Choque de olas
Esta es la primera película de Pixar en la que el nombre del otrora omnipresente John Lasseter no aparece ni bajo las piedras y escombros de Metroville, la ciudad derruida por la acción de los denostados superhéroes. El hecho llama poderosamente la atención, por cuanto el director de esta segunda —e irregular— entrega de la familia Parr es de nuevo Brad Bird, el inseparable amigo del factotum de Pixar.
Pero es que sobre los hombros del pelirrojo de camisas hawaianas ha caído la damnatio memoriae y no hay poder humano que pueda librarlo de esta antigua condena latina: su nombre debe ser olvidado y su rostro debe ser borrado, por haber reconocido él mismo un comportamiento inadecuado en la era del Me Too, y por correr el riesgo de que su pestilente presencia contamine la cuenta de resultados de Pixar, una productora asociada al cine infantil.
Pero matar al padre es algo que no suele llevarse a cabo de un modo inmediato. La pregunta es si sobre el incontestable hecho del olvido autoimpuesto, hay algo en Los increíbles 2 que pueda atribuirse a la mano del antiguo Emperador o que pueda sortear la maldición sobre su memoria. La respuesta es lamentablemente no, en el primer caso, y sí en el segundo. Vayamos por partes.
Los increíbles 2 sigue conservando su poderosa impronta visual: una estética de películas Bond de los años sesenta remozada por el hiperbólico dinamismo del cine de superhéroes, que contrasta con un contexto familiar de comedia de situación de lo más normalizado. Nada hay aquí que no cupiese esperar, incluyendo por otro lado la depurada técnica visual, las cuidadas coreografías en los enfrentamientos de superhéroes y el perfeccionismo en las texturas, con rostros muy expresivos a pesar del predominio de los trazos rectilíneos.
Del mismo modo, aunque la aventura en sí misma no tiene nada que no hayamos podido ver ya —y éste quizá, sea uno de los peros que pueda ponerse a la película, su falta de novedades—, su pulso no decae, en esa superposición de escenarios y acciones que van desde la clásica peripecia del héroe contra el villano a la lidia del padre con las tareas domésticas, contrapunto donde el humor es más genuino y casi siempre acertado, con momentos de verdadero deleite como es el caso del enfrentamiento de Jack Jack con un mapache.
Sin embargo, es en el aspecto narrativo donde hay algo que ha supuesto una desagradable sorpresa: esa innegable habilidad de Pixar para superponer capas interpretativas con ocurrencias o chistes que interpelan a los progenitores y acciones que entretienen inocentemente a los infantes, parece haber desaparecido junto a la memoria de Lasseter. No podría decir si hay una relación de causa y efecto, pero el caso es que ha sucedido. Sigue habiendo líneas de guión para adultos y chistes con slapstick para niños, pero ya no existe concordancia entre ambos.
El resultado es una película que a ratos abruma a los pequeños con reflexiones maduras —como el manifiesto de Rapta pantallas o la conversación entre Elastigirl y Evelyn Deavor— y que a pesar de entregarles compensaciones lúdicas, los deja en suspenso durante ciertos momentos, colgados en la esperanza de que en las siguientes escenas lleguen los excesos pirotécnicos y los avances de Jack Jack con sus superpoderes para poder disipar esos extraños intercambios dialécticos.
El mismo Brad Bird lo ha sugerido: no es una película para niños. Pero si esto es así, ¿por qué ha cambiado el target de una a otra entrega sin previo aviso? ¿Por qué continuar añadiendo números a una saga que sí lo era, como si hubiese una continuidad esencial? Y lo más importante: ¿por qué no se hace una película para adultos de verdad? Si lo que sucede es que ahora son los niños los que acompañan a los padres a ver una película al cine… ¿por qué no hay un poco más de sustancia en el guión?
La realidad es que Bird ha conseguido a medias el objetivo: apunta, pero no dispara; esboza, pero no traza y colorea. Sugiere, pero no concluye.
Es de agradecer que su película no se contente con lugares comunes, y en verdad algunas de las reflexiones de la villanía son tan acertadas que merecen ser tomadas en cuenta, cuando no consideradas verdadero leit motiv de la película, pero lo cierto es que se quedan en una crítica superficial que no pasa a mayores entre escena y escena.
Con respecto a esto, otro elemento que la mayor parte de la crítica señala es la supuesta carga ideológica de la película. Cierto tufo neoliberal que destila alguno de los personajes despierta los instintos de agresión de algún opinador. No seré yo quien niegue esa interpretación, tan válida como cualquier otra, pero del mismo modo podría oponer otras tantas que parecen modularla: en primer lugar, un recorrido por las expresiones histórico-cinematográficas de Bird muestran su compromiso con el antibelicismo (El gigante de hierro), el antiautoritarismo (Tomorrowland) o la mercantilización (Ratatouille). En segundo lugar, su indefinida ambivalencia con respecto al carácter de los personajes, donde la amabilidad de algunos es mostrada a veces como inanidad, infantilismo e incluso resulta despreciada por otros: no podemos dejar de señalar el deje conmiserativo de Evelyn cuando se refiere a su hermano como «Míster libre mercado», o cuando apunta irónicamente que considera más necesarios a los «vendedores» que a los «creativos«, siendo ella de los segundos.
