Maternidad posesiva y decadencia filial
La historia narra el relato de Cornelia, mujer de 60 años de clase alta en Rumanía, una mujer absorbente que se siente profundamente infeliz desde que su hijo Barbu, de 34 años, decidió ser independiente a toda costa. Se ha marchado a vivir con su novia a un apartamento, tiene coche propio y, según Cornelia, su novia no le merece.
Lo peor es que el joven evita a su cariñosa madre a toda costa. La historia inicia su punto álgido cuando Cornelia se entera de que su Barbu ha tenido un grave accidente de tráfico con víctimas. El accidente se ha producido por un exceso de velocidad del joven quien, por su conducción temeraria, ha atropellado y matado a un pobre niño de un pequeño pueblo. Este delito le puede suponer varios años de cárcel.
Su madre hará lo imposible para salvar de la cárcel a su vástago y habrá de emplearse a fondo moviendo todos los hilos posibles, lo que incluye pagos poco ortodoxos a testigos o el recurso de influencias corruptas. Todo para exonerar al joven de su responsabilidad-culpabilidad en tan grave hecho. A cambio, está convencida de que Barbu volverá al hogar materno y será el «niño» prisionero y dependiente de antes. No parece una tarea imposible, dada lo conmoción por la que Barbu parece pasar.
En la película queda planteada la delgada frontera que separa el amor materno de la manipulación e incluso la abducción de una poderosa madre hacia su débil hijo. Algo más común de lo que parece en los tiempos que corren en que muchos padres apenas se hacen presentes en el hogar, ocupando la matriarca todo el espacio educativo. El padre es necesario para separar al hijo de inminencia del pecho y la abducción, para desbloquear su alma e incentivar el propósito. Pero en este filme eso no ocurre.
Esta película es la tercera obra del director rumano Calin Peter Netzer que dirige con pulso firme y tempo pausado y vibrante un auténtico drama psicológico y social, donde se entremezcla la malsana y enfermiza relación de una madre ansiosa y absorbente con su frágil hijo, y las cuestiones de tipo moral que plantea la situación generada con el accidente en un país donde las influencias y el dinero pueden resolverlo prácticamente todo. La película se vertebra con un excelente guion del propio Peter Netzer junto a Razvan Radulescu.
Un excelente libreto con gran vigor, donde se entremezclan las cuestiones sociales y potencialmente penales de una Rumanía en estado de corrupción, junto al drama de una familia disfuncional. En una entrevista con Netzer este comenta así del guion:
«Razvan y yo empezamos a trabajar en un proyecto que hablara de nuestras vidas y de las relaciones que manteníamos con los miembros de nuestras familias. Nos pareció un tema interesante. El guion partió de la relación con mi madre, y acabamos desarrollando una historia de ficción. (…) La relación entre madre e hijo es casi patológica. Decidimos situarla en la clase media alta porque nos pareció que una relación de este tipo sería mucho menos probable en una clase social inferior. No olvidemos que Madre e hijo es un drama psicológico. (…) Por mi experiencia, aunque es una opinión personal, en los países del antiguo bloque de la Europa del Este, el sentido de posesión que sienten los padres hacia sus hijos está muy desarrollado. Es un fenómeno más común en Rumanía que en Alemania, donde viví doce años y vi que la educación de los niños es muy diferente». Es, así, un fascinante y a la vez controvertido retrato social y familiar, de una familia y una sociedad asfixiantes ambas.
La fotografía de Andrei Butica revela la esa situación oscura e incluso yo diría marrón en la que se encuadra la historia. Y me parece y asocio, que nada retrata mejor este estado de cosas que esa letra de Luz Casal en su canción Un día marrón en la que dice: «Pienso al despertar, que es un día ingrato / Y voy a llorar, casi todo el rato / El aire se perfuma de aprensión / Voy a tener un día marrón / Día de bruma en mi corazón / Se presenta mal, hoy el panorama / Me voy a arropar dentro de mi cama / Me clava la amargura su aguijón / Voy a tener un día marrón / Día de bruma en mi corazón. (…) Crece como la espuma mi obsesión / Voy a tener un día marrón / Día de bruma en mi corazón».
