Tenet (Tenet, 2020)

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La cortesía, Nolan, la cortesía

tenet-0Tres años después de Dunkerque llega la nueva película de Nolan. Sobre sus hombros parece haber recaído la esperanza de salvar una devastada taquilla; sobre su ego, la posibilidad de dar una nueva vuelta de tuerca —esta vez sin el acompañamiento de su hermano Jonathan— a su fama de megalómano arquitecto de guiones imposibles.

De momento, parece que el director de El caballero oscuro satisfará todas esas aspiraciones, porque Tenet ha mejorado sus expectativas de recaudación para la primera semana en el mercado europeo y asiático. La mala noticia es que, como suele suceder en sus propias películas, el camino del éxito no tiene por qué seguir un patrón lineal, y esto está íntimamente relacionado con la segunda cuestión.

Y es que Nolan ha entregado, como acostumbra, un producto hiperdimensionado, de factura impecable y montaje laberíntico, pero exigiendo un nivel de atención extenuante que quizá muchos no estén dispuestos a mantener, y con carencias que quizá no todos quieran perdonar. La evolución de la taquilla dependerá del boca a oreja, y de si la fascinación que genere su nuevo universo es capaz de vencer las resistencias de los intelectualmente perezosos por un lado, y la exigencia de un mínimo de seriedad de los ortodoxos del canon cinematográfico por el otro.

Por mi parte, puedo decir que Nolan ha triunfado donde suele y fallado donde acostumbra, y que a pesar de todo, el resultado de esa tensión tiene para mí un saldo en general positivo.

Tenet es, como se ha dicho ya muchas veces, una entrega de James Bond sin James Bond. Una película de espionaje clásico con tintes de ciencia ficción que encierra un puzle dentro de un palíndromo, y que como es típico en la obra del realizador británico, a fuer de excitar nuestra capacidad de asombro descuida los más básicos elementos de la cinematografía convencional.

En efecto, Nolan ha diseñado un producto de geometría abstrusa, como si hubiese escrito el guión sobre la mesa de un delineante. Uno debe esforzarse para desentrañar la madeja fractal que complejiza la narración de una historia que, una vez desanudada, se muestra como bastante simple en sí misma.

Y no se sabe bien si esto es una virtud o un defecto porque, cuando el común de los mortales sale del cine, puede tener la sensación de haber comprendido apenas la mitad de la película, y a su vez el convencimiento de que con esa mitad es más que suficiente para entender lo que Nolan quería contarnos: una historia de amor, venganza, salvación, sacrificio, amistad y aventuras.   

Del mismo modo, la película cumple también con la máxima del británico de dividir al respetable: extasía o repele a partes iguales a un público dispuesto a debatir sobre ella a mayor gloria del colosal ego de su director.   

Sin embargo, una de las muchas sensaciones que deja el visionado de Tenet, es que no parece que vaya a añadir nada nuevo a la filmografía de Nolan. No hay nada que, dentro de ésta, la haga especial, si no es su hiperbólica complejidad, en ocasiones tan rebuscada que resulta casi postiza.

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La extraña habilidad del realizador para sobreexplicar lo innecesario —a veces de manera poco elegante, como sucede con algunas conversaciones entre el Protagonista (John David Washington) y Neil (Robert Pattinson)—, y para quedarse en el esbozo de partes que podrían ser esenciales —como las motivaciones del villano y las gentes del futuro—, parece reforzar la sensación de que nos hallamos ante un sarcástico maestro de escuela: da pistas sobre la resolución de un problema, pero no se sabe muy bien en qué consiste éste.

Aquí podríamos reprobar a Nolan con una variación de la sentencia clásica de Ortega: Si la claridad es la cortesía del filósofo, también debería serlo para un cineasta que pretende tratar cuestiones filosóficas. Confiar en la inteligencia del público puede ser motivo suficiente como para dejar en la penumbra explicativa ciertos lances, pero la insistencia en señalar lo obvio o lo accesorio es síntoma de que quizá no confías tanto en aquélla como pretendes. Del mismo modo, el oscurecerla no prestigia una obra compleja, porque la complejidad no solo no está reñida con la claridad expositiva, sino que aun la exige.  

