Repostero y chef (2)

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Una vocación culinaria temprana

Desde muy pequeño, Yazid, de origen magrebí, tiene una única y gran pasión: la pastelería. Yazid ha crecido en condiciones adversas, con una madre alcohólica y tóxica, y en centros y familias de acogida, lo cual que se ha forjado un carácter fuerte y a la vez indómito. Pero, para triunfar en el elitista mundo de la pastelería, el muchacho tendrá que superar sus traumas, cambiar de actitud y contener algunos prontos de cólera.

El debutante Sébastien Tulard construye una comedia francesa que tiene la firme y clara voluntad de llegar al público, lo cual consigue en gran medida, según mi parecer. Pertenece además a un subgénero sugerente y atractivo en este mundo de oralidad extrema donde la comida ha cobrado un valor estratosférico, el efectivo subgénero de cine culinario.

Con estas premisas, ya de entrada, no hay que subestimar una propuesta de esta índole. Desde luego no parece sencillo imaginar y dar a luz una óptima comedia mainstream, con personajes carismáticos, problemas, incidentes variados que han de enganchar y a la vez saber economizar y gestionar las emociones.

El guion de Cédric Ido está basado en la historia real del cocinero francés Yazid Ichemrahen, repostero y chef que persigue triunfar en esta especialidad. Su obra fue publicada en Francia con el título A la belle étoile, que traducido sería Dormir al raso, para evidenciar las difíciles circunstancias por las que tuvo que pasar el protagonista y autor.

La historia del personaje y crítica social

La historia se cuenta con una estructura basada en el salto temporal, un relato en varios tiempos que enfrenta el pasado de una infancia y primera juventud complicada, solo iluminada por su pasión por hacer pasteles, el salto a una familia de acogida y el comienzo de una carrera en la cocina profesional.

Alterna, pues, diversas etapas de la vida del protagonista. Finalmente, la cinta de Tulard es bastante sólida en lo que respecta a la descripción del personaje en sus diferentes fases de la vida.

En el intenso combate que se establece entre realidad social versus relumbrones culinarios gana la parte más emotiva de sus orígenes, que resiste bien el riesgo del sentimentalismo, sobre todo en la parte del centro de acogida, donde la película y sus intérpretes se muestran más cómodos, más libres, e incluso la estupenda fotografía de Pierre Dejon se libera de artificios. Una música que acompaña bien la trama de Brice Davoli, con episodios de rap, música que Tulard considera sustancial como forma poética de protesta y reivindicación.

Por lo general, la narración expone muy bien los conflictos de Yazid, aunque tenga algún desajuste referido al terreno emocional. Particularmente conmueve la narración referida a la adolescencia del protagonista en centros de acogida, sobre cómo cambia su visión de la familia al ser acogido y de manera subrayada, su fuerte sentido de la amistad.

Pero, curiosamente y paradójicamente, no es tan inspirado en el relato central, es decir, el ascenso del protagonista y cómo alcanza un nivel de excelencia culinaria a base de esfuerzo, empeño, ahínco y, sobre todo, amor por la repostería. Esta empresa de envergadura no queda bien resuelta. No resulta suficientemente creíble.

Interesante descripción de la trastienda (y los roles internos) de las cocinas de afamados nombres y prestigio, el protocolo y los rituales culinarios, y hay hasta un concurso de cocina. Sin embargo, todo esto peca de cierta artificialidad. 

Como escribe Marañón: «la trama repostera, que remite a las historias de superación underdog, supera por los pelos el lastre de la estética cool (esos pretenciosos platos de mentirijillas) y la competitividad entre pinches, y no acaba de explicar por qué en el concurso mundial (sin cocineros españoles, ojo) nuestro héroe de la tarta París-Brest demuestra que, además de repostero y chef, puede ser buen escultor».

El debutante Sébastien Tulard construye una comedia francesa que tiene la firme y clara voluntad de llegar al público.

La esperanza de llegar arriba desde los más bajo

Esta cinta formaría parte de las historias esperanzadoras y estimulantes. Está muy bien protagonizada por Riadh Belaïche, personaje conocido en las redes sociales bajo el apodo de Just Riadh, con más de diez millones de seguidores. Pero, sobre todo, como actor hace un magnífico trabajo y logra sintonizar con el público. Le acompañan otros actores en sintonía como Loubna Abidar, Christine Citti, Marwan Amesker, Patrick D’Assumçao, Phénix Frossard, Anis Mansour y otros.

