Milagros: MARTÍN PATINO Y MARCEL DUCHAMP

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Al cumplir 10 años en Internet, nuestra revista dedica el nº 57 de su sección Rashomon (noviembre de 2008) al artículo que cada redactor ha elegido como su favorito entre todos los que ha publicado en esta década. No es que sea el mejor, ni el más largo, ni el más… solamente es ése que cada autor recuerda con especial cariño. Este texto fue publicado inicialmente en enero de 2003, en el nº 37 de Encadenados, puedes verlo en el siguiente link:
http://www.encadenados.org/n37/patino_2.htm


Basilio Martín Patino o el castillo de la pureza
Escribe Milagros López Morales

duchamp-1.jpgErigió Octavio Paz en el mítico mundo de las ideas, allá por el año 1968, un palacio literario de inefable hermosura para albergar la pureza del creador/artista más singular, lúcido y enigmático del siglo XX: Marcel Duchamp.

Si el ilustre mexicano hubiera analizado con la misma pasión, emoción y minuciosidad la obra del creador/director de cine castellano Basilio Martín Patino, hubiera tenido que alzar otro inmaculado castillo poético en su honor (aunque quizás Patino hubiera preferido un viejo y sobrio caserón), sorprendido de encontrar una “desesperación” conceptual, lúcida, crítica, irónica, lúdica, transgresora…  tan similar a la del genial francés.

Duchamp y Patino son dos personalidades únicas, dos mentes creadoras privilegiadas con dos obras singulares, dos hombres cultos e independientes con dos latidos históricos apremiantes que han encontrado en la soledad y la libertad las claves de una vía/rebelión expresiva y emocional alejada de los convencionalismos de género, las fórmulas ortodoxas y tradicionales, el “buen” gusto, la falacia y la hipocresía profesional y cultural.

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Un camino hacia la indiferencia

Testigos, ambos, de su tiempo, conocedores y partícipes activos de su momento histórico, coquetearon con las vanguardias de sus respectivas épocas para terminar aislados de ellas, por decisión propia y/o por incomprensión ajena, empeñados en cuestionarlo todo subvirtiendo el orden, las reglas, negando el sistema, la rutina visual, la pereza mental… empeñados en activar el pensamiento frente a la retina.

duchamp_mujer_desnuda_escalera.jpgAmbos encontraron en soledad, la ansiada libertad creadora y vital que la pertenencia a un grupo, sistema o corriente determinada, no les hubiera permitido disfrutar.

Duchamp comenzó su carrera como pintor retiniano buscando en diferentes estilos y tendencias su propia expresión. Le interesó el simbolismo, el fauvismo e intentó adherirse al cubismo, que le rechazó, por demasiado futurista… Empezaba ya a vislumbrarse el carácter individualista de su pintura, que parecía no encajar en ningún grupo. La herida que le dejó aquel rechazo cubista, en 1912, cuando fue educadamente obligado a retirar su obra Nu descendant un escalier, núm. 2 (Desnudo bajando una escalera nº 2), del escaparate parisino de la modernidad –el Salon des Indépendants– le marcó para siempre.

Desde entonces, y a pesar de las coincidencias y flirteos posteriores con otros movimientos (dada y el surrealismo), quedó en él una decidida intención de búsqueda en soledad que no le abandonaría nunca: “Esta historia me ha ayudado a liberarme del pasado, en el sentido más personal de la palabra. Me dije, bueno, pues si es así no tiene objeto que entre en un grupo, no habrá que contar más que con uno mismo, estar solo”.

De igual modo, Patino asociado por coincidencias generacionales, afinidades mal interpretadas y trabajar en la capital, al llamado “nuevo cine español”, después del éxito de su primera película (Nueve cartas a Berta) y del fracaso de la segunda (Del amor y otras soledades) se desmarcó de cualquier secesión ideológica o estilística (neorrealismo social, escuela de Barcelona…) para trabajar en soledad: “Por encima de todo, amo mi soledad, porque ahí está mi libertad: soledad para producir, para vivir, para elegir…”.