Y la fotografía de Andrea Butica capta toda esa angustia, el odio, el miedo e incluso la capacidad de su director para generar en cada larga conversación, la más tensa secuencia de acción, pero una tensión espesa y «marrón», pues «No es gris ni negro, es marrón», como lo peor que puede ser un día aciago, una relación funesta, un acontecimiento desasosegante donde hay un pobre niño muerto, pero que parece ser más un sucedáneo que el nódulo del drama.
Ni que decir del poderoso colofón de la película donde Cornelia, frente a los padres del niño fallecido en el accidente, se lamenta amargamente por su hijo muerto, o sea, simbólicamente la muerte de sus expectativas maternales para con su propio y malcriado hijo. Efectivamente, su hijo es un ser alienado que no sabe bastárselas por sí mismo, no es libre, es un individuo decadente y encadenado a sus muchas servidumbres.
En esta cinta la cámara es muy importante, una cámara nerviosa que a veces se sitúa en planos donde incluso desaparecen los rostros de los protagonistas, pero que siempre busca comunicar estados mentales, emociones, conflictos violentos, ataques de desesperación, vehemencia. Y entonces parece que uno está viendo un documental, una especie de trozo de vida muy realista.
La película es lo más parecido a un profundo análisis psicológico de los personajes para que el espectador pueda entender; e incluso pueda llegar a sentir compasión por esta maltrecha familia y por el encuadre viscoso en el que habitan. El escalofriante relato de una mujer incapaz de concebir las relaciones humanas si no es como una lucha de poder permanente. Una película dramática notable de principio a fin y con una excelente puesta en escena.
Además, hay que tener en cuenta que Cornelia es una mujer en pugna territorial —como dicen los etólogos— permanente con su nuera; y en pie de guerra con ella por el dominio afectivo de su hijo. A todo esto, su esposo y padre del joven, como decía antes, es un hombre pusilánime y timorato, padre débil y ausente que sabe moverse por entornos hostiles con la suficiencia del dinero, comprando en un encuadre corrupto, cualquier arreglo o favor inconfesable.
Contempla panorámicamente, como desde arriba, los sistemas de control y de dependencia que se generan entre los cónyuges, ofreciendo una certera y dolorosa mirada de la vida marital. La transparencia de estilo anima, además, a que la cinta se viva con enorme intensidad e incluso dramatismo. No es difícil que muchas parejas se sientan identificadas con la situación.
Esto tiene su componente social e histórica para mejor entender la trama. Pensemos que Rumanía fue un país durante décadas gobernado por la férrea dictadura comunista de Nicolae Ceaușescu y esposa, apoyados por la temible Securitate o policía del estado. Y, si recordamos, la brutalidad de este país ya fue puesta de manifiesto por el asesinato en directo allá por diciembre de 1989 en TV, del dictador y su señora, acribillados prácticamente delante de las cámaras.
El tránsito de aquella dictadura brutal a una supuesta democracia no es tarea históricamente fácil. En la película podemos ver que Rumanía aún colea por los cenagales de la podredumbre y el poder omnímodo, ahora de los nuevos ricos que sobornan o compran personas e instituciones; ejemplo de ello es el tenso diálogo con el conductor testigo del accidente en un centro comercial, con esposa e hija burguesas al fondo, al cual se le está ofreciendo dinero para que calle o modifique su declaración.
En la película se nos vuelca como una excreción la angustia de lo que en su momento fue denominado desde la Psicología y la Teoría de la Comunicación por la Escuela de Palo Alto en California, en los escritos de Gregory Bateson, como el «doble vínculo», esto es, cómo hay tipos de comunicación contradictorios que generan un escenario imposible, una relación paradójica entre dos personas, donde una de ellas se encuentra atada a la otra por dos peticiones (o comunicaciones) contradictorias, paradójicas, de tal modo que cualquier respuesta resulta errónea, sin ganadores o soluciones satisfactorias. Esto sirve para hacer un análisis de la relación de Cornelia con su hijo.