Como sí sucediera con Memento, Origen o Interstellar, películas de intrincado diseño que, con sus limitaciones, ayudaron a conformar el estilo del realizador en distintos géneros, en Tenet no puede mencionarse un aporte que la haga «original». Lo que tenemos es una vuelta a elementos ya esbozados en estas películas: el curioso montaje de Memento, la extraña tecnología de Origen y las paradojas temporales de Interstellar se acomodan como epítome de su cinematografía en un filme que en ocasiones suena por ello a ya visto.

Es difícil calibrar entonces la originalidad de una película que, en efecto, sorprende por su planteamiento, su espectacularidad e intensidad, pero que no recorre nuevos caminos; cabe suponer que el problema de querer valorarla sea nuestro, por pretender que cada obra de Nolan deba ser una nueva y alocada propuesta narrativa.

Puede que el director de Memento sencillamente esté puliendo y asentando su estilo, o que haya querido hacer una película de espías al servicio de Su Majestad y la CIA con sus propios mimbres, y que sean nuestras expectativas las que anden desmesuradas. Puede que solo esté homenajeando a El truco final (El prestigio), y que todo esto no sea más que un complejo juego de manos planificado durante años.

Sea lo que sea, procuremos centrarnos en la película, sin prejuzgar intenciones.

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¿Qué decir, en general, de Tenet?

La historia que le sirve de sustrato opera a dos niveles: por un lado, tiene elementos de ciencia ficción, con tecnologías que vienen (literalmente) del futuro; y por el otro, desarrolla una historia bastante simple de espionaje, como ya hemos dicho inspirada en la estética y maneras de las aventuras de 007.

El primero de ellos es ciertamente original, dado que propone una nueva forma de viajar en el tiempo que yo sepa hasta ahora inexplorada. El segundo está bastante menos trabajado, en el sentido en que da lugar a situaciones rutinarias cuando no chocantes: hay una traficante de armas que habitualmente oculta sus actividades bajo toneladas de seguridad e identidades falsas y que en determinado momento acude personalmente a mancharse las manos con un trabajo menor, que la compromete innecesariamente; hay varios personajes que alteran un plan establecido por puro capricho, sin que ello añada más que potenciales complicaciones a la misión encomendada.

Cuando uno se da cuenta de que algunas de estas situaciones parecen diseñadas simplemente para forzar un giro de guión o añadir tensión a la trama, cabe reprocharle a Nolan que no las haya resuelto con su proverbial habilidad para construir guiones «perfectos», y haya decidido recurrir a trucos baratos. Lo dicho, El prestigio.

Por otro lado, y con independencia de que la nueva forma de alterar el espacio-tiempo deba abusar de nuestra suspensión de la incredulidad y de la cancelación parcial de las leyes de la termodinámica solo en la medida en que lo exija el guión, hay que reconocer que la propuesta es interesante y un servidor la compra sin pestañear. La capacidad para generar fascinación de Nolan sigue intacta en este sentido, y su habilidad para hacernos pensar y discutir durante días sobre el artefacto es prodigiosa. Una de las más recurrentes cuestiones en estas conversaciones es cuánto tiempo le habrá llevado cuadrar un sudoku argumental así. 

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Sin embargo y como antes hemos sugerido, es en el apartado más convencional donde Nolan no acaba de rematar sus historias: sus personajes están poco trabajados psicológicamente, sus motivaciones son pueriles, unívocas o inexistentes, y cuando se les quiere dotar de alma, ésta resulta prefabricada a base de tópicos. El caso de Kat (Elizabeth Debicki), la devotísima madre que lo arriesga todo por recuperar a su hijo y que alberga un afán vengativo fatal, parece un puro arquetipo. Su contraparte, el traficante Sator (Kenneth Branagh), es un compendio de todos los males sin mezcla de bien alguno, y resulta un tanto sorprendente ver cómo toma decisiones que en realidad no le convienen en absoluto, y que, como se ha dicho, parecen forzadas solo para hacer avanzar el guión.

En descargo de la película hay que decir que todos los actores están estupendos: Pattinson es un profesional cuya carrera está creciendo cualitativa y cuantitativamente a ojos vista, y esto parece deberse no solo a su intuición para escoger buenos proyectos, sino a sus indudables dotes de actor. John David Washington tiene un magnetismo increíble, y unas dotes físicas portentosas. Quizá aún deba progresar en lo técnico, pero viendo su aún corta carrera, sin duda tiene margen de mejora.