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El disgusto que le produjo la gélida acogida que tuvo Del amor y otras soledades (1969) en el festival de Venecia y en la crítica española, que arremetió ferozmente contra él, le condujeron a abandonar el sistema de producción industrial (al que discontinuamente ha vuelto) y le hicieron emprender, en solitario (ayudado únicamente por sus incondicionales), un bagaje sin ataduras, un camino hacía la indiferencia que ha cristalizado en una obra, que quizás de otra forma hubiera sido impensable (alguna vez en tono jocoso él mismo ha dicho que si hubiera tenido dinero se habría dedicado a hacer otro tipo de cine, quizás, comedia, revista, porno, musical…).

patino-4.jpgPero la coincidencia más rotunda entre sus obras no es el parecido físico, la apariencia externa, su fisonomía…  sino un carácter más recóndito y radical: su naturaleza mental, (“el cine, como la pintura, al decir de Leonardo, es una cuestión mental” –sentencia Patino–). Sus obras nacen del pensamiento puro, pertenecen al mundo de las ideas, las ampara un universo conceptual que las convierte en “instrumentos de liberación, contemplación o conocimiento, una aventura o una pasión”. Son ideas indisolubles de la vida (vida = arte) que se objetualizan lo imprescindible para aflorar, como un personaje en una película de Patino o como un cristal en un retardo de Duchamp.

La idea y el caos

Duchamp renegó de la pintura tradicional y consiguió que dejara de ser “retiniana” y “olfativa” (pintura-pintura) y se convirtiera en pura reflexión, crítica, signo, concepto (pintura-idea): “Tuve la intención de hacer no una pintura para los ojos, sino una pintura en la que el tubo de colores fuese un medio y no un fin en sí… la pintura pura no me interesa en sí ni como finalidad. Para mí la finalidad es otra, es una combinación o, al menos, una expresión que sólo la materia gris puede producir”.

duchamp_mona_lisa_parody.jpgPatino ha conseguido liberar su cine de preceptos, estereotipos y corsés técnicos, narrativos y estéticos (cine-cine) para sustituirlo por puro juego, crítica, ironía, pensamiento (cine-idea): “El cine, fenómeno de sugestiones e imaginación se hace en el cerebro receptivo del espectador. La imagen no es sino el soporte con el que se estimula esa sustancia abstracta… Resulta que no es necesario tener que contar lo obvio, no es necesario ese mareo óptico que nos atonta la retina, ni ese guirigay sonoro ensordecedor. No es necesaria esa obsesión del raccord… No se precisa de espectaculares decorados…”.

Esta liberación total de ataduras y anclajes caducos origina obras aparentemente caóticas, inconexas, incoherentes, herméticas… producto de dos mentes desesperadamente  brillantes, investigadoras, inquietas, provocadoras…

El orden natural en el mundo de las ideas deviene en caos cuando su esencia inmaterial se “cosifica”/corporeiza en el mundo de los objetos/cosas transformándose en: cuadro (Duchamp), película (Patino), poema (Mallarmé), novela (Joyce)… El espectador ha de devolver esos objetos, con su mirada, inteligencia y sensibilidad, a su originaria naturaleza conceptual, para encontrar en ellos un alivio a su desconcierto inicial, y establecer cierto equilibrio mental que le permita discernir con claridad y descifrar sus signos con sosiego y naturalidad.

El espectador

patino-espejos.jpgEstas obras complejas, densas y difíciles de descifrar, distancian a la vez que interpelan a un espectador inteligente (“La expresión intelectual por delante de la expresión animal… –dice Duchamp–, he aquí la dirección que debería tomar el arte”) y reflexivo al que nada se le exige y todo se le ofrece. Un espectador al que se invita a entrar en el juego (intelectual) que sus autores  proponen, en total libertad, para activar el complejo entramado sígnico que es toda obra, haciéndola adquirir así nuevos significados. Para Duchamp, “el espectador hace al cuadro”, lo que quiere decir que su participación es imprescindible para completar el “proceso creador” que toda obra pone en funcionamiento desde que nace y que sólo adquiere plena existencia como tal al ser leída por aquél, aunque su lectura la transforme en una obra distinta a la imaginada por su creador.                
                           
Patino, en su gran respeto hacía el espectador, cree que éste debe adoptar una actitud mentalmente activa ante la obra y posicionarse ante ella sin dirigismos ni manipulaciones, libre para mirar, interpretar o sentir sin coacciones de ningún tipo… y desde esa posición y a través de las pistas que el autor le da dando intentar conectarlas y darles un sentido: “quizás mis películas son excesivamente complejas en ese juego de asociar planos e ideas, pero a mí es lo que más me apasiona”.

La casualidad

duchamp_el_gran_vidrio.jpgPatino y Duchamp incorporan la casualidad a su obra como parte de ella, como si hubiera sido pensada para ocurrir, planificada para suceder en un momento determinado e incorporar su inesperado devenir al lógico acontecer. Su naturaleza fortuita y contingente, lejos de alterar el orden lo radicaliza porque lo adhiere de forma instantánea y única, dotando a la obra (cuadro, secuencia, escena o plano) de un aura que la individualiza a la vez que potencia, altera o refuerza sus signos.