Esto se complementa con las ideas de la psicoanalista Frida Fromm Reichman, que acuñó la expresión «madre esquizofrenógena» para describir una madre equivalente a la protagonista del filme, una madre agresiva, dominante, rechazante e insegura, lo cual según la autora acentúa el impacto de la relación madre-hijo en el desarrollo de trastornos psíquicos como la psicosis. Y sobre la imposibilidad del muchacho por encontrar alguna solución viable a su conflicto y su desgracia.
De hecho, el hijo de esta historia es claramente incompetente para tomar las riendas de su vida. Y Cornelia es una madre que incapacita la individuación del hijo, envolviéndolo en una tupida red de relaciones patológicas y una tela de araña tupida e incapacitante. Esto ocurre en esta historia que, además de ser una cinta social, es sobre todo psicológica, con un hijo que aparenta eso que se denomina «indefensión aprendida», inhibición máxima, rasgos obsesivos por que las cosas estén limpias, con problemas sexuales, incapacidad para la paternidad y veinte asuntos más que no relataré para no ser extenso.
Y de las interpretaciones qué decir. La protagonista Liminita Gheorghiu (Cornelia) es una actriz de excelencia, una rara avis por su capacidad de sintonía con la cámara y sus potenciales dramáticos que fluyen de su rostro con absoluta credibilidad; en este filme está admirable ante un complejo y difícil papel que mezcla maternidad con tiranía. Es ella la que prácticamente se echa a sus espaldas el filme.
La acompañan magistralmente Bogdan Dumitrache en el papel de Barbu, su hijo, quien también borda el personaje del manejable y acobardado hijo. Además, tenemos un excelente coro actoral de Florin Zamfirescu (Aurelian Fagarasanu), Natasa Raab (Olga Cerchez), Ilinca Goia (Carmen) y Vlad Ivanov (Dinu Laurentiu). Un coro para un melodrama claustrofóbico muy bien planteado.
Esta película ganó en 2013 el Oso de Oro a la mejor película en el Festival de Berlín. Además, consiguió 8 Premios Gopo, máximos galardones otorgados por la Academia de Cine Rumano, donde se destacan mejor película, guion, actriz y actor de reparto.
Parece mentira que teniendo en el antiguo continente estas joyas en cuanto a calidad de realización, guion, calidad actoral y puesta en escena, distribuyamos tan mal las cintas que cualquier banalidad norteamericana nos gana en su capacidad para divulgar sus mediocres y manidas películas, quedando este cine relegado a salas muy concretas, con muy poco tiempo de duración y sin apenas posibilidad de verlas, salvo estar en una ciudad importante y vayamos dentro de los tres o cuatro días que dura su proyección en un recóndito cine (lo bueno, eso sí, de la mayoría estos cines, es que no hay inundación de palomitas o cocacolas).
Es, desde mi forma de ver, una obra maestra, un denso drama que incorpora el retrato de una madre posesiva, así como un conflicto moral extremo, con un tenso suspense jurídico y la mordaz descripción de la decadencia de las élites sociales en general, y en Rumanía en particular. Netzer convierte la pantalla en un espejo donde mirarnos, un espejo cercano e íntimo al espectador.
El muchacho se libró de la cárcel por las corruptelas ideadas y pagadas por su poderosa madre Cornelia. No entró Barbu en la cárcel institucional, pero quedó atrapado en la tupida red de Cornelia, una de esas madres araña inductoras de insalubridad mental, madres que incapacitan al hijo o lo envían por derroteros insospechados y muy poco recomendables. Mientras, el padre silbando al aire.
Película dura, de la que impactan, un drama con una historia tan fría, implacable e inevitable como una tumba, historia densa que hasta se puede cortar. Un filme al que encuentro equivalencias con el reciente estreno El hijo, 2023, de Florian Zeller. Pero mientras en la de Zeller el hijo concluye en el drama sociofamiliar de la autolisis, en la de Netzer termina embarrancado en un nido de miseria moral.
Escribe Enrique Fernández Lópiz