Podemos conjeturar de todo esto que, o bien Bird no tiene un discurso político excesivamente definido, o bien que no quiere pisar ningún charco que pueda ponerlo en contra de cualquier gran sector del público, lo que le lleva a esta especie de calculada ambigüedad donde se critica al Gobierno y al Mercado, donde se loa la iniciativa privada y se critican los privilegios de los ricos, donde se hace un elogio de los vendedores de humo y se mortifica a sus compradores.
Tampoco podemos descartar que el autor de Los increíbles haya simplemente querido mostrar el conflicto, sin proceder a la síntesis superadora y dejando esa tarea a un público maduro que sabe sacar conclusiones por sí mismo. La posible constatación de este hecho llega cuando uno valora la posibilidad de que todos, héroes y villanos, tengan su parte de razón: ¿por qué hacer un discurso maniqueo cuando puedes hacerlo equívoco?
Pero el caso es que nada de esto responde a nuestra segunda cuestión, ya demasiado demorada: ¿hay algo que recuerde a Lasseter en el desarrollo del filme? Ya dijimos que sí.
Aparentemente, Los increíbles 2 es una película de fuertes reivindicaciones feministas: la película pasa el test de Bechdel, con mujeres que hablan entre sí sobre asuntos ajenos a los hombres. Elastigirl es, además, elegida por los asesores publicitarios para recuperar la imagen de los superhéroes, dado que el poder femenino no parece tan destructivo y en él la astucia predomina sobre la fuerza.
Esto conlleva un intercambio de roles con Míster Increíble que da lugar a alguno de los chistes más fáciles —pero también más conseguidos— de la película. La caricatura del hombre incapaz se torna a veces cruel y despiadada —véase el anuncio de la lavadora en segundo plano, donde se pone en cuestión la capacidad intelectual de los hombres—, a veces tierna —reconocimiento de la impotencia en un hombre tan débil que sólo posee fuerza bruta— y casi siempre ligera, sin ánimo de hacer sangre. Las cosas siempre parecen volver a su cauce por el interés supremo de la familia.
Contemplaremos un proceso de aprendizaje en el que el hombre no será ya más el despreocupado mantenedor, tan seguro de sí mismo como ignorante del trabajo doméstico, una pesada carga que el simple poder físico no puede sostener. El niño grande ha crecido, perdiendo la inocencia que le otorgaba su propia omnipotencia.
Pero la película va más allá; ya he mencionado la conversación entre Elastigirl y Evelyn, un intercambio que se da varias veces y en diversas circunstancias a lo largo de la película. Es también un diálogo entre las diversas olas del feminismo, desde la más clásica a la más progresista, que difiere en concepciones teóricas y modos de actuación. Y he aquí que la propia caracterización de los personajes manda un aviso sobre las simpatías de Bird, director, pero también guionista de la película.
Por razones obvias no desvelaré estas supuestas simpatías, pero sí diré que lo que parece claro es que puede estarse de acuerdo en los fines y no en los medios: que los niños grandes pueden equivocarse, pero también aprender, y que la destrucción no es patrimonio de los que hacen uso de la fuerza bruta.
Nadie puede decir todavía si John Lasseter ha sido destruido. Tampoco el velo de silencio impuesto sobre sus actos ayuda a formarse una opinión o hacer un vaticinio claro sobre su futuro. Lo cierto es que hay algunos que lo echan de menos, ya sea por razones emotivas, creativas o económicas, y se niegan a sepultar su memoria.
Los héroes son claramente imperfectos y a veces peligrosos, pero casi siempre necesarios. Los villanos no siempre están equivocados y a veces señalan claramente un peligro que no queremos ver. ¿No es esa razón suficiente para, al menos cinematográficamente, amarlos siempre a ambos?
Bao, un delicioso corto
La verdad es que Pixar se ha tomado molestias en avisar de que Los increíbles puede no ser una película para público infantil, aunque lo haya hecho con todo el público ya dentro del cine. Como aviso para espectadores basta con visionar Bao, el delicioso y sorprendente corto que precede al largometraje y que cuenta una historia alegórica sobre el síndrome del nido vacío con escenas que, rozando el canibalismo, pueden epatar a los más pequeños, aún bisoños en la interpretación de tan crudas metáforas.
Bao recupera las mejores esencias de los cortos de Pixar, un tanto descafeinados desde que Del revés y Coco apostaran por historias más bien ñoñas cuando no insoportables. Cuenta la historia de una madre que, aparentemente solitaria y dedicada a las tareas del hogar, es sorprendida por el repentino cobrar vida de un bao, esa especie de bocadito de pasta al vapor relleno de verdura, que acabará adoptando como hijo.
Esta pequeña obra de arte con tres actos muy definidos pasa por momentos de ternura y oscuridad sin apenas despeinarse, moviendo emociones profundas y lanzando, como no podría ser menos, un mensaje de esperanza con ciertas dosis de reproche no se sabe bien si autobiográfico —como ha señalado Domee Shi, su directora—.
Lo cierto es que este prodigio consigue sorprendernos a todos, dejarnos inquietos y avisarnos sobre la posible carga interpretativa del largometraje que la sucede. Sin dudarlo, es lo mejor de la sesión cinematográfica.
Escribe Ángel Vallejo