El azar quiso que Le grand verre (El gran vidrio) –la obra más emblemática de Duchamp– se quebrara durante su traslado a una exposición en 1926, y su autor, con gran naturalidad, incorporó esa crispación del cristal a la obra acentuando con ella su significación y reforzando su concepto.

Patino ha hecho del azar un aliado incondicional que se ha instalado en sus obras de una forma casi mágica, como un elemento expresivo más de la planificación, una especie de duende invisible que se materializa a su antojo transfigurado de múltiples formas: una procesión de curas en bicicleta y un grupo de monjas en Nueve cartas a Berta, una radio parlante en Del amor y otras soledades, una boda en Madrid, el cartel de Love story en Queridísimos verdugos, la nieve en Octavia… Insólitas, benditas y significativas casualidades.

La obra inacabada

patino-madrid.jpgNuestros autores creen que la perfección no existe, por eso sus obras están inconclusas, inacabadas, no tienen final, están en continuo acabamiento. Son obras abiertas a las que no se puede poner fin al terminar su realización.

Dice Hans en Madrid: “La perfección es imposible. Me gusta esta ciudad porque es algo inacabado, como la vida”. Eso son las películas de Patino, lugares inacabados, fragmentos sueltos de vida, ideas que se aluden, se reflejan o se remiten unas a otras en un perpetuo renombrarse. Sus personajes cambian de nombre (Hans, Lorenzo, Berta, Rodrigo…), de ubicación (Madrid, Salamanca…), profesión (espía, director de cine, escritor…), pero son siempre los mismos, el mismo personaje, el mismo Patino que se retrata en esos lugares/paraísos mentales de sus memorias: “quizás sea cierto que mis finales son como nuevos comienzos, porque de una u otra manera detrás de los personajes estoy yo mismo”. Sus películas se citan, se refieren unas a otras, se incluyen, parecen una sola obra, segmentada a lo largo de los años, aún sin conclusión… (?).

“El arte es un proceso dialéctico que no acaba nunca, como la vida”. Esta frase de Hans-Patino en Madrid, bien podría haberla dicho el propio Duchamp. Sus obras, como las de Patino, tampoco tienen final, son procesos inacabados que no pueden entenderse parcialmente, segmentarse por épocas, estilos o influencias (excepto la época de juventud). Toda su obra es una referencia constante a sí misma y a su propio autor, gira sobre sus propios goznes en un continuo completarse, en una autoalusión que no cesa.

duchamp-etant_donnes.jpgEl gran vidrio (1915-1923) y Etant donnés (1946-1968), sus dos obras más emblemáticas, por su magnitud conceptual son las que más referencias acumulan (grabados, pinturas, dibujos, notas… y algunos ready made son inseparables de ellas) y las que más se aluden entre sí porque se continúan y se complementan.

El gran vidrio es una obra intencionadamente inacabada porque, en su imposible perfección, el artista optó por el “abandono” (como Hans opta por abandonar su película), por la suspensión permanente. Etant donnés, conocida después de su muerte y en la que llevaba más de veinte años trabajando en secreto, es una continuación evidente de la anterior, pero a la vez su gran hermetismo y complejidad hacen difícil su comprensión. ¿Es otro punto y aparte? ¿Es el punto final? Sería una contradicción que así fuera. Es posible, pero no: la mujer tendida en el suelo puede no estar muerta, porque sostiene en su brazo erguido una lámpara de gas encendida…

Sin embargo la muerte de Octavia parece no dejar lugar a dudas, es tan real… ¿o no?, ¿es un punto y aparte más?, ¿es un verdadero final?, ¿es un tránsito hacía otra dimensión?… ¿Una transfiguración hacía la esperanza?… Si es así no cabe continuidad más absoluta. ¿A quién habla Patino ahora, a nuestra mente o a nuestra alma? Duchamp nos responde por él: “un artista se expresa con su alma y con el alma hay que asimilarlo”.

Juego, crítica e ironía

patino-adolfo_octavia.jpg“El arte al ser libertad de toda obligación es juego; el juego contradice la seriedad de cualquier acción utilitaria, pero puesto que la libertad es el valor supremo, sólo al jugar se actúa con auténtica seriedad”. Esta frase de Argán alude a Dada, movimiento con el que Marcel Duchamp coincidió en algunas ideas, ésta entre otras y que también podría ser compartida por Patino (“En realidad para mí una película es como un juego”, pero no un juego vacuo sino cargado de significación, “un juego colectivo, un divertimento que incita a una reflexión”).

