Música y danza contra el alzhéimer
Para mi modo de ver, este es uno de los documentales más emotivos que he visto en mi vida. Por razones diversas, me interesó desde hace años el mundo de los adultos mayores. Conozco igualmente el mundo de las residencias geriátricas, en tantas ocasiones mal gestionadas y dirigidas, donde los residentes mayores tienen el expreso convencimiento de que no saldrán de allí salvo con los pies por delante.
Estos centros son, en ocasiones, centros donde abunda la apatía, la falta de estimulación, horarios rígidos y lugares comunes mal llevados, escasa intimidad o mensajes obstructores que en ocasiones se acompañan con castigos de diversa índole. Este suele ser el tenor de bastantes instituciones para mayores. Estos rasgos se agudizan más o menos dependiendo de la dirección y del equipo que asiste a este colectivo.
En este documental, sus directores, Valeria Bruni Tedeschi y Yan Coridian, con un guion elaborado por ellos mismos, se introducen en la Sección de Geriatría del Hospital Charles Foix d’Ivry, dedicado a hombres y mujeres con diferentes demencias, la mayoría del tipo alzhéimer, y ruedan una conmovedora experiencia.
La experiencia va de la mano de un afamado coreógrafo y bailarín, Thierry Thieû Niang, quien monta un taller de danza dirigido a los internos. Con ello va consiguiendo despertar a estos pacientes que parecían adormecidos antes de que Thierry hiciera acto de presencia. Con sus movimientos, su danzar por la sala y su aproximación a los ancianos, poco a poco, al modo de Lázaro, éstos van levantando sus ojos e incluso sus caídos miembros que yacen en asientos o sillas de ruedas, y parecen revivir.
También va logrando Thierry penetrar en la historia del grupo de pacientes que está ante él y que con el transcurrir de sus movimientos, por momentos a veces muy próximos físicamente con los mayores, va logrando incluso que cuenten sus vidas y recuerdos, sus amarguras, sus cuitas, sus amores, sus arrepentimientos, y también los momentos de felicidad, alegría y solidaridad.
Se va viendo cómo esta experiencia va modificando sustancialmente la cotidianeidad de estos enfermos demenciados que empiezan recobrar movilidad y a recuperar acontecimientos aletargados, e incluso llegan a alegrarse de nuevo de vivir.
Con la intervención de este fantástico programa de danza de Thieû Niang, los mayores recobran dinamismo y el entusiasmo. Antes de la experiencia se les podía ver alicaídos y abatidos, sin movimiento ni atisbo de ánimo.
Ante la danza y los movimientos de Thierry, bajo la atenta mirada de sus directores Bruni y Coridian y la excelente cámara y fotografía de Hélène Louvart, esos enfermos, meros peones llevados de aquí para allá, sin poder optar, mutistas y casi inánimes; ahora, digo, la cinta nos muestra recobran su verticalidad, abandonan sus bastones o andadores y toman iniciativas, incluso para hacer algún baile de salón; también acceden a hablar y contar sobre sus vidas.
Algo realmente conmovedor, algo que sólo la música y la danza pueden conseguir en este geriátrico, uno como tantos, deprimente porque nadie se ocupa como debería ser de los internos, más aún porque cursan con algún tipo de demencia, por incipiente que sea, pues en estos espacios de personas asistidas (en el peor sentido) los objetivos suelen ser: que coman, que duerman y que no den la lata.
En esta historia juega un papel preeminente la anciana Blanche Moreau, quien, a sus 92 años, a pesar de estar prácticamente aislada y catatónica, recupera, en vivo y en directo, ante la cámara, fiel testigo de lo que está ocurriendo, su antigua energía, sus ganas de reír.
Blanche, una mujer antaño bohemia y soltera, ahora recluida a su pesar, recupera retazos de su vida, buenos y malos momentos, habla de su actual soledad. Durante el rodaje entabla una hermosa relación con el coreógrafo Thierry, se enamora de él y se deja caer en brazos de la locura del amor; y ¡oh milagro! asoma de nuevo en su rostro el fulgor del romance que ya parecía haber volado para siempre, la exaltación de Eros, e incluso se pone celosa de que Thierry comparta su danza con otros residentes.
Baila con él, acaricia las manos de Thierry. Es algo asombroso ver cómo los suaves y gentiles gestos del danzarín son capaces de suscitar la ilusión del amor, el «espacio de lo ilusorio» como decía el psicoanalista D. Winnicott, ese espacio psíquico que reconforta, que es esperanza, que es vida de nuevo en esa «niña de 92 años».
Como escribiera Freud: «Una de las características más genuinas de la ilusión es la de tener su punto de partida en deseos humanos de los cuales se deriva». Ella no está delirando, no es fruto de su demencia incipiente, es sencillamente que su mal neurológico se ha transformado por el amor: la cura por amor que decía Freud.
Este documental fue presentado en el Festival de Cine Europeo de Sevilla donde Valeria Bruno Tedeschi recibió el Giraldillo de Honor por su trayectoria como cineasta (Un castillo en Italia, 2013; Actrices, 2007; Es más fácil para un camello, 2003).
Su visionado aterrizó en nuestras pantallas merced a la plataforma que el canal cultural Arte ofrece en España con los contenidos más notables de la cadena accesibles en español, y lo hace de forma totalmente gratuita.
Algunas ideas pueden servir a entender mejor algunos de los fenómenos que se producen en el documental, donde se observa que, aunque con cierta vaguedad, estos ancianos, dementes en diferentes grados, pueden recordar acontecimientos pretéritos de forma vívida.
La explicación está en el psiconeurólogo Théodule-Armand Ribot (1839-1916), y la conocida ley que lleva su nombre, Ley de Ribot, en la cual este científico francés afirmó que con la edad se pierde antes la memoria de lo reciente (fijación), que la memoria de lo antiguo (evocación). Esta memoria de acontecimientos de infancia y juventud y la posibilidad de rememorarla y de contarla es lo que se denomina en psicogerontología «reminiscencia», y hacerla funcional ayuda mucho a los mayores.
El acto de recordar, pensar y contar las particulares experiencias pasadas tiene un efecto elaboración interior de la propia existencia, de catarsis, y sirve de protección contra la ansiedad y la depresión, o sea, colabora en la mejora de la salud física y mental. Este extremo es puesto en evidencia en esta cinta, con aquellos internos que cuentan asuntos de su vida, mediando la música, y con ello remontan el vuelo.
Si alguien puede ver este documento sensacional y tiene a un padre, madre, abuelos o personas mayores conocidas internadas en una institución, tal vez se anime a proponer a la dirección de estos centros que implementen formas menos asistenciales y más en la línea del arte y la participación para sus residentes: danza, pintura, música, declamación.
Pero, sobre todo, que les den un espacio grupal o individual para que puedan contar su vida, emociones, experiencias antiguas, hacer una revisión de su vida en ese «tercer acto» del que hablara en su momento la gran actriz norteamericana Jane Fonda.
Pero es sobre todo la viejita Blanche, la protagonista, la que no sólo habla de su vida, de sí misma, sino que sobre todo alcanza a sentir el amor de nuevo, algo que excede la mera memoria, algo más bello y profundo, una dimensión más vinculada al corazón que a la cabeza.
Creo poder decir sin temor a equivocarme que este documento es de una indescriptible belleza, un auténtico canto a la beldad, a la solidaridad entre generaciones, al fomento de la empatía (de la que ahora tanto se habla), una exaltación de la danza y la música, y una obra conmovedora en toda su extensión.
Escribe Enrique Fernández Lópiz