Toy Story 4 (Toy Story 4, 2019)

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De la lealtad a la madurez

toy-story-4-1Pues aquí estamos de nuevo, 24 años después del inicio de la saga de los juguetes y nueve años después de su última entrega, dispuestos a ver si se mantienen el encanto y la fuerza de una serie que todos daban por bien terminada en 2010.

La verdad es que muchos dudábamos de la necesidad de un cuarto episodio. El final de Toy Story 3 fue tan redondo, la película tan perfecta, que no parecía —más allá del afán recaudatorio— adecuado prolongar una saga circular y autoconcluyente a la que no se podía poner un solo «pero».

El riesgo de estropear una serie icónica se multiplica con cada nuevo acercamiento, porque los personajes pierden frescura, las tramas se repiten y el público que asistió al nacimiento de la misma cuenta con 24 años más que entonces.

Pero Toy Story no es una historia de juguetes, sino toda una alegoría de la vida, con sus etapas, sus dilemas, sus fracasos, victorias, pérdidas y conquistas. Si bien la serie cerró de una manera espectacular hace casi una década, quizá fuese justo decir que la alegoría vital no estaría completa sin algunos de los tópicos que se han reflejado en esta cuarta película. Veamos.

Toy Story 4 casi que justifica su existencia sólo con la primera escena: en ella se nos cuenta la historia de Bo Peep —la muñeca pastora que cumplía el papel de pareja de Woody—, y el porqué de su no aparición en la tercera entrega.

Este último episodio hace así una introducción a uno de los temas apenas tratados en esa alegoría vital: la pérdida. Más tarde volveremos sobre el asunto, pero baste decir que, junto al desarraigo, este es uno de los motivos que dota de riqueza emotiva al estreno más reciente de Pixar.

En la actualidad, el grupo de juguetes hace vida junto a Bonnie, la niña a la que Andy los regaló antes de partir a la Universidad. Sin embargo, y como cabía esperar, Bonnie no es Andy y sus preferencias no tienen por qué ser las mismas. Algunos juguetes se ven desplazados con su nueva dueña y empiezan a experimentar el desarraigo.

Paralelamente, la aparición de nuevos personajes —especialmente Forky, el tenedor que deviene de basura en juguete— intensificará la profundidad de ese desarraigo en el contraste con la adopción: Forky debe asumir que ya no es basura y que tiene una niña a la que servir, mientras que otros juguetes deben cuestionarse si son algo aparte de su relación con un infante humano.

Las sutilezas de estos conflictos no son menores: ¿Cómo se llega a ser lo que se es? ¿Es una cuestión de ser o devenir? ¿Naturaleza o crianza? ¿Ontología o estética? Elementos que nos hacen comprobar, una vez más, que Toy Story 4 es muchísimo más que una película para niños y que es difícil encontrar, en el panorama infantil actual, libretos que atesoren tal profundidad emotiva e incluso filosófica.

Pero, como siempre ha sido característico en Pixar, a tales sutilezas cabe siempre oponer la aventura pura: los juguetes emprenden un viaje y éste los someterá a numerosas pruebas. Se posibilita la aparición de nuevos personajes que inciden en el leitmotiv principal: una muñeca cuyo mecanismo de voz estropeado nunca le ha permitido experimentar el cariño que pueda dispensarle una niña, someterá a tensiones inesperadas al grupo, que deberá luchar para mantenerse unido. La lealtad, de nuevo, junto con la confianza y la solidaridad, aparecen como distintivos del clásico Pixar.

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El conflicto surge porque este nuevo personaje tiene una especie de instinto filial intensísimo, casi patológico, lo cual le lleva —como en el caso de Lotso en la tercera entrega— a cometer injusticias contra otros juguetes.

La muñeca Gabby-Gabby parecería encajar el prototipo de «juguete malo», y así nos es mostrado, con numerosas referencias a El resplandor, tanto en su aspecto —recuerda a las gemelas Grady del «ven a jugar con nosotros»—, como en su contextualización: la música con la que acaba su presentación es la de la escena final de la película —Midnight, the stars and you— y Benson, su guardaespaldas, emula al Jack Torrance de Nicholson en más de una escena, entre las que cabe destacar una de persecución en la que apenas le falta esgrimir un hacha.    

Las motivaciones para su inclinación al mal son las de siempre: el rechazo y el desarraigo, además de la imposibilidad de eludir este último por su tara de fabricación. Lo inquietante de la presentación de este personaje llega a cotas que rozan la película de terror. No me resisto a señalar el gore implícito en la «extracción de órganos» y en la exposición del relleno de los juguetes como evisceración, un equilibrio perfecto entre lo siniestro y lo humorístico que dota de una riqueza paradójica al conjunto.

