostrar las vicisitudes por las que atraviesa la relación entre el penado y la indefensa mascota. Relación entre alguien al que se le ha impuesto un castigo y un ser vivo que está en la celda por capricho del destino. En ocasiones incluso para resaltar que un convicto cumpliendo pena por asesinato es capaz de encariñarse y salvar a un pájaro indefenso, como hace el protagonista de El hombre de Alcatraz. Por lo cual: ¿qué significados transmite la convivencia carcelaria retratada en las distintas películas?

En una de las escenas de Tiempos modernos (1936), de Chaplin, aparece el pastor protestante realizando la visita ordinaria a los presos de la cárcel. El religioso acude acompañado de su esposa que lleva en brazos un perrito. Ella no entra en la zona de las celdas, se queda en el vestíbulo donde está el recluso Charles Chaplin que espera a que el alcaide le firme la puesta en libertad. La escena tiene una estética muy teatral, en planos largos y amplios, los personajes gesticulan dentro del encuadre.

En esta secuencia el caniche no cumple tanto una función terapéutica como de contrapunto humorístico para connotar la escena, de por sí muy crítica. La tensión generada por el encuentro casual entre los dos personajes se modera cuando deciden tomar un café que viene a ser el detonante de otra situación hilarante. Pues la bebida, a tenor de los efectos sobre los respectivos aparatos digestivos, no debía ser demasiado recomendable. A ambos se les desencadenó un sonoro ruido de intestinos y ventosidades, estos asustaron al perro que comenzó a ladrar. Todo para vergüenza de la remilgada señora y escarnio humorístico del preso que así ridiculizaba las condiciones de aquella prisión.

Tiempos modernos (1936), de Chaplin.

Jean Renoir estrena en 1937 La gran ilusión, una película clásica por el tratamiento formal y estético, pero controvertida en cuanto al enfoque de la temática abordada. En tono de comedia se posiciona contra la guerra, pero utiliza argumentos equidistantes ante los contendientes del conflicto: aliados y nazis, prisioneros y carceleros, se entienden y entretienen como si nada estuviera pasando en las trincheras. La cuestión es que no queda claro el punto de vista del director.

Respecto al tema que nos ocupa y particularmente en una escena vemos a tres mandos del ejército francés, prisioneros en una cárcel nazi. Los tres dan vueltas alrededor de la jaula de una ardilla, al tiempo que ultiman los detalles de la inminente fuga. La toma, con mucha profundidad de campo, permite ver las condiciones de la celda y cómo los militares parecen poner a la mascota como testigo de su firme resolución de escapar. De modo que, mientras el animal corretea enjaulado, quienes estamos al otro lado de la pantalla intuimos que muy pronto los presos de guerra burlarán al general nazi y estarán libres.

Tono muy diferente es el papel que desempeñan los sabuesos en la película de serie B La prisión de perros (Dog boys, 1998), de Ken Russell. En la cárcel militar en la que transcurre la acción, los presos cumplen la condena domando a los perros de presa para que adopten violentas estrategias de vigilancia y ataque.

El énfasis de la película no se pone tanto en la relación de los presos con estos animales, ni siquiera en el potencial terapéutico de semejantes técnicas. A lo largo del metraje de la película se ensalzan las escenas virulentas, mostrando las agresiones de los perros enfurecidos, llegando incluso a descuartizar a sus cuidadores o a otros reclusos en el patio de la cárcel.

Jean Renoir estrena en 1937 La gran ilusión.

Con mejores modales se comporta la mascota cuidada por el bibliotecario de la cárcel que sirvió de escenario en Cadena perpetua (1994). La película fue dirigida por Frank Darabont y recibió muy buena acogida entre el público y la crítica, además del reconocimiento con varios Globos de Oro y algún Oscar.

El personaje de Brooks Hatlen (interpretado por James Whitmore), pasa casi 50 años en prisión por delitos de sangre, lo cual no óbice para compartir su tiempo entre libros y los cuidados del cuervo. Un día, paseando por el patio de la cárcel, se encuentra un pollo de cuervo que todavía no sabe ni puede volar. Así que lo recoge y lo lleva con él a la celda, donde lo cuida y alimenta hasta que le conceden la libertad, momento clave en el desarrollo de la película.

El cuidador llevaba tanto tiempo que ahora tiene miedo a salir de la cárcel, de hecho, sus colegas le dicen que está «institucionalizado». En fin, cuando llega el momento de tener que abandonar definitivamente la prisión, se le plantea el problema de qué hacer con el cuervo ya adulto. Sus compañeros de cárcel le dicen que no lo suelte porque no sabrá vivir en libertad.

