Pequeño gran drama intimista

El costumbrismo le remueve el alma a cualquiera, y si a ello le añades la cuestión del luto, tienes un cóctel de lágrimas perfecto. Basada en una novela gráfica homónima de Paco Roca, La casa nos ofrece un relato intimista que muestra las rencillas y conflictos encapsulados de una familia valenciana de clase media, que ven la luz a raíz de la reunión de tres hermanos para discutir la venta de la casa familiar después de la muerte de su padre.
La cuestión del drama intergeneracional no es algo novedoso en la ficción, y menos en el cine. En este sentido, el filme recuerda a la fallida August: Osage County, también inspirada en una obra ganadora del mismo nombre; sin embargo, la originalidad de la trama no es, en este caso, una cuestión importante.
Pero sí lo es la emotividad narrativa, sin duda su mayor virtud, esa capacidad de crear una conexión con el espectador, que independientemente de haberse visto sumido en una situación similar, establece un vínculo personal con la familia. De este modo, la película atiza con una abrumante sensación de nostalgia a la vez que conforma un recordatorio agridulce de que, en algún momento, todos seremos Jose, Vicente y Carla.
Otro de sus aspectos clave es la desorientación familiar tras el fallecimiento del padre, único nexo de unos hermanos de carácter y trayectoria vital completamente distinta. Ello desencadena una crisis de estirpe, de identidad. Desata también una profunda incertidumbre y unas tensiones que se traducen en celos y en el egoísmo de Vicente, que pone trabas al futuro de su hija por puro orgullo y testarudez. Aun así, la empatía que se genera hacia los personajes no solo nos impide odiarlos, sino que llegamos a comprender el porqué de acciones como estas, tiránicas, en cierto modo, y que en otras películas quizás generarían resentimiento.
Todo ello es lo que conlleva un retrato costumbrista muy bien ejecutado y repleto de melancolía. A esta sensación contribuye el recurso de los flashbacks grabados con pantalla encuadrada, formato empleado en los vídeos caseros familiares y que constituye, nuevamente, otra prueba de la cotidianidad que marca la película de principio a fin.
También cabe destacar la presencia de otros elementos que, aunque de mucha menor importancia, constituyen detalles clave que contribuyen a la identificación del espectador con lo sucedido en pantalla: las cenas familiares a la fresca y la paella del domingo, la afición anciana del cuidado del huerto, las olivas y la mistela, la propia casa familiar. Todos estos elementos forman parte del imaginario colectivo tradicional valenciano, y aun incurriendo en algunos estereotipos, acentúan la sensación de realismo.
El elenco, encabezado por actores como el premiado David Verdaguer, Luis Callejo y Olivia Molina, destaca por interpretaciones sutiles pero eficaces. Unas personalidades desmesuradas y una actuación en el contexto cotidiano en el que se ambienta la película hubieran sido un error que hubiera destruido toda sensación de familiaridad.
Sin embargo, si la cuestión de la dirección, storytelling y actuación son, dentro de las posibilidades de la película, casi impolutas, en la adaptación del guion existen pequeños fallos que resultan suficientes para hacer rechinar algunas escenas. No es nada grave, pero es cierto que caen en un cierto simplismo que molesta por momentos. La fotografía, muy sencilla, funciona muy correctamente y contribuye al hilo melancólico de la familia.
La casa es un pequeño gran drama intimista cuya mayor virtud es su capacidad de emocionar, de hacer que el espectador se identifique a partir de una situación que bien es, ha sido o será conocida por todos. Los elementos técnicos y las actuaciones de un elenco estupendo contribuyen a esta sensación de nostalgia que te acompaña durante los casi 90 minutos.
Escribe Sara López Casas
