La hija de Ryan (Ryan’s daughter, 1970), de David Lean

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Un cásico del cine británico

la-hija-de-ryan-0David Lean fue un director de talla, uno de los mejores directores de la historia del cine y, además, creo que un director consecuente; un gran legado de la cultura británica al cine.

Además, no se prodigaba en películas, pero sí dirigió algunas muy significativas por su calidad y por haber pasado ya a la historia de Séptimo Arte definitivamente: El puente sobre el río Kwai, 1957; Lawrence de Arabia, 1962; La historia más grande jamás contada, 1965; Doctor Zhivago, 1965; o Pasaje a la India, 1984, su último film.

Pero antes, en 1970 rodó La hija de Ryan, y tras esta película estuvo catorce años retirado del cine por el inexplicable fracaso de esta cinta que es, desde mi opinión, una genial e incomprendida obra.

La historia cuenta la vida de Charles (Robert Mitchum), un maestro cuarentón y viudo que decide volver a su aldea natal, cerca de Dublín, en la Irlanda de principios de siglo (1916). En el lugar vive Rosy (Sarah Miles), una bella joven que se ha criado con cariño y todo tipo de cuidados, una joven instruida y con un aire de distinción sin par en el pueblo.

En plena efervescencia hormonal, Rosy es apasionada y aventurera, pero los jóvenes vecinos están por debajo de su nivel cultural, sensibilidad y sueños. Es entonces cuando la muchacha pone sus ojos ardientes en el único hombre de cierto nivel y estatus, aunque sea bastante mayor que ella: el maestro rural del lugar, Charles. Y aunque Charles le dice: «Esto es algo que acostumbra a suceder: una jovencita enamorada del profesor. No es más que imaginación. Tú has confundido un espejuelo barato con el sol». Sin embargo, con perseverancia y sus encantos acaba seduciéndolo y casándose con él.

Pero ocurre que Charles es ya un hombre maduro, sosegado y que no sigue el ritmo de su apasionada y joven esposa. La conclusión es que Rosy se enamorará de otro hombre joven, a la sazón un militar británico que, como tal, es enemigo de la beligerancia antibritánica imperante en la aldea.

Cuando Rosy consulta al sacerdote, éste la invita a conformarse pues, como le dice, tiene un hombre bueno, goza de buena posición social y económica, y está saludable. Pero Rosy es irrefrenable, y ya le dice al sacerdote que ella cree que «tiene que haber algo más». A partir de aquí se inicia un idilio furtivo entre la chica y el oficial británico, una aventura que involucra a otros protagonistas: al propio militar, al cura, al mismo marido, a los vecinos y al tonto que está en todas. El resultado acabará en un fatídico desenlace.

Magistral dirección de David Lean que sabe jugar con los ingredientes dramáticos de la historia a la perfección. Es una dirección parsimoniosa, que se concede tiempos amplios para el goce y el deleite.

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Gran guion escrito por Robert Bolt, que narra perfectamente tanto el conflicto íntimo de los personajes como el conflicto histórico que enfrenta a Irlanda con Inglaterra.

Excelente música de Maurice Jarre que aporta dramatismo, aires románticos y toques épicos contra la opresión que incluye fragmentos de Beethoven, que evocan la libertad, el amor y el júbilo; también melodías celtas en pro de la identidad nacional irlandesa; y fanfarrias militares que elogian el levantamiento irlandés de 1916.

Y una excepcional fotografía de Freddie Young, que parece acariciar los paisajes, es detallista, con maravillosos planos de profundidad y primeros planos que resaltan la elegancia de Rosy o la adusta expresión corporal de Michael.

El reparto es de auténtico lujo. Un soberbio y ponderado Robert Mitchum del que Lean saca el mejor partido en un rol que roza lo trágico. Sarah Miles no sólo está guapísima, sino que su bis dramática de despliega en su papel de alocada muchacha de pueblo con total credibilidad. 

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Christopher Jones, en el papel del Mayor Doryan, un apuesto militar mutilado de guerra, hace igualmente de diez su papel. Y no digamos de Trevor Howard, brillante en su papel de enérgico sacerdote católico, el padre Collins, en una aldea católica, con fuerte ascendente sobre los parroquianos. Muy bien John Mills, que conseguiría una estatuilla Oscar al mejor actor secundario en el papel del pobre retrasado del pueblo.

Y le siguen en gran equipo de actores y actrices: Leo McKern, Barry Foster, Marie Kean, Arthur O’Osullivan y Gerals Sim. Estupendo todo el elenco, como es habitual por la calidad de los intérpretes británicos.

En 1970 obtuvo 2 Oscar: al mejor secundario (John Mills) y a la fotografía (de Freddie Young). Mills también ganó el Globo de Oro y fue la mejor película extranjera para los Premios David di Donatello.

Para mí, sigue siendo, a pesar del tiempo transcurrido, una joya de la cinematografía, con personajes que llaman la atención: unos por su decisión, confianza y resolución, como indómito el sacerdote del pueblo; otros por sus temores y angustias, como el oficial inglés; algunos por su ambigüedad y apocamiento, como el maestro, papel en el que Robert Mitchum aporta una inagotable gama de recursos interpretativos en un auténtico recital de contención, de parquedad expresiva, como tiene que ser; otros personajes por su fogosidad e ímpetu, como la joven esposa, Rosy; y del tonto, qué decir, es como el eje que vertebra la historia, pues está en todos los escenarios posibles del film y de todo sabe y se da cuenta.

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La hija de Ryan, una película clásica, un melodrama en toda regla, de época, con un regusto a superproducción de las de siempre, a lo Lean, de planos extraordinarios para los que el Cinemascope se justifica plenamente. Y, curioso, en aquel año lo que se llevaban eran películas edulcoradas tipo Love Story (1970), de Arthur Hiller, o películas de drogas, o policiales y de gánsteres, y tal vez por eso fracasó esta obra de Lean.

Sin embargo, sigue vigente, en tanto otras de moda entonces han claudicado al paso del tiempo. Esta esta maravillosa cinta de Lean es un ejemplo de amor por un estilo que hoy ya nadie ha sido capaz de recuperar.

El estreno de este film viene a coincidir, me atrevería a decir, con el ocaso de los grandes cineastas, los clásicos del cine. Esta película se la aconsejo sobre todo a los jóvenes, como ejemplo de pericia narrativa, de fotografía que refleja fielmente la desatada naturaleza del mar, las nubes, el paisaje agreste irlandés, como paradigma de historia de amor imposible con una triangulación dramática en todo sentido, y un ejemplo de montaje, de cómo una escena lleva a la otra sin solución de continuidad, lo que hace que no nos levantemos un ápice del asiento. 

La hija de Ryan debería ser una película imperdible para cualquier aficionado al buen cine, una lección de cine en su más pura esencia. Pensar que, aunque obtuvo excelentes críticas, fue un fracaso comercial, nos explica cómo la vida no tiene por qué ser necesariamente justa. Pero tú sí, sé justo: no te la pierdas. No te arrepentirás.

Escribe Enrique Fernández Lópiz

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