Escribe: Anaïs Pérez Figueras
Sentir miedo resulta relativamente fácil. Darse cuenta de que se tiene miedo, produce espanto. No saber qué hacer para tapar el espanto, transmite angustia. Y la angustia, cuando es profunda, nos hace llorar.
Las paredes del olvido suelen medir más que cualquier otra pared que puedas encontrar a lo largo de tu vida. Las paredes del olvido reflejan en sus espejos la soledad de quien recuerda y a quien han olvidado. Y lo más triste de los espejos, es que no te devuelvan la mirada.
TE RECUPERARÁS Y SERÁS EL CAMPEÓN DEL MUNDO
Si me dieran a elegir entre distintas películas y tuviera que declinarme por una de ellas y calificarla como mi favorita, no escogería Million Dollar Baby. Pero sin embargo, si me pidieran que me quedara con alguna de sus escenas, con alguna de sus luces y sombras y con alguna de las expresiones que se pintan en los rostros de los personajes, me quedaría con todas. Quizás suene a argumento falso, incoherente, estúpido… Pero no lo es. La película no me pareció una obra maestra, no me cautivó como sí lo hizo con muchas otras personas, no me transmitió más allá de lo que podía transmitirme un filme que termina, bajo mi punto de vista, de manera rápida y con “intención” de sorprender al espectador.
Sin embargo, las pequeñas historias que se cruzan dentro del largometraje merecen un minuto de atención, al igual que, por supuesto, el gimnasio donde se desarrollan todas ellas.
Podríamos comenzar por los sueños de Peligro y la necesidad de ser alguien dentro del mundo, ya no del boxeo sino de cualquier parte, de cualquier calle donde alguien se cruce con su mirada y le pregunte: ¿Tu eres Peligro? ¿El boxeador? Y él pueda responder: el mismo.
Aunque parece que todos tenemos derecho a triunfar en la vida en mayor o menor grado, en ocasiones no hay manera ni vía para el triunfo. A veces queremos conseguir lo que sabemos que es inalcanzable por el mero hecho de su dificultad o por la pasión que, inexplicablemente, tenemos hacia ello. Y las pasiones, aunque muchas veces no sean suficientes para lograr nuestros objetivos, no hay que dejar que de desvanezcan.
Peligro es delgado, torpe, entusiasta, valiente, el prototipo de persona que jamás nadie podría pensar que valiera para el boxeo y de hecho, sus habilidades no son suficientes para ello. Su vida está compuesta de pequeños desarreglos familiares, de tristezas, quizás de poca madurez o de una infancia vivida a destiempo. Todo ello sumado, nos da el resultado de un personaje distraído, que da puñetazos al aire y que se mueve dentro del ring dando pequeños saltos, en vez de nivelar el peso de su cuerpo hacia la derecha y hacia la izquierda como si se tratara de un de baile de salón.
Esa incapacidad desmesurada es lo que le recubre de encanto, esa valentía torpe y esa mirada de impaciencia es lo que consigue que el espectador se encandile con su forma de pasearse por la pantalla. Quizás el hecho de sentirnos todos en alguna ocasión igual de torpes que el propio personaje y poder acariciar el cariño con el que Morgan Freeman le trata, hace que no pase inadvertido durante el tiempo que dura la película y se convierta, sin quererlo, en el triunfador de un combate contra su desbaratada situación.
CUALQUIERA PUEDE PERDER UN COMBATE
Si nunca se nos cayera al vacío aquello que más nos importa, no valoraríamos lo que tenemos o lo que tuvimos. Cuando desaparece de nuestras manos, intentamos reemplazarlo por algo que se asemeje casi de manera idéntica, aunque nada ni nadie es reemplazable por lo anterior, sino que, simplemente, se convierte en algo nuevo.
Million Dollar Baby hace referencia a las pérdidas, a los encuentros fortuitos, a los parches que poco a poco vamos poniendo sobre las grietas que se dibujan en nuestros caminos. A veces son suficientes, otras no y el resultado se convierte en otra nueva grieta que debemos arreglar. Clint Eastwood ha sabido reflejar el vacío de la ausencia, de la necesidad y de la búsqueda por rellenar los huecos que se asientan en cada uno de los personajes. Huecos sentimentales que se suplen con el boxeo y que más o menos recomponen la vida de quienes se deslizan sobre las paredes de cuerda de los cuadriláteros.
El gimnasio se convierte en el principal espectador de las vidas de todos ellos. Las tristezas, la esperanza, la alegría y las lágrimas de la derrota, quedan encerradas entre las paredes desgastadas del único sitio en el que todos se convierten en ellos mismos. Y mientras, el paso del tiempo se sucede irremediablemente y la dejadez de las instalaciones que recubren el escenario principal de la película piden a gritos descargar la amargura de unas vidas inestables, desafortunadas en algunos casos, incompletas y tristes, que solo sueñan con conseguir algo más de lo que tienen.
UN LUGAR A MITAD DE CAMINO ENTRE NINGUNA PARTE Y EL OLVIDO
A veces creemos que la mejor solución que podemos dar a nuestra desconsolada vida es salir corriendo. Escondernos entre la maraña del olvido y simplemente hablar con el silencio eterno. Sólo a veces. Las sombras de la cara, los colores oscuros, el miedo a volver a perder, la desesperanza, el anhelo… Son demasiado amargos como para enfrentarse a ellos sin escudo.
En Million Dollar Baby nada tienen que hacer las palabras. Las caras, las miradas, las sonrisas tímidas se entremezclan con la densidad de un ambiente que transmite tristeza y que amarga en el fondo de los ojos de los espectadores que se desplazan a lo largo de la pantalla.
Cuando sólo nos queda el olvido, soñar con aquello que todavía podemos conseguir y que, en pequeña medida, nos endulza la vida, es lo que nos facilita volver a empezar de nuevo. La sencillez de las pequeñas cosas que son al final las más grandes, es lo que sostiene nuestro insostenible mundo… aunque la dulzura se trate de un pequeño trozo de tarta de limón.