El espacio: luces y sombras

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Escribe: Gloria Benito

La utilización de la luz como recurso expresivo y formal en la filmografía de Clint Eastwood es una constante que configura su lenguaje cinematográfico y su estilo. La luz y la oscuridad pueden responder a necesidades narrativas, cuando conforman el espacio como marco de la acción, o adquirir un significado simbólico, asociado a características de los personajes y su función en la historia. También pueden enfatizar algunos momentos cruciales en el desarrollo de la acción, y guiar al espectador o al crítico a una mejor interpretación de los filmes y de las intenciones de su autor. En este caso, la luz y la oscuridad con todos sus matices, como el claroscuro, el contraluz y la iluminación lateral o cenital, pueden interpretarse como complementos formales y fundamentales en la comprensión de la narración y su sentido.

Si entendemos que en la película, el boxeo es una metáfora de la vida y el ring y el gimnasio, los espacios en que discurren las peripecias vitales de los personajes y sus conflictos, entenderemos que la iluminación de estos lugares cobra especial importancia. El gimnasio suele aparecer en planos generales con una luz difusa y en semipenumbra, como ámbito de vidas conflictivas, con un pasado de dolor, a veces, o de sueños, en otras ocasiones. Al comienzo de la película, las cuerdas del ring se muestran en un primer plano en contraluz que recorta y limita el espacio y se proyecta ocasionalmente en las figuras de las personas, limitando a su vez sus vidas. La vida de los personajes que acuden al gimnasio de Frankie son proyectos más o menos mediocres, condenados a esa semioscuridad que los envuelve. Son personajes que viven en la sombra del deseo y la frustración, y desearían salir a la luz de la vida y del éxito, pero el ambiente y su papel en la historia no se lo permiten. Las sombras que proyectan las cuerdas y barras del ring y los marcos de puertas y ventanas definen el espacio como prisión o encierro, quedando, así, la existencia de los que allí están atada y aprisionada por las circunstancias.

En cambio, el ring donde se libran los combates aparece mucho más definido como espacio narrativo. En él se producen los momentos esenciales en el desarrollo del argumento: los triunfos sucesivos y la derrota final. Suele aparecer en planos generales con luz cenital, bien iluminado y definido respecto al público, que se pierde en el negro del fondo, difuminándose y alejándose de la acción principal. Cuando Maggie es herida de muerte por su rival asesina, el violento y luminoso picado deja a los personajes empequeñecidos a merced de su terrible destino. Están atrapados en el cuadro maldito en que han transcurrido sus vidas.

Los espacios secundarios como la iglesia y el pueblo de Maggie no tienen una iluminación relevante, porque su función es determinar características complementarias de los personajes, que cumplen el papel de relleno para entender el nudo del problema de la historia. Ambos espacios y lo que en ellos sucede ayudan al espectador a comprender lo que les pasa a los dos protagonistas: su soledad y su necesidad de amor y apoyo. Frankie no tiene a su hija y Maggie no tiene familia. Ambos están incompletos y vacíos de afectos, ambos se necesitan y se complementan. Estos rasgos ayudan a perfilar la personalidad y los conflictos que viven, contribuyen a que comprendamos sus carencias, y de ahí la necesidad de que se aproximen, se acerquen y se amen. Porque el amor y la entrega constituyen el eje temático principal de la película.

El hospital es un espacio especial porque es la casa de la muerte; por eso la luz es metálica, fría, ligeramente azulada en ocasiones También allí los marcos de puertas y ventanas forman un entramado que aprisiona a los personajes, proyectándose sobre sus rostros y sus cuerpos, impidiéndoles alcanzar la libertad y los sueños, condenando a Maggie a una muerte liberadora y a Frankie a una soledad sin esperanza. Singular atención merecen las ventanas, tras las cuales se filtra una luz amarillenta y brillante; la misma luz que se adivina tras las puertas que hay al fondo de los largos pasillos. Se sugiere, en ambos casos, que allá fuera no existe sino la nada, el vacío absoluto, el dolor, la soledad y la desesperanza. El pasillo aparece como un túnel que comunica dos mundos: el interior, donde tiene lugar la batalla de los sentimientos y la tragedia que anuda las vidas de Maggie y Grankie, y el exterior, que está ahí fuera; de este último nada nos importa, nada se nos dice, ya que no es significativo para tomar las decisiones que conforman el íntimo mundo de los dos protagonistas.

Aparte de la función simbólica de la luz en los ámbitos de la acción, ésta juega un papel esencial en el desarrollo del argumento. Estamos ante dos personas que parten de dos momentos existenciales diferentes, aunque con algunas fundamentales analogías. Frankie es un personaje desengañado y dolorido por la experiencia, que no quiere correr riesgos profesionales ni sentimentales. Maggie viene de una vida anodina y sin futuro, y quiere conquistar un sueño. Ambos están solos, aunque aún no lo saben con certeza. Frankie escribe a su hija y Maggie cree tener una familia de la que espera respeto y afecto. Sus vidas están flotando en las sombras o en la penumbra, pero, de los dos, el más oscuro es Frankie, por lo que su rostro aparece generalmente en un claroscuro lateral: una parte se muestra y otra se oculta. El primer encuentro está rodeado de una luz tenue, y una confusa sombra rodea a los dos personajes. El diálogo se resuelve en un juego de luz-contraluz en el que Frankie ocupa el lado oscuro. Al fondo, una puerta abierta iluminada deja entrever una ligera esperanza. El camino que recorrerán los dos personajes irá de la oscuridad a la claridad, y poco a poco, se irán acercando y aceptando. Pero la luz nunca iluminará del todo sus vidas, porque el itinerario que han de recorrer para encontrarse está lleno de obstáculos, y las dificultades que deberán superar impregnarán también el desenlace, de sombras.

