La caja 507 (2002), de Enrique Urbizu

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Vivienda & crímenes, S.A.

la-caja-507-1Siete años después de rodar la adaptación del relato de Pérez Reverte Cachito y de la comedia Cuernos de mujer, Enrique Urbizu se embarca en la realización de un guión de temática criminal escrito por él mismo en colaboración con Michel Gaztambide, que supuso un verdadero hito en la historia del noir hispano.

Aunque en 1991 Urbizu ya había visitado con éxito el género negro en Todo por la pasta, con La caja 507 se produciría un relanzamiento del mismo, sobre todo a través de la colaboración con el actor José Coronado, que se consolidó en títulos posteriores como La vida mancha (2003) y la imprescindible No habrá paz para los malvados (2011).

El argumento de La caja 507 se centra en los delitos urbanísticos (como años más tarde bordaría la magnífica serie Crematorio basada en la novela de Rafael Chirbes) y refleja sin ambages el clima de corrupción generalizada de nuestra sociedad, donde las instituciones políticas y empresariales, los medios de comunicación y las fuerzas policiales conviven sin apuro con mafiosos italianos, asesinos implacables y ladrones de medio pelo.

El film sería uno de los primeros en analizar lo que se ha venido conociendo como la burbuja inmobiliaria en España. Entre 1997 y 2008 se produjo un incremento anormal del precio de la vivienda, favorecido entre otros factores por la especulación y la recalificación del suelo, el aumento de inmigrantes como potenciales compradores, el exceso de crédito y un descontrol en la asunción de riesgos por parte de los bancos. Medidas como la Ley de liberalización del suelo del gobierno Aznar no contribuyeron a frenar esta situación, y los distintos gobiernos no quisieron o no pudieron pinchar esta burbuja que creaba abundantes puestos de trabajo (aunque muy precarios como se vino a demostrar más tarde) y engordaba las arcas del Estado.

Esta situación especulativa con la expectativa de dinero fácil creaba el caldo de cultivo idóneo para la alianza entre los poderes públicos (ayuntamientos, comunidades autónomas y partidos políticos) con grupos de turbios empresarios y mafias organizadas que veían en la construcción un modo fácil de conseguir importantes beneficios sin demasiados riesgos, además de ser un modo cómodo de blanqueo de dinero.

Así las noticias reales que aparecían en los medios de comunicación en los últimos quince años nos mostraban un panorama que en nada envidiaba a la más perturbadora trama de ficción criminal que pudiéramos pergeñar. Como diría el replicante Roy Batty, hemos visto cosas que nunca creeríamos: ayuntamientos de grandes capitales totalmente infiltrados por la corrupción (en 2006 el gobierno disuelve el Ayuntamiento de Marbella por las sistemáticas ilegalidades urbanísticas), un alcalde asesinado por sicarios en oscuras tramas sexuales-urbanísticas (como en Polop, Alicante), o las vergonzantes conversaciones grabadas entre una joven alcaldesa y un poderoso constructor que es clavadito a Tony Soprano.

Con estos mimbres que la realidad suministraba no era raro que Urbizu y Gaztambide lograran un thriller seco e impactante con el que el ciudadano se podía identificar y sobre todo con el que podía reconocer las conductas de sus vecinos menos respetables.

Resines-Coronado: Duelo de titanes

La caja 507 será recordada, además de por ser una de las pionera en el tratamiento de las tramas de corrupción urbanística, sobre todo por el magnífico duelo actoral entre Antonio Resines y José Coronado, en roles antagónicos y ambos en estado de gracia, alcanzando altas cotas de madurez interpretativa.

Modesto Pardo (Antonio Resines) es un director de Banco en una anónima localidad de la costa andaluza que es retenido en su propia sucursal por unos atracadores; en su cautiverio descubre por azar en la caja 507 información sobre la recalificación y compra de unos terrenos donde hubo un incendio forestal en el que había fallecido su propia hija (Dafne Fernández) en lo que parecía un fatal accidente. Modesto emprende una investigación para aclarar el caso que le enfrenta al ex policía corrupto Rafael Mazas, a la mafia y a altas instancias del poder.

