Oppenheimer y el dilema de la bomba

Biopic redundante en extremo, efectista desde lo visual; narra la historia del físico Robert Oppenheimer desde una óptica sensiblera que lo presenta durante todo el filme en su faceta de intelectual inquieto y siempre comprometido en «causas justas».
Un relato circular, atiborrado de imágenes, se estanca en una visión superficial que denota dificultades a la hora de formular la síntesis necesaria; y es que Oppenheimer peca de una heurística acotada al discurso recurrente, en tanto ausencia de delimitación para la presentación de nuevas circunstancias. Solo la sencillez de la trama, en combinación con la gran dinámica visual, y los estruendos sonoros, generan un combate frontal al aburrimiento.
Una cinta que bien debería haberse ahorrado el tiempo de tanto machaque sobre el linchamiento político al que es sometido quien otrora fuese casi un héroe nacional. Robert es en todo momento el rey de la paciencia apuntalado en la conmovedora expresión facial de un Cillian Murphy que cumple adecuadamente su papel. Casi que desde el silencio logra transmitir un montón de sensaciones que circulan entre la ambición personal, el deber patriótico y, finalmente, la toma de conciencia por la inevitable destrucción humana que no amerita festejo alguno.
La sociedad norteamericana, en medio del exitismo y en franco contraste con valores morales básicos, marcará el contrapunto, extensión de egos políticos reflejados en el presidente Truman y sus ansias por participar a Oppenheimer de la gloria. Es la faceta inhumana del tránsito por un heroísmo tan circunstancial como artificial. Robert aprenderá en el camino, pero ya, desde el inicio, se encargará de marcar franca distancia en las diferencias con Lewis Strauss.
La película está basada en el libro de Kai Bird y Martin J. Sheridan, Prometeo americano, biografía de J. Robert Oppenheimer. El foco de Nolan está puesto en parte de su juventud y, sobre todo, en los momentos en que se consolida como científico, para pasar a desempeñarse como jefe del equipo en el Proyecto Manhattan, encargado del diseño y construcción de la bomba atómica.
Luego, envidias mediante, llegará la consecuente caída en desgracia en épocas del macartismo y la caza de brujas.Será sometido a un sumario por parte del gobierno, es donde el filme se excede en un relato paralelo que funciona a la manera de preanunciado sacrificio; el protagonista sufrirá en silencio las consecuencias de las veleidades de un proceso promovido por el rencor de los mediocres.
La cinta va y viene en medio del blanco y negro y el color; comienza aludiendo a lo que en el final será desarrollado; procesos paralelos que demarcan lugares arbitrarios en medio de un montaje que entrevera innecesariamente; no obstante, la trama se deja capturar, a pesar de los constantes traslados en el tiempo. Lo formal está muy cuidado y vistoso, pero lo que no convence es el modo que cobra el relato, vaivenes que no aportan desarrollo en profundidad, sino más de lo mismo en pequeños avances que tironean hacia adelante algo que se define en un proceso que reitera datos y argumentaciones conocidas. Sensación de vómito obsesivo que dispara información por si las moscas, no vaya a ser que algún espectador desprevenido no entienda lo que está pasando y acabe por acusar al pobre Oppenheimer de traición a la patria.
Por otra parte, no todo es palo para esta historia, algunas cuestiones nos posicionan en tiempo de pensar. Es claro que los vaivenes son motivo presente en el estilo Nolan, quien creyó que solo jugaba con el tiempo se quedó corto en la apreciación. Existe un lugar para las comparaciones que deja entrever las arbitrariedades de los momentos históricos. La fuerte impronta política desnuda la base de un sentimiento patriótico también anclado en vaivenes.
Desde la fama, sustentada en las glorias del combate militar, hasta la decepción por la fabricada «imperfección del ídolo», en representación del deseo de victoria nacional. Oppenheimer será víctima, tanto de cambios sociales, como de manipulación política, pasando por la envidia y la humillación filtrada en fantasías de un pseudocolega ególatra.
Y aquí, es donde se vuelve justo mencionar el muy buen trabajo de Robert Downey Jr. como Lewis Strauss, el malvado camuflado en buenas intenciones termina siendo la razón que, desde la política, imputa al científico por ocultos motivos que nada tienen que ver con la intención de los sucesos. Downey representará la opción que antepone el éxito a la vida, defenderá la fabricación de una bomba de hidrógeno censurada por Oppenheimer.