El concepto de juego duchampiano proviene de su admiración por el lenguaje plástico de Roussel, sus juegos de palabras le inspiraron y le instaron a hacer lo mismo con la pintura. Pero además le añadió un elemento humorístico (“Picabia y yo queríamos abrir un corredor de humor que no tardaría en desembocar en el onirismo y en consecuencia, en el surrealismo”) y crítico que conmovió definitivamente los cimientos de la pintura tradicional. Él critica con sus obras al arte y su mundillo (la mercantilización, el endiosamiento del artista…), pero son sus ready-made (anti-obras de arte) los auténticos aguijones que clava en la cara de la modernidad.

patino-canciones.jpgÉstos son como los falsos documentales de Patino (Caudillo, Canciones para después de una guerra…), pedazos de realidad extraídos de su contexto, rectificados, manipulados y montados con ironía (para impedir la confusión entre ellos y su procedencia real) para criticar la narrativa clásica, el montaje interno, la significación unívoca… el sistema de producción industrial, la sociedad que lo ampara, el poder… Son anti-películas (contra-cine). No niegan el cine, lo cuestionan.

Duchamp juega siempre. Su concepto de juego trasciende a la vida puesto que entre ésta y el arte no hay distinción. Juega a crear y crea jugando con la mima emoción, concentración e intensa dedicación cuando elige un ready-made, inventa un retruécano, construye una máquina, alumbra a Rose Sélavy o juega una partida de ajedrez. Obra y vida son inseparables, indisolubles: juego reflexivo, irónico, crítico.

El cine patiniano es puro juego: con los personajes (haciendo convivir a los reales con los de ficción), con las historias (rompiéndolas en pedazos, alterando el tiempo…), con la técnica (saltándose el eje, no respetando el raccord…), con la estética (rayando sobre los negativos, copiando estilos cinematográficos, coloreando las imágenes…), con la significación (creando mensajes alternativos), con el montaje (alterando y combinando planos de distintas procedencia: “Jugar con el montaje es lo que más me apasiona… por la posibilidad de crear mundos distintos, que se salen de la realidad”), con el espectador (durante la película: invitándole a participar del “doble juego de la mentira y la realidad”; y a posteriori: proponiéndole juegos en los que hay que dibujar, escribir, ordenar, reflexionar… como aquéllos que aparecían en la prensa sobre Del amor y otras soledades)… Juega consigo mismo, desde fuera (detrás de la cámara) jugando a crear, desde dentro camuflado de personajes varios (Berta, Hans, Hugo, Rodrigo), o apareciendo a cara descubierta (en Madrid, en Los paraísos perdidos…); jugando a ser otro…

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Los otros

Los distancia el eco social, la aceptación pública y la asimilación por parte del sistema. Ultraimitado, plagiado, clonado y loado por artistas de ayer y de hoy, Duchamp (o sus efectos) es en la actualidad referente obligado de todo artista “moderno” que se precie (Iluminados por Duchamp es el título de la última exposición que la Fundación Miró de Barcelona ha dedicado a un grupo de artistas actuales que mantienen incandescente su llama). Elevado a los altares, se le invoca indiscriminadamente aún sin aprehenderlo. Ha trascendido la epidermis de su ironía y su juego, se ha banalizado su crítica y se ha deificado (justo lo contrario de su intención) su obra. Todo por decreto de una determinada élite cultural y económica que ha subvertido el valor social y popular de su gesto en beneficio propio.

Patino, en cambio, para su orgullo personal nunca ha sido totalmente absorbido por el sistema (el verdadero Duchamp, tampoco) y para su dolor, ha sido ignorado por lo inaprensible de su mensaje, excepto para una determinada familia intelectual disidente del cine ampuloso y fatuo.

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Inconclusión

Humor, juego, azar… idea, pensamiento, sensibilidad… crítica, inteligencia, soledad… invisibilidad, emoción, libertad… Y muchas coincidencias más: silencio, contradicción,  literatura, identidad… Puro aza(ha)r.

En el mundo de las ideas, desde ese paraje meta-irónico, lúdico y conceptual, el castillo de muros de cristal, refulge, revela y espera ser descubierto; nitidez absoluta, diáfana evidencia invisible, y es que no hay nada como la transparencia para certificar la ceguera.

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Nota:

Ante la magnitud de mi empeño dejo este artículo “definitivamente” inconcluso, inacabado, abierto. Mi agradecimiento a Octavio Paz, Janis Mink, Adolfo Bellido, Joan Sureda, J. C. Argan, M. de Micheli, J. J. Sweeney, Alain Jouffroy…, por sus palabras, textos y opiniones que tanto me han ayudado. A los propios Marcel Duchamp y Basilio Martín Patino por sus escritos y por su maravillosa obra visible e invisible. A todos, gracias.

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