Elizabeth Debicki transmite a la perfección el halo de fragilidad necesario para hacer creíble un personaje mal construido y esto es lo que en realidad debemos calibrar en su desempeño como actriz. Por último, Branagh no está sobreactuado, y eso es en sí un grandioso logro cinematográfico. Viendo su ligero acento ruso en la versión original y la tensión que es capaz de transmitir solo con la mirada, creo que su interpretación es más que notable.

Por otro lado, y abundando en los defectos convencionales de Tenet, Nolan nunca ha sido un director con buen dominio del tempo cinematográfico: sus películas avanzan a veces a trompicones, y lo que hasta determinado momento había sido un paroxismo de tensión acumulada, cae en la depresión más profunda sin solución de continuidad. Llama la atención que guiones tan medidos, a veces, estén tan mal realizados.

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En Tenet esta tendencia —quizá atenuada por la experiencia que el británico ya atesora—, aparece al menos en par de ocasiones, por ejemplo, cuando creemos que con el uso de la tecnología por parte del Protagonista —y lo vuelvo a poner en mayúsculas porque en realidad éste es el nombre que asume el personaje de Washington en el filme— la película se va a lanzar por un precipicio de acción y desmesura… que apenas dura cinco minutos hasta caer en nuevas simas explicativas.

Pero echémosle un poco de azúcar: las secuencias de acción han ganado mucho; siempre he dicho que Nolan es un mal director en este aspecto, y la mejor prueba es la soporífera escena de la batalla en la nieve de Origen o las persecuciones interminables que salpican varias entregas de sus Batman.

Sin embargo, en Tenet su pulso ha mejorado, quizá porque en general ha decidido acortar la duración de este tipo de escenas, que ya no se prolongan hasta lo indecible.

Pero también porque en el acto final —única excepción a esta promesa de moderación autoimpuesta—, el hecho de que estemos viendo dos cursos de acción a la vez —los que avanzan en el sentido clásico de la fecha del tiempo y los que van al revés— añade un plus de confusión que hace que el intento de descifrar lo que está pasando desvíe nuestra atención del exceso de tiros y explosiones que se prolongan durante minutos.

Esta secuencia recuerda de nuevo, por su composición, al final de Origen, lo que redunda en la idea de que Nolan solo se ha superado a sí mismo en la aplicación de la fórmula, no en la novedad del contenido.

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¿Pero mola o no mola?

Pues esta es la pregunta del millón. Si lo que el cine debe darnos es una satisfacción estética, una evasión efectiva, un torbellino de emociones y un disfrute del momento, debo decir que Tenet cumple con creces: hay escenas espectaculares y la película consigue meternos en un mundo fantástico, nunca visto, donde a veces salta la sorpresa. La trama nos hace pasar de la euforia a la serena atención, con algún ligero bache depresivo. Y con respecto al momento… éste se prolonga durante días, pensando y discutiendo sobre la consistencia de la trama y las posibilidades que abriría una tecnología así.

Lo interesante es que en estas discusiones algunas de las cosas que parecen ser agujeros ya no lo son y otras que parecían consistentes se muestran como cogidas con alfileres, aunque sin llegar a caerse. Un defecto disculpable en un producto con tan altas pretensiones especulativas.

Nolan ha construido una película elegante, espectacular y autoconclusiva, con guiños al cine clásico —referencias explícitas a 007 y Casablanca incluidas— que deja satisfecho incluso a quien no acaba de comprender todo el Macguffin sobre el que se sustenta la trama. Un trampantojo plenamente disfrutable.

Creo que no se puede pedir más por el precio de una entrada de cine. Quizá se pueda exigir algo mejor, de más profundo alcance, de más largo recorrido, mayor rigor y contenido artístico… pero a lo mejor no es a Nolan a quien hay que pedírselo.

Quizá Tenet no sea la película que la cinematografía se merezca, pero sí es la que la que ahora mismo necesita.      

Escribe Ángel Vallejo


Más información sobre Nolan:

Monográfico dedicado a Christopher Nolan  

 

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