El presidente Harry Truman había nombrado a Strauss integrante de la Comisión de Energía Atómica (CEA), entidad encargada del desarrollo armamentista nuclear de los Estados Unidos, de aquí parte la tan mentada acusación que se apodera del filme durante los 35 minutos finales. La película se vuelve innecesariamente circular, gira en torno a lo mismo sin agregar elementos nuevos; preguntas que redundan en cuestiones ya aclaradas en pasajes anteriores; un proceso sumarial que bien pudo resolverse de manera breve.
Oppenheimer y Strauss, fisión y fusión, patriotismo y prestigio, y así podríamos seguir enunciando dicotomías representadas por ambos personajes. Quizá en estos puntos estén algunos de los valores que el filme ofrece, gotitas de vitriolo esparcidas en medio del permanente movimiento de imágenes que se fugan del montaje, porque, si algo cobra importancia en este filme, es la dinámica de las representaciones visuales.
Hay un par de escenas muy significativas, quizá lo más interesante de la película: la ovación del público ante la presencia del héroe, luego de que la bomba atómica tuvo su efecto en Hiroshima y Nagasaki, y el momento en que el presidente de los Estados Unidos felicita a Oppenheimer por el éxito de la bomba.

Cuando Truman lo convoca, estamos ante la antítesis, primera presentación de la flecha indicadora que nos muestra la dirección en que se desplaza el poder; la competencia militar no se discute, se viene la guerra fría; hace irrupción la moral maquiavélica: el fin justifica los medios. Momento en que Robert comienza a perder pie en la consideración de las autoridades, solo una posición es admisible: afianzar el poder mundial de los Estados Unidos.
El poder, y la utilización de los ciudadanos, en función de la obsecuencia y el advenimiento ideológico, se tiñe de lógicas valoraciones que tienden a instaurar y naturalizar comportamientos típicos de una potencia en ascenso. Se pretende instaurar culturalmente la defensa de una causa: el combate al comunismo soviético. Truman se sentirá decepcionado ante el discurso de Oppenheimer, esperaba una declaración comprometida con sus deseos políticos. La reunión culmina en una sensación de descarte, más allá de la ciencia, el poder exige un compromiso político-ideológico blindado frente cualquier requerimiento moral. No alcanza con la contribución científica, la adhesión total es necesaria, de lo contrario, el sistema retira su respaldo.
Una película sobre el patriotismo que deja mal parado al pueblo norteamericano; escenas, donde se festeja la destrucción del otro, hablan a las claras acerca del contraste. Las expectativas no fueron cumplidas, un baño de realidad, ante el silencio, evita el conflicto; asistimos a los primeros planos que exploran el rostro de Murphy en su gráfico silencio.
La pausa ante la ovación denota el filtraje mental que intercepta el «éxito». Mientras el auditorio cree que Robert está pensado qué decir, en realidad, acaba de tomar conciencia de lo sucedido, los decesos humanos lo sacan de contexto; por eso, uno de los siguientes planos muestra la sala vacía. Oppenheimer acaba de abstraerse del momento de gloria, ha tomado conciencia de lo que acaba de hacer. Pero, también, el pasaje puede querer advertirnos acerca de las circunstancias de la guerra sobre lo humano, podemos desaparecer de la faz de la tierra en menos de lo que canta un gallo, antes de que podamos percatarnos; tal como sucede con el público presente.
Típico filme norteamericano donde las individualidades pesan más que los procesos colectivos, solo aludidos al pasar y siempre detrás de la figura central, voluntarismo de personajes responsables, tanto de grandes gestas, como de acciones inmorales; lógica de malos y buenos que alcanza, tanto a Oppenheimer como al contraalmirante Strauss.
Robert es mártir dentro de un ajedrez político. Momento donde la justicia sí es pertinente o, mejor dicho, coherente con los trillados formatos del cine de Hollywood; lugar común donde la maldad vuelve a encausarse. El que la hace la paga. Ley del Talión ejercida a manera de boomerang desprendido de un acto ilícito; llega para acallar excusas, quejas y justificaciones: Strauss beberá de su propia medicina.

Son 35 minutos para una subtrama que pone las cosas en su lugar, la película «termina bien», no será un final feliz, pero, por lo menos, la maldad no quedará impune. Un apretado ejercicio final acude al rescate ante el riesgo de lo inconcluso. En realidad, apretado, porque son 35 minutos de vueltas acerca de algo que podría definirse en menos tiempo, o bien, haber sido planteado en otro momento del filme, quizá desde un ángulo más profundo. Este tipo de cosas, son las que hacen del relato algo abrumador.