A pesar de sus fallas cumple todos los requisitos para hacer que el espectador se sienta bien. Tiene el claro mensaje de la perseverancia, es decir, si te mantienes fiel a tu vocación, a tus intereses, a tu ilusión, acabarás por conseguir tus objetivos y anhelos, aunque la empresa resulte difícil y la vida no te haya dado las mejores cartas.

Como declaró Tulard: «La vida de Yazid es muy tumultuosa, es una especie de carrusel emocional. Surge ese compromiso muy grande en el que es capaz de medirse en las cocinas más exigentes con los mejores chefs y luego participar en el concurso mundial pero también debe luchar para mantenerse en el buen camino. Es alguien que parte de muy abajo con una madre que es tóxica para él y que intenta en todo momento no solo sobrevivir sino cumplir con su vocación y triunfar a pesar de la adversidad».

Y hablando de la vocación añade: «Creo que Yazid es una persona que necesitaba encontrar un centro, buscaba reglas y esas reglas de vida las encontró en la cocina. Es un lugar en el que hay una jerarquía muy clara, en el que no se acepta el error y hay que tener un comportamiento. Hasta que descubrió la cocina hizo muchas barbaridades. Algo que he descubierto haciendo esta película es que la organización de las cocinas actuales fue creada por Napoleón como un sistema militar. Cuando iba a la batalla necesitaba alimentar a sus soldados y les dio a los cocineros el mismo orden jerárquico. En Francia los equipos de cocina se llaman “brigada” y eso también nos lleva a ese mundo militar».

Aspectos psicológicos y la repostería como arte

Resulta muy atrayente el lema de «basada en una historia real», lo cual da una sensación de realismo y fundamento al triunfo a que me he estado refiriendo. Efectivamente, es en un centro de detención de menores donde cristaliza su vocación por la cocina y más concretamente, la repostería, lo que le permite apartarse de las malas compañías y comenzar a superar sus traumas y alejarse de compañías poco recomendables.

En el plano psicológico pone en claro la importancia de las figuras de apego y sostén en los primeros momentos de la vida, lo cual que nuestro protagonista no tuvo. Por ende, las severas heridas psíquicas que provoca la falta de amor en la infancia.

También la importancia de las familias de acogida como auténticas tablas de salvación. El desarrollo, con un montaje que va de atrás adelante y viceversa, refleja las dificultades del protagonista niño, y la evolución de sus aptitudes y deseos.

Basada en una historia real… lo que no siempre quiere decir que sea verosímil lo narrado.

Incluye también ciertos momentos curiosos y llamativos, como esos que muestran la concentración de Yazid a la hora de crear sus postres, un mundo donde sólo existen él, los ingredientes y su enorme cualidad de inventiva y empeño para crear un plato rico y único.

No en vano la cocina y más en concreto la repostería, además de ser actos culturales, precisan igualmente de una importante formación y experiencia, junto importantes dosis de creatividad; o sea, para pensar fuera de lo establecido, encontrar nuevas soluciones y generar ideas originales.

Por supuesto, la obra es igualmente una crítica social referida a la pobreza y la marginación que padecen muchos infantes, así como las dificultades de inserción laboral para personas venidas de otras culturas y etnias distintas, en este caso de las personas de origen árabe en Francia, algo que estamos viendo últimamente en las noticias de país galo.

Es digno de agradecimiento que Tulard no haya cometido el error de victimizar al protagonista para incitar emocionalmente al público o incluso forzar el sentimentalismo. Pero no, finalmente esta ópera prima del montador y especialista en FX Sébastien Tulard, nos muestra cómo un joven de origen marroquí que crece en Epernay, una región del norte de Francia, con una madre inestable y catastrófica, llega a lo más alto, con la ayuda de una familia de acogida que le aporta el cariño y la seguridad que necesita.

Tulard dirige con una cámara ágil y dinámica, una especie de híbrido, un poco forzado pero atractivo, entre el documental y una especie de realismo mágico francés, que magnifica e idealiza la labor del chef.

Destaca un montaje con frecuentes saltos temporales y un reparto eficiente con un protagonista revelación, Riadh Belaïche. Todo ello concluye en una dulce historia basada en hechos reales que será del gusto del público.

Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos A Contracorriente films