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Este esquema argumental, con el típico hombre “de la calle” enfrentado a fuerzas que le superan con creces, presenta una primera sección de marcado carácter naturalista y es precisamente esta cotidianeidad lo que en mi opinión dota al relato de un tono muy perturbador. Así, el fallecimiento de la hija en las primeras escenas con el cúmulo de fatalidades y el abatimiento en el que quedan sumidos los padres se ejemplifica en una excelente elipsis donde utilizando el mismo escenario pocos años más tarde y casi el mismo plano (Resines viendo la televisión mientras su mujer trajina por la cocina y observamos de pasada algunos fotos enmarcadas de la hija) nos damos cuenta en pocos segundos que todo ha cambiado, que una losa de dolor ha caído sobre ellos, que ya nada será lo mismo tras esa irreparable perdida.

Abundando en este tono naturalista incluso la presentación de la banda de delincuentes y la planificación del atraco al banco donde trabaja Modesto tiene un punto cutre, violento, falto de  profesionalidad, que lo aleja de los atracos sofisticados de las películas americanas y lo hace real, inmediato, creíble. El aire rutinario de la sucursal bancaria, la violencia injustificada ejercida sobre la mujer de Resines o la furgoneta de los ladrones en la entrada del banco cotilleada por tres ancianos del pueblo, son detalles de guión que nos acercan a una realidad que cualquier espectador podría haber vivido de haber estado fatalmente en el lugar equivocado.

Tras el descubrimiento de los documentos en la caja 507 por parte de Resines, la película da un vuelco en el tono del relato, acercándolo más a las convenciones del cine negro. La transformación del depresivo director de banco es algo forzada, y su empeño en descubrir la verdad a toda costa y en enfrentarse a peligrosos delincuentes lo aleja del tono realista que se había impuesto hasta esos momentos.

Sin embargo el verdadero hallazgo del film es el rol protagonizado por Jose Coronado como Rafael Mazas, antiguo policía reconvertido en mano derecha de mafiosos instalados en la Costa del Sol. Su personaje en este largometraje —y el de Santos Trinidad en No habrá paz para los malvados— pasarán a los anales del género negro (y no sólo nacional) por su excelente composición de hombres atormentados y violentos.

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El ex policía local interpretado por Coronado es un auténtico killer implacable y sin escrúpulos. Su mirada hierática, su nula empatía, su conversación cortante, transmiten intimidación y terror con su sola presencia. Su composición es perfecta, su pelo a cepillo, su traje gris, su profesionalidad (no se permite ninguna alegría, es austero, sólo bebe agua), conforman un arquetipo ya genuino en el noir español. Y aunque el personaje nos puede parecer excesivo es bien sabido que la realidad en ocasiones supera a la ficción, y Coronado probablemente tenga poco que enseñar al auténtico jefe de la policía local de Marbella, Rafael del Pozo, condenado a 18 meses de prisión en el caso Malaya, o al Jefe de la policía local de Coslada, detenido junto a otros 30 policías locales por la creación de una trama mafiosa.

El periplo de Mazas (Coronado) buscando los documentos perdidos por las áridas tierras de La Línea, Tarifa y Tánger (que nos trae a la memoria la reciente El niño de Daniel Monzón), es un descenso a los infiernos plagado de cadáveres. La escena donde el ex policía localiza la guarida de la banda de atracadores en tierras africanas está rodada de forma concisa, sin artificios, rehuyendo los irreales tiroteos a los que nos tiene acostumbrado el cine policiaco actual. Su violencia fría y cortante logra provocar en el espectador una notable inquietud.

La espiral de violencia concluye en el domicilio de Mazas, con la presencia del propio Resines (que quiere zanjar el tema con una buena cantidad de dinero), los gánsteres italianos y la pobre novia del primero (una magnifica Goya Toledo, que al igual que muchas parejas de delincuentes nada saben ni nada quieren saber), estando resuelta esta escena de forma elegante a pesar de su impactante crueldad, obviando el realizador las escenas de tortura y mostrándonos sólo sus sangrientos resultados.

En los planos finales del film vemos a Antonio Resines con su mujer (aparentemente recuperada), ambos de espaldas mirando al horizonte, con un mar tranquilo y un cielo límpido, en lo que parece un hotel de lujo en una isla paradisíaca. Hay una extraña tranquilidad en sus rostros, y la puesta en escena dota a las imágenes de un halo de irrealidad, como un cuadro surrealista.

Se ha cerrado el círculo y se ha hecho justicia.

El dinero no da la felicidad pero ayuda bastante.

Escribe Miguel Angel Císcar

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