La obra también plantea el tema de la relación entre ciencia y política; nada nuevo bajo el sol, estamos ante una carrera armamentista que trasciende el episodio específico de la defensa nacional ante el enemigo casi derrotado. La circunstancia acelera investigaciones, la política interfiere en el conocimiento para multiplicarlo en su desarrollo hacia la conquista de una «seguridad» cimentada en la competencia. El saber pasa a teñirse de múltiples valores ajenos a la «pureza» de alma de un científico comprometido con la sociedad y la vida. Así es presentado Oppenheimer, mezcla de intelectual brillante, a la vez que héroe y mártir.
Se ha cuestionado mucho el hecho del tratamiento de los personajes femeninos centrales interpretados por Emily Blunt y Florence Pugh. Hay quienes pretenden un mayor desarrollo por el hecho de tratarse de mujeres; seguramente, la película hubiese resultado enriquecida si ese punto hubiese sido contemplado, pero, reconocemos el derecho del autor a construir los personajes como le plazca; esto no es una cuestión de género, ni de obsecuencia hacia lo «políticamente correcto». Lo mismo vale para la poca presencia de personajes negros; el filme apela a lo que considera necesario según lo que pretende comunicar; no será mejor ni peor por esa razón.
Pero, quizá moleste a cierta militancia feminista el lugar asignado a las mujeres. Jean Tatlock lucha contra la irresistible atracción hacia Robert, no sabemos qué es lo que desata esa ambivalencia entre querer dejarlo y no poder. Por otra parte, Kitty es la esposa que, en primera instancia, acompaña a su marido en arriesgadas aventuras políticas, en defensa de ideas revolucionarias, para luego, en una posterior experiencia matrimonial, oficiar de apoyo en la carrera de un científico.
Si nos fijamos bien, las mujeres son dependientes de los personajes masculinos, podríamos pensar que son un fiel reflejo de la época (años 40 y 50) donde no cabían reivindicaciones de género.
Otro punto interesante en discusión es si la película es o no un blockbuster, término que proviene del inglés «busting blocks», que se traduciría como rompiendo bloques. La palabra blockbuster, remite a «block buster», término empleado por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial para aludir a las bombas de destrucción a gran escala utilizadas por la Royal Air Force de Inglaterra en bombardeos a ciudades germanas.

Blockbuster comenzó a utilizarse con el significado actual a mediados del siglo XX para referirse a producciones cinematográficas a gran escala y/o con grandes éxitos de taquilla. Oppenheimer tiene todo para ser un blockbuster: un presupuesto de 100 millones de dólares, otro tanto en mercadeo y un número de copias adecuado a su irrupción en casi todos los cines locales.
Este último detalle es importante como estrategia de estreno expansivo (wide release) de manera de marcar presencia en el mayor número de cines de un país o ciudad y dejar fuera de competencia al resto de las películas en condiciones de ser exhibidas. Otro elemento a tener en cuenta es el casting, se incluyen actores de importante trayectoria, como Kenneth Branagh y Gary Oldman, en papeles de segundo orden; claro intento de elevar el prestigio de la cinta ante el público.
En resumen, estamos frente a una película que traslada información conocida con poca capacidad de análisis, se pierde en la imposibilidad de verter ideas novedosas o, al menos, puntos de vista creativos acerca de la temática en cuestión. Por lo demás, los aspectos formales están cuidados a fin de impactar en el espectador. Buenas puestas en escena, imagen en 70 mm (IMAX) que sabe explotar los primeros planos para el rostro de Murphy; esencial a la hora de trasmitir estados de ánimo que contraponen, lo necesario en el cumplimiento del deber, al peso de la culpa en la barbarie del «genocidio».
Guion literario flojo, desordenado y carente de profundidad ideológica, aunque técnicamente bien presentado; montaje acorde a lo pretendido, con un desenlace que cae en la impertinencia y el desorden plagado de obviedades por reiteración. Gran despliegue de imágenes con amplio impacto emocional y escaza riqueza conceptual.
Un producto comercial que pretende evadir tal calificación en aras de satisfacer a crítica y público, de camino al máximo premio de la Academia. Combina ingredientes históricos, a ratos vertidos en medio de una incontrolable obsesión por informar. El exceso de detalles discursivos denota ausencia en el poder de síntesis necesario como potenciador de creatividad y claridad en la trasmisión de ideas. Los pasajes finales no logran superar innecesarias cuestiones descriptivas.
Escribe Álvaro Gonda Romano | Fotos Universal Pictures España