Del franquismo al siglo XXI
El cine negro o policiaco se inició en España con dos títulos que pueden considerarse fundacionales: Brigada criminal, de Ignacio F. Iquino, y Apartado de correos 1001, de Julio Salvador, películas estrenadas en el año 1950.
Un género novedoso en España que tomaba como clara referencia las películas de gangsters que se rodaban en Hollywood, en la época clásica de los años cuarenta y cincuenta. Una de las novedades que aporta es el rodaje en escenarios naturales, habitualmente paisajes urbanos, algo inusual en el cine español hasta ese momento.
Sin embargo, el régimen franquista, presente durante más de cuarenta años, hizo que el género policiaco fuera distinto al de otros países de nuestro entorno, como Francia, Italia o Inglaterra. La censura de la época condicionaba tanto el desarrollo como el final de estas películas, que tenía que ser moralizante y ejemplar. El criminal tenía que pagar su delito con la prisión o la muerte.
Antonio Llorens, que dedicó en 1988 un interesante ensayo al género (El cine negro español) afirmaba que “la consolidación de un cine negro no es posible salvo en un marco de libertades democráticas, marco que garantice las implicaciones críticas, morales e ideológicas, así como los postulados de ambigüedad y denuncia que caracterizan lo específicamente negro”.
Otro escritor cinematográfico, Sánchez Barba (Brumas del franquismo, 2007) destaca ocho características del cine negro español: la herencia de la estética norteamericana, la exaltación de las fuerzas policiales, la casi nula ambigüedad moral, la ausencia de detectives privados, la rigidez de los personajes principales, el alineamiento político, la ausencia de crimen organizado y la aparición de la mujer como generadora del delito. El cine negro español imitó, dentro de sus posibilidades, al norteamericano, tanto en sus temáticas como en aspectos formales o estéticos. También copió los arquetipos de la mujer, presentes en este tipo de cine.
Los estudiosos y los críticos al referirse a esta cuestión suelen identificar dos arquetipos de mujer: “la seductora, la dama malvada, la mujer araña, que tienta a los hombres y los lleva a su destrucción. La opción opuesta es la mujer inocente, la madre, la bondadosa, la redentora; ambos tipos marcan los dos polos femeninos”. Así lo afirma Janey Place en la obra colectiva Women in film noir (1978).
En bastantes ocasiones, las mujeres malvadas, especialmente al inicio de este género en España, están interpretadas por actrices extranjeras (las mexicanas María Félix y Susana Campos, las francesas Lucile Saint-Simon y Mireille Darc, la suiza-alemana Katia Loritz, la italiana Elena Varzi). Así, María Félix encarna a una adúltera asesina en La corona negra (1951) de Luis Saslavsky, y Katia Loritz reclama a su marido libertad sexual a cambio de no delatarle a la policía en Manos sucias (1957), de José Antonio de la Loma.
La femme fatale que se hace presente en los años 50, como auténtica novedad en el cine español, dota a la mujer de una presencia y dimensión nuevas hasta ese momento, y en algunos casos asume un claro protagonismo. Un ejemplo lo tenemos en la ya citada Manos sucias, una película en la que Katia Loritz, considerada como “la mejor femme fatale de aquella época”, según Antonio J. Navarro, encarna a una mujer adúltera que encubre el asesinato de su marido y así poder chantajearle; también debe citarse aquí La corona negra (1951), en la que Mara (María Félix) es una mujer que se casa con su marido por dinero y al que acaba asesinando, manteniendo además una relación adúltera. Estas mujeres, a imagen y semejanza de sus modelos estadounidenses, poseen un físico arrollador y un carácter seductor que arrastra a los hombres.
Otra cinta de esta época es ¿Crimen imposible? (César Fernández Ardavín, 1954), donde la protagonista es Isabel, encarnada por la actriz Nani Fernández, en este caso se trata de la novia de un policía (José Suárez) al que engaña con un famoso escritor (Gérard Tichy), cuya muerte precisamente está investigando su novio. Resulta novedoso que una adúltera y asesina engañe, precisamente, a un policía, que además es atractivo, no como las mujeres fatales de las que hablábamos anteriormente, casadas con hombres poco atractivos, por un interés económico. Estos modelos llegan incluso a mezclarse en personajes tan ambiguos e inesperados como Berta en Los ojos dejan huellas (José Luis Sáenz de Heredia, 1952), a medio camino entre la mujer maternal y la araña.
Otra de las femmes fatales más notables de este periodo, es Isabel (Gisia Paradis), uno de los personajes de A sangre fría (1959) dirigida por Juan Bosch, donde el protagonista del film es Carlos (Carlos Larrañaga), un mecánico de motos que entra a formar parte de una banda a la que pertenece Enrique (Fernando Sancho), un ex boxeador enfermo, que vive de los robos, casado con Isabel, que le abandonará por Carlos. La música de jazz del filme, la presencia de jóvenes y el ambiente de barrio son rasgos que hacen que, según el crítico Ángel Comas, aparezcan en la película “implícitos o explícitos, personajes y situaciones del neo-noir clásico, mezclado con las premisas del semi-documental, una constante del género criminal barcelonés de la época”.
Es necesario establecer una categoría distinta para las mujeres en el cine de los años 60 porque presentan unas características especiales respecto al resto, no sólo de las femmes fatales españolas que hemos comentado, sino que también se distinguen de las americanas. Sánchez Barba señala que “a partir de los años sesenta, sin abandonar el modelo recreado en la filmografía negra, algunos personajes pertenecientes a las clases acomodadas, e incluso medias, muestran a mujeres que cometen delitos por motivaciones que nacen de la propia psique y que, en todo caso, se originan a partir de un conocimiento exhaustivo de los pros y los contras de la acción”.