Pero en un plano de mucha fuerza dramática, aunque emocionalmente contenido, se ve cómo Brooks abre una ventana y suelta el cuervo que sale volando a toda velocidad recuperando así su libertad. Secuencia que sirve de contrapunto a lo que luego veremos que pasa con el cuidador y la dificultad que tiene para deshacerse de todo lo «interiorizado» a lo largo de tantos años de cárcel. La esperanza del bibliotecario es que cuando esté disfrutando de la vida civil, al menos el cuervo le vaya a visitar.

James Whitmore al salir de la cárcel en «Cadena perpetua».

Del mismo director y también tomando como base para el guion una novela de Stephan King, en 1999 se estrena La milla verde. En esta historia ejerce el papel de mascota un ratón, de nombre Mr. Jingles. El roedor se pasea a su aire por la «milla verde» que es el nombre que los internos le dan al «pasillo de la muerte».

El ratón aparece por una rendija y se encariña de los habitantes de un lugar tan siniestro, especialmente de uno de ellos, conocido como Del, que ha cometido varios asesinatos por los que se le condena a muerte. Sin embargo, se ocupa de darle de comer, protegerlo de los guardianes y adiestrarlo para jugar con un carrete.

El ratón, de algún modo, actúa mediando en la relación entre los presos y sus guardianes malencarados, cuyo superior es el personaje interpretado por Tom Hanks. Los carceleros aparecen como un atajo de desalmados muy molestos con la presencia del ratón que prefiere a los reclusos, especialmente al grandullón (John Coffey interpretado por Michael C. Duncan), que tiene poderes curativos y le salva la vida varias veces, porque otras tantas los guardianes intentan matarlo.

Tras la ejecución medio fallida de Del, el ratón desaparece hasta que tiempo después el alcaide lo ve en su casa.

La milla verde: Tom Hanks con el ratón, de nombre Mr. Jingles.

La película El hombre de Alcatraz, dirigida por un prolífico y meticuloso John Frankenheimer, llega al cine desde la televisión y el teatro. De hecho, el guion de esta obra parte de una novela y de la versión teatral, ambas recreaciones gozaron de gran éxito. La película (no confundir con La fuga de Alcatraz, 1979, ni olvidar que Alcatraz significa isla de los pájaros), la protagoniza Burt Lancaster interpretando a un presunto asesino al que los asuntos relativos a su condición de convicto le salen bastante mal.

Sin embargo, un día de tormenta encuentra en el patio una cría de gorrión que recoge y cuida, dándole calor y comida en el pico, pese a que el reglamento de la cárcel prohíbe compartir la celda con animales.

En medio de la disputa llega al establecimiento penitenciario un nuevo alcaide y autoriza que, no solo él también el resto de internos, puedan tener pájaros en las celdas. Así es como el protagonista va observando y estudiando la cría y hasta las enfermedades más habituales de estas pequeñas aves. Son las actividades que mantienen activo al recluso Robert Stroud (Burt Lancaster), llegando a escribir importantes tratados sobre la anatomía y fisiología de varias especies de pájaros.

No obstante, el éxito científico que le reporta, la fama y los reconocimientos académicos, no le sirven para redimir la condena. Hecho que le permite al director criticar duramente el funcionamiento del sistema penitenciario, pues unos indefensos pájaros consiguen en un individuo lo que no logran ni la justicia ni las cárceles en cuanto a la rehabilitación. 

La compañía de las mascotas con los penados cumple, en la mayoría de los casos, una función terapéutica. Si bien el factor casualidad está presente en estas historias, entran y salen de escena de modo fortuito. Desde el punto de vista narrativo, estos pequeños animales, en manos de inculpados por graves delitos, provocan un sentimiento de compasión en los espectadores. De paso, el énfasis terapéutico se desplaza hacia la autoayuda, la autorrealización y más recientemente el mindfulness. De esta manera el orden económico ha sabido, según Rebecca Fishbein, concentrar sobre el individuo la responsabilidad de la productividad sin tocar el sistema.

Según afirma en uno de sus textos el filósofo francés M. Foucault, el régimen carcelario «naturaliza» el poder de imponer legalmente castigos a los individuos que infringen la ley, aunque no siempre sea así. Valdría decir que la redención se produce mediante los cuidados dispensados a esos animalitos indefensos, activando complejos procesos de transferencia emocional entre convictos y víctimas.

Es otra forma de derivar el peso de la prueba hacia el individuo y no al sistema que siempre sale reforzado, pese a las notorias deficiencias denunciadas en las películas. Se da así una vuelta de tuerca a lo que se viene llamando capitalismo de las emociones y, dicho sea de paso, a lo que el cine contribuye con generosidad.

Escribe Ángel San Martín  

El hombre de Alcatraz, de John Frankenheimer, con Burt Lancaster y el gorrión protagonista.