Esta película, que transcurre en una penumbra intimista, resuelta con una iluminación y fotografía exquisitas, nos ofrece algunas secuencias que ilustran la idea que queremos transmitir. Cuando Fankie, atraído por los ruidos del gimnasio, mira tras las ventanas de su oficina, lo que ve es un plano general del gimnasio oscuro donde sólo se ilumina la zona en que entrena Maggie. Su figura en contraluz es una silueta móvil que danza moviendo sus puños. El mismo recurso emplea Clint Eastwood para mostrarnos a Maggie corriendo por la orilla de la playa. También son siluetas negras y sin matices las que llegan a un acuerdo y se dan la mano. El contraluz, en este caso, muestra a los personajes como siluetas del teatro chino, como marionetas que no tienen un destino definido, como proyectos vitales. Todo está en suspenso, no se sabe cómo discurrirá esa relación ni adónde llevará a los protagonistas. Paulatinamente veremos cómo serán mostrados en primer plano y empezaremos a conocerlos a medida que se vayan iluminando. En esta secuencia, Frankie sale literalmente de la oscuridad, la luz lo va mostrando de abajo arriba. Vemos primero sus piernas, luego el cuerpo y, finalmente, el rostro. El siguiente plano general lo forman dos siluetas negras girando alrededor del punching. Después, un plano medio de los dos con una luz lateral y sus caras medio ocultas. La negociación sucede en semipenumbra. Finalmente los vemos dándose la mano, dos sombras delimitadas por la luz.

Otra secuencia interesante es la que tiene lugar en el viaje de vuelta, tras visitar a la familia de Maggie. El encuentro de ésta con su familia sucede en un ambiente claro y nítido, aunque la puerta de la casa en la que viven y de la que salen es sospechosamente negra, anunciando quizá la negrura de sus corazones. La acción se oscurece en el interior del coche. Ambiente íntimo aparte, la luz ilumina parcialmente los rostros de Maggie y Frankie alternativamente, mientras conversan, y Maggie relata el episodio del perro enfermo y sacrificado por su padre. La voz de Maggie viene de la oscuridad absoluta en que se encuentra cuando le dice a Frankie: “sólo te tengo a ti”. A continuación, la cámara enfoca sus sonrisas, y sus caras emergen lentamente de la oscuridad. En este momento de la historia, la escena más clara es la de la niña que acaricia su perro, lo que hace sonreír a Maggie y provoca la evocación que anticipa la petición final de su muerte, tan importante para entender la empatía y comunicación entre los dos personajes como padre e hija.

Finalizamos analizando dos secuencias más de la película. Una es el regalo de la bata con la leyenda “mo cuishe”. Se trata de una escena bien iluminada con una luz central, pero con una amenazante sombra superior como si la esperanza y la ilusión del triunfo estuvieran en peligro. Otra es el último combate. Vemos a Maggie y a Frankie subiendo de espaldas pasando de la luz a la oscuridad. Luego, más claros, aparecen los gaiteros y Maggie entra en el ring. Luz blanca, verde y blanco. Plano general del ring iluminado con Maggie saludando, mientras una sombra se cierne en lo alto. La subida de la rival tiene un tratamiento mucho más siniestro. Las sombras superiores se cierran mientras asciende, se entrevé el albornoz oscuro, la cara oculta, el rostro desafiante. Los planos del rostro y la vestimenta, oscuros, se contraponen con los que muestran a Maggie, verde y blanco, de frente y clara. Toda la pelea está iluminada, incluso los detalles a cámara lenta de la fatídica caída, mientras el público apenas se adivina tras el fondo negro. De nuevo, plano cenital con el cuerpo de Maggie caído. Luces blancas giran en un fondo oscuro que deriva a un largo fundido en negro del que emerge la cama del hospital.

Otro momento crucial es la revelación del significado de “mo cuishe”. Frankie está sentado sobre una manta negra en la mitad posterior de la cama y su cuerpo se funde en la oscuridad de la pared. Maggie está iluminada con una luz muy blanca, casi amarilla. La secuencia se resuelve en plano-contraplano diagonal, de la sombra a la luz. Cuando ella le pide que la ayude a morir, el rostro de él aparece en un fondo gris que contrata con el blanco de ella.

Toda la preparación y ejecución de la muerte sucede en la penumbra, con una iluminación muy leve. En cambio los gestos de Frankie son decididos y contundentes. Cuando camina por el pasillo gris hacia la salida, su figura vuelve a ser una silueta negra en contraluz, que se dirige, empequeñecida, hacia un mundo amarillo, plano y vacío. La cámara abandona la cama de Maggie y va a negro total. Del negro emerge el rostro de Morgan Freeman, el narrador, para contarnos el final abierto y confuso de esta excelente y entrañable película. Nada sabemos de Frankie. Quizá sea esa sombra que se adivina tras las opacas y sucias ventanas del bar del pastel de limón. Quizá, por eso la luz es tan difusa. Piense el espectador lo que quiera.