Pero tampoco debemos quedarnos en el cliché o lo anecdótico: Gabby-Gabby tiene una evolución notable a lo largo de la película y ésta es dialéctica, superándose en su enfrentamiento con otros juguetes. Será capaz de enseñarle a Woody la diferencia entre la pérdida del arraigo y la incapacidad para haberlo sentido nunca. El eterno dilema entre amar y perder o no haber sido nunca amada. Éste es un elemento que merecerá comentario aparte más adelante.

Pero, siguiendo con los méritos de la película, las interacciones que se dan entre Forky, Gabby-Gabby y el resto de juguetes, implican, además de situaciones que hacen evolucionar a los personajes, varios trazos de humor absurdo y tierno, sin eludir el negro. Son elementos característicos de la saga que se han pulido hasta la perfección. Los comic reliefs están trabajados y dan un contrapunto fantástico y chocante a las situaciones más serias, y lo más importante de todo: no resultan antipáticos.

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Algunos de ellos vuelven a poner el foco sobre las emociones humanas: el miedo al fracaso de Duke Kaboom, el ser incapaz de cumplir con el propósito para el que fue diseñado, es un buen ejemplo de ello.

Por otro lado, Toy Story 4 se ha enfrentado —y a mi juicio superado— a algunas de las más acertadas críticas de las primeras entregas. Los personajes femeninos son ahora más fuertes, menos estereotípicos, y cobran un protagonismo mayor. El hecho de que las chicas sigan jugando a «cosas de chicas» es algo que, sin duda, podría revisarse para adecuarse a una realidad que, aunque tozuda, es cada vez más diversa. Una película puede reflejar estereotipos, pero nunca debería ser justificativa o reforzadora de éstos. Para romper una lanza en favor de Pixar, diremos que es cierto que este prejuicio ya no es tan evidente como en aquellas lejanas películas de los 90.

El final, además, ofrece un clímax emotivo no alcanzado siquiera en la despedida de Andy en la tercera entrega: su intensidad es pareja a su brevedad. Basta un simple abrazo para remover el interior de cualquier persona con alma.

Todos estos elementos deberían hacer de Toy Story 4 una película perfecta.

Sin embargo, hay cosas que un fanático de la saga no puede pasar por alto. En el «debe» de esta película debemos anotar, como señalamos antes, esa extraña transición experimentada por Gabby-Gabby, no lo suficientemente cuidada como para resultar creíble. Sin obviar que algunas de las verdades que la muñeca dice resuenan en nuestra memoria como los manifiestos de Raptapantallas —el villano de Los Increíbles 2 que nos hizo cuestionar su propia maldad—, cabría señalar que la cuidada e intencionada estética que acompañó su presentación no es acorde con la evolución abrupta del personaje. 

Pero, sin duda, lo más dañino es el descuido al que somete a algunos protagonistas: Buzz Lightyear pasa de secundario de lujo a segundón, con un tratamiento de tonto que echa de espaldas. El personaje más querido de la saga —aun por encima de Woody— ha sido reducido a caricatura, y eso nos molesta especialmente a algunos. Sólo su finalísima escena con su amigo el vaquero lo redime de este maltrato, haciendo saltar las lágrimas a quienes lo hemos acompañado durante 24 años.

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Siendo la lealtad uno de los elementos característicos de esta serie, los autores deberían haber sido más coherentes con él, dando a Buzz el lugar que se merece en este Olimpo de juguetes.    

Para seguir señalando las fallas, y en un sentido similar, parece que los guionistas han descuidado un tanto el aspecto humano. Bonnie acaba por aparecer como una niña excesivamente caprichosa y dependiente, aunque uno no sabe si esto es precisamente lo que se nos quiere decir con la película: que todo el mundo tiene derecho a jugar, a sentirse querido y protegido… mientras crece y alcanza su madurez.

Pero la codependencia de juguetes y niños debe superarse en algún momento. La emancipación debe llegar para todos, aunque duela. Ésta atesora siempre algo valioso: es una pérdida compensada con una ganancia.

Antes dije que volvería sobre la alegoría vital y la pérdida. Con esta película, la serie Toy story parece haber pasado por todas las etapas de la vida de los niños y los juguetes. Eso justificaría la conclusión de la saga.

Las escenas finales parecen garantizarlo, dado que ahora hay una situación que no se había dado en ninguna entrega y que no asegura la continuidad del grupo como tal.

Sin embargo, Pixar siempre puede tener una excusa para volver a su serie más universal. Hay elementos que no se han tratado a lo largo de esta alegoría vital, y que podrían justificar una nueva película…

Su sola mención produce escalofríos, pero nadie sabe si dentro de algunos años aquellos que comenzaron con la saga hace casi un cuarto de siglo no estarán preparados para enfrentarse a ella, como todos, tarde o temprano, tendremos que hacerlo.  

Escribe Ángel Vallejo

 

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