Una de estas nuevas mujeres que no deja de ser malvada pero que se distingue del resto es Lucile (Lucile Saint-Simon, una actriz francesa), la mujer fatal de No dispares contra mí (José María Nunes, 1961), un filme basado en una novela de Juan Gallardo. Esta película es frecuentemente comparada con la francesa Al final de la escapada (Jean- Luc Godard, 1960), como señala Antonio Llorens, porque intenta trasladar a España las características estéticas y argumentales del movimiento de la nouvelle vague, y que prefigurará la esencia de la denominada Escuela de Barcelona.
Lucile es una mujer bella, de rasgos angelicales, de pelo corto, vestir moderno, y buena posición social. Tampoco se nos presenta como una mujer de abrumadora sensualidad, conquista a los hombres por su inteligencia, por su manera de hablar, por su aparente bondad, tras la que esconde la frialdad más absoluta, que queda clara cuando comete un asesinato. Es también una mujer reivindicativa, extranjera, enigmática, elegante, fumadora, que apenas habla a lo largo del filme, porque su manera de actuar, más activa y determinante que la de los hombres que la rodean, y la permanente presencia de la música de jazz, son suficientes para que la historia avance.
Un personaje que subraya la evolución de la femme fatale en el cine español, en el sentido de acentuar su independencia, su personalidad y su fuerza es Marisa (María Asquerino) la novia del delincuente Román (José Suárez) en A tiro limpio (Francisco Pérez-Dolz, 1963). Marisa es una mujer que se prostituye, lo que afecta a su novio, que no puede mantenerla.
Además de los dos modelos comentados, en estos años podemos encontrar en el cine negro español, un tercer tipo, las mujeres de mala vida, pero que en muchos casos tienen un buen corazón.
Los tres modelos de mujer responden a profesiones, niveles económicos y clases sociales diferentes, relacionados con su estado civil: las mujeres nodrizas son principalmente amas de casa de clase media, ligadas al hogar, sobre todo las esposas y novias de policías. En el caso de las mujeres víctimas del delincuente, pueden tener otras profesiones, y sorprende la existencia de mujeres trabajadoras, como María en Un vaso de whisky (Julio Coll, 1958): dueña de un hotel; Carmen en Apartado de correos 1001: tenista profesional; o Clara en El ojo de cristal (Antonio Santillán, 1956): secretaria.
Las mujeres de mala vida aparecen asociadas a los bajos fondos de la ciudad, los cabarets y la delincuencia: Ivón en Los peces rojos (José Antonio Nieves Conde, 1955) o Celia en Brigada criminal). Incluso aparece el tema de la prostitución, aunque en la mayoría de los casos no se llegue a plantear explícitamente que la ejerzan (Marisa en la citada A tiro limpio).
Con la llegada de la democracia a España al final de la década de los setenta, la apertura de la sociedad favorece cambios fundamentales a todos los niveles. Esta realidad se traslada a la producción cinematográfica nacional. Así, el cine negro español adoptó en algunas producciones el punto de vista del delincuente, cuyas películas más emblemáticas fueron Perros callejeros (1977) de José Antonio de la Loma y Deprisa, deprisa (1981), de Carlos Saura. El arreglo (1983), de José Antonio Zorrilla o Fanny Pelopaja (1984) de Vicente Aranda son filmes que proponen historias que abordan la corrupción policial, algo impensable en el periodo franquista.
El cine de Aranda, se caracteriza precisamente por narrar historias en las que los personajes femeninos suelen ser fuertes y dominantes, tal como podemos ver en sus películas de corte policíaco, como Asesinato en el Comité Central (1981), donde Victoria Abril interpreta a una militante comunista, o la citada Fanny Pelopaja (1984), donde la actriz francesa Fanny Cottençon asume un personaje capaz de enfrentarse con fiereza a delincuentes o policías sin temor a las consecuencias.
En la década de los 90 se produce un cambio significativo, cuando en España empieza a perfilarse un cine criminal en el que aparecen temáticas muy presentes en la sociedad, como el terrorismo, con producciones como Días contados (1994), de Imanol Uribe, donde Elvira Mínguez en un papel destacado, encarna a una miembro de la banda ETA. Esto supone ir abriendo el cine a temáticas no presentes hasta ese momento, y por tanto los roles de la mujer se amplían, rompiendo progresivamente sus encasillamientos más tradicionales, muy presentes en otros géneros como la comedia, el romance o las películas musicales.
En los últimos años, el interés por el cine policiaco se amplía, gracias a algunos éxitos comerciales, lo que permite que se hagan más producciones de este género, con enfoques más abiertos y tratamientos más atrevidos. Así, lo demuestran filmes como La caja 507 (Enrique Urbizu 2002), Celda 211 (Daniel Monzón, 2009), Grupo 7 (2012) y La isla mínima (2014) ambas de Alberto Rodríguez.
No habrá paz para los malvados (2011) de Enrique Urbizu, constituye uno de los más logrados ejemplos del reciente cine negro español, donde la dolorosa realidad que representan los atentados islamistas se cruza con la dura historia personal del inspector Santos Trinidad (José Coronado), personaje que toma algunos elementos de actuación y atmósfera crepuscular del policía encarnado por Clint Eastwood en la serie de Harry el sucio. En la trama del filme de Urbizu, juega un papel relevante la imperturbable jueza Chacón, interpretada por Helena Miquel, un rol impensable hace no tantos años para una mujer en el cine español.
Nuevos roles que reflejan la evolución de la propia sociedad española.
Escribe Juan de Pablos Pons